El verano de 2022, el tiempo se estiraba, los días eran largos y el sol brillaba con una promesa de aventura interminable. Para Alejandro y Ricardo, dos amigos de 22 años inseparables desde la escuela, la vida era un lienzo en blanco para llenarlo con los recuerdos del momento. Un viaje de campamento a los vastos y verdes bosques de la Sierra Norte de Oaxaca era un ritual, una escapada de fin de semana para desconectar y volver a conectar con el simple placer de la naturaleza.
Salieron del pueblo en la vieja camioneta de Ricardo, con la música a todo volumen y sus risas mezclándose con la brisa. Su equipaje era simple: dos mochilas, una tienda de campaña verde, algunas provisiones, botellas de agua y una GoPro para grabar sus aventuras. Alejandro, el planificador del dúo, verificaba el mapa, mientras que Ricardo, el improvisador, se mofaba de sus listas. Su equilibrio era perfecto, y todos sus amigos sabían que su lazo era irrompible.
En su último video, capturaron la carretera serpenteante adentrándose en los árboles, el sol que se filtraba a través de las hojas y la broma de Ricardo sobre quién atraparía al pez más grande. El video del tiempo de la noche capturó las brasas del fuego, extendiéndose como estrellas de polvo, y las sombras de Alejandro y Ricardo proyectadas contra los pinos. La imagen de la tienda de campaña, brillando suavemente, se convirtió en el último cuadro de una vida que se suponía que sería eterna. Lo que nadie sabía era que ese video sería el único testimonio que quedaría.
El lunes, el silencio de los chicos causó una leve preocupación. El martes, la inquietud se hizo más fuerte cuando Ricardo no se presentó en el trabajo. El miércoles, el pánico se apoderó de sus familias. La camioneta seguía en el estacionamiento, como si los esperara. Los equipos de búsqueda encontraron la tienda de campaña aún en pie, las bolsas de dormir a medio cerrar, y las pertenencias esparcidas, como si se hubieran abandonado en una prisa repentina. La ausencia de la GoPro, el único artículo electrónico que faltaba, solo se sumó al misterio.
La búsqueda duró días, semanas, incluso meses. Los helicópteros circularon sobre los árboles, los voluntarios gritaron sus nombres, y los perros olfatearon los senderos. Las teorías abundaban. Algunos pensaron que los chicos se habían ahogado en el río, pero no se encontraron cuerpos. La desaparición de las mochilas y la ropa de los chicos hizo que la teoría del ahogamiento fuera incompleta. El misterio se enfrió, la esperanza se desvaneció.
Casi un año después, en julio de 2023, la esperanza volvió a encenderse. Dos kayakistas vieron un brillo blanco en la orilla del río. Se trataba de una GoPro con el estuche destrozado y cubierto de musgo. La tarjeta de memoria estaba intacta. El descubrimiento de la GoPro reavivó la investigación, y el bosque parecía susurrar una vez más.
Cuando el dispositivo llegó a la oficina del sheriff, los detectives lo trataron como un tesoro. Un técnico sacó la tarjeta de memoria de la cámara, y en la pantalla aparecieron archivos corruptos pero no borrados. El video comenzó con imágenes de la acampada, risas y bromas. La voz de Alejandro y Ricardo era fácil y despreocupada. Pero a medida que el video continuaba, el tono cambiaba. Cerca de la medianoche, se escuchó un susurro de Alejandro, y luego Ricardo, más fuerte, “¿escuchaste eso?” La cámara se movió nerviosamente, captando solo la oscuridad del bosque. La cámara capturó un sonido que no era el viento ni el murmullo del río, un susurro bajo y rítmico, como palabras inaudibles.
El siguiente video fue aún más aterrador. La cámara fue colocada en el interior de la tienda, y las caras de los chicos, pálidas en la tenue luz, hablaban de voces que escuchaban. De repente, la cámara capturó la pared de la tienda, y cinco dedos, como si de una mano se tratara, presionaron brevemente contra la tela antes de deslizarse. Ricardo jadeó, empujando la cámara, que capturó solo la oscuridad y las voces amortiguadas de los chicos.
Los siguientes minutos fueron caóticos, los linternas se movieron frenéticamente. Las voces de los chicos se elevaron en pánico. “¿Quién está ahí? Nos vamos. No, no corran, quédense juntos”. El video se cortó y regresó, apuntando al río. Alejandro gritó el nombre de Ricardo desesperadamente. Se escuchó un chapuzón. La cámara se sumergió, y en el último momento, la imagen se enfocó en un par de botas pesadas en la orilla del río. Las botas no pertenecían a los chicos.
Cuando las luces de la oficina del sheriff se encendieron, nadie habló. El video no mostraba una agresión, ni un rostro, solo fragmentos de una verdad escalofriante. El audio de la GoPro fue enviado para su análisis forense. Los expertos aislaron el murmullo del río. Lo que encontraron fue una conmoción. El sonido no era aleatorio, se elevaba y caía en un ritmo constante, casi como un canto. Lingüistas debatieron si el sonido era humano. Algunos pensaron que escucharon fragmentos de palabras ininteligibles, mientras que otros lo descartaron como un fenómeno llamado pareidolia auditiva, un truco de la mente que interpreta ruido como sonidos.
Las familias estaban entre el alivio y la angustia. El alivio por saber lo que pasó en las últimas horas de sus hijos, y la angustia por el hecho de que el video no tenía la respuesta que necesitaban. Los equipos de búsqueda regresaron al río con urgencia, y los perros se pusieron nerviosos en un remolino donde se acumulaban los desechos. A pesar de los esfuerzos, no se encontró nada. A un año de la desaparición, la GoPro se había convertido en un testigo silencioso y el bosque en una tumba de secretos.
En el otoño de 2023, una nueva búsqueda reveló una pieza del rompecabezas. Un grupo de voluntarios encontró un trozo de tela de nylon verde, el mismo color de la tienda de campaña de los chicos, metido en una cueva. La tela, desgarrada, podría haber sido arrastrada por la corriente, o, como creían muchos, era el bosque dejando un rastro de horror.
El misterio se profundizó en el invierno. Un cazador reportó haber escuchado voces en el bosque. Él las describió como bajas y superpuestas, como si dos o tres personas estuvieran hablando al mismo tiempo, fuera de sincronía. Dijo que una de las voces gritó el nombre de Alejandro. Las autoridades desestimaron el informe como un producto de la imaginación. Pero, para los aficionados en línea, esta era la prueba que necesitaban.
En la primavera de 2024, el río se desbordó, y la naturaleza reveló más fragmentos. Un excursionista encontró un AirPod blanco atascado en el lodo. La familia de Ricardo lo reconoció inmediatamente. La pieza, demasiado dañada para funcionar, confirmó una cosa: al menos uno de los chicos había llegado al río. El hallazgo provocó un nuevo debate. ¿Fueron perseguidos? ¿Se resbalaron? ¿O fueron forzados al agua?
Un mes después, se encontró una sudadera negra con capucha en la orilla del río, a media milla del AirPod. La familia de Ricardo la reconoció. Era la misma sudadera que llevaba en la última historia de Instagram que Alejandro había publicado. A pesar de que la sudadera no reveló nada concluyente, el hallazgo confirmó la terrible verdad. Los objetos de los chicos estaban saliendo del río, pero los chicos no.
La investigación se detuvo. El video de la GoPro se convirtió en una leyenda urbana. La gente lo veía en línea, lo analizaba, y especulaba sobre lo que había en los fragmentos del video. Alejandro y Ricardo habían pasado de ser dos amigos a convertirse en el tema de un misterio que no tenía respuestas. La GoPro, sus AirPods y su sudadera eran como migajas de pan dejadas por el bosque, solo lo suficiente para mantener viva la historia, pero nunca suficiente para resolverla.
En el invierno de 2025, el río se congeló en silencio, y la misma melodía del misterio volvió a aparecer. Un excursionista escuchó un canto bajo y rítmico, y se dio cuenta de que era el mismo sonido del video de la GoPro. Al poco tiempo, un grupo de campistas que se quedó en el mismo lugar de Alejandro y Ricardo, reportó que las paredes de su tienda se abultaron, como si alguien hubiera presionado una mano desde el exterior.
El bosque, una vez más, no dio respuestas. Para la familia de Alejandro y Ricardo, solo había una certeza: la ausencia. La risa de los chicos, que una vez llenó el bosque, ahora solo existía en los recuerdos. La GoPro, que una vez fue el testigo del terror, ahora estaba encerrada en una caja de evidencia, un recordatorio del misterio sin resolver. Lo que realmente sucedió en el bosque sigue siendo una pregunta sin respuesta. ¿Fue un simple accidente, o un horror que el bosque ha guardado como secreto?