Dos Años Buscando en las Cumbres Nevadas: La Verdad Estuvo Siempre a Metros, Bajo la Losa de un Negocio Abandonado.

🌋 El Viaje sin Retorno a la Falsa Paz de la Montaña
Ciudad de México. Junio de 2010. Para Marco y Alejandro Guzmán, la tradición de un viaje anual de senderismo a las majestuosas faldas de los volcanes era un escape sagrado, un ritual entre hermanos que les permitía desconectarse de la vida citadina.

Marco, de 28 años, ingeniero civil, era el responsable, la voz de la razón; Alejandro, de 25, técnico en sistemas de seguridad, era el espíritu libre. Habían planeado una ruta corta de tres días en el Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl.

Don Rafael Guzmán, su padre, recuerda la última llamada desde la carretera: una despedida tranquila, la promesa de volver el miércoles, incluso una broma sobre si Alejandro olvidaría los cerillos de nuevo. Era la normalidad de un viaje familiar que, sin que nadie lo supiera, ya se había torcido fatalmente.

El 20 de junio de 2010, los hermanos se esfumaron. El último rastro de sus teléfonos móviles se registró cerca de la Carretera Federal, un par de kilómetros antes de la desviación hacia el parque, a las 7:48 de la tarde.

Después de eso, un silencio absoluto. Cuando pasaron los tres días y nadie contestó, la ansiedad de Don Rafael se convirtió en un terror frío. El miércoles, Marco no se presentó a su trabajo. Alejandro tampoco contactó a sus colegas. Todas las llamadas pasaban directamente al buzón.

La primera pista física apareció en el estacionamiento del Paraje La Joya, el punto de partida habitual para ascensos al Iztaccíhuatl. Allí estaba su camioneta pick-up, impecable y cerrada.

Dentro, las pertenencias de senderismo: mochilas, botiquín, brújula, provisiones. Faltaban solo los teléfonos y una cámara. En el asiento delantero, una guía de la Sierra Nevada con una página doblada en la sección de las rutas del norte.

No había señales de violencia, ni intentos de forzar la cerradura. El vehículo parecía haber sido estacionado y abandonado. La policía municipal de Amecameca y más tarde la Fiscalía del Estado de Puebla abrieron un expediente por la desaparición.

🔎 El Engaño Perfecto: Cuando la Búsqueda Apunta a un Fantasma
La operación de búsqueda se desató al día siguiente del reporte de Don Rafael, con brigadistas del Parque Nacional, elementos de la policía estatal y decenas de voluntarios.

El terreno, con sus cañadas, espesos bosques de oyamel y cambios climáticos repentinos, es famoso por ser implacable, un laberinto perfecto para un extravío. Sin embargo, no se encontró ni una sola señal de campamento, ni de un fuego, ni de un accidente.

El Comandante Ricardo Peña, un veterano de la policía de investigación con reputación de tenacidad, se hizo cargo del caso. Su primer paso fue coordinar un rastreo minucioso. Se peinaron kilómetros cuadrados, pero la montaña guardó silencio.

El único hallazgo se produjo días después, a más de cinco kilómetros de cualquier sendero conocido. Un voluntario encontró una mochila de senderismo destrozada, identificada por una etiqueta interior como la de Alejandro.

Dentro, un suéter y una botella de agua, pero nada más. Este descubrimiento, lejos de ser una pista, solo oscureció el panorama. La mochila parecía haber sido desechada, no perdida. La zona no mostraba signos de que alguien hubiera pernoctado.

La hipótesis de un accidente se debilitaba; la de un ataque o un crimen no tenía pruebas. Peña, frustrado, escribió en su informe: “El rastro se pierde tras el hallazgo de la mochila. Dirección de viaje posterior desconocida. El área ha sido revisada a fondo, sin éxito”.

Dos semanas de búsqueda intensa terminaron sin resultados. Los periódicos locales titularon brevemente sobre “dos turistas extraviados en el volcán”. Para Don Rafael, era una narrativa imposible. Sus hijos eran expertos.

No podían simplemente desvanecerse. El caso de los hermanos Guzmán se convirtió en un “expediente frío” más en el Estado, engrosando la sombría lista de desaparecidos de las carreteras turísticas.

Peña, a pesar de las presiones, se negó a cerrar el caso, intuyendo que la clave no estaba en las cumbres nevadas, sino en la prosaica monotonía del asfalto.

🏗️ La Ruptura del Silencio y el Horror Bajo la Losa
A lo largo de 2011, la investigación se estancó. El Comandante Peña revisó las cuentas bancarias: silencio total desde la noche del 20 de junio. Verificó los testimonios: la dueña del motel en Amecameca, la despachadora del café de carretera.

Todos confirmaban la presencia de los hermanos, su calma, su rumbo al parque. Después de eso, el vacío. Peña exploró todas las avenidas: accidente, huida voluntaria (descartada por su estabilidad personal), y crimen (sin evidencias).

La camioneta fue revisada una y otra vez, sin encontrar huellas dactilares o rastros de sangre que no fueran los de los hermanos. La pista se había enfriado por completo.

Pero la verdad, como un tumor maligno, se había gestado en la cotidianidad. En marzo de 2012, dos años después de la desaparición, una constructora en un pequeño poblado de Tlaxcala, cerca de la Carretera Federal, comenzó la demolición de una vieja gasolinera abandonada, la Estación Los Pinos.

El día 5 de marzo, el conductor de una excavadora sintió un vacío bajo el cucharón. Al perforar el piso de concreto del antiguo taller mecánico, se abrió un socavón, revelando un sótano no registrado en los planos.

El olor a humedad y óxido fue interrumpido por algo más siniestro. Al iluminar el agujero, el trabajador vio bultos grandes bajo los restos de escombro. Eran dos lonas industriales, atadas firmemente con alambre. El trabajo se detuvo.

Cuarenta minutos después, el Comandante Ricardo Peña recibió la llamada que resucitaría su carrera y cambiaría la historia de los hermanos. Al llegar, el área ya estaba acordonada. Tras varias horas de cuidadosa excavación, los peritos forenses, liderados por la Dra.

Carmen Flores, extrajeron los dos bultos. El primero, al ser abierto, reveló un esqueleto vestido con restos de pantalones de mezclilla y botas de montaña. En su bolsillo, una identificación: Marco Guzmán. En el segundo, un llavero de metal grabado con “Alejandro G”.

Peña se quedó quieto junto a la ruina. El recuerdo de dos años de búsqueda infructuosa en el frío de la montaña se estrelló contra la escalofriante realidad: “Nunca estuvieron en los volcanes”, se dijo a sí mismo.

🔪 El Retrato de un Depredador y su Colección Macabra
La Estación Los Pinos se convirtió en la escena de un crimen de alcance nacional. La autopsia de la Fiscalía de Tlaxcala fue contundente: los hermanos habían fallecido alrededor de junio de 2010.

La causa de la muerte: múltiples heridas por arma blanca, más de veinte en los restos óseos, algunas infligidas post-mortem, un indicio de furia incontrolable. Había restos de alambre en las muñecas. No fue un robo. Fue un asesinato brutal y metódico.

La investigación se centró en el último propietario del inmueble, Rogelio Domínguez, de 52 años, un ex-mecánico originario de Tlaxcala que había vendido el predio en 2011 y se había mudado a otro estado. La coincidencia con el cierre oficial del caso de los hermanos Guzmán era demasiado sospechosa para ignorar.

La orden de cateo en la nueva residencia de Domínguez, un pequeño rancho en las afueras de Apizaco, reveló la mente retorcida de un depredador.

Se encontraron viejos mapas del parque, llaves de autos, artículos de camping, incluyendo una cantimplora con las iniciales M G grabadas. Cada objeto estaba etiquetado con una fecha. Domínguez no era un simple asesino; era un coleccionista de recuerdos.

Domínguez fue capturado sin resistencia una semana después. Durante el tercer interrogatorio, el Comandante Peña le mostró la caja con los objetos incautados, incluyendo la cantimplora.

Domínguez guardó silencio por un largo momento, antes de preguntar: “¿Encontraron el resto?”. Tras esa pregunta, la confesión fluyó: no había un gran plan, solo un patrón de caza. Esperaba en la carretera a viajeros solos o en pareja, les ofrecía ayuda o direcciones, y los atraía a su taller.

Allí, los mataba, envolvía los cuerpos y los ocultaba bajo concreto o en terrenos abandonados, luego se encargaba de dejar las pertenencias en zonas de senderismo para simular que las víctimas se habían perdido en la montaña. Él había matado a los hermanos Guzmán la misma noche que se detuvieron a preguntar.

⚖️ El Legado Silencioso de la Carretera Olvidada
En un gabinete metálico de Domínguez se encontraron identificaciones, joyas y artículos que correspondían a 22 nombres. La Fiscalía pudo vincularlo directamente con cinco víctimas de desapariciones archivadas en los estados de Puebla, Tlaxcala e Hidalgo.

Los investigadores temen que el número real de víctimas sea mucho mayor, pero la falta de registros y el cemento de construcciones nuevas han borrado muchas evidencias.

El móvil de Rogelio Domínguez fue escalofriante en su simplicidad: “No hay móvil. Lo hice porque podía”.

En agosto de 2012, Domínguez fue sentenciado a cadena perpetua por cinco homicidios calificados. La antigua Estación Los Pinos fue completamente demolida. El terreno permanece cercado, cubierto de maleza, y los taxistas que llevan a turistas al parque evitan pasar por ahí, incluso si les significa una vuelta más larga.

El Comandante Ricardo Peña se retiró de la fuerza poco después del veredicto, cerrando un caso que había cargado como un fracaso personal. Se dice que quemó el mapa de búsqueda de la montaña.

Para la sociedad, el caso de los hermanos Guzmán es una leyenda oscura de la carretera. Se instaló una pequeña estela de piedra en la entrada del Parque Nacional Iztaccíhuatl con los nombres de las cinco víctimas confirmadas y una frase que resuena con la verdad bajo el concreto:

Su viaje terminó aquí. Hoy, los brigadistas tienen una regla no escrita: si ven a un viajero solitario cerca de un negocio abandonado en la Federal 150D, siempre se detienen. Solo para asegurarse de que el viajero siga su camino.

Related Posts

Our Privacy policy

https://tw.goc5.com - © 2025 News