“El Monstruo del Bosque Tenía Placa: La Doble Vida del Hombre que Secuestró a Mariana”

La Sierra Madre Oriental, con sus majestuosos picos y densos bosques de pinos y encinos que abrazan los estados de Nuevo León y Coahuila, es un orgullo nacional y un refugio para miles de aventureros. Sin embargo, bajo la imponente belleza de parajes como el Parque Nacional Cumbres de Monterrey, a veces se esconden historias que hielan la sangre y desafían nuestra confianza en la autoridad. Esta es la crónica de Mariana Rojas, una joven regiomontana llena de sueños cuya pasión por la fotografía la llevó al corazón de la montaña, y cuyo destino final reveló una traición inimaginable por parte de quien juró resguardar esos senderos.

La Pasión por la Montaña

Mariana, nacida y criada en San Pedro Garza García, creció admirando el Cerro de la Silla y las montañas circundantes. Hija de un arquitecto y una profesora, era una joven centrada, independiente y profundamente enamorada de los paisajes de su tierra. A sus veinticinco años, aunque trabajaba en diseño gráfico, su verdadero espíritu despertaba cada fin de semana cuando preparaba su mochila y se adentraba en la naturaleza con su cámara profesional.

Aquel agosto, Mariana planeó una excursión en solitario por una ruta poco transitada cerca de la zona de Chipinque, conectando hacia la parte alta de la sierra. No era una novata; conocía los mapas, sabía orientarse y llevaba el equipo adecuado para el clima cambiante de la montaña. Se despidió de sus padres y de su hermana menor, Sofía, prometiendo regresar para la carne asada del domingo. Su coche quedó estacionado en la entrada del parque, esperando un regreso que no sucedería en la fecha prevista.

El Silencio de la Sierra

Cuando el domingo cayó la noche y Mariana no apareció, la preocupación de la familia Rojas se transformó rápidamente en pánico. Las llamadas a su celular mandaban directo a buzón. La primera respuesta de las autoridades locales fue burocrática: “Hay que esperar 72 horas”, “seguro se perdió un poco”. Pero al día siguiente, la realidad golpeó con fuerza. El coche seguía allí. Mariana no había bajado.

La búsqueda fue masiva. Protección Civil, grupos de rescate de montaña, perros rastreadores y helicópteros del estado peinaron la zona. La comunidad se unió; cientos de voluntarios subieron a la sierra gritando su nombre. Pero el bosque, inmenso y silencioso, no devolvió nada. Ni una prenda, ni una huella. Era como si la tierra se la hubiera tragado. Meses después, la carpeta de investigación se archivó provisionalmente, sugiriendo que probablemente había sufrido una caída en una de las muchas grietas profundas de la zona, inaccesibles para los rescatistas.

El Hallazgo que Cambió Todo

La vida siguió su curso, teñida de dolor y preguntas sin respuesta para los Rojas. Tuvieron que enfrentar la realidad de la violencia y las desapariciones en el país, temiendo lo peor. Pasaron cinco años. En julio de dos mil doce, una brigada forestal realizaba una inspección rutinaria para prevenir incendios y detectar construcciones irregulares en áreas protegidas.

Entre los objetivos estaba una antigua cabaña de vigilancia, clausurada años atrás por recortes presupuestales y ubicada en una zona remota, lejos de las rutas turísticas. Al entrar, el olor a humedad y abandono era evidente. Sin embargo, en el sótano, un ingeniero de la brigada notó algo inusual. En una esquina, la pared de madera tenía un tono ligeramente diferente y los clavos parecían más recientes que el resto de la estructura podrida.

Impulsados por la curiosidad y el instinto, decidieron investigar. Al retirar los tablones con una barra de metal, descubrieron un espacio oculto, un zulo de apenas dos metros cuadrados que no figuraba en los planos. Allí, sobre un catre improvisado, yacía la respuesta al misterio que había atormentado a Monterrey durante cinco años.

La Oscura Verdad

Lo que encontraron no fue solo una tragedia, sino la evidencia de un crimen calculado. Los restos de Mariana estaban allí. Pero los detalles de la escena contaban una historia desgarradora: envoltorios de comida, garrafones de agua y objetos personales indicaban que Mariana no había fallecido el día de su desaparición. Había sido mantenida con vida, retenida en ese sótano durante meses.

La investigación de la Fiscalía confirmó lo impensable: la causa del fallecimiento no fue el entorno natural. Alguien la había capturado, la había alimentado y la había mantenido oculta. La pregunta era: ¿quién tenía acceso y llaves de esa cabaña federal en medio de la nada?

El Depredador con Uniforme

Las sospechas recayeron inmediatamente sobre el personal asignado a esa zona. Al cruzar los datos, un nombre saltó a la vista: Rogelio Cruz. Un ex-guardabosques que había trabajado en la zona durante quince años antes de ser despedido por “conducta inapropiada” con visitantes femeninas. Cruz conocía cada vereda, tenía copias de llaves que nunca entregó y vivía en una comunidad ejidal cercana a la sierra.

El cateo en la vivienda de Cruz destapó la mente de un depredador. Encontraron una colección perturbadora de pertenencias de mujeres, mapas marcados y un diario. En sus páginas, Cruz detallaba sus actos. Narraba cómo había vigilado a Mariana, cómo la interceptó simulando una revisión de seguridad y la llevó a la cabaña. Describía fríamente el tiempo que la mantuvo allí.

Justicia y Legado

La policía ministerial montó un operativo para capturar a Cruz, pero él conocía el terreno mejor que nadie. Días después, su cuerpo fue hallado al fondo de un barranco; había decidido huir por una ruta peligrosa o quizás terminar con todo antes de pisar la cárcel. En la cabaña, se encontraron indicios que vinculaban a Cruz con la desaparición de otras dos mujeres en años anteriores, casos que habían quedado en el olvido.

Para la familia Rojas, la verdad fue devastadora. Saber que su hija estuvo tan cerca y a la vez tan lejos fue un dolor indescriptible, pero recuperar sus restos les permitió darle una sepultura digna. La cámara de Mariana, recuperada en la cabaña, contenía imágenes hermosas de la flora mexicana, un testimonio de su amor por la vida hasta el último momento.

El caso provocó indignación nacional y forzó cambios en la administración de los parques. Se implementaron controles de confianza más estrictos para los guardabosques y revisiones constantes de las instalaciones abandonadas en la sierra. La cabaña del horror fue demolida. Hoy, una pequeña cruz en el sendero recuerda a Mariana, asegurando que su memoria impulse la lucha para que ninguna otra mujer falte en casa tras salir a disfrutar de la naturaleza.

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