
La calurosa mañana del 23 de junio de 2020, en el corazón de la Reserva de la Biosfera Selva El Ocote, en Chiapas, un guardabosques local que realizaba labores de conservación notó algo que no encajaba con el paisaje virgen. Cerca de un gigantesco árbol de caoba, el terreno se sentía hueco y la vegetación parecía haber sido manipulada de forma artificial. Lo que comenzó como una inspección rutinaria terminó con el descubrimiento de una escotilla de acero reforzado, camuflada con tierra y raíces secas.
Al abrirla, el olor a humedad y encierro golpeó a los oficiales. Al descender, encontraron un búnker de concreto construido con una ingeniería escalofriante. Allí, en la penumbra de una lámpara de aceite gastada, estaban Haley Watson y Emma Hirs. Sus rostros, pálidos por la falta de sol y marcados por el sufrimiento, apenas podían creer que los hombres frente a ellas no eran su captor, sino rescatistas. Las jóvenes, que habían desaparecido en julio de 2015 mientras realizaban una investigación universitaria, habían pasado media década enterradas en vida en suelo mexicano.
El caso de “las niñas de la selva” había sido una herida abierta para la sociedad chiapaneca. En 2015, la desaparición de las dos estudiantes de biología desató protestas masivas y bloqueos de carreteras por parte de familiares que exigían justicia. La última pista fue su mochila hallada cerca del río La Venta. Las autoridades locales, tras meses de búsqueda sin éxito, insinuaron que las jóvenes podrían haber sido víctimas de grupos delictivos que operan en la frontera sur, y el caso fue archivado lentamente como uno más en las trágicas estadísticas del país.
Sin embargo, la verdad era mucho más personal y siniestra. Su captor no era un miembro de una organización criminal, sino David Thomas Williams, un contratista de obras civiles que conocía la selva como la palma de su mano. Williams había utilizado sus conocimientos de construcción para edificar una prisión subterránea indetectable, equipada con un sistema rudimentario de ventilación y almacenamiento de agua de lluvia.
Durante los cinco años de cautiverio, Haley y Emma sobrevivieron gracias a una fe inquebrantable y a la hermandad que forjaron en la oscuridad. En sus declaraciones, relataron cómo celebraban sus cumpleaños en silencio, imaginando las cenas con sus familias en sus ciudades natales. El captor las sometía a un régimen de terror psicológico, asegurándoles que México estaba sumido en una guerra civil y que sus familias habían huido del país, dejándolas a su suerte.
El milagro del rescate ocurrió gracias a un error del verdugo. Williams fue detenido en un retén militar en una carretera estatal por posesión de armas de fuego. Al ser procesado y quedar bajo custodia federal, las jóvenes quedaron sin el suministro básico de comida que el captor les llevaba semanalmente. El hambre y la desesperación les dieron la fuerza final para golpear las tuberías de ventilación de metal. Fue ese sonido metálico y rítmico, como un SOS desesperado, lo que atrajo la atención del guardabosques Jacobs aquella mañana de junio.
El impacto de la noticia en México fue inmediato. Desde Ciudad de México hasta la frontera sur, la población celebró el rescate como un triunfo de la vida sobre la muerte. Las jóvenes fueron trasladadas de urgencia a un hospital en Tuxtla Gutiérrez, donde recibieron tratamiento por desnutrición severa y anemia crónica. A las afueras del hospital, cientos de personas se reunieron con velas y oraciones, convirtiendo el caso en un símbolo nacional de esperanza para los familiares de los miles de desaparecidos en el país.
David Thomas Williams fue condenado por la justicia mexicana a la pena máxima de prisión por secuestro agravado y privación ilegal de la libertad. El juez, al dictar la sentencia, calificó sus actos como “una ofensa a la humanidad y un acto de crueldad sin precedentes en la historia moderna de Chiapas”.
Hoy, Haley y Emma han comenzado un largo proceso de recuperación. Aunque las secuelas físicas y emocionales de cinco años de aislamiento son profundas, su voluntad de vivir ha inspirado a colectivos de búsqueda en todo México. Su historia es un recordatorio de que, incluso en la selva más densa y bajo la tierra más profunda, la esperanza puede sobrevivir a la oscuridad más absoluta.