La libreta roja de la muerte: El diario de una profesora desaparecida expone el terrible secreto del delegado y su cómplice millonario

Valle de los Sauces, México. El sol de la mañana de junio de 1999 apenas comenzaba a calentar las calles empedradas de este pueblo colonial cuando la campana de la Iglesia del Rosario sonó. Las nueve de la mañana. Una hora que para la mayoría significaba el inicio de un nuevo día, pero que para Álvaro Rivas, el respetado delegado de policía, marcaría el inicio de una farsa que duraría cinco años.

Con los ojos enrojecidos y la voz quebrada, apareció en televisión, una imagen que un pueblo entero se negaba a creer. ¿El delegado, el hombre de la ley, pidiendo ayuda pública? “Pido a la población de Valle de los Sauces que me ayude a encontrar a mi esposa, Marta Rivas”. Su dolor parecía genuino, pero ocultaba una verdad tan oscura que nadie, ni siquiera los vecinos más observadores, podían imaginar.

Marta, la profesora de 42 años, conocida por su inquebrantable rutina, había salido de misa ese martes y se había desvanecido en el aire. Nadie la vio regresar. La última persona en verla, la panadera Doña Conceição, notó algo extraño: un nerviosismo que no era propio de la profesora. “Siempre se detenía a charlar”, diría después, “pero ese día solo se despidió y se alejó como si la persiguieran”.

Lo que la gente no sabía era que Marta no huía de nadie, sino que se dirigía directamente al peligro. Llevaba semanas acumulando evidencia. Los horarios de llegada tardía de su esposo, las llamadas secretas y los documentos que encontró escondidos en su oficina. Lo había anotado todo en una pequeña libreta de tapas rojas, un cuaderno escolar que se había convertido en su diario de sospechas. Esa mañana, antes de salir para la iglesia, había dejado una nota crucial sobre la mesa de la cocina: “Álvaro, necesito hablar contigo cuando vuelva. Es importante. M.” Un mensaje que, sin saberlo, sellaría su destino.

La noticia de su desaparición se esparció como pólvora en el pueblo. Las sospechas y los chismes volaron por todos los rincones. Helena Dávila, la hermana de Marta, llegó desde la Ciudad de México y, con el corazón destrozado, se instaló en la casa de su cuñado para coordinar la búsqueda. “Mi hermana no desaparece así”, insistía con la voz llena de furia y desesperación. “Algo le pasó y lo voy a averiguar”.

El pueblo se volcó en la búsqueda. Carteles con el rostro de Marta aparecieron en cada poste de luz. Grupos de voluntarios, organizados por el mismo delegado Álvaro Rivas, rastrearon la región. La dedicación del delegado parecía incansable, pero para aquellos que lo conocían bien, había algo en su mirada, un nerviosismo latente que no cuadraba con el dolor de un esposo. El caso se volvió aún más extraño cuando Jonas Castañeda, uno de los hacendados más ricos y poderosos de la región, ofreció una recompensa de 10,000 pesos por cualquier pista. “Nunca vi a Jonas tan preocupado por algo que no fuera su ganado”, comentó la panadera Doña Edite.

A medida que pasaban los meses, las pistas se agotaban. Algunos testigos clave, como el albañil Edmundo Farias, que afirmó haber visto un coche negro cerca de un rancho la mañana de la desaparición, de repente se retractaron. “Mejor no meterse en problemas”, dijo, el miedo en su voz más fuerte que su arrepentimiento. El pueblo entero parecía haber firmado un pacto de silencio, bajando la voz cada vez que Helena se acercaba. Con el tiempo, la conmoción se convirtió en resignación. El caso fue archivado. La casa de Marta y Álvaro, que una vez fue el hogar de la felicidad, se convirtió en una tumba de abandono, con las ventanas cerradas y el jardín lleno de maleza.

Cinco años de silencio se hicieron añicos. El mes de mayo de 2004, un grupo de voluntarios ayudaba a Doña Margarida a limpiar un terreno abandonado en las afueras del pueblo. Entre ellos estaba Edmundo Farias, el mismo albañil que se había retractado años atrás. Con su picota, se encontraba cavando en una pila de escombros cuando su herramienta golpeó algo suave pero firme. Al cavar más, un trozo de tela azul marino descolorida apareció de la tierra. A su lado, un objeto rígido: un bolso de cuero marrón. Era el bolso de Marta.

El silencio se apoderó de los hombres. El terror se apoderó de ellos. Acababan de descubrir una tumba. “Nadie toque nada”, exclamó Edmundo, la voz temblorosa, “tengo que llamar a la policía”. El trabajo de limpieza se detuvo. Todos sabían que lo que acababan de encontrar no era un accidente, sino una escena del crimen que había estado oculta durante cinco largos años.

Cuando la policía llegó, Edmundo, con el rostro pálido, le contó a un perito que había algo más. “Sentí algo dentro del bolso. Algo duro como un libro”. Con guantes de látex y extremo cuidado, el perito abrió el bolso. Envuelto en una bolsa de plástico, para protegerlo de la humedad, estaba una pequeña libreta de tapas rojas. Un diario escolar.

Las páginas amarillentas y pegajosas revelaron la verdad en toda su crudeza. Las anotaciones de Marta eran un testimonio vivo de sus últimos días. “Álvaro recibió 15,000 en efectivo. Dice que fue un atraso del gobierno, pero no tiene sentido”. La libreta mencionaba a Jonas Castañeda y otros hacendados, involucrados en lo que Marta descubrió era un esquema de liberación de ganado robado a cambio de sobornos. La última anotación, escrita con una letra frenética, selló su destino y reveló la verdad: “Encontré los documentos en el cajón. Voy a la redacción del periódico después de misa. El reportero necesita saber sobre el esquema antes de que sea demasiado tarde”.

El perito se estremeció. Marta no había desaparecido. Había sido silenciada. El diario era su voz póstuma, un grito de justicia desde la tumba.

La noticia del hallazgo se filtró y la rabia colectiva explotó. Álvaro Rivas fue apartado de su cargo, y la residencia familiar fue registrada. Los documentos que Marta había mencionado fueron encontrados. Jonas Castañeda fue convocado a declarar, y su fachada de hombre generoso se desmoronó. Edmundo Farias, finalmente libre del miedo, confesó la verdad que había mantenido enterrada en su corazón: “Sí, vi la camioneta negra de Jonas Castañeda ese día, cerca del terreno… Me dio miedo hablar porque es un hombre poderoso”. Su testimonio abrió la puerta para que otros, silenciados por el temor, se presentaran.

El caso de Marta Rivas se convirtió en un escándalo nacional. La mujer que había sido solo una cifra en un expediente archivado, se reveló como una heroína anónima que sacrificó su vida por la verdad. El terreno de Doña Margarida se transformó en un lugar de peregrinación, donde la gente dejaba flores en memoria de la profesora valiente. Ahora, cada vez que las campanas de la Iglesia del Rosario suenan a las nueve de la mañana, un pueblo entero se detiene, recordando a la mujer que un día salió de misa en busca de justicia y nunca regresó a casa.

Related Posts

Our Privacy policy

https://tw.goc5.com - © 2025 News