El Citlaltépetl rompe el silencio: El objeto intacto que un puma guardó en su estómago por una década

Por la Redacción de Sucesos México

En las faldas del majestuoso Pico de Orizaba (Citlaltépetl), donde el frío cala hasta los huesos y la neblina borra los caminos en cuestión de minutos, se cuenta que la montaña cobra su cuota. Pero nadie, ni el más viejo de los guías de Ciudad Serdán, imaginó jamás cómo “El Gigante” devolvería la memoria de uno de sus hijos perdidos.

Lo que comenzó como el sueño de un turista europeo de conquistar el techo de México, terminó convirtiéndose en uno de los misterios más desconcertantes para la Fiscalía y Protección Civil. Diez años de silencio absoluto que se rompieron no con un grito, sino con el brillo metálico de un objeto atrapado en las entrañas de la fauna salvaje.

El Alemán que Desafió al Volcán

Corría noviembre de 2014. Thomas Müller, un ingeniero de Múnich de 34 años, llegó a México con la mirada fija en el volcán más alto del país. A pesar de las advertencias de “Don Goyo”, un guía local de Tlachichuca que le advirtió sobre la entrada inminente de un “Norte” violento, Thomas confió en su experiencia alpina.

“He subido los Alpes, el frío no me asusta”, le dijo a su esposa Ingrid por teléfono desde un hostal en Puebla, mientras comía unos tacos y revisaba su equipo de alta tecnología. Esa fue la última vez que ella escuchó su voz.

Thomas se adentró en la cara norte del glaciar de Jamapa. Su último reporte de GPS lo ubicó cerca de los 4,800 metros sobre el nivel del mar. Luego, la tormenta golpeó. Vientos de 100 km/h y una nevada atípica cubrieron el volcán. Cuando el cielo se despejó tres días después, Thomas ya no estaba.

La Búsqueda Infructuosa

México se movilizó. La Brigada de Rescate del Socorro Alpino, elementos de Protección Civil y voluntarios locales peinaron la zona conocida como “El Sarcófago”. Ingrid voló desde Alemania, pegando carteles en los refugios y suplicando ayuda en las noticias nacionales.

“El volcán es traicionero, güerita”, le decían los lugareños con pena. Se encontraron restos de su campamento destrozado cerca de Piedra Grande, pero de él, ni rastro. Con el tiempo, el expediente se archivó en un cajón olvidado de la Fiscalía de Veracruz, y Thomas pasó a ser una leyenda más de los que suben y nunca bajan.

El Hallazgo que Paralizó a la UNAM

Marzo de 2025. Una década había pasado. El paisaje había cambiado poco, pero la fauna sí. Un equipo de investigadores del Instituto de Biología de la UNAM, liderado por el Dr. Javier Bonilla, se encontraba en la zona boscosa baja del volcán, monitoreando el regreso del puma (Puma concolor) a estas áreas protegidas.

Fue durante un recorrido por una zona de difícil acceso, llena de zacatonal y pinos, donde el biólogo pasante, Beto Hernández, tropezó con algo inusual. En un claro, iluminado por el sol de la tarde, yacía el esqueleto completo de un puma de gran tamaño.

“Era un macho dominante, enorme”, relató Bonilla. “Murió de viejo, algo raro en la vida salvaje. Pero cuando nos acercamos a tomar muestras, vimos algo que no cuadraba con la anatomía animal”.

En lo que alguna vez fue el estómago del felino, entre las costillas blanqueadas, había un objeto manufacturado. No era basura reciente. Estaba incrustado, corroído por ácidos potentes, pero entero.

La Autopsia del Tiempo

El objeto fue llevado con extremo cuidado a los laboratorios en la Ciudad de México. Al limpiarlo, el silencio en la sala fue total. Era un reloj deportivo marca Suunto, de esos que usan los profesionales, con altímetro y GPS integrado.

La corrosión indicaba que el reloj había pasado años dentro de un ambiente ácido: el sistema digestivo del animal. Pero la clave estaba en el reverso de la caja de acero. Un número de serie apenas visible.

La colaboración con la embajada alemana y los archivos antiguos confirmó lo imposible: el reloj pertenecía a Thomas Müller.

La Reconstrucción de la Tragedia

La teoría forense es escalofriante y fascinante a la vez. Los expertos creen que Thomas, desorientado por la tormenta de 2014 y posiblemente sufriendo de hipotermia o mal de montaña, descendió erráticamente buscando refugio en la línea de árboles, invadiendo el territorio de caza del puma.

En el duro invierno de la sierra, un depredador no desperdicia oportunidades. Hubo un encuentro. El puma atacó y, al alimentarse, ingirió el reloj que Thomas llevaba en su muñeca. El animal sobrevivió, digirió lo orgánico, pero el metal permaneció en su interior, viajando con él por el Pico de Orizaba durante años hasta que la bestia murió naturalmente.

El Cierre de un Ciclo

Para los habitantes de Tlachichuca y Ciudad Serdán, esto confirma lo que siempre han dicho: los animales son los verdaderos dueños del monte. “El puma no se lo comió por maldad, lo hizo para que la montaña no lo dejara solo”, comentó Don Goyo al enterarse de la noticia.

Ingrid, ahora de 41 años, regresó a México, no para buscar, sino para encontrar. Recibir ese reloj, marcado por el tiempo y la naturaleza, fue el cierre que necesitaba. No hubo cuerpo para enterrar, pero hubo una certeza: Thomas formó parte de la vida salvaje del lugar que tanto admiraba.

El reloj ahora reposa en una pequeña vitrina del Museo de Alpinismo local, como un recordatorio silencioso de que en el Pico de Orizaba, la naturaleza siempre tiene la última palabra.

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