
La mañana del 27 de marzo de 2010, el sol golpeaba con fuerza sobre las aguas que bañan el municipio de Frontera, en el estado de Tabasco. Los Pantanos de Centla, el humedal más grande de Norteamérica, respiraban la rutina de un sábado bajo el calor húmedo del trópico. Pescadores preparaban sus redes y el pequeño puerto comenzaba otro día.
Fue en este escenario donde Miguel Ángel Fernández, de 42 años, y su esposa, Elena Sánchez de Fernández, de 38, se prepararon para lo que sería un breve viaje en lancha hasta una comunidad pesquera vecina. La pareja, que vivía en Frontera desde hacía cinco años, era muy querida. Miguel, originario de Veracruz, trabajaba como guía turístico en los pantanos, conociendo cada rincón de la reserva. Elena, capitalina de origen pero adaptada a la vida en el trópico, era maestra en la única secundaria de la localidad y cultivaba hierbas medicinales.
Según testigos, la pareja salió del embarcadero alrededor de las 7:30 a.m. Miguel vestía una bermuda azul y su inseparable sombrero. Elena llevaba un vestido ligero. Su destino era la comunidad de Barra de San Pedro, a unas dos horas por agua, donde visitarían a un conocido curandero. Su lancha, una embarcación tradicional de fibra de vidrio pintada de azul y blanco, estaba en perfectas condiciones.
La última persona que los vio fue Doña Juliana Morales, dueña de un pequeño puesto en el muelle. “Estaban como siempre, sonrientes. Miguel me compró unas galletas y dos refrescos, y bromeó diciendo que me traería un remedio para el reumatismo. Nunca imaginé que sería la última vez”, declaró Doña Juliana días después.
Al caer la noche, la pareja no había regresado. La lluvia que se pronosticaba se convirtió en una tormenta considerable, un “norte” tardío con vientos fuertes. Javier Fernández, hermano de Miguel, se extrañó. Inicialmente, pensó que habían decidido pasar la noche en Barra de San Pedro. Pero al amanecer del domingo 28, cuando la tormenta cesó y no había contacto, Javier llamó a conocidos en la comunidad. La respuesta fue un golpe helado: nadie los había visto. El curandero ni siquiera los esperaba.
De inmediato, Javier reportó la desaparición a la Policía Estatal de Tabasco, que inició la búsqueda esa misma mañana. Dos patrullas de la policía y tres lanchas de pescadores voluntarios recorrieron la ruta. Tres días después, sin éxito, se sumó la Secretaría de Marina (SEMAR). Helicópteros sobrevolaron la región y equipos terrestres peinaron manglares y playas desiertas.
Una semana después, se encontraron algunas prendas en la orilla de un estero a 12 km de Frontera, en un área conocida como “Boca del Diablo” por sus fuertes corrientes. Una camiseta blanca y un pañuelo de Elena fueron identificados por la familia, aumentando la sospecha de una tragedia. Sin embargo, no había rastro de la lancha ni de la pareja.
Las búsquedas oficiales se redujeron tras tres semanas, pero la familia no se rindió. La madre de Elena, Doña Guadalupe, llegó desde la Ciudad de México y permaneció meses en la isla, uniéndose de facto a las “madres buscadoras” del país. “No pueden haberse desvanecido. Mientras no encuentre algo, mantendré la esperanza”, declaró a un diario local.
Las primeras investigaciones, a cargo de la Fiscalía General del Estado (FGE) de Tabasco, enfrentaron un desafío inmenso. La geografía de los Pantanos de Centla es un laberinto de agua y manglar.
“Este no es un caso urbano donde hay cámaras y un perímetro definido. Estamos lidiando con una región donde alguien puede desaparecer a pocos metros de una comunidad y no ser encontrado jamás”, explicó el comandante Ricardo Mendoza en su primer informe.
Se plantearon tres hipótesis. La primera: un accidente. La tormenta en la “Boca del Diablo” era una explicación plausible. Incluso un lanchero experto como Miguel podría haber sido superado por la naturaleza.
La segunda: un crimen común. En aquellos años, había reportes de “piratas” que asaltaban embarcaciones para robar motores. La lancha de Miguel era un blanco atractivo. Un pescador, Pedro Martínez, declaró haber visto una lancha azul navegando a alta velocidad ese día, tripulada por “dos o tres hombres” que no reconoció. Esta línea sugería un robo que terminó de la peor manera.
La tercera hipótesis, la más delicada, surgió meses después. Un estudiante de biología reportó haber encontrado, tiempo antes, una plantación sospechosa de marihuana en un área remota. Esto abrió la aterradora posibilidad de que la pareja se hubiera topado accidentalmente con el crimen organizado. “La región tiene áreas aisladas que son utilizadas para actividades ilícitas”, confirmó el comandante Mendoza, quien solicitó apoyo federal.
Pasaron los años. El caso se enfrió y fue archivado. Con recursos limitados y la creciente ola de violencia en el país, el caso de Miguel y Elena se convirtió en una estadística más.
Casi una década después, en enero de 2020, una pista surgió del lugar más inesperado. Durante un operativo de la Marina en una casa de seguridad en Veracruz, se incautó una “narco-libreta” perteneciente a un jefe regional conocido como “El Sapo”. Entre los registros, una anotación de 2010 mencionaba un “problema con unos mirones” en Tabasco que fue “resuelto permanentemente”.
La fecha y el contexto activaron las alarmas. “El Sapo”, cuyo nombre real era Manuel Cárdenas, fue interrogado en el penal de Altiplano. Aunque no admitió su participación directa, reveló información crucial. “Había un punto que usábamos como ‘cocina’ (laboratorio) en un islote entre Tabasco y Campeche… Supe que una pareja en una lancha azul fue vista tomando fotos en marzo de 2010. Mis hombres fueron a verificar y hubo un enfrentamiento. Me dijeron que el problema fue eliminado”, relató.
Con esta información, una operación conjunta de la FGE, la Guardia Nacional y la SEMAR se organizó. En el islote indicado, encontraron restos de una estructura y trazas de químicos, confirmando que fue un laboratorio de drogas.
Fue entonces cuando Carlos Mendoza, un pescador, se acercó a las autoridades. Años atrás, había encontrado una lancha parcialmente enterrada en el lodo en un estero de difícil acceso. “Estaba muy desgastada, pero se veía que fue azul y blanca”, relató.
El 2 de abril de 2020, un equipo fue al lugar. Allí estaba. La lancha de Miguel y Elena. Los peritos del Servicio Médico Forense (SEMEFO) fueron llamados. Dentro, bajo una capa de lodo, encontraron una cámara fotográfica destrozada y, trágicamente, fragmentos óseos.
El análisis forense confirmó que los restos pertenecían a un hombre y una mujer, y presentaban marcas consistentes con impactos de bala de escopeta calibre 12, un arma comúnmente usada por sicarios.
Pero la prueba definitiva provino de una bolsa impermeable recuperada del fondo de la lancha. Dentro había una tarjeta de memoria. A pesar de una década bajo el agua, el laboratorio de la FGR en Ciudad de México recuperó imágenes parciales. Las últimas fotos, aunque corruptas, eran claras: la estructura de madera en el islote, bultos apilados y dos hombres armados en primer plano.
La verdad era innegable. Miguel y Elena, quizás buscando refugio de la tormenta, se desviaron y se toparon con el narco-laboratorio. Sin saber el peligro, Miguel tomó fotos. Los sicarios los vieron, los persiguieron y los ejecutaron para silenciarlos.
El fiscal presentó cargos formales contra “El Sapo” y otros tres sospechosos por doble homicidio calificado. Dos de ellos fueron capturados en operativos posteriores. Durante los juicios en 2021, uno de los sicarios detenidos confesó: “Fue rápido. Ni tuvieron chance de hablar. ‘El Ray’ era muy violento… les disparó a los dos en la lancha y luego ordenó que hundiéramos todo”.
La resolución del caso, aunque trágica, trajo un amargo cierre. “Por 10 años, mantuvimos una pequeña esperanza”, dijo Javier Fernández. “Ahora sabemos que no están… pero finalmente podemos despedirnos”.
En el zócalo de Frontera, se inauguró un pequeño memorial. La historia de Miguel y Elena, un misterio que atormentó a la región por una década, se convirtió en un sombrío recordatorio de los peligros ocultos en la belleza de México y un testimonio de la lucha de una familia que, como miles, nunca dejó de buscar.