En las vastas y áridas tierras de Jalisco, donde los campos de agave se extienden hasta el horizonte y el sol cae como un velo de fuego, la belleza de la naturaleza se mezcla con una sombra de terror. Este no es un lugar para turistas desprevenidos. Es un territorio que exige respeto y, para una familia, esa lección llegó de la forma más brutal imaginable. Un fin de semana de tranquilidad se convirtió en un horror que resuena en los ecos de los cerros, un misterio que la Fiscalía General del Estado no ha logrado resolver.
La historia comienza con un retrato idílico: Mark Langford, de 38 años, su esposa Lisa, de 35, y su hijo Andrew, de 9, salieron de Guadalajara un viernes de agosto de 2019. Su destino, una zona rural, era un lugar conocido solo por los viajeros más experimentados, lejos de las multitudes. Mark, un hombre de negocios de la ciudad, buscaba una escapada genuina y tranquila para su familia. Su plan era sencillo: pasar una noche bajo las estrellas y, a la mañana siguiente, explorar uno de los senderos más apartados.
La camioneta Honda azul, cargada con equipo nuevo, trazó una ruta que hoy los investigadores conocen al pie de la letra. Se detuvieron en un pequeño pueblo para comprar agua y leña. Su llegada a la zona fue registrada por cámaras locales. La última llamada que hicieron, llena de esperanza, fue a la hermana de Mark. “El clima está cambiando, pero por ahora todo está bien”, fueron sus últimas palabras. La conexión se perdió, y con ella, todo rastro de la familia Langford.
Dos días de silencio se convirtieron en una alarma. Los familiares, preocupados, llamaron a la policía estatal. La búsqueda comenzó. Lo que encontraron los agentes superó cualquier temor. No era un simple desvío de ruta, sino una escena de horror.
A unos 50 metros de un sendero, el campamento de los Langford yacía destrozado. En su interior, la escena era aún más macabra: los cuerpos de Mark, Lisa y Andrew, atados de pies y manos, yacían cubiertos por una lona empapada de sangre. El forense determinó que la muerte había sido brutal, por golpes con un objeto contundente, y que había ocurrido la misma noche de su llegada.
La investigación inicial reveló un caos calculado. Una linterna rota, una nevera portátil vacía y marcas de arrastre alrededor de la tienda. Los detectives de la Fiscalía encontraron huellas de zapatos de talla 12 que se perdían en un sendero no oficial hacia el cañón. Pero lo que más desconcertó fue la ausencia de ciertos objetos: las mochilas de la familia, la cámara de Mark y, de forma extraña, los sacos de dormir que ni siquiera habían sido sacados del auto. Esto sugería que la familia había sido atacada casi tan pronto como se instalaron.
Las pruebas se amontonaron rápidamente. La cuerda que ataba a las víctimas era un tipo sintético industrial, usado en montañismo y deportes acuáticos. En ella, se encontraron micropartículas de sangre cuyo ADN no coincidía con el de la familia Langford. Dentro de la lona, se hallaron huellas dactilares, algunas de la familia, pero otras dos completamente desconocidas.
La policía inició una búsqueda exhaustiva. Interrogaron a todos los viajeros de la zona, revisaron cientos de horas de grabación de las cámaras de seguridad y persiguieron cada pista. El primer sospechoso fue un hombre llamado James Calwell, con antecedentes por agresión en campamentos. Fue visto cerca del lugar, pero una coartada parcial y la sangre de una herida anterior en su auto lo descartaron como el principal implicado. La búsqueda continuó.
La gran revelación llegó de la mano de Paul Merrick, un ganadero local. Merrick informó haber visto un vehículo sospechoso con un remolque y una piragua inflable cerca del lugar de los asesinatos, dos días antes de que ocurrieran. La descripción de Merrick y las grabaciones de las cámaras llevaron a los investigadores a Greg Hansen, un guía privado de rafting y pesca de 40 años, conocido por sus problemas con la ley. Aunque no estaba oficialmente registrado en la zona, su camioneta fue vista saliendo la mañana después del crimen.
Cuando los detectives intentaron interrogarlo, Hansen desapareció sin dejar rastro. La búsqueda se intensificó. Dos meses después, se encontró su piragua, abandonada y parcialmente desinflada, en una zona de difícil acceso en la orilla del río. Dentro de la embarcación, los forenses hallaron sangre que coincidía con el ADN de Mark Langford. Un trozo de cuerda idéntica a la utilizada en los asesinatos también fue recuperada cerca. La evidencia era contundente. El agresor había utilizado el río para escapar de la escena del crimen, aprovechando su experiencia y el conocimiento del terreno.
La búsqueda de Hansen se extendió, pero el hombre parecía haberse esfumado. Las teorías de la policía cobraron un nuevo giro. Una familia de Arizona, que acampó cerca, recordó haber visto a un hombre similar a Hansen descargando equipo de un remolque, nervioso y mirando a su alrededor. También recordaron un segundo vehículo, un SUV oscuro, posiblemente un Jeep Grand Cherokee con ventanas polarizadas. Este testimonio, junto con las grabaciones de las cámaras, sugirió la posibilidad de un cómplice.
La investigación llegó a un punto muerto. La ausencia de Hansen y la imposibilidad de identificar al segundo hombre estancaron el caso. En el verano de 2020, la Fiscalía solicitó la ayuda de la Guardia Nacional. Los agentes federales tomaron el caso, y poco después, en la primavera de 2021, un nuevo hallazgo revivió la esperanza. Durante una segunda inspección de la zona, los investigadores encontraron un termo de metal y un fragmento del mango de una pala. El ADN en el termo coincidió con el perfil genético hallado en la sangre de la cuerda. La sangre en el mango de la pala pertenecía a Lisa Langford. Todas las pruebas apuntaban a la misma persona desconocida.
El rompecabezas estaba casi completo. Los investigadores concluyeron que el asesinato de la familia Langford fue un robo, llevado a cabo por al menos dos personas: Greg Hansen y un cómplice no identificado. El motivo era claro: Mark Langford llevaba consigo una cámara profesional y unos 200 dólares en efectivo. El equipo de fotografía fue visto en el mercado negro meses después, pero no se pudo rastrear una transacción directa.
A pesar de las piezas, los investigadores siguen sin poder armar la imagen completa. Un testigo anónimo recordó haber visto a Hansen discutiendo con un hombre con un tatuaje triangular en el antebrazo. Y en el verano de 2021, el dueño de un muelle privado informó haber visto a dos hombres con una piragua y un SUV oscuro el día después del crimen, uno de ellos con un tatuaje triangular.
El caso de la familia Langford sigue abierto. La Guardia Nacional ha reclasificado la búsqueda de Hansen como a largo plazo, pero la esperanza de encontrarlo y, con él, al misterioso cómplice, se mantiene viva. Es un recordatorio sombrío de que incluso en los lugares más remotos y pacíficos, la oscuridad puede acechar. La familia Langford buscó tranquilidad en la naturaleza, pero encontró una pesadilla que ha dejado a las autoridades y a la comunidad en un estado de desasosiego permanente. Los cerros de Jalisco aún susurran el misterio de lo que realmente ocurrió esa noche.