
Las Montañas Rocosas de Colorado son una sinfonía de granito majestuoso, prados alpinos y cielos expansivos. Es una naturaleza salvaje que invita a la aventura, un lugar donde uno puede realmente perderse en la belleza de la naturaleza. Pero para tres amigos cercanos, Ethan (23), Maya (22) y Liam (23), la naturaleza que amaban estaba a punto de tragárselos, dejando atrás un misterio que duraría más de una década, y una verdad que finalmente se encontraría en el lugar más insospechado de todos.
El verano de 2014 fue una época prometedora. Recién graduados de la Universidad de Colorado, el trío decidió embarcarse en un “último viaje de libertad” antes de que la vida adulta comenzara en serio. Eran aventureros experimentados. Ethan era un escalador meticuloso, Liam un excursionista resistente y Maya una fotógrafa talentosa, que siempre llevaba la vieja cámara de su padre para documentar la belleza cruda del mundo.
Habían planeado un viaje de cinco días a las profundidades del Bosque Nacional Uncompahgre, un área notoria por su terreno accidentado y su absoluto aislamiento. Estudiaron mapas, empacaron provisiones más que suficientes e incluso dejaron un itinerario detallado con sus familias.
En una fresca mañana de agosto, el viejo SUV de Liam se detuvo en el estacionamiento del inicio del sendero High Mesa. La última foto que Maya le envió a su hermana fue una selfie de los tres, sonriendo ampliamente, con el letrero del sendero detrás de ellos. El pie de foto decía: “Nos vemos luego, mundo civilizado. No nos busquen a menos que no hayamos vuelto para el domingo”.
Era una broma despreocupada. Y también fue su última comunicación.
El domingo llegó y pasó. Las familias comenzaron a preocuparse. Para el lunes por la tarde, con el SUV aún solitario en el estacionamiento, las familias llamaron al 911.
De inmediato se desplegó una operación de búsqueda y rescate a gran escala. Equipos de voluntarios, guardabosques locales y helicópteros peinaron la zona. Buscaban a tres jóvenes sanos y experimentados que sabían lo que hacían. Pero el Uncompahgre no entrega sus secretos fácilmente.
El primer problema fue el clima. Apenas un día después de su desaparición, una extraña tormenta de verano azotó la región, trayendo granizo y temperaturas bajo cero. Las fuertes lluvias convirtieron los arroyos en ríos embravecidos y borraron cualquier huella.
Los equipos de búsqueda recorrieron los senderos que habían planeado tomar. No encontraron nada. Ni una tienda de campaña abandonada, ni señales de una fogata, ni una sola pieza de equipo caída. Era como si los tres, junto con todo su equipo valorado en miles de dólares, se hubieran desvanecido en el aire.
La búsqueda oficial duró dos semanas antes de reducirse. Las familias, desesperadas, reunieron su dinero para contratar equipos de búsqueda privados. Continuaron durante meses, hasta que las primeras nieves del invierno cubrieron los picos, haciendo inútil cualquier esfuerzo adicional.
Las teorías comenzaron a circular. ¿Fueron atacados por un oso grizzly? Los expertos en vida silvestre lo consideraron improbable; un ataque así habría dejado rastros evidentes, pero la escena estaba inquietantemente limpia. ¿Cayeron en una de las muchas minas abandonadas que salpican el paisaje? Los equipos revisaron docenas de pozos, pero no encontraron nada.
¿Se perdieron? Dada la experiencia de Ethan y el GPS de mano que llevaban, parecía imposible. Pero la montaña tiene formas de confundir a la gente.
Pasaron los años. La desaparición del “Trío de High Mesa” se convirtió en un caso frío, una historia trágica contada en bares locales y alrededor de fogatas. Las tres familias quedaron atrapadas en un purgatorio de incertidumbre, incapaces de llorar adecuadamente, siempre esperando una llamada telefónica, alguna señal.
Pasaron 11 años.
En 2025, en el pequeño pueblo de Ouray, no lejos del inicio del sendero, un hombre llamado Thomas Harding murió a los 72 años de un ataque cardíaco repentino. Harding era una leyenda local. Había sido guardabosques del Servicio Forestal de EE. UU. durante más de cuarenta años, gran parte de ese tiempo en la misma región de Uncompahgre.
Harding era un hombre de montaña: callado, rudo y conocía esa tierra mejor que nadie vivo. Vivía solo en una pequeña cabaña en las afueras del pueblo. No tenía familia cercana, por lo que su patrimonio fue puesto en subasta para pagar deudas.
Se contrató a una empresa de liquidación de bienes para vaciar su abarrotada casa y garaje, que estaban llenos de equipo de senderismo, herramientas y el desorden acumulado de toda una vida.
En la esquina del garaje, debajo de una lona engrasada, había un viejo baúl militar, cerrado con un candado oxidado. Los trabajadores de la liquidación, asumiendo que podría contener herramientas valiosas, usaron un cortapernos para abrirlo.
Dentro no había herramientas.
Encontraron una mochila de senderismo de color verde musgo, enmohecida y húmeda. Dentro de la mochila había una billetera de cuero para hombre, que todavía contenía la licencia de conducir de Ethan, vencida hacía mucho tiempo. Encontraron una cámara de película de 35 mm, exactamente el tipo de cámara antigua que Maya siempre llevaba. Y encontraron una brújula de latón, grabada en la parte posterior: “Para Liam, que nunca pierdas el rumbo. -Papá”.
Los trabajadores llamaron inmediatamente a la policía.
La oficina del sheriff del condado, muchos de los cuales eran novatos cuando ocurrió la desaparición, quedó atónita. El caso frío de 11 años se reabrió de golpe, y esta vez, ya no era una trágica desaparición. Se había convertido en la investigación de un crimen impensable.
¿Por qué Thomas Harding, un respetado guardabosques, un hombre que había participado activamente en la búsqueda inicial en 2014, tenía estos artículos?
Toda la comunidad se tambaleó. Harding era un ícono de confianza. Era el hombre al que los excursionistas acudían en busca de consejo, el hombre que lideraba los equipos de rescate. La idea de que estuviera involucrado en la desaparición de tres jóvenes era inconcebible.
Los investigadores comenzaron a indagar en el pasado de Harding. Entrevistaron a colegas jubilados. Empezó a surgir una imagen más complicada. Harding era un purista de las reglas. Odiaba a los campistas de “ciudad” que, en su opinión, no respetaban la naturaleza. Se sabía que era conflictivo, a menudo amenazando con multas elevadas por infracciones menores, como acampar demasiado cerca del agua o tener una fogata ilegal.
Y entonces, un ex guardabosques recordó algo. A Harding se le había asignado patrullar el área de High Mesa el mismo día que el trío comenzó su caminata. Fue una de las últimas personas que pudo haberlos visto con vida. Durante la investigación original, Harding había informado que no vio a nadie que coincidiera con su descripción ese día.
Ahora, esa mentira era evidente.
Los investigadores enviaron la vieja cámara de Maya al laboratorio forense del FBI en Quantico. Utilizando técnicas avanzadas, lograron recuperar imágenes del rollo de película de 35 mm parcialmente dañado.
La mayoría de las fotos eran lo que cabría esperar: impresionantes paisajes de montaña, fotos de Ethan y Liam haciendo tonterías junto a una fogata. Pero la última foto del rollo, la toma número 24, no era un paisaje.
Era una foto apresurada, ligeramente desenfocada. Mostraba a Ethan y Liam de pie, en una postura que parecía de confrontación. Frente a ellos había un hombre alto con el uniforme verde y marrón de guardabosques. El rostro del hombre estaba oscurecido por la sombra de su sombrero, pero era inconfundible. Parecía que Maya había tomado la foto discretamente justo cuando comenzaba el enfrentamiento.
Se formó una teoría escalofriante.
Harding, en su patrulla, probablemente se encontró con el trío. Quizás estaban infringiendo una regla menor: una fogata en un área prohibida o una tienda de campaña mal ubicada. Harding, con su temperamento y su desdén por los “intrusos” de la ciudad, los confrontó.
La discusión pudo haber escalado. Ethan, conocido por proteger a sus amigos, pudo haber respondido. En un área tan remota, sin testigos, el temperamento pudo haberse convertido en violencia. Tal vez hubo un empujón. Una caída desafortunada por una pendiente pronunciada.
O tal vez sucedió algo aún más oscuro. Quizás Harding, al darse cuenta de que había ido demasiado lejos, tomó una decisión horrible: no dejar testigos.
Esta teoría explicaba por qué nunca se encontró ningún rastro. Harding conocía esa tierra mejor que nadie. Conocía cientos de barrancos, cuevas y pozos de minas abandonados que no estaban en ningún mapa. Podría haber escondido sus cuerpos en un lugar donde nadie los encontraría jamás.
¿Y por qué guardar los artículos? ¿Por qué arriesgarse a conservar pruebas? Para algunos criminales, es un acto de arrogancia, una forma de revivir el momento. Las billeteras, la cámara y la brújula no eran pruebas olvidadas. Eran trofeos morbosos, guardados bajo llave en un baúl durante 11 años.
Thomas Harding estaba muerto, llevándose las respuestas exactas a la tumba. Nunca enfrentaría la justicia.
Para las tres familias, el descubrimiento fue una segunda forma de tortura. El dolor de la incertidumbre había sido reemplazado por el horror de la verdad. El hombre que les había estrechado la mano en el puesto de mando de búsqueda, que les había dado palmaditas en el hombro y había dicho “estamos haciendo todo lo posible”, era el hombre que les había quitado la vida a sus hijos. La búsqueda de sus restos se ha reiniciado con nueva esperanza, centrándose en áreas remotas que solo Harding habría conocido. Pero las Montañas Rocosas guardan bien sus secretos. El misterio de 11 años ahora tenía un nombre y un rostro, pero el cierre final —traer a Ethan, Maya y Liam a casa— seguía perdido en algún lugar de la vasta naturaleza que una vez amaron.