Eran poco más de las 2 de la tarde de un martes, el 22 de noviembre de 1988, en el Hospital San Vicente de Paula, en la ciudad de Tijuana, Baja California. El Dr. Eduardo Henrique Carvalho, de 42 años, un cirujano respetado y meticuloso, le dijo a la enfermera jefa Irene Aparecida dos Santos que bajaría al sótano para su última pausa para fumar del día. Volvería en quince minutos. Pero nunca lo hizo.
Lo que siguió a esa breve declaración se convertiría en un misterio que atormentaría a Tijuana durante más de tres décadas, alimentando leyendas urbanas y dejando a una familia devastada por la incertidumbre. El caso del Dr. Eduardo, el médico que se desvaneció en el aire, se convirtió en una marca en la historia criminal de la región. Pero 35 años después, en un giro del destino, la verdad salió a la luz de la forma más inesperada y escalofriante posible. Y la respuesta no estaba escondida en un lugar lejano, sino detrás de un muro falso en el mismo hospital donde había desaparecido.
Un Hombre de Hábitos Inquebrantables
El Dr. Eduardo Carvalho era una persona de hábitos fijos, casi rituales. Alto, de 1.85 metros, con cabello castaño y ojos verdes penetrantes, era la personificación de la disciplina. Sus colegas lo describían como obsesivamente puntual y meticuloso, y no se le conocía un historial de faltas o retrasos. El hombre se había casado con su trabajo, permaneciendo soltero y viviendo solo a solo seis cuadras del hospital. Su rutina diaria era tan precisa como un reloj suizo: se levantaba a las 5:30 a.m., leía los periódicos médicos y caminaba al hospital, siempre llegando a las 6:50 a.m. para un turno que comenzaba a las 7:20 a.m.
Una de sus peculiaridades más conocidas era su hábito de fumar tres cigarrillos Derby exactos en cada turno, en el mismo lugar: el sótano del hospital, cerca de la sala de generadores, donde una pequeña ventana proporcionaba algo de ventilación. Era su único vicio, uno que le permitía relajarse brevemente. Lo que nadie sabía, sin embargo, es que el Dr. Eduardo estaba usando esas pausas para su propia investigación. Llevaba un diario médico personal donde no solo anotaba casos clínicos, sino también sus observaciones sobre eventos extraños en el hospital, como la desaparición de medicamentos controlados.
La mañana de su desaparición, Eduardo notó algo que despertó su curiosidad: huellas de barro fresco en el piso del sótano, cerca de la morgue deshabilitada. Cuando regresó para su segunda pausa para fumar, las huellas habían aumentado. Algo no estaba bien. La puerta de la morgue, que debía estar cerrada con llave, estaba entreabierta. Algo lo llamó de vuelta, pero el misterio lo persiguió. Y en la tarde de ese mismo día, cuando bajó para su tercera y última pausa, su búsqueda de la verdad lo llevó a un camino sin retorno.
El Desvanecimiento y el Rastro de la Corrupción
Cuando la enfermera Irene bajó a buscar al Dr. Eduardo, solo encontró un paquete de cigarrillos, dos de ellos aún sin fumar, y su encendedor dorado tirado a tres metros de distancia, como si hubiera caído en medio de un forcejeo. La puerta de la morgue estaba ahora completamente abierta, y el rastro de huellas de barro conducía directamente a su interior. Lo más inquietante fue una nota arrancada de un bloc de notas que se encontró en el lugar. Con la inconfundible letra de Eduardo, decía: “Ellos saben que yo sé MD Sótano, jueves”.
La policía, liderada por el delegado Marcelo Augusto Ferreira, llegó al hospital poco después e inmediatamente se puso a trabajar en el caso. En la morgue, descubrieron señales de uso reciente, a pesar de estar fuera de servicio durante años. También encontraron manchas químicas y pequeños fragmentos de tela. La investigación preliminar reveló que la cerradura de la morgue había sido forzada y que el sistema de ventilación había sido reactivado.
La nota de Eduardo, particularmente las iniciales “MD”, se convirtió en el centro de la investigación. Aunque los investigadores inicialmente pensaron que se refería a una persona, un ex-empleado del hospital, despedido por irregularidades, se acercó a la policía dos años después del suceso, en 1990. El ex-empleado reveló que había un esquema de desvío de medicamentos controlados en el hospital, y que el sótano era el punto de almacenamiento. La morgue deshabilitada se había convertido en el escondite perfecto. Según el ex-empleado, el Dr. Eduardo había descubierto el esquema y fue silenciado para proteger a los involucrados.
Una Búsqueda Incansable que se Volvió una Leyenda
El hermano de Eduardo, Carlos Alberto Carvalho, un ingeniero que conocía bien los hábitos meticulosos de su hermano, nunca aceptó la posibilidad de que su hermano hubiera abandonado su vida. Pasó años contratando detectives, ofreciendo recompensas e incluso consultando a clarividentes en un intento desesperado por encontrar alguna pista. La familia Carvalho nunca se rindió. Los padres de Eduardo murieron sin saber el destino de su hijo, su padre en 1997, y su madre en 2003, todavía con la esperanza de que un día regresaría a casa.
Mientras tanto, en el hospital, el caso del Dr. Eduardo se convirtió en una leyenda urbana. Los empleados de la noche afirmaban ver una figura fantasmal en una bata blanca, caminando por los pasillos a altas horas de la noche. Algunos incluso juraban escuchar pasos que bajaban por las escaleras de emergencia a las 2:10 p.m., la hora exacta en que Eduardo había desaparecido.
En 2010, durante una renovación del hospital, los trabajadores encontraron algunos objetos personales en un ducto de ventilación del sótano: un estetoscopio oxidado, gafas de lectura y trozos de tela que parecían de una bata de médico. Sin embargo, los exámenes forenses no pudieron confirmar si los objetos pertenecían al Dr. Eduardo. La esperanza volvió a desvanecerse.
La Revelación Final
La verdad finalmente emergió en 2023, 35 años después de la desaparición del Dr. Eduardo. El responsable del descubrimiento fue el enfermero Thiago Henrique Oliveira, de 28 años, un hombre conocido por su curiosidad y meticulosidad, características que a muchos de sus colegas les recordaban al propio Dr. Eduardo. Durante una inspección de rutina en el sistema eléctrico del sótano, Thiago notó una pared sospechosa que parecía haber sido construida después del resto de la estructura. El yeso era de un color diferente, y una ligera diferencia en la altura del piso sugería que se había levantado para ocultar algo.
Intrigado, Thiago consultó los planos originales del hospital y confirmó sus sospechas: el muro cubría una antigua sala de almacenamiento de químicos que había sido usada en los primeros años de la morgue. Usando un detector de metales, Thiago confirmó que había objetos metálicos detrás de la pared y que había un espacio considerable. Con esta información, el director del hospital autorizó una investigación oficial.
La apertura del muro se llevó a cabo el 25 de octubre de 2023. El olor químico que escapó de la sala sellada hizo retroceder a todos los presentes, incluido Carlos Alberto Carvalho, el hermano de Eduardo, ahora un hombre de 66 años, que aún seguía cualquier pista relacionada con la desaparición de su hermano.
La linterna de uno de los ingenieros iluminó el interior de la sala secreta. Lo que encontraron allí dentro fue una imagen sacada de una película de terror. En el centro de la sala, había una mesa de acero inoxidable con un esqueleto humano completo, todavía vestido con los restos de una bata de médico. Al lado del esqueleto, perfectamente preservado, había un estetoscopio dorado, el regalo de graduación de su padre, y un carné de identificación con la foto del Dr. Eduardo.
La investigación forense que siguió reveló la macabra verdad: el Dr. Eduardo había sido asfixiado por los gases tóxicos en la habitación. Fue forzado a entrar y dejado a morir lentamente. La sala de almacenamiento de productos químicos se había convertido en un laboratorio clandestino de producción de drogas sintéticas. Los medicamentos que Eduardo había notado que desaparecían eran la materia prima para una operación ilegal mucho más grande. La morgue deshabilitada era el punto de entrada y salida para los productos. Y las iniciales “MD” en su nota no se referían a una persona, sino a un código para “Medicamentos Desviados”, la clave de su descubrimiento.
El Dr. Eduardo había sido silenciado permanentemente para proteger la red de corrupción que involucraba a personal de alto rango del hospital y a la industria farmacéutica. La misma semana de su desaparición, Eduardo había planeado denunciar el esquema a las autoridades de salud estatales. La verdad, aunque tardía, finalmente había salido a la luz.
Gracias al descubrimiento de Thiago, la policía arrestó a tres personas aún vivas que estaban involucradas en el esquema original. Uno de ellos era un exdirector administrativo del hospital que había ascendido a cargos públicos a lo largo de los años. La historia del Dr. Eduardo se convirtió en un símbolo de la corrupción que acecha en las sombras, pero también un testimonio del poder de la perseverancia y la búsqueda de la verdad. Su legado perdura en la memoria de sus colegas y familiares, un recordatorio de que a veces los verdaderos héroes son aquellos que mueren defendiendo la verdad.