Informe especial desde un lugar secreto en México: A finales del siglo XX, un grupo de geólogos emprendió un proyecto secreto y ambicioso, no para buscar petróleo ni minerales, sino para encontrar la respuesta a un enigma geológico que había obsesionado a los científicos durante años. En una árida y peligrosa región del estado de Sonora, donde solo sobreviven los cactus y las piedras, descubrieron algo que no debía existir, un antiguo maleficio que fue despertado.
El equipo, liderado por el brillante pero estoico geólogo Víctor Solís, estaba formado por especialistas de primer nivel. Entre ellos se encontraba Dimas Ornelas, un hombre escéptico que creía que todo podía ser explicado por la ciencia. Y yo, Alex Mejía, un joven ingeniero de sonido con la tarea de escuchar las “voces” que provenían de las profundidades de la tierra.
El trabajo avanzaba con lentitud y dificultad. Metro tras metro, kilómetro tras kilómetro, la broca atravesaba basalto y cuarzo, capas geológicas completamente normales. Sin embargo, a una profundidad aterradora, donde la presión y la temperatura podían fundir el metal, encontramos lo imposible: un vacío. El peso de la broca, de varias toneladas, desapareció de repente. Según todas las leyes de la física, aquello era imposible. Y sin embargo, habíamos perforado una cavidad a 12.262 metros.
El asombro nos paralizó. Dimas Ornelas, pálido, murmuraba: “¡No puede ser!”. Pero la verdad estaba allí. Entonces, Víctor Solís ordenó descender el equipo de grabación.
Me coloqué los auriculares, con el corazón golpeando en mi pecho. Al principio, solo escuché interferencias. Luego, surgió ese sonido. No era el lamento de las rocas ni la vibración de la maquinaria. Eran voces. Miles de voces, resonando como un himno de dolor y desesperanza. Gritos, llantos, súplicas en una lengua que ningún ser humano podía comprender. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Comprendí que no habíamos encontrado un recurso natural, sino la puerta al mismísimo infierno.
Esa noche nadie pudo dormir. Los lamentos ascendían desde el pozo. Algunos dijeron que eran las almas olvidadas. Otros, que se trataba de una alucinación colectiva. Pero nosotros sabíamos que eran reales.
A la mañana siguiente, Víctor Solís tomó una decisión fatal: ver qué había debajo. Preparamos una cámara especial, recubierta de titanio, y la descendimos. Al principio, la pantalla mostraba solo oscuridad. Tras horas de espera, finalmente, algo apareció.
La luz de la cámara iluminó un túnel. No era natural. Su superficie era lisa, negra, sin grietas ni uniones. Como si estuviera formado por un único bloque de un material ancestral, ajeno a este mundo. El túnel era tan vasto que la luz no alcanzaba ni el techo ni las paredes laterales.
Seguimos avanzando con la cámara. Y entonces los vimos. Sombras gigantescas, de formas indefinidas, que se deslizaban por la pantalla a gran velocidad. No caminaban sobre el suelo: flotaban por las paredes y el techo, como si la gravedad no existiera. No producían sonido alguno, pero las voces no cesaban de resonar.
Dimas suplicó a Víctor que retirara la cámara. Pero Víctor, cegado por la ambición, ordenó continuar. De pronto, una de aquellas sombras se desprendió del grupo y se lanzó hacia la cámara. Era demasiado oscura, demasiado densa, como si devorara la luz. Al mismo tiempo, las voces se convirtieron en un rugido ensordecedor. La pantalla se llenó de estática.
Y el desastre ocurrió. El pozo entero explotó. Una columna de fuego brotó del subsuelo y se elevó al cielo. La onda expansiva nos arrojó al suelo del desierto.
Cuando nos levantamos, solo quedábamos 15 con vida. Sin radio. Sin forma de comunicación. Atrapados.
Pero lo peor no fue el fuego ni el aislamiento. Fue el llanto. Continuaba resonando en la columna de llamas. Y entonces los vimos. Las sombras gigantescas estaban ahora en la superficie, deslizándose entre la luz y la oscuridad, rodeándonos. Solo esperaban.
Cuando uno de nuestros compañeros intentó escapar, una de las sombras lo envolvió por completo y desapareció con él. Ni siquiera alcanzó a gritar.
Habíamos abierto la puerta del infierno. Y lo que estaba abajo, había subido a la Tierra.