El 31 de marzo de 1988, el Iztaccíhuatl, la imponente “mujer dormida” de México, se tragó a tres almas, convirtiendo una expedición familiar de la Ciudad de México en uno de los misterios más perturbadores de la historia del montañismo en el país. Durante 28 años, el destino de Fernando, Susana y Rebeca Mendoza fue un enigma, una historia de advertencia contada en voz baja entre escaladores experimentados. Se asumió una avalancha, una caída en una grieta o simplemente el brutal castigo de la montaña a aquellos que ignoraban sus señales. Sin embargo, el año 2016 trajo una revelación que no solo resolvió el caso, sino que expuso una verdad mucho más siniestra y escalofriante, oculta bajo décadas de hielo y silencio.
La Familia que Buscó lo Auténtico en la Montaña
La historia de los Mendoza comenzó no con la tragedia, sino con la pasión. Fernando, un ingeniero de 42 años, y su esposa Susana, de 38, eran veteranos de las cumbres más desafiantes de América del Norte y de México. Su hija, Rebeca, de 16 años, era una intrépida joven que compartía la misma sed de aventura. Su expedición al Iztaccíhuatl no fue una decisión impulsiva; fue el sueño de dos años de meticulosa planificación. Fernando con su característico casaco naranja, Susana con su distintivo casaco rosa, y Rebeca, orgullosa de su nueva jaqueta azul vibrante, habían estudiado cada detalle, obtenido cada permiso y contratado a los mejores guías. Eran montañistas serios, no novatos.
Sin embargo, algo cambió en su plan. Los registros oficiales sitúan a la familia en un refugio a 4,800 metros el 28 de marzo, donde Fernando, frustrado por las condiciones climáticas adversas y los retrasos, expresó su deseo de encontrar una ruta más “auténtica”. En sus notas personales, recuperadas años después, la ruta oficial se describía como “demasiado comercial y lenta”. Esta búsqueda de un desafío único, de un camino menos transitado, los llevaría a tomar una decisión fatal.
El Glaciar de los Suspiros: El Lado Prohibido del Iztaccíhuatl
La madrugada del 31 de marzo, la familia Mendoza abandonó la ruta oficial. Se dirigieron hacia una zona restringida, un área conocida por los guías locales como el “Glaciar de los Suspiros”, a 5,230 metros de altitud. La entrada a este lugar traicionero estaba marcada por una placa de advertencia, oxidada y casi olvidada, que rezaba en tres idiomas: “Peligro, no avances”. La señal había sido colocada después de que varios escaladores perdieran la vida en la década de 1970. Pero para los Mendoza, la advertencia fue vista como un desafío, no como una barrera. Su confianza en sus habilidades y su deseo de una experiencia pura y sin multitudes los llevaron a ignorar la señal.
Los últimos testigos en verlos con vida recordaron la meticulosidad de Susana y la energía de Rebeca. Fernando lideraba el camino, convencido de que su experiencia en montañas como el Pico de Orizaba les daría la ventaja necesaria para superar cualquier obstáculo. Pero en el Iztaccíhuatl, las reglas de la naturaleza son implacables. Los días siguientes a su partida se caracterizaron por un silencio inquietante. Cuando no regresaron a la base, se iniciaron las búsquedas. A pesar de los esfuerzos heroicos de guías y montañistas de élite, las condiciones climáticas extremas —vientos helados y temperaturas gélidas— limitaron severamente las operaciones de rescate. La única evidencia encontrada fue algunas huellas y restos de comida cerca de la placa de advertencia, una confirmación tácita de que habían entrado en la zona de exclusión.
Un Secreto Congelado durante 28 Años
Durante casi tres décadas, el caso de los Mendoza se convirtió en una leyenda. Las teorías proliferaron: una avalancha repentina, una caída en una grieta oculta. Sin embargo, la verdad permaneció oculta hasta 2016, cuando la tecnología finalmente alcanzó los rincones más inaccesibles del Iztaccíhuatl. El Dr. Patricio Sánchez, un glaciólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), utilizaba drones de alta tecnología para estudiar los efectos del cambio climático en las formaciones de hielo. El Glaciar de los Suspiros, con sus grietas glaciares en constante cambio, se había convertido en un punto de interés particular para su investigación.
El 15 de abril de 2016, un dron de vanguardia exploraba el terreno accidentado a 5,230 metros de altitud. La cámara, con una resolución ultra alta, capturó algo extraordinario en lo profundo de una grieta glacial. Era una figura humana, perfectamente conservada, colgando en una posición invertida. Los colores de la ropa—naranja, rosa, y azul vibrante—coincidieron exactamente con las descripciones históricas de la familia Mendoza. El descubrimiento fue un shock, un momento de escalofriante claridad después de años de incertidumbre. La montaña había guardado su secreto, preservando a sus víctimas como si el tiempo se hubiera detenido.
La confirmación llegó después de semanas de análisis forense y la colaboración con Miguel Mendoza, el hermano de Fernando. Las imágenes del dron no dejaban lugar a dudas. La familia había caído en una grieta glacial, una trampa mortal oculta bajo la nieve fresca. La preservación excepcional de los cuerpos se debió a las condiciones únicas de la zona: temperaturas bajo cero constantes y la ausencia de oxígeno. La teoría inicial del sismo, confirmada por registros sísmicos de 1988, parecía explicar la apertura repentina de las grietas. Pero la historia no terminó ahí. El Iztaccíhuatl no estaba dispuesto a entregar todos sus secretos de golpe.
La Revelación que Cambió Todo
Tres meses después del descubrimiento, la investigación forense reveló algo inquietante. Los especialistas encontraron evidencia de trauma en el cuerpo de Fernando que no podía explicarse por una simple caída. Las fracturas en su cráneo no coincidían con la narrativa del accidente. La posición de los tres cuerpos en la grieta sugería un intento de protegerse, como si hubieran caído huyendo de algo. Fue entonces cuando la Dra. Isabel Trejo, una investigadora forense especializada en casos de montaña, se unió al equipo. Su búsqueda la llevó a un hallazgo aún más extraordinario.
En el equipo de Susana, Isabel descubrió un diario personal que había permanecido legible, protegido de los elementos por una bolsa impermeable. Las últimas entradas, escritas con letra temblorosa, relataban encuentros extraños con otros escaladores en la zona prohibida. Susana describía a un grupo que había establecido un campamento ilegal, involucrados en actividades “sospechosas y peligrosas”. La última entrada, del 30 de marzo, expresaba el creciente temor de la familia y su decisión de abandonar la zona inmediatamente.
Esta nueva evidencia reescribió por completo la historia. La familia Mendoza no fue solo víctima de un accidente natural. Fueron testigos de algo que no debían haber visto, y su presencia en la zona prohibida fue percibida como una amenaza por individuos con motivos oscuros. La caída en la grieta no fue simplemente un accidente causado por un sismo; fue el resultado de una persecución en la montaña. El trauma encontrado en el cuerpo de Fernando sugería un altercado, una lucha en la cima de la “mujer dormida”.
El Legado de los Mendoza
El caso de los Mendoza se ha convertido en un sombrío recordatorio de los peligros ocultos que no figuran en los manuales de montañismo. Su historia, que comenzó como un misterio de la naturaleza, ha evolucionado a una narrativa de intriga y supervivencia. El legado de Fernando, Susana y Rebeca no es solo una advertencia sobre los riesgos de ignorar las señales de la montaña, sino también una lección sobre los peligros humanos que acechan en las cumbres más remotas.
Los protocolos de seguridad en el Iztaccíhuatl han cambiado drásticamente desde entonces. Se implementaron sistemas de rastreo GPS obligatorios y zonas de exclusión más estrictas. La fundación de Miguel Mendoza expandió su alcance para educar sobre la importancia de la seguridad y el respeto por las advertencias, tanto las de la naturaleza como las que nos dan nuestros propios instintos.
El Iztaccíhuatl, la majestuosa y brutal montaña, sigue guardando secretos. El caso de la familia Mendoza nos enseña que algunas de las historias más aterradoras no son las de avalanchas o tormentas, sino las que involucran a otros seres humanos. El Glaciar de los Suspiros no fue solo el lugar de su desaparición, sino el escenario de un crimen, oculto durante casi 30 años por un manto de hielo y silencio. Y su historia, congelada en el tiempo, finalmente ha salido a la luz.