El fatídico viaje: El misterio de tres estudiantes universitarios desaparecidos y la horrible verdad revelada una década después

El Bosque de la Primavera, en Jalisco, es un santuario natural para los amantes del senderismo y la aventura. Con sus extensas áreas boscosas, su fascinante flora y fauna, y la cercanía a la bulliciosa ciudad de Guadalajara, este parque nacional es un escape idílico para miles de personas. Sin embargo, para las familias de tres jóvenes desaparecidos hace más de una década, este paisaje de ensueño se ha convertido en un escenario de pesadilla y un misterio sin resolver que ha consumido sus vidas.

La Desaparición Misteriosa

Eric Stevens, de 21 años, Jonathan Price, de 22, y Lisa Carter, de 19, eran estudiantes de la Universidad de Guadalajara, apasionados por la geología, la biología y la ecología, respectivamente. El 27 de julio de 1999, se embarcaron en una caminata de cinco días por la parte oriental del Bosque, un área remota y poco transitada por los turistas. Eric, quien conocía la zona gracias a su experiencia en expediciones geológicas, fue el guía de la expedición. Su vehículo, un Cherokee SUV de 1996, fue encontrado tres días después en el estacionamiento de Las Tinajas, con las llaves escondidas bajo la rueda delantera izquierda, una práctica común entre los senderistas.

Los padres de los jóvenes, al no tener noticias de ellos para la fecha de regreso acordada, dieron la alarma. Carol Stevens, la madre de Eric, había intentado llamarlo desde el 29 de julio, sin éxito. El padre de Jonathan, Roberto Price, contactó a la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR) la noche del 1 de agosto, lo que dio inicio a una de las operaciones de búsqueda más extensas en la historia del estado.

Una Búsqueda Exhaustiva y Frustrante

La búsqueda, liderada por el guardabosques Thomas Miranda, un veterano con 15 años de experiencia, movilizó a 12 guardabosques y seis voluntarios. Se encontraron indicios de los campamentos de los estudiantes en sus primeros dos puntos de pernocta, cerca del arroyo La Primavera y en un claro junto a una formación rocosa. En el primer sitio, hallaron un círculo de piedras para una fogata y una media blanca que coincidía con el calzado de Lisa. En el segundo, encontraron restos de comida y una cuerda colgando de un árbol. Pero el tercer punto, al pie del Volcán de Tequila, no mostraba ninguna señal de su paso. La búsqueda se intensificó. Perros de rastreo olfatearon la ropa de los estudiantes, pero perdieron el rastro en un área rocosa. Un helicóptero sobrevoló la zona, pero la densa vegetación lo hacía inútil.

El 8 de agosto, un perro de rastreo llamado Rex hizo un macabro hallazgo en un barranco a dos kilómetros del Volcán de Tequila. Encontró los restos de la tienda de campaña de los estudiantes, hecha jirones y esparcida en un área de 20 metros cuadrados. Los cortes en la tela, según un experto forense, eran limpios y hechos con un cuchillo afilado, posiblemente de caza. Cerca de la tienda, encontraron la mochila de Jonathan, rota y con su contenido esparcido. Entre sus pertenencias, se encontraba un cuaderno con notas sobre la caminata. La última entrada, del 30 de julio, decía: “Tercer día. Llegamos a las rocas. Eric encontró algunas muestras interesantes de rocas. Mañana vamos a seguir hacia el este”.

La investigación pasó a ser un caso criminal, pero a pesar de los esfuerzos de la detective Sara Thompson, no se encontraron pistas de un conflicto. La zona donde se encontraron los restos era remota y rara vez visitada. Las búsquedas continuaron durante semanas, incluso con cámaras térmicas y el apoyo de voluntarios. Se exploró un radio de 10 kilómetros, pero los cuerpos nunca fueron hallados. La búsqueda se suspendió en septiembre. El caso se convirtió en un expediente sin resolver, pero las familias de los jóvenes se negaron a rendirse. El padre de Eric, Roger Stevens, siguió buscando por su cuenta todos los fines de semana, y la madre de Lisa, Patricia Carter, organizó grupos de voluntarios que continuaron la búsqueda hasta la llegada del invierno.

El Vuelco de la Investigación: Un Descubrimiento Horripilante

Diez años después, el 23 de mayo de 2009, la esperanza de una resolución se encendió de una manera que nadie podía haber anticipado. Un grupo de geólogos de la Universidad de Guadalajara, liderado por el profesor Daniel Clark, se encontraba en el Cañón del Río Santiago, a siete kilómetros al noreste de donde se hallaron los restos del campamento de los estudiantes. Uno de los estudiantes, Marcos Lorenzo, descendió a una grieta de 12 metros de profundidad para recolectar muestras. Lo que encontró lo dejó paralizado.

En el interior de una pequeña cueva, tres cráneos humanos estaban ensartados en estacas de madera, clavadas en la pared de roca. Los cráneos estaban orientados hacia la entrada de la cueva, como si miraran fijamente a quienes se atrevieran a entrar. Los geólogos, sin tocar nada, contactaron a la policía. La detective David Miller y un equipo forense descendieron a la cueva. La patóloga forense, Dra. Elizabeth Hawkins, realizó un examen preliminar. Los cráneos pertenecían a personas de entre 18 y 25 años. No presentaban signos visibles de traumatismos. Los dientes, bien conservados, fueron clave para la identificación.

Las estacas, de 40 centímetros de largo, estaban hechas de madera de roble local y mostraban marcas de una herramienta afilada. El lugar parecía un santuario macabro. En el suelo de la cueva, encontraron los restos de una fogata que se había encendido varias veces, una lata vacía, una botella de plástico y un trozo de cuerda. Un detalle no pasó desapercibido para los investigadores: las estacas se habían clavado con una precisión casi milimétrica, a la misma altura y con una separación exacta de un metro.

Identificación y la Conexión con un Caso Antiguo

Las muestras de ADN extraídas de los cráneos fueron enviadas a un laboratorio de la Fiscalía General de la República (FGR) en la Ciudad de México. Dos semanas después, los resultados fueron concluyentes: los cráneos pertenecían a Eric Stevens, Jonathan Price y Lisa Carter. La coincidencia era del 100%. Un examen más minucioso reveló una pequeña fractura en el cráneo de Eric, lo que sugería un golpe con un objeto contundente o una caída. El misterio se profundizaba: ¿Quién había matado a los jóvenes y por qué se había tomado la molestia de exhibir sus cráneos de forma tan ritualística y perturbadora?

La detective Miller y su equipo revisaron el expediente original de 1999. El hallazgo de la tienda rasgada y la mochila de Jonathan, a siete kilómetros de la cueva, cobró un nuevo significado. Los investigadores trazaron las posibles rutas que los cuerpos pudieron haber tomado y se percataron de que la zona era extremadamente difícil de transitar. Se consultó a expertos en etnografía, quienes descartaron que el crimen fuera un ritual de alguna tribu local, ya que no coincidía con las prácticas conocidas.

Fue entonces cuando la investigación tomó un giro inesperado. La policía revisó todos los casos de personas desaparecidas en los bosques de Jalisco en los últimos 15 años. De los cinco casos sin resolver, uno llamó la atención: la desaparición de la familia Coleman en 1997. Rogelio y Cindy Coleman, junto a sus hijos Braulio, de 15, y Emilia, de 12, habían desaparecido en el bosque de la Sierra de Manantlán, a 80 kilómetros al sureste de la cueva de los cráneos. Su automóvil fue encontrado, pero la familia no dejó rastro. Un dato intrigante: no se encontraron restos de campamento ni pertenencias. La única similitud es que ambos crímenes habían ocurrido en zonas de difícil acceso de la cadena de las Sierras.

El hallazgo de los cráneos en la cueva motivó a los investigadores a expandir la búsqueda en un radio de 20 kilómetros, con la ayuda de un club espeleológico que proporcionó mapas de más de 40 cuevas en la zona. La búsqueda dio frutos. Cuatro kilómetros al oeste del primer hallazgo, en una cueva pequeña, encontraron huesos esparcidos. La Dra. Hawkins los identificó como los restos de dos adultos y un adolescente, que habían estado allí al menos por una década. Las pruebas de ADN confirmaron la macabra sospecha: se trataba de Rogelio, Cindy y Braulio Coleman. Los restos de la pequeña Emilia no estaban con ellos. La esperanza de resolver el misterio de los Coleman se había encendido, pero el destino de la niña sigue siendo una incógnita.

Un Patrón Horripilante y un Asesino Fugitivo

La investigación se centró en la creación de un perfil del presunto autor. El culpable debía ser alguien familiarizado con el terreno, físicamente apto y con habilidades de supervivencia. Se revisaron los expedientes de 37 personas con antecedentes penales que vivían en un radio de 100 kilómetros, pero todos tenían coartadas.

Un patrón emergió del análisis de los eventos: la familia Coleman desapareció en 1997, y los estudiantes en 1999, con menos de dos años de diferencia. Esto sugiere que el perpetrador podría haber estado activo durante ese período y luego se detuvo, o se mudó. A pesar de una investigación exhaustiva, con más de 200 entrevistas y la exploración de todas las cuevas en un radio de 30 kilómetros, no se encontraron nuevas pistas.

En noviembre de 2009, el caso se suspendió oficialmente por falta de nuevas pruebas. Los restos de los jóvenes y de los Coleman fueron entregados a sus familias para su entierro, proporcionando un cierre amargo. El caso se archivó como “sin resolver”, pero la detective Miller reconoció que sin nuevos datos, es casi imposible resolver el crimen.

Hoy, la zona de las cuevas es evitada por los residentes y el número de visitantes ha disminuido drásticamente. Las teorías sobre la identidad del asesino abundan: un asesino en serie, un ermitaño mentalmente inestable, o los ritos de un culto secreto. Ninguna de estas teorías ha sido probada, y el responsable, si existe, ha logrado desaparecer sin dejar rastro. Las cuevas del Bosque de la Primavera guardan un secreto que podría estar enterrado para siempre.

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