
Siete años de dolor, incertidumbre y una desesperada búsqueda en el inmenso y traicionero manto de la Sierra Madre Occidental, una de las cordilleras más vastas de México, culminaron en un descubrimiento que desafió a la lógica: Sara Mendoza, la experimentada senderista que desapareció sin dejar rastro en septiembre de 2016, no había muerto. En cambio, había estado viviendo, escondiéndose y, finalmente, huyendo de una aterradora presencia en la profundidad de la sierra. Esta es la crónica de un caso que pasó de ser una tragedia de persona extraviada a una inquietante historia de supervivencia y persecución, con tintes de leyenda oscura de la montaña.
El Viaje y el Silencio de 2016
Sara Mendoza, una mujer de 29 años, fuerte y autosuficiente, reconocida por su trabajo en una ONG ambientalista en la capital, partió para una excursión de cuatro días en solitario hacia un sector remoto de Chihuahua/Durango, dejando a su hermana mayor, Elena, con la promesa de volver el domingo. Sara era una veterana del senderismo y montañismo, con experiencia en el Pico de Orizaba y el Nevado de Toluca. El sendero en los cañones de la Sierra Madre, aunque menos transitado, parecía un reto manejable.
Pero el domingo y el lunes pasaron sin noticias. El martes por la mañana, Elena llamó a la estación de Protección Civil. El coche de Sara, un Nissan X-Trail color vino, fue localizado en la entrada del sendero, exactamente donde debía estar. No había señales de entrada forzada, ni rastros de forcejeo. Simplemente, silencio.
La búsqueda formal fue inmediata y masiva. Brigadas de Protección Civil, la policía estatal, el ejército y voluntarios de las comunidades cercanas peinaron la zona. La región, conocida por sus barrancos profundos y vegetación densa, no reveló nada. Ni una rama rota, ni huellas, ni objetos perdidos. Tras diez días sin pistas, y con el inminente cambio de clima, la búsqueda oficial se suspendió. El caso se unió a la trágica lista de desapariciones inexplicables que oculta la vasta geografía mexicana. Para Elena, los dos años siguientes se convirtieron en una lucha solitaria, su hermana, una foto en los carteles de búsqueda que nadie quería mirar.
El Resurgimiento del Terror: Un Patrón en la Sierra
El caso Mendoza permaneció frío hasta junio de 2018. A 130 kilómetros al sur, en la misma cordillera, otra excursionista solitaria y experimentada, Carla Núñez, de 34 años, desapareció. A diferencia de Sara, Carla fue hallada una semana después: su cuerpo se localizó en una tumba poco profunda cerca de un sendero remoto, con signos inequívocos de violencia. Su homicidio se declaró inmediatamente.
Fue el Comandante Ricardo Bellmont, de la unidad de Casos Especiales de la Fiscalía, quien notó las inquietantes similitudes: dos mujeres, la misma cordillera, ambas solas y experimentadas, ambas desaparecidas sin dejar rastro inmediato. Bellmont reabrió discretamente el expediente Mendoza a finales de 2018.
Lo que impulsó la investigación de Bellmont no fue lo que se encontró, sino lo que faltaba: ninguna señal de caída, ataque animal o peligro ambiental. Un vacío total que sugería un rastro demasiado limpio.
La Pista Subterránea y el Eco de la Esperanza
El avance llegó por casualidad en 2022. Una revisión exhaustiva del área del sendero, a petición de Bellmont, reveló una señal electromagnética débil. El equipo excavó cerca de una ladera cubierta de musgo y encontró un socavón vertical estrecho y peligroso, de unos 15 metros de profundidad.
En el fondo, entre escombros, encontraron la mochila rasgada de Sara y su chamarra cortavientos de color aguamarina. Pero no había restos humanos. En su lugar, encontraron un radio de comunicación portátil encajado en la pared de roca, todavía emitiendo un pulso de señal. El análisis forense confirmó el impacto: sus baterías de litio habían sido insertadas o activadas por última vez a mediados de 2022, seis años después de que Sara desapareciera.
La implicación era impactante: Sara había sobrevivido.
El Fantasma Capturado en el Lente
Esta esperanza se convirtió en certeza en febrero de 2023. Un topógrafo jubilado, Don Guillermo Soto, alertado por la reapertura del caso, revisó una vieja cámara trampa en un terreno remoto, a 30 kilómetros al sureste del socavón.
La cámara había capturado un clip de 15 segundos el 11 de agosto de 2022.En la imagen, una figura solitaria, descalza y envuelta en un paño oscuro, caminaba lentamente. Su perfil mostraba pómulos marcados por la desnutrición y cabello descuidado. Era Sara Mendoza, viva, 7 meses antes, caminando hacia el este. Había logrado salir del sistema de cuevas.
Elena, al ver la foto, solo pudo susurrar: “Lo logró”. Pero el misterio se profundizó: si había escapado, ¿por qué no había contactado a nadie? ¿Por qué se había desvanecido de nuevo después de caminar 30 kilómetros?
La Carrera de una Huida Silenciosa
La investigación se transformó en una búsqueda urgente de una víctima que no quería ser encontrada o que estaba siendo acosada.
Pista de Supervivencia: Las búsquedas posteriores cerca del punto de salida de la cueva revelaron signos de supervivencia: un pequeño círculo de piedras ennegrecidas, fragmentos de huesos de animales y herramientas primitivas. Sara había cazado, hecho fuego y vivido de manera elemental en la sierra.
El Escondite y la Advertencia: El equipo de Bellmont localizó una vieja cabaña de vigilancia abandonada. Dentro, encontraron ceniza reciente, una cama improvisada y, lo más crucial, marcas de conteo y fechas en la pared con la caligrafía de Sara. Escondido en una pared hueca, había una nota:”No confíes en el hombre cerca del camino. Me siguió, durmió afuera de la cueva. Lo vi dos veces. Si me he ido, dile a Elena que lo intenté.”
La nota confirmó el terrible temor de Bellmont: Sara no se había perdido. Estaba huyendo.
El Cazador sin Rostro y el Desenlace Final
La evidencia apuntaba a una sola verdad: Sara había escapado de una situación que era algo más que un accidente en la naturaleza.
El Túnel Oscuro: Los investigadores encontraron otro escondite, esta vez en un túnel de mina abandonado, la Boca del Caimán. En el interior, había un campamento improvisado y un cuaderno. Las huellas dactilares no eran de Sara, sino de un hombre desconocido, y en las páginas había bocetos de mujeres, listas de senderos y, en una página, la foto de Sara con una sola palabra arriba: “Quédate”. El hombre no era solo un depredador; era un obsesivo.
El Rescate: Finalmente, en el área conocida como El Hueco de la Viuda, el equipo de Bellmont encontró una puerta de madera reforzada incrustada en una ladera. Dentro, en una pequeña cámara tallada en la roca, yacía una figura: Sara Mendoza, viva. Estaba consciente pero incapaz de reaccionar. Su primera palabra fue un susurro terrible: “Me está mirando“.
La reunión con su hermana Elena fue dolorosa y emotiva. Sara durmió durante tres días antes de contar su historia. Había sobrevivido a la caída, a la oscuridad y al hambre. Luego, había sido observada y acosada por un hombre que creía que ella pertenecía a la montaña. Un hombre que a veces le dejaba comida, pero que luego la obligaba a regresar al cautiverio. Había escapado, solo para ser capturada de nuevo, y su liberación final se debió a un descuido de su captor.
El caso de Sara Mendoza se reclasificó a intento de secuestro y cautiverio a largo plazo. El hombre, que se sospecha es el recluso desaparecido Alfonso Caro, seguía prófugo, escondido en la inmensidad de la Sierra Madre. Sara Mendoza había sobrevivido a lo imposible, convirtiendo la naturaleza en su refugio, su maestra y su escudo.
Ahora, mientras Sara se recupera, la caza continúa. El Comandante Bellmont sabe que el hombre de las sombras sigue ahí fuera. Y tal vez, la historia de Sara no es un final feliz, sino una pausa antes de que la Sierra, o el hombre que acecha en ella, decida quién se queda y quién se va.