
En junio de 2018, el ruido de la maquinaria pesada rompía la tranquilidad invernal de la Praia do Rosa, en Imbituba, Santa Catarina. Unas obras de contención y drenaje intentaban domar la sinuosa carretera de tierra que daba acceso a la playa, un camino conocido por sus deslizamientos. Eran las diez de la mañana cuando Edson, el operador de una retroexcavadora, sintió que la pala de la máquina golpeaba algo rígido bajo el barro. No era una roca. Detuvo el motor y bajó a inspeccionar. Lo que encontró, enterrado a un metro de profundidad, no era un desecho común. Era un tubo de PVC blanco, de 1.20 metros de largo, sellado y deliberadamente oculto.
Dentro de ese tubo yacía una pista de un misterio que había permanecido congelado en el tiempo durante dieciséis años y medio. Una mochila roja de lona, deteriorada por la humedad, con un distintivo llavero de tortuga verde aún prendido de la cremallera.
Esa mochila pertenecía a Carolina Machado, de 22 años. El llavero había sido un regalo de su novio, Renato Alves, de 24. Ambos habían sido vistos por última vez exactamente en esa carretera, en una lluviosa tarde de diciembre de 2001. Su desaparición se había convertido en uno de los casos más desconcertantes del sur de Brasil.
El último fin de semana
Diciembre de 2001. Carolina era una metódica estudiante de diseño en Joinville, siempre con su cámara analógica Kodak y una agenda donde anotaba todo, incluso los gastos de gasolina. Renato era un técnico informático reservado, amante de la música electrónica, que conducía un Gol Plata de 1998 con una pegatina descolorida de una banda local. Llevaban un año y medio de noviazgo.
La idea del viaje surgió de forma espontánea un jueves. Carolina quería conocer la famosa Praia do Rosa. Renato aceptó sin dudar. Empacaron lo mínimo: ropa de baño, toallas y la cámara de Carolina en su mochila roja. El sábado 15 de diciembre, partieron temprano. El viaje transcurrió sin incidentes, parando solo una vez para repostar y comprar galletas, un gasto que Carolina anotó puntualmente en su bloc.
Llegaron a la playa sobre las 11 de la mañana. El día era soleado y el mar estaba en calma. Pasaron la tarde como cualquier pareja joven. A las 4:42 PM, un bañista que probaba la cámara de su nuevo móvil Nokia tomó una foto amateur del horizonte. Por casualidad, capturó a la pareja. En la imagen, Carolina sonríe, con la mochila roja colgada del hombro, y el llavero de tortuga verde balanceándose.
Pero el tiempo en la costa cambia rápido. A las 5:30 PM, las nubes cubrieron el sol y el viento se levantó. Como el resto de las familias, recogieron sus cosas y caminaron hacia el aparcamiento improvisado. Antes de emprender el regreso a Joinville, pararon en un pequeño local de snacks en la villa. Pidieron dos zumos de naranja y un sándwich mixto. Renato pagó con tarjeta de débito. El comprobante, fechado a las 18:07, fue doblado y guardado por Carolina en su mochila.
A las 6:15 PM, salieron del local. La lluvia aún no había comenzado, pero el cielo estaba cargado. Entraron en el Gol Plata y tomaron la precaria carretera de tierra de vuelta a la civilización. A las 6:20 PM, un empleado de una gasolinera en la SC-434 vio pasar un Gol Plata con la pegatina descolorida, dirigiéndose hacia la autopista BR-101. No le prestó mucha atención.
A las 6:30 PM, la lluvia comenzó a caer. Primero constante, luego intensa. La carretera de tierra se convirtió en un lodazal. Carolina intentó llamar a su madre, Vera, pero la señal falló. Guardó el teléfono.
La larga espera
A las 7 de la noche, Vera Machado esperaba la llamada de su hija. Había prometido llamar en cuanto llegaran. La llamada nunca entró. A las 8 PM, Lourdes Alves, la madre de Renato, también intentó contactar a su hijo. Buzón de voz. Las dos madres hablaron entre ellas, tratando de calmarse. Quizás se habían retrasado por la lluvia o habían parado a cenar. A las 10 PM, la inquietud se transformó en miedo.
A la mañana siguiente, 16 de diciembre, ambas acudieron a la policía para denunciar la desaparición. El protocolo, sin embargo, exigía esperar 48 horas para adultos desaparecidos. Vera insistió. Sabía que algo andaba mal; Carolina siempre llamaba.
El lunes 17, la policía de Imbituba comenzó la búsqueda. El dueño del local de snacks confirmó su visita. La policía militar montó controles en la BR-101. Los bomberos rastrearon los barrancos y senderos. Pescadores revisaron la costa. No encontraron absolutamente nada. Ni el coche, ni la pareja, ni un solo objeto.
Se plantearon tres hipótesis: un accidente trágico en el que el coche cayó por un barranco y fue cubierto por la densa vegetación; un robo de coche que salió mal, una posibilidad en temporada alta; o una improbable desaparición voluntaria, aunque no tenían deudas ni conflictos.
Los meses se convirtieron en años. Vera y Lourdes lidiaron con la ausencia de formas opuestas. Vera se unió a grupos de apoyo para familias de desaparecidos, buscando consuelo en historias similares de vacío. Lourdes se encerró en su dolor, manteniendo intacta la habitación de Renato, negándose a aceptar la pérdida, esperando que un día su hijo volviera y explicara todo.
El caso se enfrió. En 2003, un programa de televisión sobre desaparecidos generó algunas pistas falsas. En 2008, un Gol Plata en un desguace resultó ser una falsa alarma. En 2014, una llamada anónima desde una cabina pública en Garopaba mencionó vagamente “algo enterrado en la carretera”, pero el hombre nunca volvió a contactar. Para 2010, el caso estaba prácticamente congelado, una carpeta más acumulando polvo. Lourdes sufrió un derrame cerebral leve en 2016, una secuela física del estrés crónico y la angustia.
El secreto del tubo de PVC
Junio de 2018. Dieciséis años y medio después. La retroexcavadora de Edson sacó el tubo de PVC del barro. La policía y los peritos acudieron al lugar. Con cuidado, abrieron el tubo y extrajeron la mochila roja.
Dentro, además del llavero de tortuga, encontraron un amasijo de papeles deteriorados por la humedad. Los peritos forenses, en Florianópolis, lograron separar algunos. Hallaron tickets de peaje de la BR-101 fechados el 15 de diciembre de 2001. Encontraron un mapa de senderos de Imbituba. Y recuperaron tres fotografías pegadas entre sí; una de ellas, aunque dañada, mostraba a la pareja en la playa, coincidiendo con la descripción de su último día.
El ADN estaba demasiado degradado por el tiempo y la humedad para obtener un perfil genético concluyente, pero la evidencia circunstancial era abrumadora.
Vera Machado fue llamada a Florianópolis. Acompañada de un abogado, le mostraron las fotos de los objetos. Reconoció la mochila al instante. Y reconoció el llavero de tortuga verde. Era el que Renato le había regalado a su hija. Era la prueba irrefutable de que, esa noche de 2001, algo les había sucedido en esa misma carretera.
El descubrimiento reabrió el caso oficialmente, pero también trajo consigo un nuevo conjunto de preguntas perturbadoras. ¿Por qué alguien escondería la mochila allí? ¿Y dónde estaba el coche? ¿Dónde estaban Carolina y Renato?
La policía peinó la zona con tecnología moderna: drones, cámaras térmicas, detectores de metal. No encontraron nada más. El Gol Plata de 1998, la pieza clave del rompecabezas, seguía evaporado.
Los investigadores revisaron las hipótesis. La del accidente simple ya no encajaba. ¿Por qué esconder la mochila? Surgieron nuevas teorías:
Accidente con encubrimiento: La pareja sufrió un accidente y el coche quedó oculto. Alguien encontró la escena, robó lo que pudo de la mochila (quizás dinero o la cámara) y escondió el resto en el tubo para evitar ser implicado o para volver más tarde, cosa que nunca hizo.
Robo y descarte: Fueron asaltados en la carretera. Los criminales se llevaron el coche y todo lo de valor. Enterraron la mochila, que no tenía valor de reventa inmediato, para deshacerse de la evidencia. El coche habría sido desguazado o revendido en otro estado.
Conflicto directo: La hipótesis más sombría. Un encuentro violento, una discusión que escaló. Pero no había ninguna evidencia que sugiriera que la pareja tuviera enemigos.
Sin el coche y sin cuerpos, el caso volvía a un punto muerto, aunque un punto muerto diferente. El informe final de la policía en agosto de 2018 concluyó que, si bien la mochila confirmaba el lugar del suceso, era imposible determinar qué había ocurrido exactamente.
Lourdes Alves, la madre de Renato, falleció en marzo de 2020, sin haber obtenido nunca una respuesta. Vera Machado, tras más de dos décadas, aprendió a convivir con la incertidumbre. La confirmación de que algo trágico había sucedido en esa carretera fue, paradójicamente, un ancla. Ya no era un vacío total; era una ausencia con un lugar.
Hoy, la carretera de acceso a la Praia do Rosa está pavimentada. El barranco donde el tubo de PVC estuvo oculto durante casi 17 años está cubierto por cemento y nueva vegetación, borrando el último rastro físico del misterio. El caso de Carolina Machado y Renato Alves permanece formalmente abierto, pero inactivo, esperando una nueva pista que quizás nunca llegue. La historia de la pareja permanece congelada en esa foto de las 4:42 PM, sonriendo en la arena, con un llavero de tortuga verde balanceándose al viento.