Agosto de 1990, Estado de Washington. Kelly Rhodess, de 22 años, se preparaba para un fin de semana tranquilo antes del inicio del semestre universitario. Había crecido explorando los bosques de los alrededores del Monte Baker y conocía cada sendero de la región. Esa tarde, ella y su joven labrador Roy llegaron al Hansen Creek Trail, un camino popular entre los locales, pero que rápidamente se adentraba en un bosque antiguo y denso donde el mundo exterior parecía desaparecer.
Kelly eligió un pequeño claro para acampar, a unos 800 metros de la carretera de grava donde había dejado su auto. Su tienda azul estaba perfectamente montada, el fuego encendido y Roy correteando detrás de un palo. La tranquilidad de agosto envolvía el bosque: el aire fresco, sin viento y claro, parecía prometer un fin de semana seguro.
Alrededor de las 7:00 p.m., un hombre de unos 50 años que acampaba más abajo del sendero observó humo levantándose del campamento de Kelly. Se acercó al arroyo para recoger agua y saludó brevemente a la joven. Todo parecía normal: Kelly estaba serena, controlaba la situación y disfrutaba del paisaje mientras su perro jugaba.
Esa noche, la luna iluminaba ligeramente el bosque y el fuego de Kelly lanzaba un resplandor cálido sobre la tienda. Nada parecía fuera de lugar. Sin embargo, el bosque antiguo tenía rincones donde la oscuridad se espesaba demasiado rápido, y sonidos que un oído humano entrenado apenas podía distinguir de los susurros del viento. Kelly nunca se imaginó que esas sombras podían esconder algo que cambiaría su vida para siempre.
A la mañana siguiente, alrededor de las 8:00 a.m., el mismo hombre descendió por el sendero, listo para empacar su campamento. Cuando pasó por el claro de Kelly, se detuvo. La fogata estaba casi apagada, con solo una pequeña columna de humo elevándose perezosamente hacia el cielo. La tienda azul permanecía, pero la solapa estaba abierta. La comida y el equipo permanecían intactos, el agua de Roy derramada y el perro inquieto, pero Kelly… simplemente había desaparecido.
El hallazgo dejó al hombre perplejo. No había señales de lucha, no había huellas humanas cercanas, y el perro parecía aterrorizado pero sin signos de ataque. Las únicas marcas eran unas huellas extrañas en la tierra húmeda cerca del campamento. No pertenecían a ningún animal conocido de la región, ni a otro ser humano. Cada paso era irregular, demasiado grande y curvado, como si alguien o algo desconocido hubiera arrastrado a Kelly hacia lo profundo del bosque.
Las autoridades locales investigaron de inmediato, pero sin testigos y con pistas incomprensibles, el caso se archivó como un probable ataque de animal. Sin embargo, los registros internos del condado de Watcom todavía contienen documentos secretos que relatan detalles que nunca se hicieron públicos. Aquella noche en Hansen Creek no fue un accidente. Lo que realmente sucedió sigue siendo un misterio que desafía la lógica y la experiencia de cualquier rescatista o investigador.
La búsqueda comenzó inmediatamente después de que el hombre reportara la desaparición. Equipos de rescate, voluntarios locales y oficiales del condado de Watcom se internaron en el bosque, revisando cada sendero y cada claro del Hansen Creek Trail. Sin embargo, cuanto más se adentraban en la espesura del bosque antiguo, más difícil era encontrar cualquier señal de Kelly.
El Labrador Roy permanecía junto al campamento, nervioso y gruñendo ocasionalmente hacia los árboles, como si percibiera algo que los humanos no podían ver. Las huellas extrañas seguían allí, marcadas en la tierra húmeda cerca de la tienda. Nadie había visto algo igual: pasos que se curvaban y torcían en direcciones imposibles, dejando surcos que parecían arrastrar un peso considerable, pero sin marcas de manos ni de garras.
A medida que pasaban las horas, la frustración y el miedo comenzaron a crecer entre los rescatistas. Se enviaron helicópteros, pero el denso follaje impedía detectar cualquier señal térmica o movimiento. Las cámaras y binoculares solo mostraban el verde ininterrumpido del bosque. No había rastro de Kelly, ni de su mochila, ni de ropa, ni siquiera de un rastro de sangre. Era como si ella hubiera desaparecido en el aire.
Al caer la noche, los equipos colocaron campamentos improvisados cerca del claro original. Los sonidos del bosque se intensificaron: crujidos, pasos entre la maleza y un murmullo apenas perceptible que parecía moverse con el viento. Algunos voluntarios afirmaron escuchar un gemido suave, un lamento humano que desaparecía cuando alguien intentaba acercarse al origen.
Los días siguientes trajeron más desconcierto. Más huellas extrañas aparecieron y desaparecieron, como si el suelo del bosque jugara con los rescatistas. Equipos de rastreo canino intentaron seguir el olor de Kelly, pero los perros se negaban a avanzar más allá de ciertos puntos, retrocediendo y gruñendo hacia zonas densas donde nadie podía ver nada. Incluso los rescatistas más experimentados sentían una presencia invisible observándolos desde la penumbra.
Los reportes internos del condado de Watcom indican algo aún más inquietante: por la noche, se encontraron restos de ramas rotas y arbustos aplastados, como si alguien hubiera arrastrado un cuerpo, pero sin que quedaran huellas humanas. Los rastros se dirigían hacia áreas tan profundas del bosque que incluso los exploradores más audaces nunca se aventuraban.
La combinación de huellas imposibles, desaparición sin rastro y el comportamiento extraño de los animales convirtió el caso en una anomalía. Para los investigadores, ya no se trataba solo de un accidente o un ataque de animal: había fuerzas desconocidas en juego, y el bosque parecía proteger secretos que nadie debía descubrir.
Cada búsqueda terminaba en frustración, pero las autoridades archivaron ciertos documentos por separado, señalando que los detalles observados “no podían explicarse por medios convencionales”. Nadie hablaba de ello públicamente, pero entre los veteranos del condado, el caso de Kelly Rhodess se convirtió en una historia de advertencia: algunas desapariciones en los bosques de Mount Baker no eran accidentes, y lo que ocurría entre los árboles antiguos podía desafiar toda lógica humana.
A medida que las semanas se convertían en meses, la desaparición de Kelly Rhodess adquirió un aire casi sobrenatural. Los registros del condado de Watcom permanecieron archivados, y solo unos pocos investigadores veteranos sabían la verdad: las pistas no tenían explicación lógica.
En octubre de 1990, un equipo especializado del FBI se unió a la búsqueda, trayendo tecnología avanzada: cámaras térmicas, sensores de movimiento y drones equipados con visión infrarroja. Se revisaron cientos de hectáreas de bosque antiguo, cada claro y cada recodo del sendero. Pero los resultados eran desconcertantes: no se detectó ningún calor, ningún rastro reciente, ningún indicio de la presencia de Kelly o de cualquier otra persona.
Un rastreador veterano comentó algo inquietante: “El bosque… cambia. Los senderos no están donde deberían estar, y las huellas aparecen y desaparecen como si el suelo mismo estuviera vivo.” Las huellas que habían quedado en la tierra húmeda cerca del campamento seguían sin pertenecer a ningún animal conocido ni a un humano. Se arqueaban, se doblaban y se alargaban de maneras imposibles, como si la propia realidad hubiera sido deformada en ese lugar.
Durante la investigación, se revisaron los archivos de desapariciones en Mount Baker. Se descubrió un patrón: personas que desaparecían cerca de antiguos bosques, dejando tras de sí campamentos intactos, pertenencias personales y, en algunos casos, animales domésticos asustados. Algunos informes mencionaban luces extrañas entre los árboles, resplandores azulados que aparecían y desaparecían sin explicación, y sonidos que recordaban lamentos humanos o susurros.
Los investigadores propusieron varias teorías:
Secuestro humano: Alguien podría haber capturado a Kelly y movido su campamento. Pero no había señales de fuerza, huellas humanas adicionales ni evidencia de transporte por vehículos.
Depredador desconocido: Un animal no catalogado podría haberla llevado. Sin embargo, los rastros no coincidían con ninguna especie conocida y la logística de arrastrar a una persona de 22 años en esas condiciones era improbable.
Fenómeno paranormal o dimensional: Luces misteriosas, huellas imposibles, desapariciones sin rastro y la reaparición de pertenencias sugirieron que algo fuera de la comprensión humana estaba involucrado. Esta teoría fue considerada solo en los informes internos más reservados del FBI y del condado.
Incluso años después, los investigadores que regresaban a Hansen Creek sentían algo extraño. El claro donde Kelly acampó permanecía casi idéntico: hierba ligeramente aplastada, la tierra húmeda con surcos extraños y un aire frío que parecía no pertenecer al entorno. Algunos guardabosques reportaron ver luces azuladas entre los árboles al anochecer, similares a las mencionadas en los informes originales.
El caso de Kelly Rhodess sigue abierto. Nadie sabe con certeza qué sucedió esa noche en agosto de 1990. Su desaparición dejó un misterio que combina el bosque, la naturaleza y lo inexplicable. Campamentos intactos, perros asustados, huellas imposibles y luces misteriosas forman un patrón que desafía la lógica y recuerda a todos los que se internan en Mount Baker que el bosque puede guardar secretos que ningún humano puede desentrañar.
El recuerdo de Kelly permanece vivo entre quienes conocen la historia, y Hansen Creek se convirtió en un lugar de leyenda: un sitio donde la realidad parece doblarse, donde el tiempo y el espacio pueden no obedecer las leyes conocidas, y donde la línea entre lo posible y lo imposible se vuelve tan difusa como la sombra de los árboles antiguos que rodean el sendero.