
El Último Sendero Silencioso: Cómo la Mente de un Desarrollador de Software de la Capital se Convirtió en un Enigma de la Crónica Mexicana
La mayoría de los casos de personas desaparecidas en México inician con el rumor de un ajuste de cuentas, un secuestro exprés o una disputa territorial.
El caso de Miguel Reyes, un desarrollador de software de 34 años originario de la Ciudad de México, comenzó de la forma más insólita: con una cabaña intacta y un silencio desconcertante. Su camioneta de alquiler estaba estacionada en la entrada de una propiedad rústica en la Sierra Gorda de Querétaro. Su teléfono, con la batería llena, reposaba en el buró.
Su cartera, con identificación y dinero, estaba en el cajón de la mesita de noche. Para la propietaria de la cabaña, Elena Soto, todo era un simple olvido de un huésped apresurado. Para la Policía de Investigación, se transformaría rápidamente en un laberinto de coordenadas satelitales, obsesiones por casos fríos y un rastro de migas de pan crípticas que se extendía por la vasta e implacable extensión de la Sierra.
La Desaparición en la Cabaña de San Joaquín
Abril de 2021. Miguel Reyes, descrito por sus compañeros de una empresa de tecnología en Monterrey como competente, callado y reservado, solicitó una semana de vacaciones. Les comentó a algunos colegas que necesitaba irse a caminar a la montaña, “despejar la cabeza” tras una ruptura sentimental reciente, la cual, según su exnovia, había sido amistosa y sin conflictos.
Reservó una cabaña rústica A-frame fuera de San Joaquín, Querétaro, anunciada como “un refugio tranquilo, lejos de la señal, perfecto para la introspección”. La zona era conocida por sus densos bosques de pino y encino y sus complejas rutas de senderismo que se adentran en la Sierra Madre Oriental.
Elena Soto, la propietaria, se reunió brevemente con Miguel en la tarde del 16 de abril para entregarle la llave y explicarle los básicos: cómo encender la estufa de leña, dónde estaba la caja de fusibles, y cómo asegurar la puerta. Más tarde le diría a la policía que él parecía tranquilo, quizá solo cansado por el viaje, pero perfectamente educado.
Le preguntó sobre las rutas de senderismo. Ella le recomendó empezar con alguna caminata moderada en el Parque Nacional, algo manejable con buenas vistas, y le advirtió sobre las zonas donde la señal de celular desaparecía por completo. Él asintió, agradeció y dijo que probablemente saldría temprano a la mañana siguiente. Fue la última vez que alguien lo vio.
Miguel pasó la noche del viernes en la cabaña. No hay registro de actividad: ni llamadas, ni mensajes, ni publicaciones en redes sociales. Su móvil se conectó al Wi-Fi de la cabaña brevemente alrededor de las 8:30 p.m. y luego quedó inactivo.
El momento final fue capturado por una cámara de seguridad instalada sobre la puerta principal. A las 7:04 a.m. del sábado 17 de abril, Miguel salió. Llevaba una chaqueta de forro polar oscura (posiblemente de una marca extranjera como Northface, gastada pero funcional), pantalones deportivos grises, tenis de trail y una mochila pequeña de día.
En una mano llevaba una botella de agua y en la otra, lo que parecía ser un mapa de papel doblado. Caminó hacia su camioneta rentada, una Nissan X-Trail plateada, se inclinó por la puerta del conductor por un momento, la cerró y se dirigió a pie por el camino de terracería hacia la carretera principal. El ángulo de la cámara no permite ver en qué dirección giró una vez que llegó a la carretera. Es el último avistamiento confirmado.
Un Escenario de Pausa Inquietante
El lunes por la mañana, 19 de abril, Elena llegó a la cabaña para el check-out de las 11:00 a.m. La camioneta de Miguel seguía allí. La puerta estaba cerrada con llave. Tras llamar sin obtener respuesta, usó su llave maestra para entrar.
Dentro, la escena era desconcertante por su normalidad. La cama estaba sin hacer. Una taza de café medio llena se encontraba en la encimera de la cocina, con una delgada capa de moho comenzando a formarse. Su maleta abierta en el suelo cerca de la cama, la ropa doblada en el interior. Sus artículos de aseo, como si acabara de usarlos, alineados en el lavabo: cepillo de dientes, pasta dental, desodorante.
Su móvil estaba conectado al cargador junto a la cama, la pantalla oscura, la batería al máximo. Su cartera estaba en el cajón del buró, conteniendo su licencia, tarjetas de crédito y algo de efectivo. Su laptop estaba cerrada en el pequeño escritorio. No había nota, no había signos de lucha, nada que sugiriera que planeaba irse de forma permanente.
Elena contactó a la Policía de Investigación de Querétaro. El primer oficial que llegó evaluó la situación como inusual, pero no necesariamente criminal. A veces los turistas se desconectan o se olvidan de las reglas. Sugirió esperar.
Al día siguiente, sin rastro de Miguel, el caso fue escalado y asignado al Comandante Ricardo “Rico” Guzmán, un veterano de 15 años en la policía, con experiencia en casos de personas desaparecidas, aunque la mayoría involucraban fugas de adolescentes o adultos mayores. Los excursionistas desaparecidos eran menos comunes, pero el terreno de la Sierra podía ser traicionero y desorientador para los visitantes de la capital.
Guzmán comenzó por lo básico: contactó a la empresa de Miguel en Monterrey, confirmando que había tomado la semana libre y que nadie lo había escuchado desde el viernes. Revisó los registros de su móvil.
La última actividad registrada en la red fue el sábado por la mañana a las 7:38 a.m., cuando el móvil de Miguel se conectó brevemente a una antena cerca de San Joaquín y accedió a datos. Específicamente, había abierto una aplicación de senderismo para ver un mapa de una ruta local. Después de eso, el silencio.
La Obsesión en el Disco Duro
Las búsquedas iniciales se concentraron en las rutas de senderismo cercanas. Sin embargo, los equipos de rescate no encontraron ningún rastro. Ni huellas, ni botellas de agua descartadas, ni señales de que la camioneta de Miguel hubiera sido utilizada. Las intensas lluvias del domingo por la noche habían borrado cualquier rastro en el suelo blando, dejando la búsqueda en punto muerto. La búsqueda oficial se detuvo a los ocho días.
Fue en mayo, cuando el Comandante Guzmán obtuvo una orden judicial para acceder a la laptop de Miguel, que el caso dio un giro siniestro. La laptop no tenía contraseña. Guzmán, trabajando con un especialista en forense digital, revisó el historial del navegador, archivos guardados y correspondencia. Lo que descubrieron no era evidencia de un crimen, sino de una fijación profunda y oscura.
A partir de finales de enero de 2021, unas diez semanas antes de su viaje a Querétaro, Miguel había comenzado a investigar casos sin resolver de personas desaparecidas en áreas remotas de México y Estados Unidos.
Su interés no era casual: era obsesivo. Había marcado decenas de artículos, hilos de foros y bases de datos. La mayoría de los casos involucraban a personas que desaparecieron mientras hacían senderismo o acampaban en zonas silvestres.
Había descargado mapas topográficos detallados de áreas como la Sierra Madre Oriental, la Sierra Gorda y ciertas regiones de Chiapas. Había guardado imágenes satelitales de Google Earth, marcando ubicaciones específicas con pines digitales.
También había archivos de texto sin formato con listas de coordenadas, distancias entre puntos de referencia y datos de elevación.
Un caso en particular parecía haber capturado su mente: un hombre llamado Daniel Cisneros, que desapareció en 1998 mientras realizaba investigaciones de campo sobre erosión de suelos en un área remota de la Sierra Madre.
Cisneros, de 29 años, había desaparecido dejando atrás su coche y su equipo de campamento, sin que se encontrara nunca su cuerpo. Era otro caso de una persona simplemente “tragada por el bosque”.
Miguel había guardado múltiples artículos sobre Cisneros, incluyendo un extenso reportaje de un periódico local de San Luis Potosí y una imagen escaneada de un mapa topográfico que parecía mostrar la última zona de investigación conocida de Cisneros, con notas escritas a mano en los márgenes.
Guzmán no sabía qué hacer con la información. ¿Era Miguel un aficionado a los misterios que intentaba resolver algo? Su exnovia, interrogada nuevamente, afirmó que él nunca había mencionado tal obsesión durante su relación.
Sin embargo, recordó algo más: en los meses previos a la ruptura, Miguel se había vuelto más callado, más distraído. Había realizado algunos viajes de fin de semana en solitario, diciendo que iba a hacer senderismo para tener espacio.
El caso se enfrió durante todo el verano y el otoño de 2021. La familia de Miguel, que había viajado desde CDMX, distribuyó volantes y contrató a buscadores privados. Pero la inmensidad de la Sierra Gorda es un obstáculo casi insuperable.
La Revelación en el Camino del Cazador
Luego, a finales de octubre de 2022, 18 meses después de que Miguel desapareciera, un ejidatario y cazador llamado Guillermo “Memo” Pérez se encontraba cazando venados en una sección del bosque a unos 20 kilómetros al noreste de San Joaquín. Era una zona remota, accesible solo por viejos caminos de tala inactivos durante años.
Pérez avistó algo inusual: un trozo de tela oscura colgando de una rama a unos dos metros del suelo. Se acercó y encontró una chamarra de forro polar negro, talla mediana de hombre. Estaba gastada, cubierta de agujas de pino y polvo, pero seguía intacta. Alguien la había colocado allí deliberadamente.
Dentro del bolsillo izquierdo, Pérez encontró un trozo de papel doblado, húmedo. La tinta estaba parcialmente desvanecida, pero el texto aún era legible:
Coordenadas GPS
17 de abril de 2021
Si encuentras esto, llegué más lejos de lo que pensé.
No había firma, ni explicación. Pérez, al encontrar señal de celular dos horas después, llamó a la Policía de Investigación.
Al día siguiente, el Comandante Guzmán se reunió con Pérez. La chamarra coincidía con la descripción. El análisis de ADN recuperado del cuello confirmó que pertenecía a Miguel Reyes.
La nota fue el punto crucial. Un perito grafólogo concluyó que la escritura era consistente con la de Miguel, a pesar de la degradación. El análisis de tinta sugirió que fue escrita alrededor de la primavera o principios del verano de 2021, lo que coincidía con el momento de su desaparición.
Las coordenadas apuntaban a una ubicación a unos 15 kilómetros al norte-noroeste de donde se encontró la chamarra, más profundamente en el bosque, en un área sin senderos marcados ni accesos sencillos.
Guzmán organizó una operación de búsqueda de alto nivel. Tardaron casi un día en llegar a pie a las coordenadas. Cuando llegaron, encontraron rastros de actividad humana. No actual, pero tampoco tan antigua.
Había un círculo de fuego improvisado, hecho con piedras apiladas, rodeado por un área despejada de unos tres metros de diámetro. Los restos de un refugio rudimentario eran visibles: una lona rota y descolorida atada entre dos árboles con cuerda de paracord desgastada.
La lona se había derrumbado, cubriendo una pila de escombros: envoltorios de comida vacíos, una botella de agua aplastada, restos de madera carbonizada de hogueras pasadas. El suelo estaba alterado de una manera que sugería que alguien había permanecido allí durante varios días, pero no había cuerpo, ni tienda de campaña, ni saco de dormir.
Miguel no estaba allí. La pregunta que atormentaba a todos era simple: ¿Por qué? ¿Por qué alguien caminaría 20 kilómetros en la sierra con suficientes suministros para establecer un campamento y permanecer por un tiempo, solo para irse de nuevo?
Y si Miguel había llegado tan lejos, ¿dónde estaba ahora? La nota era la clave: “Llegué más lejos de lo que pensé”. Esta frase implicaba un objetivo, una meta que él estaba intentando alcanzar.
El Cairn y la Última Pista Congelada
Guzmán regresó a los registros digitales de Miguel, reexaminando su investigación sobre Daniel Cisneros. Al trazar las coordenadas que Miguel había guardado en su laptop, se dio cuenta de que estaban peligrosamente cerca de donde se encontró el campamento abandonado. Una de las coordenadas de Miguel, marcada como “Sierra Vieja”, correspondía a la región donde Cisneros había desaparecido en 1998.
Guzmán contactó a la policía de San Luis Potosí, solicitando información sobre el caso Cisneros. No había evidencia de que los casos estuvieran relacionados, excepto por la intensa obsesión de Miguel por la desaparición de Cisneros.
La teoría que se formó fue especulativa, pero lógica: Miguel no se había perdido; estaba siguiendo un rastro, una conexión que él creía haber descubierto entre los casos que había investigado.
A principios de diciembre de 2022, una excursionista que caminaba por la misma zona donde Pérez había encontrado la chamarra reportó algo inusual. Un pequeño cairn, un montículo de rocas, colocado sobre una gran roca cerca de un arroyo. Los cairns son comunes para marcar senderos, pero este estaba fuera de cualquier camino establecido.
Guzmán envió un equipo. Debajo de las rocas encontraron una pequeña bolsa de plástico con cierre hermético, sellada. Dentro había otra nota. Escrita en un trozo de papel rayado idéntico al primero, la letra era temblorosa, menos controlada, pero consistente con la de Miguel.
La nota contenía solo dos cosas:
Coordenadas Norte
Daniel C.
Las coordenadas apuntaban aún más al norte, hacia una sección de la Sierra Madre que abarcaba la frontera entre Querétaro y San Luis Potosí, adentrándose en una zona de la Huasteca Potosina considerada casi impenetrable.
El proceso para organizar una búsqueda en esa zona, conocida por su terreno escarpado y la falta de infraestructura, tomó semanas. Cuando se obtuvo la aprobación, el invierno y la temporada de lluvias habían cubierto la región. Cualquier esfuerzo de búsqueda se volvió imposible hasta la primavera.
La familia de Miguel celebró un pequeño funeral simbólico en enero de 2023. Su madre declaró a los reporteros que, si bien no tenían un cuerpo, no creía que su hijo pudiera haber sobrevivido tanto tiempo en esas condiciones extremas. Solo querían un cierre.
El Fin del Laberinto y la Pregunta Pendiente
En abril de 2023, un pequeño grupo de buscadores voluntarios, algunos de los cuales habían participado en la búsqueda original, decidió caminar hasta la ubicación indicada por las segundas coordenadas, sin notificar a la policía.
Equipados con GPS y comunicadores satelitales, les tomó tres días llegar al punto. Cuando lo hicieron, no encontraron nada. Ni campamento, ni cairn, ni evidencia de que alguien hubiera estado allí. Solo bosque denso, sin rasgos distintivos.
Los voluntarios regresaron decepcionados, concluyendo que algunos misterios, especialmente los que se pierden en la inmensidad de la Sierra Madre, no tienen respuesta.
Elena Soto, la dueña de la cabaña, limpió las pertenencias de Miguel y las envió a su familia en CDMX. Su teléfono, su laptop, su ropa. Ella no se quedó con nada, excepto el recuerdo de un hombre tranquilo, educado y normal. A veces, mientras limpia la cabaña, se pregunta qué estaba buscando. Se pregunta si lo encontró.
El Comandante Ricardo Guzmán se retiró a fines de 2023. El caso de Miguel Reyes fue uno de los pocos que dejó oficialmente abiertos, sin resolver.
En su última entrevista con un periódico local, dijo que el caso le molestaba porque sentía que Miguel había dejado pistas deliberadamente, como si quisiera que alguien lo siguiera. Pero las pistas no conducían a ninguna parte comprensible. O tal vez sí lo hacían, y nadie las había descifrado todavía.
El caso de Daniel Cisneros sigue sin resolverse. No hay evidencia directa que vincule los dos casos más allá de la obsesión de Miguel. Pero el hecho de que Miguel estuviera investigándolo tan intensamente y luego desapareciera de manera similar deja una pregunta persistente en el aire: el eco de dos hombres, separados por décadas, caminando hacia la naturaleza salvaje de la Sierra y nunca regresando.
Miguel Reyes sigue catalogado como persona desaparecida. El rastro de migas de pan que dejó a través del bosque, deliberado y cruelmente vago, sigue siendo un acertijo.
La explicación más probable, según la policía y los rescatistas, es que Miguel está muerto, víctima de una caída o la exposición en algún lugar de las montañas entre Querétaro y San Luis Potosí. Pero esa teoría no explica las notas, las coordenadas, el rastro planificado que parecía estar dejando.
La Sierra Gorda, como las grandes montañas del mundo, no ofrece respuestas. Simplemente guarda sus secretos, silenciosos y profundos, esperando quizás a que alguien se atreva a preguntar la pregunta correcta en el lugar correcto.