Sellado en Piedra: El Diario Final del Dr. Javier Gómez Revela su Agonía de 48 Horas tras 12 Años Perdido en las Barrancas del Cobre

El 14 de agosto de 2024, en la inmensidad de las Barrancas del Cobre en Chihuahua, tres senderistas se encontraron con una anomalía. Es el tipo de lugar donde el silencio es tan vasto que se siente como un objeto físico, un laberinto de cañones profundos donde uno puede caminar horas sin ver a otra alma. Mateo Salas, Sofía Herrera y Diego Luna estaban explorando una sección remota del cañón que nunca antes habían visitado.

Fue Sofía quien notó algo extraño. “Había una pared de roca”, dijo más tarde a las autoridades, “y simplemente no se veía bien”. El color era ligeramente diferente, las rocas parecían fuera de lugar. Al acercarse, vieron lo que parecía ser un reciente desprendimiento de rocas que había sellado parcialmente la entrada a una pequeña cueva. No era algo inusual; la sierra es un lugar vivo, las rocas caen.

Pero Diego notó un hueco cerca de la base, lo suficientemente grande como para pasar una linterna. Mateo sacó su teléfono, encendió la luz y la apuntó a través de la oscuridad. “Pude ver que había una cámara allí”, relató. “Y había cosas… equipo. Vi lo que parecía una mochila, y luego… vi el cuerpo”.

El descubrimiento marcó el escalofriante final de un misterio que había durado casi 12 años. Los restos humanos, parcialmente momificados por el ambiente seco, pertenecían al Dr. Javier Gómez, profesor de geología de la UNAM, desaparecido desde el 17 de octubre de 2012.

Javier Gómez, de 45 años en el momento de su desaparición, era un hombre definido por una pasión singular. Hijo de maestros en Oaxaca, Javier sorprendió a su padre a los 12 años al declarar: “Papá, no quiero ser maestro. Quiero estudiar las rocas”. Esa determinación, nacida de una excursión escolar, lo llevó a obtener un doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México y un puesto de profesor en el Instituto de Geología.

Sus colegas lo describen como un profesor paciente y entusiasta, pero su verdadero amor era el trabajo de campo. El desierto y las sierras de México eran su oficina y su catedral. Las Barrancas del Cobre eran uno de sus lugares favoritos; las conocía íntimamente.

En octubre de 2012, se embarcó en uno de sus muchos viajes de investigación en solitario. Era meticuloso: siempre registraba sus planes, llevaba GPS, agua y suministros. El 15 de octubre, envió un breve correo electrónico a su hermana Isabela desde su campamento base: “Llegué al campamento. El clima es perfecto… Te quiero”.

Fue la última vez que alguien supo de él.

Cuando no regresó a la Ciudad de México el 22 de octubre, se activó la alarma. La Policía Estatal de Chihuahua y los equipos de Protección Civil salieron a buscarlo. Encontraron su campamento fácilmente. La tienda estaba montada, su saco de dormir extendido. Una olla con comida rehidratada, sin comer. Su camioneta estaba en el comienzo del sendero. Faltaban su martillo de geólogo, su cuaderno de campo, su mochila y sus botellas de agua: todo lo que llevaría en una caminata de un día.

La búsqueda duró tres semanas. Usaron perros, helicópteros y voluntarios experimentados de grupos de montañismo. Rastrearon un amplio radio desde su campamento, pero no encontraron nada. Notaron varios desprendimientos de rocas recientes en el área, pero su enfoque estaba en buscar un cuerpo resultado de una caída, no en una cueva sellada. Finalmente, la búsqueda se suspendió. Se presumió que Javier Gómez había muerto en un trágico accidente, y años después, fue declarado legalmente fallecido.

Durante 12 años, su familia vivió en el limbo de la incertidumbre. “Siempre supimos que se había ido”, dijo Isabela Gómez, “pero saberlo es diferente a tener pruebas. Durante 12 años, existía esa pequeña posibilidad de que… se hubiera alejado de su vida”.

Esa incertidumbre terminó con el descubrimiento de agosto de 2024. Junto a los restos de Gómez, los rescatistas encontraron su cuaderno de campo. En sus páginas, el Dr. Gómez había documentado meticulosamente sus últimas, desgarradoras 48 horas.

El diario es un testimonio de la repentina mala suerte y la increíble voluntad de sobrevivir.

17 de octubre de 2012, aprox. 11:30 a.m. Gómez encontró una “formación interesante” en una cueva con una entrada parcialmente bloqueada por rocas sueltas, but “lo suficientemente estable como para entrar con seguridad”. Estaba dentro, tomando fotos y muestras.

17 de octubre de 2012, aprox. 12:15 p.m. “Estoy en problemas. …mientras examinaba la pared trasera de la cueva, escuché un sonido como de roca moliéndose. Me di la vuelta y la entrada había colapsado. …No puedo ver la luz del día. …La entrada está completamente bloqueada… Aire parece bien por ahora. No entro en pánico. Tengo mi martillo de roca. Puedo excavar para salir”.

Durante las siguientes horas, Gómez trabajó incansablemente.

17 de octubre de 2012, aprox. 10:00 p.m. “He estado trabajando durante 10 horas… He avanzado quizás 60 cm en la pila. Sigue sin verse ni sentirse el aire libre… La batería de mi frontal está al 30%. …Comí la barra energética. Bebí el resto de una botella de agua. Queda una botella”.

El 18 de octubre, la situación se volvió desesperada.

18 de octubre de 2012, aprox. 7:00 a.m. “De vuelta al trabajo. Mis manos están en mal estado. Cortes, moratones, algo de sangrado. Las envolví con tiras de mi camisa. El trabajo es más duro hoy porque estoy cansado y sediento. Queda media botella de agua”.

18 de octubre de 2012, aprox. 5:00 p.m. “Progreso, pero cada vez es más difícil. …Terminé la última gota de mi agua hace una hora. …Puedo sobrevivir sin comida por un tiempo, pero el agua es crítica. …Mi boca está tan seca que apenas puedo tragar. Si no puedo salir mañana, esto se convierte en una situación de supervivencia grave”.

Gómez sabía que el tiempo se agotaba, pero cometió un error crucial, como él mismo señaló: “Mi localizador satelital está de vuelta en el campamento. Estúpido error”. Sin el dispositivo, nadie recibiría su señal de SOS.

Esa noche, mientras la fuerza lo abandonaba, escribió su última voluntad.

18 de octubre de 2012, aprox. 11:30 p.m. “Tengo que escribir esto por si no lo logro. Isabela, si estás leyendo esto, te quiero. Siento no haber vuelto a casa. Quiero que sepas que lo intenté. … No me arrepiento de hacer este trabajo. No me arrepiento de venir aquí. Esto es solo mala suerte. Ser geólogo fue la mejor decisión que tomé… pero también tengo miedo. No quiero morir aquí”.

El cuaderno continúa, pero la letra se vuelve menos legible. La entrada final, fechada el 19 de octubre alrededor de las 6 a.m., contiene solo unas pocas palabras: “Sigo intentando. no puedo.”

El informe del médico forense concluyó que el Dr. Gómez murió probablemente el 19 o 20 de octubre de 2012, por una combinación de deshidratación, agotamiento y exposición. El martillo de geólogo, con marcas frescas de golpes contra la piedra, todavía estaba en su mano.

El equipo de recuperación determinó la parte más trágica de la historia. Las marcas en las rocas desde el exterior coincidían con sus golpes desde el interior. El Dr. Javier Gómez había estado a menos de un metro de la libertad.

La noticia de su descubrimiento y las palabras de su diario trajeron una ola de dolor, pero también de cierre. “Estoy agradecida de que lo hayamos encontrado”, dijo Isabela Gómez en un segundo servicio conmemorativo en septiembre de 2024. “Ahora sabemos. No sufrió durante mucho tiempo. Intentó salvarse. Fue valiente”.

El detective retirado Miguel Torres, quien trabajó en el caso de persona desaparecida en 2012, reflexionó sobre el fracaso de la búsqueda. “Buscamos en esa área… pero buscábamos un cuerpo o signos de una caída. No buscábamos cuevas selladas. Desde el exterior, esa pared de roca parecía sólida”.

A raíz de la tragedia, la UNAM implementó nuevos y estrictos protocolos de seguridad. Ahora se requiere que todo el personal que realiza trabajo de campo en solitario lleve consigo comunicadores satelitales en todo momento y que se registre dos veces al día.

Isabela Gómez ahora guarda el martillo de roca de su hermano en una estantería junto a una foto de él. “Pienso en él usándolo”, dijo, “golpeando esas rocas hora tras hora… No se rindió. …Era terco y valiente”.

El fondo de becas a nombre de Javier Gómez ha crecido significativamente, financiando a la próxima generación de geólogos apasionados. Y en las Barrancas del Cobre, ahora hay una pequeña placa conmemorativa cerca del lugar.

Para Mateo, Sofía y Diego, los senderistas que lo encontraron, la experiencia fue transformadora. “Ahora, cada vez que veo un desprendimiento de rocas… me pregunto: ¿hay alguien ahí dentro?”, dijo Mateo. “Hay tantas historias ocultas ahí fuera”.

La historia de Javier Gómez es una tragedia de mala suerte y un error solitario. Pero para su hermana Isabela, también es la historia de una vida vivida sin remordimientos. “Javier sabía lo que quería… y lo persiguió toda su vida”, dijo. “Lamentaría cómo murió, pero no cómo vivió. …Y eso es lo mejor que cualquiera de nosotros puede esperar”.

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