
Larissa Santos había planeado ese viaje a Bonito durante meses. A sus 28 años, madre soltera de una niña de cinco años llamada Júlia, rara vez encontraba un momento para sí misma. Trabajar como enfermera en el hospital municipal de Campo Grande exigía turnos largos y agotadores, pero finalmente había logrado ahorrar suficiente dinero para una semana de descanso en las aguas cristalinas de la región. La decisión de dejar a Júlia con su madre, doña Irene, no fue fácil. Era la primera vez que se separaría de su hija por tanto tiempo desde su nacimiento. Pero el estrés de los últimos meses le había pasado factura.
El padre de Júlia había desaparecido de sus vidas cuando se enteró del embarazo y, desde entonces, Larissa llevaba sola el peso de la responsabilidad. En la mañana del 15 de marzo de 2023, Larissa besó a su hija aún dormida, abrazó a su madre y partió en su Fiat Palio blanco hacia Bonito. Los primeros dos días fueron exactamente lo que necesitaba: fotografió cada momento, enviando mensajes y vídeos a su familia. En las imágenes, aparecía sonriente, relajada, con el cabello castaño suelto al viento y un brillo en los ojos que no se veía desde hacía mucho tiempo.
El miércoles 17 de marzo, Larissa se despertó emocionada por el punto culminante de su viaje: la flotación en el Río de la Prata. Contrató un tour con una empresa de renombre. El guía, Marcelo Ferreira, de 42 años, llevaba más de 15 años trabajando en la región y conocía cada centímetro de los ríos y senderos. El grupo de ocho turistas inició la flotación a las 9:30 de la mañana. Larissa iba en tercera posición. Todo transcurría con normalidad hasta que llegaron a una curva cerrada del río, conocida localmente como el “Codo del Caimán”. Una fuerte ráfaga de viento agitó las copas de los árboles, creando sombras danzantes en el agua. Cuando Marcelo miró hacia atrás para verificar al grupo, notó que Larissa ya no estaba.
Al principio, pensaron que se había retrasado. Pero los minutos pasaban y no había rastro de ella. Tras 40 minutos de una búsqueda desesperada por parte del propio grupo, Marcelo activó el protocolo de emergencia, contactando a los Bomberos y a la Policía Civil. La primera unidad de rescate llegó en menos de una hora. Buzos, drones y equipos terrestres peinaron el río y las orillas. Pero al caer la noche, no había ni una sola pista.
En Campo Grande, doña Irene se sumió en la desesperación. A sus 62 años, la posibilidad de perder a su única hija era insoportable. Júlia, sin comprender la gravedad, preguntaba cuándo volvería mamá. Los días se convirtieron en una semana de búsqueda intensiva sin resultados. La cámara impermeable de Larissa fue encontrada flotando río abajo, pero sus últimas fotos no mostraban nada inusual. Su mochila y su equipo de snorkel nunca aparecieron. Las autoridades, desconcertadas, comenzaron a considerar el peor de los escenarios.
Negándose a aceptar la derrota, doña Irene viajó a Bonito. Usó todos sus ahorros para contratar a Joaquim Almeida, un detective privado, ex-policía civil especializado en casos de personas desaparecidas. Joaquim, movido por la compasión, aceptó el caso y comenzó a rehacer la investigación desde cero, pero con una mirada diferente. Descubrió que, la noche antes de desaparecer, Larissa había cenado y conversado con una familia local que le recomendó visitar un manantial apartado y poco conocido, el “Ojo de Agua de la Esperanza”, ubicado en una propiedad privada.
Joaquim localizó la propiedad, perteneciente a Osvaldo Machado, un granjero solitario de 71 años. Osvaldo admitió que el día de la desaparición, encontró el portón de su finca extrañamente abierto. Llevó al detective al manantial y allí, junto a la orilla de una piscina natural de belleza sobrecogedora, encontraron una huella parcial en el lodo seco, compatible con el pie de una mujer. Este hallazgo cambió todo el enfoque: Larissa había abandonado voluntariamente el grupo y caminado a través de la densa vegetación.
La búsqueda se reanudó con nuevo vigor en el área entre el río y el manantial. Pronto encontraron un trozo de tela azul marino, idéntico al de su traje de baño, enganchado en una rama. Más adelante, perros rastreadores marcaron un punto donde parecía que se había detenido a beber agua. Estaba claro que Larissa había emprendido un viaje deliberado. Pero, ¿por qué? ¿Y qué le sucedió después de llegar al manantial?
Pasaron seis meses. El caso se había enfriado, pero Joaquim no se rindió. Creó una red de informantes locales. Fue así como recibió una llamada de Sebastião Ramos, un pescador de 64 años. Durante sus pescas nocturnas, Sebastião había notado movimientos extraños y masivos en la vegetación cerca de donde Larissa desapareció. No eran compatibles con ningún animal conocido de la zona. Intrigado, Joaquim acompañó a Sebastião una noche. Equipados con binoculares, esperaron en silencio. Cerca de las 2 de la madrugada, observaron un movimiento lento y reptante. Algo descomunal se arrastraba entre la maleza.
A la mañana siguiente, encontraron los rastros: la vegetación aplastada y marcas en el suelo que sugerían el paso de una serpiente de proporciones gigantescas. Joaquim contactó al Dr. Ricardo Pantoja, un biólogo experto en la fauna local. Al ver las fotos, el Dr. Pantoja confirmó que se trataba de una anaconda (sucuri), pero de un tamaño excepcional, posiblemente de más de 10 metros de longitud. Un depredador de ese calibre, explicó, podría atacar presas de gran tamaño, y aunque los ataques a humanos son extremadamente raros, no son imposibles.
Una perturbadora teoría comenzó a tomar forma. Si Larissa regresaba del manantial a través de la mata, podría haberse topado con la criatura. Un ataque de esa magnitud habría sido rápido y silencioso. El equipo, ahora compuesto por el detective, el pescador y el biólogo, organizó una expedición. Tras horas de rastreo, localizaron el refugio del animal junto a un lago. Y allí la vieron. Su cuerpo masivo, que a la distancia parecía un tronco, se reveló como una anaconda de un tamaño que desafiaba la imaginación. El Dr. Pantoja estimó su peso en más de 200 kg.
El animal mostraba una protuberancia significativa en su cuerpo, señal de una comida reciente. Durante una semana, el equipo la vigiló discretamente. Finalmente, la anaconda se movió, y al investigar el lugar donde había reposado, encontraron restos de un capibara. La pista parecía enfriarse, pero el misterio persistía.
Exactamente un año después de la desaparición, en marzo de 2024, la historia llegó a su espeluznante clímax. Durante una sesión de observación, Sebastião notó que la anaconda se comportaba de forma extraña. El Dr. Pantoja identificó los signos: estaba intentando regurgitar algo que no podía digerir. Tras horas de contracciones, la criatura finalmente expulsó un bulto oscuro e irregular. Cuando el animal se alejó, el equipo se acercó con el corazón en un puño. Era una mochila pequeña, parcialmente digerida. Dentro, protegidos por una bolsa de plástico, estaban los documentos de Larissa Santos y un pequeño portarretratos con una foto de Júlia.
La verdad, más horrible que cualquier ficción, había salido a la luz. Larissa había sido atacada y devorada por la anaconda gigante. La noticia conmocionó a la nación. Doña Irene, al recibir la llamada de Joaquim, encontró una extraña paz en la certeza. “Prefiero saber la verdad, por más dolorosa que sea, que seguir viviendo en una falsa esperanza”, dijo.
La tragedia de Larissa Santos no fue el final, sino el comienzo de un profundo cambio. El Congreso Nacional aprobó la “Ley Larissa”, estableciendo nuevos y rigurosos estándares de seguridad para el turismo en áreas naturales. Doña Irene canalizó su dolor y fundó la “Fundación Larissa Santos”, una organización que hoy ayuda a cientos de familias de personas desaparecidas. Júlia, ahora una niña resiliente, participa en la fundación, inspirada en convertir la pérdida de su madre en un propósito.
El guía, Marcelo, se convirtió en un instructor de seguridad para guías turísticos, usando su traumática experiencia para prevenir futuras tragedias. La anaconda, bautizada científicamente como Eunectes murinus bonitensis, se convirtió en objeto de un importante estudio internacional. Dos años después, doña Irene y Júlia visitaron Bonito. En el manantial, instalaron una placa en memoria de Larissa, un recordatorio de que la naturaleza, en toda su belleza, exige respeto y precaución. La historia de Larissa se había transformado, de una tragedia individual, en un poderoso legado de aprendizaje y cambio que continúa protegiendo vidas.