
El chofer de autobús, Walter Harmon, un hombre que ha dedicado su vida a las bulliciosas rutas escolares de la Ciudad de México, se ha convertido en una figura paterna y protectora para una joven que ha sufrido un trauma inimaginable. Hace cinco meses, Walter ayudó a desenmascarar el abuso que Rory Carson, una de sus pasajeras, había sufrido a manos de su padrastro, Greg Whitmore. En ese momento, Walter sintió una inmensa satisfacción al pensar que la pesadilla de la adolescente había terminado y que finalmente podría sanar. Pero el destino, con su retorcido sentido del humor, tenía otros planes. Ahora, en el crepúsculo de su propia vida, Walter descubre que el peligro para Rory no solo no ha terminado, sino que es más cercano y más letal de lo que jamás hubiera imaginado.
Walter Harmon, con sus casi 60 años, ajustó el espejo de su autobús amarillo mientras el sol de otoño iluminaba las calles de la colonia Willow Glenn. Han pasado cinco meses desde que la vida de Rory cambió para siempre, y también la suya. Desde el día en que encontró pastillas anticonceptivas escondidas debajo del asiento de Rory, Walter se vio envuelto en una historia que superaba la ficción. Ahora, con un diagnóstico de cáncer de pulmón en fase temprana, su atención se ha desviado hacia su propia mortalidad, pero su instinto protector sigue alerta, especialmente cuando se trata de Rory.
Rory, ahora de 14 años, se ha mudado con su madre, Laura, y su abuela, Eleanor. Aunque ya no tiene la mirada de una presa, un aura de silencio la envuelve, una quietud que parece fuera de lugar en una adolescente de su edad. Su abuela, Eleanor, la vigila con una firmeza que bordea la obsesión. «No terminaste el desayuno otra vez», le regaña, y le da a Rory una expresión de clara desaprobación. Laura, la madre de Rory, trata de moderar la estricta disciplina de Eleanor, pero es evidente que la abuela no está dispuesta a ceder en sus métodos anticuados.
A pesar de las apariencias de una vida normal, Walter nota los susurros y las risitas en el autobús. La historia de Rory se ha filtrado en la pequeña comunidad de Willow Glenn, convirtiéndola en el blanco del acoso escolar. Los rumores y la especulación han hecho que Rory se aísle aún más, un pequeño islote de soledad en el ruidoso océano de la adolescencia. Su postura se tensa cuando una bola de papel arrugado aterriza en su asiento, acompañada de risas reprimidas. Walter, con la voz firme, advierte a los estudiantes que dejen de molestar a Rory, pero sabe que su intervención solo es una solución temporal.
La inquietud de Walter alcanza su punto máximo cuando ve a Rory interactuando con un chico mayor, Nathan Wells, a la entrada de la escuela. La postura confiada y la sonrisa deliberada del joven activan las alarmas de Walter. ¿Por qué un estudiante mayor le prestaría tanta atención a una niña con la reputación de Rory? La situación se vuelve aún más extraña cuando Rory, con un tinte de molestia, le dice a Walter que no necesita su protección. A pesar de la extraña reacción de la adolescente, Walter decide seguir a su instinto.
Mientras Walter espera en el salón de profesores, sus pensamientos vuelven a Greg Whitmore. No ha sabido nada del caso desde hace meses. La incertidumbre lo carcome hasta que no puede ignorarla. Usa una computadora de la biblioteca de la escuela para buscar información sobre el caso. El titular de un artículo de hace tres semanas le hiela la sangre: «Hombres locales liberados en libertad condicional tras alegar problemas de salud mental». Un escalofrío recorre la espalda de Walter al enterarse de que Greg y sus cómplices han sido liberados. El juez aceptó la defensa de que Greg era un hombre con traumas sin resolver. ¿Cómo era posible que no hubiera recibido ninguna notificación? Walter marca el número de Laura, la madre de Rory. El silencio del otro lado de la línea le da la respuesta que necesita. Laura tampoco lo sabía.
La madre de Rory le asegura a Walter que, a pesar de la libertad condicional de Greg, deben ser precavidos. Walter le promete que vigilará a Rory y que reportará cualquier cosa sospechosa de inmediato. Después de la llamada, Walter se dirige a su autobús para prepararse para la ruta de la tarde, pero antes de llegar, nota algo que activa todas sus alarmas. A pesar de ser hora de clase, ve a Rory saliendo furtivamente de la escuela, seguida de cerca por Nathan. Walter los sigue. Los encuentra cerca de un hueco en la valla que separa el patio de la escuela de un área boscosa.
La confrontación es tensa. Walter los regaña por abandonar la escuela durante el horario escolar. Rory, avergonzada y enojada, insiste en que no necesita su protección. La mirada de Walter se endurece. «¿Cuál es tu interés en Rory?», le pregunta a Nathan. El joven se encoge de hombros y se marcha. A pesar de que Walter se siente incómodo por la situación, se pregunta si está siendo demasiado protector. ¿Podría ser que el interés de Nathan sea genuino y que Rory finalmente esté saliendo de su caparazón?
Las palabras de la maestra de Rory, Miss Margaret, refuerzan la idea de que Walter tal vez está siendo demasiado protector. «Quizás este sea el primer paso de Rory para socializar de nuevo», le dice. Walter se encuentra con Nathan de nuevo, esta vez el joven le pide un favor. Le ha escrito una carta a Rory y le pide a Walter que la ponga en su asiento para sorprenderla. Con las palabras de Miss Margaret resonando en su mente, Walter acepta.
Cuando Rory sube al autobús, Walter observa cómo la cara de la adolescente se ilumina al descubrir la carta. Una rara sonrisa se extiende por su rostro. «Mira, la rara recibió una carta de amor», susurra una de las chicas. Walter las calla, pero su corazón se llena de esperanza. Quizás el interés de Nathan sea genuino, y este sea el primer paso de Rory hacia una vida adolescente normal y feliz. La esperanza de Walter se desvanece cuando Rory se le acerca, pidiéndole que la deje en una parada que no es la suya. Su excusa, «Solo necesito hacer una parada antes de ir a casa», no convence a Walter. A pesar de su insistencia, Walter se niega a desviarse de su ruta sin el permiso de su madre.
El viaje de regreso a casa es interrumpido por un sedán oscuro que casi choca con el autobús de Walter. El corazón de Walter se acelera, pero el carro se aleja rápidamente. Al llegar a la parada de Rory, la madre de la niña, Laura, la recibe con un cálido abrazo. «Gracias, Walter. Apreciamos todo lo que haces», le dice, y la gratitud en su voz es genuina. Walter ve a madre e hija caminar hacia la casa, sintiendo que a pesar de todo, el amor y el apoyo de su madre podrían ser suficientes para ayudar a Rory a sanar.
Con el peso de la jornada sobre sus hombros, Walter se dirige a su propia casa. Sin embargo, en el camino, su instinto de protección lo traiciona. Ve a Rory y a Nathan caminando juntos. Vuelve a llamar a Laura, quien le confirma que ella le dio permiso a Rory para ir a dar un paseo con el joven. Walter le asegura que él está cerca y que se mantendrá a una distancia segura, para tranquilidad de Laura. Desde su auto, observa a la pareja, sus palabras de advertencia a Miss Margaret resuenan en su mente. «Estoy siendo paranoico, viejo», se dice a sí mismo. Sin embargo, algo en el lenguaje corporal de Nathan le recuerda a los depredadores que acecharon a su propia hija hace años, y su instinto le dice que no se vaya.
Su paranoia se justifica cuando el mismo sedán oscuro de antes se acerca al parque. Con un sobresalto, Walter recuerda la fisonomía del hombre que casi choca con su autobús. Con el corazón en la garganta, Walter se pone un gorro y unas gafas de sol, sale de su coche y se dirige al parque, manteniendo su distancia. A lo lejos, ve a un hombre calvo salir del sedán. De otro carro que acaba de llegar, salen dos hombres más. El mundo de Walter se desmorona cuando ve a uno de ellos: Greg Whitmore, el padrastro de Rory. A pesar de los meses, no hay duda de que es él. Su corazón se encoge al ver el monitor en el tobillo de Greg. La traición se hace aún más profunda cuando la puerta del segundo carro se abre y de él sale la persona menos esperada: Eleanor, la abuela de Rory.
Walter se esconde detrás de un roble, el aire se le va de los pulmones cuando escucha a Eleanor. «Recuerda nuestro trato», le dice a Greg con voz fría y dura. En sus brazos, Greg sostiene algo: un bebé. Walter se da cuenta de que es el bebé de Laura. «Y tú, ¿recuerdas el tuyo?», le responde Greg. «No hay forma de que puedas convencer a Laura de que me perdone. Quiero esa parte de la herencia que me prometiste. De lo contrario…», Greg hace un gesto de degollarse con la mano libre. «No hay necesidad de violencia», responde Eleanor. «Tenemos un objetivo en común. Deshacernos de esa apestosa adolescente». Eleanor le entrega un cheque a Greg. «Y lo más importante, quiero que la hagas feliz. Cueste lo que cueste, solo hazla feliz y sé una familia feliz, incluso si tengo que pagar para que lo seas».
La traición de Eleanor es tan impactante que Walter lucha por contener la náusea. La abuela, que parecía ser la protectora estricta de Rory, es en realidad la líder de una conspiración que la pone en un peligro aún mayor que antes. ¿Por qué haría algo así? ¿Qué podría motivar a una abuela a traicionar a su propia nieta? La respuesta a esa pregunta se esconde en el oscuro corazón de Eleanor, una mujer con un objetivo siniestro. Mientras Greg acuna al bebé de Laura en sus brazos, una sonrisa siniestra se dibuja en sus labios. El final de esta historia aún no está escrito. Y Walter, a pesar de su diagnóstico de cáncer, sabe que no puede quedarse de brazos cruzados. Debe actuar antes de que sea demasiado tarde.