Amelia “Amy” Turner, de 24 años, era una joven fotógrafa de naturaleza apasionada por los paisajes salvajes de Estados Unidos. Su vida estaba llena de amaneceres en cumbres, ríos escondidos y bosques que retrataba con su cámara. El 12 de agosto de 2023 decidió enfrentar un reto que soñaba desde hacía tiempo: recorrer en solitario el circuito de casi 32 kilómetros del Paintbrush-Cascade Canyon Loop, en el Parque Nacional Grand Teton, Wyoming.
Ese día, Amy llegó preparada al punto de partida, el String Lake Trailhead. Tenía todo lo necesario: GPS, teléfono satelital, botiquín, alimentos protegidos de osos y su inseparable cámara. Incluso pidió a una pareja de excursionistas que le tomara una fotografía antes de comenzar. Esa imagen, con los brazos en alto y las montañas como telón de fondo, sería la última prueba de vida de la joven.
Una desaparición inexplicable
Cuando Amy no regresó al día siguiente, su padre, Mark Turner, levantó la voz de alarma. La búsqueda comenzó de inmediato: helicópteros, perros rastreadores y decenas de voluntarios recorrieron el parque. Encontraron su campamento en perfecto orden: la tienda armada, la comida guardada y un cuaderno abierto con bocetos de flores silvestres. Lo que no estaba eran sus botas ni su mochila.
Los perros perdieron el rastro en una zona rocosa. Sin sangre, sin señales de lucha, sin transmisión de su equipo satelital. Amy se había desvanecido. Las hipótesis se multiplicaron: accidente, ataque de un animal, incluso la teoría de que había decidido desaparecer por voluntad propia. Pero para su padre, nada de eso tenía sentido. Él estaba convencido: alguien la había secuestrado.
El hombre de la mochila militar
Semanas después, un testimonio abrió una grieta en el misterio. Una pareja recordó haber visto a un hombre extraño en el sendero: vestía de verde apagado, llevaba una mochila de estilo militar y unas botas rígidas que no parecían de excursionista. Pasó en silencio, con una mirada gélida. Nunca lo vieron beber agua ni detenerse. Lo inquietante fue que lo habían visto dos horas después de cruzarse con Amy.
La policía elaboró un retrato hablado, pero no hubo registros de su paso en la entrada del parque. Sin un nombre, la investigación quedó en punto muerto.
Mientras tanto, Mark Turner vendió su casa en Oregón y se mudó a una cabaña cerca del parque. Día tras día recorrió cada tramo del circuito en busca de respuestas. “Alguien sabe algo”, decía a los periodistas locales. “Solo tengo que resistir el silencio”.
La pista en un nido de águila
Once meses después, un hallazgo cambió todo. David Chen, un joven guardabosques que estudiaba nidos de águilas, vio algo extraño: tiras de nylon rojo y azul enredadas en una de las ramas. Al trepar, encontró un pedazo de mochila con la marca Granite Pro 60, la misma que usaba Amy, y más abajo, ropa interior femenina que coincidía con una prenda que la joven había mostrado en un video.
La escena era insólita: las águilas habían tomado restos de una víctima para reforzar su nido. La señal era clara: muy cerca debía estar el cuerpo.
Un equipo forense descendió con drones y encontró un entierro clandestino a los pies del acantilado: huesos, restos de ropa y un anillo de titanio con las iniciales “A.T.”. Amy había sido asesinada. La autopsia reveló un golpe mortal en la cabeza, heridas defensivas en los brazos y evidencias de agresión sexual.
El asesino en la sombra
Revisando registros, los investigadores detectaron un nombre sospechoso anotado el mismo día que Amy entró al sendero: R. Frasier. La escritura parecía forzada, como disfrazada. La pareja que vio al misterioso hombre confirmó: “Ese es él”.
Robert Frasier, 44 años, exmilitar dado de baja deshonrosa, vagabundo habitual, acostumbrado a cambiar de identidad. Había estado hospedado en un motel cercano y desapareció el mismo día en que Amy fue reportada como ausente.
La policía lo rastreó hasta Montana. Cuando lo arrestaron en su tráiler, encontraron una camisa con manchas de sangre, la cámara Nikon de Amy y un baúl metálico con fotografías inquietantes: decenas de mujeres senderistas, espiadas desde la distancia, muchas de ellas sin saberlo. Entre esas imágenes, una carpeta titulada “Amy”.
Las últimas fotos helaban la sangre: Amy sonriendo, caminando, armando su campamento, y luego corriendo. El rastro visual de un asesinato.
Un depredador en serie
El caso de Amy no era único. En el baúl había pruebas que conectaban a Frasier con la desaparición de al menos dos mujeres más: Lily Sue, de 26 años, desaparecida en el Parque Nacional Olympic, y Generas, de 30, en Arizona. Todas compartían un perfil: excursionistas experimentadas, solas, vigiladas por un hombre que convirtió los parques en su terreno de caza.
Frasier confesó y aceptó cadena perpetua sin posibilidad de libertad.
La lucha de un padre
En el funeral de Amy, Mark Turner sostuvo la cámara de su hija y dijo:
“Ella usaba esto para mostrar la belleza de la naturaleza, no el peligro. Si un águila no hubiera visto lo que nosotros no podíamos, todavía estaríamos buscando”.
Hoy, un memorial en el String Lake Trailhead recuerda a Amy: “Exploradora, artista, hija, encontrada”. El guardabosques David Chen lidera ahora una iniciativa para educar a senderistas y registrar con más rigor las entradas a los parques, con un objetivo claro: que nadie más se sienta observado en un sendero por ojos invisibles.
El caso de Amy Turner no es solo una historia de horror y justicia. Es también la prueba de que el amor de un padre y la determinación pueden romper el silencio más oscuro.