
Una desaparición en la “Mujer Dormida”
México es un país de montañas hermosas pero traicioneras. En septiembre de 2016, Laura Méndez, una mujer de 32 años originaria de la Ciudad de México, conocida por su carácter férreo y su amor por el alpinismo, decidió hacer una ruta en solitario por las faldas del Iztaccíhuatl. Laura no era una improvisada; trabajaba en una editorial en la colonia Roma, era meticulosa y llevaba años recorriendo el Eje Neovolcánico. Su cuaderno de viaje detallaba cada gramo de su mochila y cada parada. Sin embargo, lo que planeó como un “reinicio espiritual” de tres días se convirtió en uno de los misterios más dolorosos de la crónica roja mexicana.
Todo cambió con un reporte que, en su momento, fue ignorado por la burocracia. La noche de su desaparición, un grupo de jóvenes que acampaba cerca de Paso de Cortés reportó a las autoridades haber escuchado un grito humano, agudo y desesperado, proveniente de una barranca donde la niebla es espesa y no hay senderos marcados. Vieron un destello de luz, como una lámpara táctica pidiendo auxilio, y luego… oscuridad total.
La ineptitud oficial y la brigada del pueblo
Como suele pasar en México, las primeras horas críticas se perdieron en trámites. La familia de Laura reportó su ausencia, pero la búsqueda oficial tardó en arrancar. Fue entonces cuando la sociedad civil tomó el mando. Doña Ruth, dueña de un paradero turístico local y conocedora de la sierra, armó una brigada con guías locales, un instructor de escalada y radioaficionados.
Lo que encontraron días después fue escalofriante: en una cornisa de difícil acceso, tres letras habían sido talladas recientemente en la piedra volcánica: S.O.S.
El hallazgo confirmaba que Laura estuvo viva tras la primera noche. Pero la montaña parecía burlarse de ellos. Cerca de ahí, hallaron una vieja grabadora de voz. Al reproducirla, solo se escuchaba el silbido del viento y fragmentos de una voz femenina luchando por articular palabras. La falta de claridad dio pie a lo peor de la opinión pública: rumores. En redes sociales y periódicos sensacionalistas se decía que Laura había huido con un amante, que estaba involucrada en deudas o que todo era un montaje. Roberto, su hermano, tuvo que soportar no solo el dolor de la ausencia, sino la crueldad de los chismes que la revictimizaban.
El campamento fantasma en la barranca
Pasaron dos años de silencio absoluto. El caso se había enfriado y archivado como “persona no localizada”. Hasta que, en julio de 2018, un biólogo de la UNAM que investigaba flora en una zona remota de la barranca, encontró una tienda de campaña cubierta de moho y vegetación.
Lo desconcertante no fue el hallazgo, sino la escena: el interior estaba impecable. La ropa doblada, los utensilios de cocina limpios y ordenados. No había signos de violencia, ni de animales, ni de lucha. Parecía que Laura había salido con la intención de regresar en minutos, pero jamás volvió. La Fiscalía reabrió el caso, interrogando a ex compañeros de trabajo y buscando culpables humanos, ignorando que el verdadero enemigo había sido la naturaleza.
La señal desde el abismo
El misterio duró cinco años más, sumando siete en total desde su partida. En el aniversario de la desaparición, la tecnología trajo una nueva y terrorífica esperanza. Un grupo de radioaficionados que probaba equipos de largo alcance cerca del volcán captó una transmisión en una frecuencia de emergencia. Entre la estática de una tormenta eléctrica, una voz femenina susurraba palabras inconexas: “Ayuda… Frío…”.
La señal fue triangulada hacia un sistema de cuevas y tubos de lava inexplorados, una zona de alto riesgo donde el agua de lluvia se filtra con fuerza violentas. El Socorro Alpino y brigadistas veteranos decidieron descender. Sabían que encontrarla con vida era imposible, pero necesitaban respuestas.
El descenso fue una pesadilla de claustrofobia y humedad. En la oscuridad perpetua, encontraron una botella de agua abollada que Roberto reconoció al instante: era la favorita de su hermana. Más profundo aún, marcas en las paredes de roca indicaban que alguien se había arrastrado en la penumbra, buscando una salida.
La revelación final: El secreto en la bota
En una segunda expedición, luchando contra niveles peligrosos de dióxido de carbono y el aumento del agua subterránea, el equipo hizo el descubrimiento definitivo. Atrapada en una grieta, como si hubiera sido colocada intencionalmente para ser vista, estaba una bota de senderismo izquierda.
Al examinarla en la superficie, Roberto notó algo extraño en el tacón: una costura sellada toscamente con cinta adhesiva gris. Al abrirla con un cúter, encontraron un pequeño paquete envuelto meticulosamente en papel aluminio y plástico. Dentro, protegida contra la humedad y el tiempo, había una tarjeta SD.
El contenido de la tarjeta era desgarrador. Contenía datos de GPS que mostraban sus últimos movimientos erráticos, descendiendo hacia la cueva buscando refugio de una tormenta, solo para quedar atrapada por una crecida repentina de agua. Pero lo más impactante fue un archivo de audio de apenas 4 segundos. En él, se escuchaba un susurro final, una palabra que podía ser “Hola” o “Sola”, cortada por el silencio eterno de la piedra volcánica.
Un cierre sin final
Los datos revelaron que Laura quedó atrapada en un sifón natural de la cueva. Ella sabía que el final estaba cerca. Esconder la tarjeta en su bota fue su último acto de voluntad, una manera de asegurarse de que su historia fuera encontrada, de que su familia supiera que no huyó, que no fue víctima de un crimen, sino que luchó hasta el último aliento contra la montaña que tanto amaba.
Hoy, la cueva en el Iztaccíhuatl guarda sus secretos. No hubo un rescate milagroso, pero sí hubo verdad. Laura Méndez dejó pistas y se aseguró de que, incluso siete años después, su voz rompiera el silencio. Para su hermano y su madre, esa pequeña tarjeta digital fue la prueba de que su fe no fue en vano: Laura nunca se rindió.