
La mañana del 23 de mayo de 2009, una ausencia inusual encendió las alarmas en el prestigioso Hospital São Lucas de São Paulo. La Dra. Naara Negrini, una cardióloga de 40 años conocida por su impecable puntualidad y dedicación, no había llegado a su turno. Con más de 15 años de una carrera intachable forjada en la Universidad de São Paulo, su falta era un evento sin precedentes. Las llamadas a su celular iban directamente al buzón de voz y nadie respondía en su apartamento del exclusivo barrio de Jardins. La preocupación creció cuando se confirmó que su Honda Civic plateado tampoco estaba en el garaje.
Divorciada desde hacía tres años y sin hijos, Naara había construido una vida de independencia y éxito. Además de su aclamada carrera médica, administraba una hacienda ganadera en Rondônia, una herencia familiar que le proporcionaba estabilidad financiera y un vínculo con sus raíces. Su desaparición, tan abrupta y carente de explicación, movilizó a sus colegas, quienes contactaron a su hermana en Brasilia. La noticia fue un golpe devastador: nadie sabía nada de Naara desde la tarde anterior. El portero del edificio fue la última persona en verla, saliendo a las 18 horas del 22 de mayo, vestida con jeans y una blusa blanca, llevando solo su bolso habitual. No mencionó a dónde iba.
Las cámaras de seguridad de la Avenida Paulista captaron su vehículo a las 18:30. Las imágenes la mostraban sola, conduciendo con aparente tranquilidad. Después de ese punto, el Honda Civic se esfumó de todos los radares de monitoreo. Para la policía, que recibió la denuncia el 24 de mayo, el caso se presentaba como un enigma complejo. Sin historial de depresión, deudas o enemigos conocidos, el rompecabezas de la desaparición de la Dra. Negrini estaba incompleto. La pieza clave, sin embargo, se encontraba en las cenizas de su última relación sentimental.
Un Amor que se Convirtió en Tormento
Naara conoció a Geovani Alves, un hombre de 36 años, en una fiesta en enero de 2008. Se presentó como un consultor de ventas con experiencia en agronegocios, un tema que fascinaba a Naara por su conexión con la hacienda familiar. Su conversación envolvente y su aparente interés en la vida de ella la cautivaron. Lo que Naara interpretó como madurez y visión empresarial era, en realidad, el inicio de un plan calculado.
El romance avanzó rápidamente. A los dos meses, Geovani ya se había instalado en el apartamento de Naara, alegando problemas temporales en su propia vivienda. Esa situación “temporal” se volvió permanente. Él la acompañaba a sus viajes a Rondônia, se involucraba en los negocios de la hacienda y se mostraba como el compañero atento y participativo que ella anhelaba tras años de soledad. Pero a finales de 2008, la fachada comenzó a caer.
Geovani perdió su supuesto empleo y, de repente, la responsabilidad financiera recayó por completo sobre Naara. Ella pagaba su comida, su ropa y su combustible. Los meses pasaban y la situación no cambiaba. El hombre maduro y emprendedor se reveló como un individuo inmaduro, quejumbroso y sin iniciativa. La desconfianza de Naara creció al descubrir inconsistencias en su pasado laboral. La empresa donde él decía haber trabajado negó su vínculo, y sus referencias eran evasivas. La médica descubrió un patrón de inestabilidad: Geovani había cambiado de empleo al menos seis veces en tres años.
La Ruptura y el Acoso Implacable
En marzo de 2009, Naara lo confrontó. La reacción de Geovani fue de una agresividad verbal desmedida, acusándola de materialista y lanzando amenazas veladas sobre las consecuencias de una separación. La relación se deterioró por completo. Él alternaba momentos de un cariño asfixiante con episodios de frialdad y hostilidad, un claro patrón de control psicológico.
El 1 de mayo, Naara tomó la decisión final y terminó la relación. La reacción de Geovani fue explosiva, con gritos, acusaciones y amenazas de revelar supuestos secretos íntimos. Aunque abandonó el apartamento, dejó deliberadamente algunas de sus pertenencias. Durante las semanas siguientes, la acosó con llamadas diarias, usando la excusa de que necesitaba recuperar objetos olvidados. Su insistencia escaló hasta el punto de esperarla en el estacionamiento del hospital, una situación que incomodó profundamente a Naara y a sus colegas.
La excusa final llegó el 20 de mayo. Geovani la llamó, alegando una urgencia por recuperar un par de zapatillas con un supuesto “valor sentimental”. Tras resistirse, Naara finalmente accedió a un encuentro rápido en su apartamento para el 22 de mayo a las 18:30, la misma hora en que las cámaras la captaron saliendo de su edificio.
La Investigación Desenmascara al Depredador
Inicialmente, Geovani Alves se presentó en la comisaría como un exnovio preocupado. Ofreció un testimonio detallado y cooperativo, describiendo una ruptura amigable y negando cualquier conflicto grave. Afirmó que su último contacto había sido una llamada telefónica el 18 de mayo. Los registros telefónicos confirmaron esa llamada, pero la investigación pronto revelaría que era solo una verdad a medias.
Mientras las semanas se convertían en meses sin noticias de Naara, el caso se enfriaba. La policía investigó la posibilidad de una fuga voluntaria, pero el perfil psicológico de la doctora no encajaba. Era una mujer con fuertes lazos familiares y profesionales, sin problemas económicos que la impulsaran a desaparecer.
El punto de inflexión llegó cuando los investigadores reevaluaron la relación con Geovani. Descubrieron su historial de comportamiento posesivo con parejas anteriores y, crucialmente, los registros telefónicos completos, que mostraban no una, sino decenas de llamadas a Naara después de la ruptura. Confrontado con esta evidencia, Geovani admitió haberla llamado más veces, pero siguió negando haberse encontrado con ella. La estocada final provino de la pericia técnica. Los expertos lograron recuperar mensajes de texto borrados del celular de Naara. En uno de ellos, fechado el 22 de mayo, Geovani le pedía encontrarse para buscar sus zapatillas. La respuesta de Naara fue una confirmación: un encuentro rápido a las 18:30. Geovani se había convertido en el principal sospechoso.
La Confesión de un Crimen Atroz
El 1 de septiembre de 2009, Geovani Alves fue arrestado. En su apartamento, la policía encontró joyas y ropa íntima de Naara. Durante diez días, negó su implicación, incluso cuando le presentaron pruebas de sangre de la doctora en el suelo de su propia sala. Finalmente, acorralado, pidió hablar con el delegado y confesó el crimen con una frialdad espeluznante.
Relató que el pretexto de las zapatillas era una excusa para intentar una reconciliación. Ante la negativa firme de Naara, se sintió humillado y rechazado. En un arrebato de furia, vio un cuchillo de cocina en la encimera y la atacó brutalmente, causándole heridas mortales en el cuello y el tórax.
Tras el asesinato, permaneció en el apartamento durante una hora, limpiando la sangre y alterando la escena para simular una partida voluntaria. Luego, envolvió el cuerpo de Naara, lo metió en el maletero de su propio coche y condujo sin rumbo durante la noche. Al amanecer, en una zona rural de Itapetininga, aprovechó que una finca estaba vacía para cavar una tumba improvisada y enterrarla. Después, condujo hasta la represa de Itupararanga y hundió el Honda Civic, borrando meticulosamente sus huellas dactilares antes de regresar a São Paulo en autobús y continuar con su vida como si nada hubiera pasado.
Justicia para Naara
Siguiendo las indicaciones de Geovani, la policía encontró el cuerpo de Naara enterrado a casi dos metros de profundidad en la finca. Poco después, buzos localizaron el coche sumergido en la represa. La evidencia material, combinada con su confesión, selló su destino.
En marzo de 2011, un jurado popular lo declaró culpable de homicidio calificado por motivo fútil y medio cruel. Geovani Alves fue sentenciado a 17 años de prisión. La familia de Naara pudo finalmente darle sepultura, cerrando ocho meses de una angustia indescriptible. El caso de la Dra. Naara Negrini se convirtió en un doloroso referente sobre la violencia de género y el feminicidio, un recordatorio de que, a menudo, el mayor peligro no se esconde en la oscuridad de la calle, sino en la falsa seguridad de un amor que se ha vuelto una obsesión mortal.