
En agosto de 2017, la quietud rural de Valle Escondido, Chiapas, se quebró por un misterio que resonaría con el eco de las tragedias más oscuras de México. Tres adolescentes—Javier Méndez (16), su amigo inseparable Rodrigo Beltrán (16), y el joven aventurero Luis Castro (15)—le dijeron a sus familias que se dirigirían a un campamento de fin de semana en el corazón de la Sierra Negra, una cadena montañosa tan hermosa como imponente.
Partieron confiados en su conocimiento de la zona, prometiendo un regreso seguro el domingo por la noche. Lo que realmente sucedió en esa excursión, sin embargo, trascendió la simple aventura juvenil para convertirse en un caso que puso al descubierto la vulnerabilidad de la vida en la provincia.
Dos años de agonía se extendieron como una sombra sobre Valle Escondido. Los carteles de los rostros sonrientes de los muchachos se volvieron omnipresentes, mientras que la falta de respuestas consumía a las familias. La investigación inicial, liderada por la Policía Estatal, se encontró con un muro de desconcierto.
El vehículo de Rodrigo fue hallado correctamente estacionado en la entrada de la Sierra. Pero al seguir la ruta hacia el punto de campamento planeado, cerca de un sitio conocido como Laguna de Cristal, el equipo encontró una escena inquietante: un campamento abandonado a toda prisa, con restos de una fogata y envoltorios de comida esparcidos.
Lo más perturbador fue una bota de Luis Castro, colocada de manera intencional junto al anillo de fuego, como una señal dejada deliberadamente. Los esfuerzos de búsqueda con rastreadores y helicópteros no tuvieron éxito; era como si la Sierra se los hubiera tragado. La detective Andrea Pérez, a cargo del caso, se enfrentó a un enigma sin precedentes en su carrera.
El destino intervino en octubre de 2019, cuando una cuadrilla de trabajadores que preparaba un nuevo acceso en un punto remoto de la Sierra hizo un hallazgo que estremeció a la nación. Escondido, a unas millas de Laguna de Cristal, semienterrado bajo la hojarasca, encontraron un bidón metálico de uso industrial.
El olor fétido que emanaba y, más aún, la soldadura burda y amateur que cerraba la tapa, indicaron de inmediato que no se trataba de un desecho abandonado. El capataz notificó a las autoridades, y la escena fue acordonada. La detective Pérez, al recibir la llamada, sintió el frío escalofrío de que, por fin, la verdad se estaba asomando desde la oscuridad.
El traslado del pesado bidón a la capital del estado para su análisis por parte de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) fue un esfuerzo logístico complejo. Una vez abierto en un entorno controlado, los peritos forenses confirmaron los peores temores: en su interior había restos humanos en avanzado estado de descomposición.
La condición del hallazgo, sellado y enterrado, apuntaba directamente a un acto de ocultamiento premeditado. Entre los fragmentos de tela y los restos óseos, se encontró una pista crucial: un anillo conmemorativo del bachillerato de Valle Escondido, que correspondía a Rodrigo Beltrán.
El descubrimiento confirmó la violenta conclusión de la vida de Rodrigo, pero dejaba abiertas las preguntas más angustiosas: ¿Dónde estaban Javier y Luis? ¿Quién había perpetrado este acto atroz?
La noticia del hallazgo transformó la percepción pública del caso, pasando de una simple desaparición a un homicidio de alto impacto que exigía justicia. La pericia forense indicó que el cuerpo de Rodrigo había sido introducido en el bidón con fuerza y deliberación, un acto que requeriría una planificación y un esfuerzo considerables.
La detective Pérez, con apoyo del AIC, reenfocó la investigación, volviendo a examinar cada detalle de la escena original del campamento. Se especuló que la bota solitaria de Luis en Laguna de Cristal podría haber sido un intento desesperado de los jóvenes de dejar una señal, un rastro de auxilio, o quizás, una burla cruel por parte del perpetrador.
La pista decisiva, sin embargo, llegó de la fuente menos esperada. Un pescador local, Ricardo Herrera, que revisaba fotografías de su excursión a la Laguna de Cristal ese fin de semana fatídico, notó algo inquietante.
En el fondo de una de sus fotos, tomada el sábado por la mañana, se apreciaba una figura borrosa, un hombre adulto, oculto entre los árboles, observando el área del campamento con lo que parecían ser binoculares. La imagen, una vez amplificada y tratada por los especialistas, se convirtió en la prueba de que los muchachos no habían estado solos. Habían sido acechados.
La imagen revelada del vigilante fue rápidamente identificada por los guardabosques de la zona. Se trataba de Douglas Ramos, de 43 años, un hombre conocido en Valle Escondido por haber trabajado de forma intermitente como inspector temporal para la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR).
Ramos era un hombre solitario, con un historial de quejas por comportamiento inapropiado hacia excursionistas y, lo más revelador, tenía experiencia en soldadura. Su conocimiento íntimo de la Sierra Negra y su acceso a zonas remotas lo colocaban en el centro de la escena.
Con la evidencia fotográfica y la conexión con el bidón sellado, las autoridades obtuvieron una orden de cateo para la cabaña de Ramos, ubicada en una zona de difícil acceso a varias horas de Valle Escondido. Al llegar, encontraron la cabaña sola, pero su camioneta estaba estacionada afuera.
El cateo reveló pruebas espeluznantes: en un escondite, se encontraron objetos personales de Javier y Luis, incluyendo la identificación de Javier y la insignia de un grupo juvenil de Luis. En su taller improvisado, se halló el equipo de soldadura y mapas de la Sierra Negra con marcaciones en rojo que unían el campamento en Laguna de Cristal con el sitio del bidón.
También se encontró un diario con anotaciones perturbadoras sobre sus hábitos de vigilancia hacia excursionistas jóvenes.
Douglas Ramos fue ubicado y detenido poco después, cerca de su cabaña. La presión de la evidencia y la investigación exhaustiva llevaron a una eventual confesión parcial, en la que Ramos admitió la responsabilidad, aunque intentó justificar sus acciones con una retorcida fantasía de “mentoría forzada”.
Él había confrontado a los muchachos en su campamento, y al sospechar e intentar huir, él los había coaccionado y llevado a su cabaña. Según su versión sesgada, la muerte de Rodrigo ocurrió durante un intento de fuga. Aterrorizados por lo sucedido, Javier y Luis intentaron escapar en los días subsiguientes, lo que, según Ramos, provocó una segunda y tercera tragedia en su intento de “controlar la situación”.
La verdad completa fue revelada cuando Ramos guio a los investigadores a los sitios de sepultura de Javier Méndez y Luis Castro en los terrenos de su propiedad, en fosas poco profundas y aisladas. El examen forense final en ambos casos dictaminó que las muertes se debieron a traumatismos por golpes contundentes, desmantelando cualquier alegato de autodefensa.
El caso se cerró con la condena de Douglas Ramos por triple homicidio calificado en septiembre de 2020, sentenciado a la pena máxima sin posibilidad de libertad. La trágica resolución de este caso en la Sierra Negra de Chiapas sirvió como un doloroso llamado de atención sobre la necesidad de extremar la seguridad y los filtros de antecedentes para el personal con acceso a zonas públicas. Para Valle Escondido, el alivio de la verdad llegó de la mano de un trauma colectivo imborrable.