
El mazo golpeó la antigua pared de ladrillos por tercera vez. El polvo de casi ocho décadas de silencio llenó el aire del sótano de la Parroquia de La Candelaria en Puebla. Era marzo de 2024, y el contratista Miguel Hernández no tenía idea de que estaba a punto de descubrir uno de los misterios más inquietantes de México. Cuando la pared finalmente cedió, algo captó el haz de su linterna en la oscuridad del otro lado.
Al principio, pensó que eran escombros de construcción. Luego vio los contornos de restos humanos, un anillo deslucido y los vestigios de tela que no habían visto la luz del día desde que Adolfo Ruiz Cortines era presidente. Miguel Hernández soltó sus herramientas y corrió. Lo que encontraron en esa habitación sellada respondería a una pregunta que había atormentado a Puebla durante 69 años.
¿Qué le pasó a Sofía Morales la noche que entró a la iglesia y nunca salió?
Una Vida Llena de Luz
Sofía Elena Morales nació en una calurosa tarde de julio de 1931 en Tlaxcala. Desde su primer aliento, fue descrita como una niña que traía luz a cada habitación. Su madre, Elena, diría más tarde a los investigadores que Sofía había estado cantando antes de poder hablar correctamente, tarareando cantos religiosos mientras jugaba con sus muñecas.
En 1955, Sofía se había convertido en una joven llamativa. Medía 1,65 m, con cabello castaño que caía en ondas naturales hasta sus hombros y ojos de un verde vivo. Tenía pecas en la nariz que había aprendido a aceptar. Pero quienes la conocieron dijeron que su característica más notable no era física: era su sonrisa, una que hacía que las personas se sintieran genuinamente vistas y valoradas.
A los 24 años, Sofía vivía lo que muchos llamarían una vida bendecida. Era maestra de tercer grado en la Escuela Primaria Benito Juárez en Puebla, donde había trabajado durante 3 años desde que se graduó de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Su salón de clases era conocido como el más colorido y acogedor.
Pero si le preguntabas a Sofía qué la hacía más feliz, no mencionaría su carrera. Hablaría de David.
David Rojas había sido su novio de la secundaria. Se conocieron en un día de campo del grupo de jóvenes de la iglesia. David era alto, callado y amable. Trabajaba como aprendiz de electricista y soñaba con abrir algún día su propio negocio. Su romance fue lento y constante. Se casaron el 15 de abril de 1955, en la misma Parroquia de La Candelaria que se convertiría en el centro del misterio seis meses después. Fue una ceremonia íntima. Todos los que asistieron dijeron que nunca habían visto a una pareja más enamorada.
Para octubre de 1955, llevaban seis meses de casados y vivían en una modesta casa en la Calle de los Fresnos, a tres cuadras de la iglesia. Sofía ya había comenzado a decorar lo que llamaba “el futuro cuarto del bebé”. Su vida tenía un ritmo hermoso. Pero las noches de miércoles y domingos pertenecían a la iglesia. Sofía era profundamente devota. Enseñaba el catecismo a los niños de cinco y seis años. Visitaba a los enfermos con el Padre Roberto Torres, llevándoles consuelo.
Y cada miércoles por la noche, cantaba en el coro. El coro de la parroquia era su pasión. Tenía una encantadora voz de soprano. Quienes la conocieron la describieron como alguien que genuinamente vivía su fe. Creía en ver lo mejor de las personas. En octubre de 1955, Sofía Morales tenía todo por delante. No tenía forma de saber que el 12 de octubre de 1955, su rutinaria práctica del coro de los miércoles se convertiría en la última noche que alguien la vería con vida.
La Noche que se Desvaneció
A las 9:05 p.m. de esa noche, Sofía se acercó a Elena Verde, la directora del coro. Las partituras se guardaban en archivadores en el almacén del sótano. Sofía se ofreció a bajar a buscar más copias de “Pescador de Hombres” para el domingo. Elena le agradeció y se fue.
Otros cuatro miembros, Beatriz Carson, Horacio Webb, Ruth Martínez y Francisco Sullivan, vieron a Sofía dirigirse hacia las escaleras del sótano. Horacio recordó específicamente haberle sostenido la puerta de la escalera. Ella sonrió y le agradeció. “Solo tardaré un minuto”, dijo Sofía alegremente. “No me esperen”.
No lo hicieron. Para las 9:15 p.m., todos los miembros del coro se habían ido. Sofía estaba sola en la iglesia, o eso creían todos.
A las 9:30 p.m., David Rojas miró el reloj. Sofía ya debería haber estado en casa. A las 9:45, comenzó a preocuparse. Llamó a la casa parroquial. Nadie respondió. A las 10:15, David estaba genuinamente asustado. Condujo hasta la iglesia bajo la lluvia. El auto de Sofía todavía estaba en el estacionamiento. La iglesia misma estaba completamente a oscuras. David probó todas las puertas. Cerradas con llave.
A las 10:35 p.m., llamó a la estación de policía de Puebla. El oficial Samuel Campos llegó y encontró a David bajo la lluvia, luciendo indefenso y aterrorizado. El Padre Roberto Torres llegó a las 11:20 con las llaves.
“¡Sofía!”, gritó David. Su voz resonó en el santuario vacío.
Registraron sistemáticamente. El santuario, las oficinas, las aulas, la cocina. Finalmente, descendieron al sótano. Era un espacio grande, sin terminar, utilizado principalmente para almacenamiento. Los archivadores estaban exactamente donde debían estar. Nada parecía fuera de lugar. Pero Sofía Morales no estaba allí.
A la 1:30 a.m., el detective Marcos Díaz llegó. Inmediatamente reconoció la imposibilidad de la situación. El auto de Sofía estaba en el estacionamiento. La iglesia había estado cerrada con llave. No había ventanas rotas ni puertas forzadas. Ella había entrado al edificio y simplemente había dejado de existir.
Una Búsqueda Sin Rastros
La policía de Puebla lanzó una búsqueda intensiva. Voluntarios peinaron cada centímetro del área. Grupos de búsqueda caminaron por los barrios residenciales gritando el nombre de Sofía. Trajeron sabuesos. Captaron el olor de Sofía dentro de la iglesia, lo rastrearon hasta el sótano y luego lo perdieron por completo, como si se hubiera evaporado.
Las teorías se multiplicaron. ¿Secuestro? ¿Pero cómo entró y salió el secuestrador de una iglesia cerrada? ¿Huyó? ¿Pero por qué una joven felizmente casada abandonaría su auto y su bolso? ¿Un final trágico? Pero no había evidencia de violencia, ni señales de lucha.
El Padre Torres fue interrogado. Tenía llaves, pero su ama de llaves confirmó su coartada. Cada miembro del coro fue entrevistado. Todos tenían coartadas. David Rojas fue investigado a fondo, aunque le rompió el corazón al detective Díaz hacerlo. Pero la línea de tiempo de David era hermética. Su dolor era absoluto y genuino.
Las semanas se convirtieron en meses. El caso se estancó. Sofía Morales había entrado a la Parroquia de La Candelaria en una lluviosa noche de octubre y nunca más había sido vista.
El Peso de Siete Décadas
El tiempo avanzó, pero el misterio nunca abandonó Puebla. David Rojas envejeció años en meses. A los 25, parecía de 40. Nunca se quitó el anillo de bodas. Nunca tuvo una sola cita. Vivió en la casa de la Calle de los Fresnos con el cuarto de bebé pintado de amarillo que nunca albergaría a un niño, esperando a una esposa que nunca volvería a casa.
La Parroquia de La Candelaria luchó con la tragedia. La asistencia bajó. El sótano se convirtió en un lugar que la gente evitaba.
En 1960, Sofía Morales fue declarada legalmente ausente. David celebró una misa en su memoria. La iglesia estaba llena. David se derrumbó durante la ceremonia, sollozando tan fuerte que dos amigos tuvieron que ayudarlo a salir.
David desarrolló problemas cardíacos a finales de sus 50. En 1988, en lo que habría sido su 33º aniversario de bodas, tuvo un ataque cardíaco masivo. Falleció a los 59 años. En su funeral, su hermano leyó una carta que David había escrito: “Nunca dejé de creer que descubriría qué le pasó a Sofía. Nunca dejé de amarla. Si hay un más allá, tal vez finalmente obtenga mis respuestas. Tal vez finalmente la traiga a casa”.
La historia se convirtió en leyenda en Puebla. Algunos afirmaban que el edificio estaba embrujado. La mayoría lo descartó como cuentos de fantasmas. El archivo del caso acumulaba polvo en el almacenamiento de casos fríos de la policía.
El Muro Cede
Y entonces llegó marzo de 2024. La fundación de la iglesia mostraba un deterioro grave. El comité parroquial aprobó un proyecto de renovación. El 11 de marzo, Construcciones Hernández notó algo inusual. La pared norte del sótano, que todos asumían que era externa, era mucho más gruesa de lo que indicaban los planos.
Usando imágenes térmicas, detectaron un espacio vacío detrás de ella. Consultaron con el comité. Determinaron que la pared no era original. Según los registros, había sido construida en 1945 para sellar un espacio estructuralmente defectuoso que se suponía estaba vacío.
El 14 de marzo, Miguel Hernández recibió permiso para abrir la pared. A las 2:15 p.m., comenzó a quitar ladrillos. Cuando iluminó la oscuridad, su sangre se heló. Vio huesos. Restos humanos. E inmediatamente llamó a la policía.
La antropóloga forense Dra. Emilia Dávila, de la Fiscalía General del Estado de Puebla, documentó meticulosamente la escena. Los restos eran esqueléticos, pero el clima seco y el ambiente sellado habían preservado ciertos elementos notablemente bien. Fragmentos de tela consistentes con la década de 1950. Y, lo más importante, una alianza de bodas de oro.
Dentro de la banda, apenas visible, había un grabado: “DR y SM 15 de abril 55”.
El 20 de marzo de 2024, la policía de Puebla anunció: “Creemos que hemos encontrado los restos de Sofía Morales”. La noticia explotó. La mujer que se había desvanecido de una iglesia cerrada había estado allí todo el tiempo.
Un Misterio Resuelto, Otro Creado
El descubrimiento planteó tantas preguntas como respondió. ¿Cómo terminó Sofía en ese espacio sellado?
El análisis de la Dra. Dávila reveló detalles cruciales. El esqueleto era consistente con una mujer de unos 20 años y 1,65 m de altura. Más significativamente, había evidencia de una fractura severa en el cráneo. Una lesión que pudo haber tenido un desenlace fatal. Pero después de 69 años, era imposible determinar si esa fractura ocurrió antes o después del suceso. Podría haber sido causada por una caída, un golpe, o incluso por materiales pesados que cayeron sobre ella cuando el espacio fue sellado.
Las pruebas de ADN genealógico de los familiares supervivientes de Sofía mostraron marcadores familiares consistentes con los restos. Era ella.
La teoría más plausible es esta: Sofía fue al sótano. De alguna manera, descubrió o accedió accidentalmente al antiguo espacio. Quizás una abertura mal sellada, quizás cayó a través de tablas podridas. En la oscuridad, algo salió terriblemente mal. Pudo haberse caído, golpeándose la cabeza. Pudo haberse desorientado. Pudo haber pedido ayuda que nadie escuchó.
Y entonces, esta es la parte que atormenta a los investigadores. Alguien pudo haberla encontrado, no para ayudar, sino para ocultar. Los registros de la iglesia indican que el espacio fue sellado en 1946. ¿Pero qué pasa si eso no es del todo cierto? Los registros de mantenimiento del edificio de finales de 1955 están desaparecidos. Si alguien supo lo que realmente sucedió, se llevó ese conocimiento a la tumba.
El caso fue reclasificado como una investigación de deceso sospechoso. Pero después de 69 años, no habría arrestos ni juicio.
En junio de 2024, los restos fueron entregados a la familia de Sofía. Celebraron un funeral, el que David Rojas había anhelado celebrar durante 33 años. Sofía fue sepultada en el Panteón Municipal de Puebla, junto a la parcela donde David había sido sepultado en 1988. Su lápida lleva una inscripción simple: “Sofía Elena Morales, 1931 – 1955. Amada esposa, maestra, amiga. Finalmente en casa”.
La Parroquia de La Candelaria luchó con qué hacer. Finalmente, el edificio fue desacralizado y vendido. Ahora se está convirtiendo en un centro de artes comunitarias. Donde fue encontrada, han instalado una placa conmemorativa.
Sabemos el qué: Sofía tuvo su final en esa iglesia en octubre de 1955. Sabemos el dónde: en un espacio sellado que se convirtió en su lugar de descanso final. Lo que no podemos saber es el por qué o el quién. ¿Fue un trágico accidente o algo más oscuro? Estas preguntas cuelgan en el aire, como el polvo que se levantó cuando ese muro finalmente cayó.