
La noche del 27 de abril de 1987, un lunes de primavera en la Ciudad de México, el smog habitual cubría el cielo y la temperatura era agradable. Eran los años de la reconstrucción tras el terremoto del 85, días sin la tecnología que hoy registra cada uno de nuestros pasos. Dentro del restaurante “El Rincón Argentino”, en el corazón de Polanco, Ricardo Morales Sánchez, de 32 años, y su esposa, Elena Herrera de Morales, de 29, brindaban. Celebraban su quinto aniversario de bodas, ajenos al destino que les esperaba al salir por esa puerta.
Ricardo era un ingeniero civil en ascenso, egresado de la UNAM, recién ascendido a gerente de proyectos en una gran constructora. Elena, una dedicada profesora de historia en la Preparatoria 5, era conocida por su carisma y activismo social. Formaban una pareja querida, estable y sin enemigos conocidos en su círculo de la colonia Condesa.
Alrededor de las 22:30, se despidieron de sus amigos en el estacionamiento. El valet parking que les entregó su auto testificó que estaban felices, tranquilos y perfectamente sobrios. Subieron a su Spirit azul marino de 1985 y se perdieron en el tráfico nocturno de la capital.
Nunca llegaron a casa.
El inicio de una pesadilla
La alarma saltó a la mañana siguiente. Ricardo faltó a una reunión crucial en el trabajo. Elena no se presentó a dar clases. Al principio, la preocupación fue leve. Los amigos y familiares supusieron que la pareja había decidido extender la celebración, quizás con un viaje sorpresa a Cuernavaca, un gesto romántico propio de Ricardo.
Pero las horas pasaban. Javier Morales, hermano de Ricardo, fue al departamento de la pareja en la Condesa esa tarde. La escena que encontró helaba la sangre: la casa estaba vacía, intacta. No había señales de lucha ni de entrada forzada. La cama estaba tendida. La correspondencia del día anterior seguía en la mesita de entrada, sin abrir.
En el patio trasero, “Thor”, su labrador negro, estaba visiblemente inquieto, aunque tenía agua y comida. “Era como si se los hubiera tragado la ciudad”, relató Javier al Ministerio Público. “Mi hermano jamás dejaría al perro solo tanto tiempo sin avisar a alguien. Trataba a ese animal como a un hijo”.
El caso fue registrado formalmente como desaparición. El comandante Sergio Mendoza inició una búsqueda frenética. Las primeras 48 horas se centraron en la hipótesis más lógica: un accidente. Equipos policiales rastrearon hospitales como Xoco y Balbuena. Revisaron las salidas a Querétaro y Puebla. Nada. Ningún accidente que involucrara un Spirit azul.
La ciudad se empapeló con sus rostros. La prensa local se hizo eco, y la angustia de las familias Morales y Herrera se convirtió en una agonía pública. Si había sido un secuestro, ¿por qué nadie pedía rescate?
Pistas falsas y un caso congelado
Las primeras semanas arrojaron pistas contradictorias. Una empleada de una gasolinera en la autopista a Cuernavaca afirmó haber visto a una pareja similar en un Spirit azul la madrugada del día 28. “La mujer parecía tensa”, dijo en su declaración. “Parecía que había llorado. El hombre pagó en efectivo y salieron rápido”. Esta pista llevó la búsqueda al estado de Morelos, pero, como tantas otras, se desvaneció.
En junio, un extracto bancario reveló un dato impactante: se había realizado un fuerte retiro de 50 millones de pesos (de los antiguos pesos) en la mañana del 27 de abril, horas antes de la cena. Esto abrió dos posibilidades: o planeaban una fuga voluntaria o alguien los obligó a sacar el dinero.
La investigación giró entonces hacia la vida profesional de Ricardo. El comandante Mendoza descubrió que el joven ingeniero estaba inmerso en un proyecto inmobiliario complejo y problemático: la “Torre Insurgentes 900”. Un colega de trabajo, Juan Ferreira, reveló que Ricardo estaba “preocupado” en las semanas previas. “Mencionó que enfrentaba presión de inversores y que había descubierto irregularidades en el proyecto, pero nunca entró en detalles”.
Surgió una nueva línea de investigación: ¿estaba la desaparición vinculada a un esquema de corrupción, a las famosas “mordidas” del boom inmobiliario de la CDMX? A pesar de la gravedad de esta pista, el caso se estancó. Incluso un reportaje especial de Jacobo Zabludovsky en 24 Horas generó revuelo nacional, pero no pistas sólidas.
Con el tiempo, el comandante Mendoza fue transferido. El caso pasó a otras manos. Los años se convirtieron en décadas, sepultados por la crisis económica, la burocracia y la impunidad. El Spirit azul jamás fue encontrado. En 1992, cinco años después, el caso fue clasificado como “abierto, sin perspectivas de solución inmediata”, el eufemismo burocrático para un caso archivado.
Para las familias, sin embargo, la búsqueda nunca terminó. “Nunca aceptamos la idea de que simplemente huyeron”, declaró Helena Herrera, madre de Elena, en el décimo aniversario. “Conocíamos a nuestros hijos. Algo terrible les sucedió”.
37 años después: El muro
Marzo de 2023. Casi 37 años habían pasado. El caso de la pareja desaparecida era una leyenda urbana en la CDMX, un fantasma en la historia criminal de la ciudad. La Torre Insurgentes 900, el mismo edificio que Ricardo supervisaba, estaba en plena remodelación estructural. El edificio, inaugurado en 1988, un año después de la desaparición, sufría de problemas crónicos.
En el sótano, cerca de la sala de máquinas de los elevadores, los obreros Rafael Gómez y Eduardo Pereira trabajaban. Al derribar una pared que no figuraba en los planos originales, hicieron un descubrimiento sombrío. Detrás del muro falso había una cavidad sellada con concreto. Dentro, dos bultos grandes, envueltos en plástico industrial negro y cinta adhesiva.
“Cuando nos dimos cuenta de lo que podía ser, paramos inmediatamente y llamamos a la policía”, relató Rafael. La policía, ahora bajo el mando de la Fiscal Fernanda Rocha, acordonó el lugar.
Los restos mortales estaban en avanzado estado de descomposición, pero el ambiente seco había preservado ciertos elementos. En uno de los cuerpos había un reloj Rolex con una inscripción personalizada. En el otro, un anillo de graduación de la Facultad de Ingeniería de la UNAM.
Javier Morales, el hermano de Ricardo, ahora un hombre de 72 años, reconoció el reloj en las fotografías forenses. “Era un regalo que le di a mi hermano cuando se graduó. Tenía grabado ‘Para RC: El futuro es tuyo'”.
Los registros dentales de Ricardo y Elena, milagrosamente conservados por sus antiguos dentistas, ofrecieron la primera confirmación. Finalmente, el 12 de abril de 2023, las pruebas de ADN no dejaron lugar a dudas. Eran ellos.
El análisis forense determinó la causa del trágico desenlace: asfixia en ambos casos. Ricardo, además, presentaba un fuerte trauma en la parte posterior del cráneo. Había sido una emboscada.
Desentrañando la conspiración
La noticia conmocionó a México. El caso se reabrió con toda la fuerza de la tecnología moderna. La Fiscal Fernanda Rocha se centró en la pista que había sido abandonada en 1987: la torre.
Descubrieron que el espacio donde se encontraron los restos era un “espacio fantasma”, creado durante la construcción y ocultado deliberadamente. Y lo más revelador: el ingeniero que firmó la finalización de la obra en 1988 fue Antonio Martínez, el hombre que había asumido el puesto de Ricardo tras su desaparición.
Los detectives localizaron a Jorge Mireles, el excontador de la constructora, quien reveló el móvil. Ricardo había descubierto un esquema masivo de sobreprecios y desvío de materiales. “Hablamos de un desvío equivalente a millones de dólares hoy”, testificó Mireles. “Ricardo me buscó, preocupado, diciendo que iba a confrontar a los directores”.
Los registros bancarios de la época confirmaron transferencias a empresas fantasma y cuentas en el extranjero, muchas firmadas por Antonio Martínez y por Víctor Damasco, el director financiero.
El testimonio clave provino de Josías Pedroza, el antiguo maestro de obras. “Esa noche me llamaron con urgencia a la obra… Vi el coche del Ing. Ricardo estacionado allí, ese Spirit azul. Martínez y Damasco estaban con otros dos hombres… Oí gritos viniendo del sótano. Me dieron un sobre con mucho dinero y me dijeron que si hablaba algo, tendría el mismo fin”.
En mayo de 2024, Antonio Martínez, de 78 años, fue arrestado. Tras horas de interrogatorio, confesó.
Atrajeron a Ricardo a una “reunión de emergencia” en la obra después de su cena de aniversario. Elena, que lo acompañaba, se convirtió en una testigo que no podían dejar ir. “Ricardo amenazaba con exponer todo el esquema”, confesó Martínez. “La idea era asustarlo, forzarlo a salir del país… pero él reaccionó. Dijo que iría hasta el final. Hubo una lucha. Todo salió de control”.
Tras el atroz acto, ocultaron los restos. Mientras la policía buscaba un coche y una pareja viva, ellos construían la pared falsa. El Spirit fue desmantelado en un deshuesadero de Iztapalapa.
Víctor Damasco, de 82 años, fue localizado y arrestado en Argentina, donde vivía bajo una identidad falsa. Los otros dos hombres involucrados ya habían fallecido.
Justicia y memoria
El 27 de abril de 2024, exactamente 37 años después de su desaparición, las familias Morales y Herrera finalmente pudieron realizar el funeral. Helena Herrera, madre de Elena, que con 92 años pudo por fin dar sepultura a su hija, expresó: “Pasé 37 años imaginando dónde estaba mi niña. Ahora sé que está en paz”.
Antonio Martínez fue condenado a 36 años. Víctor Damasco espera juicio. Ambos, por su edad avanzada, cumplen sus sentencias en régimen domiciliario, un hecho que generó indignación pero que la ley permitía.
El caso provocó cambios legislativos profundos. El Congreso aprobó la “Ley Ricardo y Elena”, que establece que los casos de desaparición nunca deben ser archivados definitivamente y crea un banco nacional de ADN.
La Torre Insurgentes 900, el edificio que guardó el secreto durante décadas, fue clausurada permanentemente y demolida. En su lugar, hoy se erige la “Plaza de la Memoria”. Un monumento de acero con los perfiles de Ricardo y Elena lleva una inscripción: “Para que nunca se olvide, para que nunca más suceda”.
La verdad, como demostró este caso, puede estar oculta, emparedada por la corrupción y el tiempo. Pero, a veces, la justicia, aunque tarde 37 años, encuentra su camino hacia la luz.