El grito que resonó en el hospital no era uno al que el Dr. Philip, un obstetra experimentado, estuviera acostumbrado. Era la voz de un hombre, aguda, con un dolor y un pánico que lo hicieron salir corriendo de su oficina. En la recepción, se encontró con una escena que desafiaba toda lógica y ciencia.
Un joven soldado, de no más de 25 años y vestido con su uniforme militar, estaba doblado de dolor, apoyado por un amigo. Pero fue su estómago lo que hizo que el médico se detuviera en seco. Era redondo, tenso y absurdamente grande: el tamaño y la forma inconfundibles de una mujer en su último mes de embarazo.
El soldado, Christian, fue subido a una camilla de inmediato, mientras su amigo, Fabian, explicaba frenéticamente que su estómago había estado creciendo durante ocho meses y que el dolor se había vuelto insoportable de repente. Cuando el Dr. Philip puso una mano sobre el abdomen del soldado, sintió una sacudida que lo hizo estremecerse: una patada.
Una patada pequeña, pero clara y muy real, desde el interior. “Eso no tiene ningún sentido”, tartamudeó el médico, mientras su mente repasaba todas las posibilidades médicas.
En su oficina, los intentos del Dr. Philip por encontrar una explicación racional se agotaron rápidamente. Le preguntó con delicadeza si Christian era un hombre transgénero, una pregunta que su amigo Fabian rechazó de inmediato y con enojo. “Él es un hombre”, insistió Fabian. “Lo conozco desde hace años. Servimos juntos en el ejército. No hay forma de que sea una mujer”. Christian, entre oleadas de dolor, lo confirmó. El médico se quedó con una única conclusión imposible. Ordenó una ecografía inmediata.
En la sala de ecografías con poca luz, la tensión era asfixiante. A medida que el Dr. Philip movía el transductor sobre el vientre de Christian, las sombras borrosas en la pantalla se convirtieron en una imagen que lo hizo agarrarse de la camilla para no caer. Allí, clara como el día, había dos cuerpos pequeños y perfectamente formados. “Oh, Dios mío”, susurró el médico. “Christian realmente está embarazado… y de gemelos”.
Antes de que alguien pudiera procesar la imposibilidad científica, Christian soltó un grito desgarrador mientras un líquido amarillento se acumulaba en el suelo. Había roto aguas. Estaba de parto. Mientras el equipo médico lo llevaba a la sala de partos, el misterio de cómo un hombre podía estar embarazado quedó eclipsado por la crisis inmediata de cómo dar a luz a los bebés. Pero este evento médico imposible era solo la superficie de una historia mucho más profunda y siniestra de conspiración, un misterioso accidente y un complot de asesinato.
Para entender cómo Christian llegó a este estado, hay que retroceder a los días previos a una fatídica misión militar. El mejor amigo de Christian, Fabian, estaba preocupado. Christian había estado desaparecido durante tres días y llegaba tarde a su despliegue en la selva amazónica.
Justo cuando el autobús estaba a punto de partir, Christian apareció, con un aspecto desaliñado y confundido. Afirmó que había tenido un accidente, que se había despertado en un hospital y que no recordaba nada de los últimos días.
Su historia era extraña, pero aún más extraña fue la reacción de sus superiores, el Capitán Vance y el Sargento Thomas. Al ver a Christian, intercambiaron miradas de horror. “¿Cómo diablos está aquí?”, susurró el Capitán al Sargento cuando pensaron que nadie estaba escuchando. “Ese bastardo debería estar muerto. Lo vimos todo”.
Los hombres en los que Christian confiaba con su vida habían, de hecho, orquestado su muerte. Su “accidente” no fue un accidente en absoluto, sino un intento de asesinato fallido. Ahora, enfrentados a la supervivencia imposible de su objetivo y a una amnesia conveniente, resolvieron terminar el trabajo durante la misión de supervivencia. “Esta misión será la última”, declaró el Capitán. “El bosque será su tumba”.
Christian, por su parte, no era el hombre que su amigo Fabian recordaba. Parecía distante, confundido con los recuerdos compartidos, y estaba atormentado por repentinos episodios de mareos y náuseas. Sus afirmaciones de amnesia parecían plausibles, pero un momento a solas frente a un espejo del baño reveló una verdad diferente. “Pagarán por lo que te hicieron”, susurró a su propio reflejo. “Me aseguraré de ello”. Su pérdida de memoria era una farsa, una máscara cuidadosamente construida para ocultar una búsqueda secreta de venganza.
Sus extraños síntomas físicos, los que finalmente le hincharían el estómago y lo llevarían a la sala de partos del Dr. Philip, comenzaron en esa misión. Eran una consecuencia directa y extraña de lo que sus superiores le habían hecho durante esos días que supuestamente no podía recordar.
De vuelta en la sala de partos, Christian, en medio de la labor, hizo una demanda impactante. Se negó a una cesárea, insistiendo en un parto natural. “Usted es un hombre”, argumentó el desconcertado Dr. Philip, “una cesárea es la única manera”.
Pero Christian, decidido, comenzó a quitarse los pantalones militares. Al hacerlo, reveló la última y asombrosa pieza del rompecabezas: la verdad biológica de su cuerpo que había ocultado al ejército, a sus amigos y al mundo.
Era un secreto que explicaba el embarazo imposible, y mientras todo el personal médico miraba asombrado con los ojos muy abiertos, el médico se desmayó, y Christian soltó un último y urgente grito. Los bebés estaban llegando.