
Un deshielo que reveló el horror
En febrero de 2017, la pequeña localidad de Whitefish, Montana, experimentó un alivio climático inusual. Tras semanas de un invierno implacable, el sol comenzó a calentar los bosques alrededor del lago Beaver, derritiendo la nieve en parches irregulares y exponiendo la tierra húmeda. Fue en este escenario de transición estacional donde dos adolescentes locales, buscando una aventura vespertina, se toparon con una escena que cambiaría la historia del pueblo para siempre.
En un claro del bosque, alejado de las rutas turísticas habituales, se alzaba un muñeco de nieve. Pero no era la típica figura festiva y redonda de las postales navideñas. Era una estructura gigantesca, torcida y cubierta de capas de suciedad y agujas de pino, como si hubiera estado allí resistiendo el paso del tiempo y los elementos. La figura parecía amenazante, inclinada como si esperara su inevitable destrucción bajo el sol. Movidos por la curiosidad, los chicos se acercaron, bromeando sobre el aspecto grotesco de la escultura. Las risas se cortaron en seco cuando uno de ellos notó algo que rompía la uniformidad del hielo sucio.
Del costado medio derretido de la figura sobresalía una mano humana. Estaba pálida, con ese tono azulado que deja el frío extremo, y en uno de los dedos brillaba un anillo de plata. Ese grito en el bosque marcó el fin de la búsqueda de Ellen Sanford, una maestra de 24 años que había desaparecido dos meses atrás, y el comienzo de una investigación sobre uno de los secretos más oscuros y tristes ocultos en los bosques de Flathead.
El último paseo de Ellen
Para entender el horror del hallazgo, hay que retroceder al 12 de diciembre. Aquella mañana, Ellen Sanford decidió aprovechar el día libre y el aire cristalino para hacer lo que más amaba: caminar en soledad por la naturaleza. Las cámaras de seguridad y los testimonios reconstruyeron sus últimos pasos con una claridad dolorosa. Salió de casa equipada, tomó un café en el “Nordic Brew” donde sonrió al personal y comentó sobre el buen clima, y finalmente abordó un autobús conducido por Frank Calder.
Calder la recordó vívidamente. Ellen fue amable, saludó y pidió bajar en una parada no oficial cerca del sendero Sweet Creek. Al descender, ajustó su mochila, saludó al conductor con la mano y se adentró en la línea de árboles. Esa fue la última vez que alguien la vio con vida. Horas después, una tormenta de nieve feroz azotó la región, cubriendo el bosque con casi un metro de nieve nueva y borrando cualquier rastro, huella o pista. Durante semanas, los equipos de búsqueda peinaron la zona con tecnología térmica y perros, pero el bosque se la había tragado. La nieve, que ella tanto amaba, se había convertido en un manto de silencio impenetrable.
La “Muñeca” dentro del hielo
Cuando la policía de Flathead llegó al lugar del hallazgo en febrero, confirmaron que la estructura de nieve no era natural ni aleatoria. Al desmontar cuidadosamente las capas compactadas, encontraron el cuerpo de Ellen en posición fetal, comprimida como si alguien hubiera intentado doblarla para que ocupara el menor espacio posible. Pero lo que realmente perturbó a los experimentados forenses no fue la causa del deceso —hipotermia lenta—, sino la escena meticulosamente preparada.
Ellen no llevaba su propia ropa técnica de esquí. En su lugar, vestía un suéter navideño de talla infantil, rojo brillante con renos, que le quedaba grotescamente pequeño y apretado. Su rostro estaba maquillado: mejillas con círculos rojos exagerados y labios pintados de rosa, evocando la imagen de una muñeca de trapo o un juguete antiguo. Su cabello estaba recogido en dos coletas con ligas de estrellas de plástico. En su bolsillo, pegado al cuerpo, había un bastón de caramelo de menta.
No había signos de lucha, ni marcas de defensa, ni violencia sexual. Las ataduras en sus muñecas eran de bufandas de lana suave, diseñadas para inmovilizar sin lastimar. El responsable no la había atacado con furia; la había transformado. La había despojado de su identidad de mujer adulta para convertirla en un personaje de una fantasía infantil.
El perfil de un “niño” en el bosque
El detective Marcel Rosario y la psicóloga forense Leela Kendrick se enfrentaron a un rompecabezas complejo. El perfil criminal no apuntaba a un depredador sádico. La ausencia de violencia física bruta y la naturaleza “cariñosa” pero delirante de la escena (el abrigo de nieve, la ropa festiva, el caramelo) sugerían una regresión psicológica severa. El perpetrador probablemente era un hombre local, aislado, que sufría de un desarrollo mental detenido o un trauma severo vinculado a la Navidad y al invierno.
Kendrick teorizó: “No la ve como una persona real. Para él, ella es un juguete, parte de un mundo ficticio que reemplaza la interacción social. No mata por odio, sino para congelar el momento y continuar su juego”.
Rastreando archivos antiguos, Rosario encontró la pieza clave. En 1998, un niño de 10 años llamado Tobias Wayne había sido hospitalizado por congelación tras ser encerrado por sus padres en un sótano helado como castigo en Nochebuena. Ese niño, víctima de abuso severo, había pasado por el sistema de acogida mostrando comportamientos regresivos y una obsesión con los rituales invernales, antes de desaparecer del radar social al cumplir 18 años.
La cabaña de la Navidad Eterna
La policía localizó la cabaña del abuelo de Tobias, una estructura en ruinas accesible solo a través de caminos olvidados. Lo que el equipo SWAT encontró allí fue una visión surrealista. En medio de la primavera incipiente, la cabaña estaba rodeada de guirnaldas podridas y adornos hechos de basura y huesos de animales pequeños.
El interior era un museo de la locura. Las paredes estaban empapeladas con recortes de revistas de familias felices en Navidad y dibujos infantiles de muñecos de nieve. En el centro de la habitación, un maniquí hecho de almohadas vestía la chaqueta azul de esquí de Ellen, con los brazos abiertos en un eterno abrazo. Había cuentos de hadas abiertos, pinturas que coincidían con el maquillaje de la víctima y la licencia de conducir de Ellen usada como marcapáginas en una historia sobre una “princesa de nieve”.
Tobias Wayne había estado viviendo allí, en una Navidad perpetua, aislado de la realidad, recreando una y otra vez la única época del año que marcó su psique para siempre.
“Se suponía que no debía derretirse”
Encontraron a Tobias poco después, cerca de un arroyo detrás de la cabaña. Era un hombre adulto, pero su comportamiento era el de un niño pequeño absorto en su juego. Estaba intentando moldear una bola de nieve con el fango derretido, llorando desconsoladamente.
Cuando los oficiales se acercaron, no opuso resistencia. No entendía la gravedad de sus actos ni la presencia de la autoridad. Con la mirada perdida y las manos sucias de barro helado, murmuró las palabras que cerraron el caso: “La princesa de nieve se durmió. Le hice un castillo blanco para mantenerla caliente. El sol lo arruinó… ella se derritió. Yo solo quería que fuera feliz”.
Para Tobias, Ellen no había fallecido. Simplemente, el juego había terminado mal porque “el sol salió”. Había intentado preservarla dentro del muñeco de nieve, creyendo en su delirio que estaba construyendo un refugio mágico, no una tumba helada.
Un final sin villanos tradicionales
El juicio fue breve y doloroso. Los expertos psiquiátricos confirmaron que Tobias padecía esquizofrenia con una regresión profunda a una edad mental de unos ocho años. No tenía comprensión de la irreversibilidad de la muerte ni de la moralidad de sus acciones. Fue declarado no culpable por razones de demencia y confinado indefinidamente en el Hospital Psiquiátrico Estatal de Montana.
La familia de Ellen, devastada pero consciente de la naturaleza trágica del perpetrador, canalizó su dolor fundando “Safe Paths”, una organización para proporcionar balizas de seguridad a excursionistas solitarios.
Hoy, el área alrededor del lago Beaver sigue teniendo una atmósfera pesada. Los lugareños evitan el claro donde apareció el “muñeco de nieve”, recordando que, a veces, el mal no nace de la crueldad, sino de una inocencia rota que, en su intento desesperado por jugar y ser amada, terminó causando un daño irreparable. Ellen Sanford se convirtió en la víctima de un cuento de hadas que nunca debió ser escrito.