
Caxias do Sul, Serra Gaúcha – Marzo de 2023
Hay silencios que gritan. Durante catorce años, el silencio del caso de Mateus Ávila y Aline Rocha fue el más ensordecedor de Caxias do Sul. Dos jóvenes, una promesa de futuro apagada una noche cualquiera de 2009, que se evaporaron de la faz de la tierra sin dejar un solo rastro. No fue un accidente, ni una huida. Fue una ausencia brutal, tan invisible como las respuestas que la ciudad y la policía nunca encontraron.
El 28 de marzo de 2009, Mateus, un joven trabajador de 22 años apasionado por la mecánica, y Aline, una estudiante de Pedagogía de 19 años con un futuro luminoso, salieron de una barbacoa en Fazenda Souza. Subieron a su orgulloso Gol blanco modelo 2002 y se perdieron en la carretera de tierra batida. Los vieron alejarse, las luces traseras desapareciendo en la oscuridad, y esa fue la última vez. Lo que quedaba era la nada.
La principal hipótesis fue el accidente, algo común en las carreteras estrechas y traicioneras de la sierra. Pero no había marcas de frenado, ni trozos de carrocería, ni testigos de un vuelco. El Gol blanco, con sus dueños a bordo, se había esfumado. El caso se convirtió en una herida abierta, un misterio que la burocracia policial se apresuró a archivar en 2012, aduciendo la “ausencia de elementos nuevos”. Las familias, consumidas por la angustia, siguieron caminos opuestos: los padres de Aline en una búsqueda activa y desesperada, mientras que los de Mateus se refugiaron en un dolor contenido y silencioso.
Pero el destino, o la casualidad, reservaba una revelación atroz.
El Retorno de la Evidencia: Un Hallazgo en la Mata
Marzo de 2023, el mes en que se cumplían exactamente 14 años de la desaparición. A poco más de 30 kilómetros de Caxias do Sul, en el remoto distrito de Santa Lúcia do Piaí, unos operarios municipales abrían un nuevo acceso vecinal. Una ruta olvidada, cubierta por una densa vegetación y que en el pasado había sido un atajo para camioneros.
Lo que detuvo el avance de la excavadora no fue un tronco, sino un manojo de ramas que ocultaban una estructura metálica de color opaco. Al retirar la vegetación con cautela, la silueta de un coche emergió de la tierra. Estaba parcialmente enterrado, encajado en una suave pendiente entre árboles, con un aire fantasmal. Era un Gol, modelo antiguo, blanco.
El reconocimiento fue instantáneo para los lugareños. Era el coche de “los muchachos” desaparecidos hacía tanto tiempo.
La Policía Civil acordonó la zona de inmediato. El Gol blanco de Mateus Ávila no presentaba signos evidentes de colisión. No había abolladuras importantes, ni cristales rotos, ni marcas de derrape en el suelo. Parecía haber sido colocado allí, no precipitado. Los peritos trabajaron en la escena, y lo que encontraron dentro del maletero fue el golpe de gracia para cualquier teoría de accidente: el blusón de lana rojo que Aline llevaba esa noche, y junto a él, parcialmente cubierto, una camiseta blanca de Mateus con manchas de sangre seca.
La Sangre y el Encubrimiento
La indumentaria de los jóvenes, escondida deliberadamente junto al neumático de repuesto, rompió el largo silencio. No eran solo las prendas; eran reliquias emocionales y pruebas forenses. El blusón rojo, un regalo de la abuela, y la camiseta de Mateus fueron enviadas para análisis de ADN en Porto Alegre. El resultado, gracias a los avances tecnológicos de la época, fue inequívoco: la sangre de la camiseta era compatible con el perfil genético de Mateus Ávila.
La esperanza de un regreso milagroso, que las familias habían mantenido a pesar de todo, se ahogó en una certeza cruel. Si su sangre estaba en el coche y la ropa escondida, no habían huido. Pero había un giro aún más perturbador, uno que apuntaba directamente a una mano humana y a un encubrimiento meticuloso.
El informe pericial concluyó que el Gol no había estado en ese lugar desde 2009. La vegetación debajo del chasis no mostraba una compactación compatible con 14 años de abandono. El coche, se estimó, podría haber sido movido a esa ruta olvidada años después de la desaparición inicial. Esto significaba que, durante un tiempo, el vehículo —y posiblemente el secreto— había estado guardado en algún lugar. Alguien había protegido el rastro.
La Llamada Fantasma y la Reapertura
La nueva evidencia, especialmente la sangre y la conclusión del encubrimiento, obligó a la Policía Civil a reabrir el caso con nuevos recursos y una nueva generación de investigadores. La atención se centró de nuevo en el enigma original: la misteriosa llamada telefónica que Mateus recibió a las 20:32 horas de aquella noche de sábado.
En 2009, rastrear esa llamada fue un callejón sin salida: un chip prepago a nombre de una empresa extinta. Pero con la tecnología de 2023, un nuevo informe de geolocalización aproximada indicó que la llamada fue emitida desde la zona urbana de Caxias do Sul. Quien llamó a Mateus no estaba en la fiesta, ni en el campo, sino en la ciudad.
El recuerdo de los amigos en la barbacoa adquirió un nuevo matiz. Mateus había regresado de la llamada “calmo, pero firme”, hablando algo al oído de Aline que la dejó “inquieta” y “preocupada”. Él estaba determinado. Ella se levantó y se fueron rápidamente, sin dar más explicaciones. La pareja, conocida por ser pacífica y discreta, no discutió. Pero la urgencia y el tono de Mateus indicaban una necesidad repentina y grave.
La relectura de los testimonios también resucitó un detalle clave que había pasado desapercibido en 2009: uno de los amigos de Mateus recordó con mayor claridad que el joven había dicho, justo antes de irse, algo como: “Necesito resolver un asunto.” La palabra, “asunto,” sugería algo de naturaleza personal o de negocios, no un accidente o una emergencia médica.
Un Secreto Compartido, un Dolor Desigual
El contraste en la reacción de las familias ante el hallazgo fue dramático y cargado de significado. La madre de Aline, con el corazón roto, se mantuvo activa, su dolor hecho público. El blog, mantenido por un primo de Aline, se actualizó con una frase simple y desgarradora: “Estaban más cerca de lo que pensábamos.” Los padres de Mateus, los Ávila, mantuvieron el silencio que habían adoptado hacía más de una década. No aparecieron, no hicieron declaraciones. Su dolor, según los vecinos, era palpable, pero contenido.
Este contraste, que ya había generado murmuraciones injustas en el pasado, se intensificó. Pero la verdad seguía siendo el mismo vacío. El hallazgo del Gol blanco de Mateus no había traído la paz, sino una certeza más cruel: la de que no habían desaparecido, sino que habían sido víctimas de una trama que involucraba a alguien con acceso, alguien que pudo guardar y luego ocultar el coche.
El caso de Mateus y Aline dejó de ser un simple expediente de personas desaparecidas para convertirse en un caso de homicidio y encubrimiento meticuloso. La Serra Gaúcha, con sus verdes parrales y su rutina de tranquilidad, se vio obligada a enfrentarse a su sombra. La pregunta ya no era dónde estaban, sino quién sabía. ¿Quién hizo la llamada? ¿Qué asunto se interpuso en el camino de estos jóvenes enamorados?
En el lugar del hallazgo, una sencilla cruz con los nombres de Aline Rocha y Mateus Ávila fue plantada. El tiempo puede esconder, pero no borra. Y después de 14 años, el Gol blanco ha emergido del olvido, forzando a la ciudad a recordar que hay historias que necesitan ser terminadas para que el alma pueda descansar. La verdad, aunque dolorosa, ha vuelto a la carretera. Y esta vez, la Serra Gaúcha está esperando el final de la frase que empezó aquella noche de marzo.