
Enero de 2017. El calor de Guadalajara, Jalisco, se pegaba al cuerpo mientras Amanda Gutiérrez y Lucas Hernández preparaban las maletas para su primera gran aventura. Eran jóvenes, estaban enamorados y la idea de conducir hasta Puerto Vallarta, solo ellos dos, sin padres ni horarios, era la definición de libertad. Amanda, meticulosa, había elegido tres bikinis nuevos; su favorito, uno rojo con pequeñas flores. Lucas, más relajado, solo llevaba su cuaderno de tapa azul.
Llegaron a un Puerto Vallarta bochornoso y se instalaron en un apartamento alquilado por Airbnb. La emoción era palpable. “Nuestro rinconcito por una semana”, escribió Amanda en sus historias de Instagram, filmando la vista parcial al mar.
A la mañana siguiente, caminaron por la playa de Los Muertos. Fue allí donde tomaron la foto que, sin saberlo, se convertiría en el emblema de su tragedia. Amanda con su bikini rojo floral, Lucas con una camiseta blanca, ambos mojados hasta las rodillas, sonriendo al sol. Una imagen solar, de esas que nadie imagina que preceden a la oscuridad.
Los días pasaron en una feliz rutina de vacaciones: paseos por el malecón, ceviche, fotos. El 16 de enero, tomaron un taxi acuático a Mismaloya, y ese paseo pareció despertar en ellos una curiosidad por las alturas, por los senderos de la sierra. Amanda incluso preguntó a un vendedor local sobre el acceso al Cerro de la Sombra. “Algunas partes están cerradas, dicen que es peligroso”, advirtió el hombre, “pero la vista desde arriba compensa”.
La mañana del martes 17 de enero, la pareja salió de su apartamento sobre las 9:45. Ropa ligera, mochilas pequeñas. El portero los vio por la cámara, tranquilos. Fueron vistos por varias personas subiendo hacia la entrada del sendero, conocido localmente como la “Ruta de la Cruz Escondida”.
A las 11:02, Amanda publicó la última imagen conocida de ambos. Una selfie, ella sudada, el pelo recogido, mostrando el tirante de su bikini rojo bajo una camiseta clara. Detrás, el mar azul y la costa rocosa. La ubicación: “Sendero a la Cruz Escondida”.
A las 13:00 horas, ambos celulares perdieron la señal. A las 13:12, el teléfono de Amanda emitió una última y breve señal captada por una torre cercana al sendero este. Después, el silencio absoluto.
Esa noche, Lucas no respondió a su hermano. Amanda no publicó nada. Los padres, acostumbrados a un flujo constante de fotos, sintieron que algo andaba mal. El 18 de enero, el anfitrión del Airbnb, Sergio, entró al apartamento. Las maletas estaban allí, los cargadores, las carteras. Todo indicaba que habían salido para un paseo corto.
La madre de Amanda, ignorando el protocolo policial de esperar 72 horas, condujo con su marido desde Guadalajara esa misma noche. El 20 de enero, con la presión de ambas familias, la Fiscalía General del Estado de Jalisco abrió oficialmente una carpeta de investigación por desaparición.
Las búsquedas comenzaron. Policías estatales, Protección Civil, perros rastreadores, helicópteros. Peinaron el Cerro de la Sombra. Un perro mostró interés cerca de un claro en el lado este, una zona de difícil acceso, pero no se encontró nada. Ni ropa, ni huellas, ni objetos. Nada.
La Fiscalía investigó. El anfitrión, Sergio, levantó sospechas. Su perfil de Airbnb era vago y sus documentos no coincidían. Pero la investigación forense en el apartamento no encontró nada. Sin pruebas, la investigación se estancó. A finales de 2019, sin nuevos avances, el caso fue oficialmente archivado como “desaparición sin causa definida”.
Durante cinco años, el silencio reinó en el Cerro de la Sombra.
Hasta abril de 2022. Tres senderistas aficionados, explorando un tramo desactivado del sendero este, notaron algo. Un montón de piedras apiladas de forma artificial, cubiertas de hojas. No era natural.
Comenzaron a quitarlas. Debajo, un agujero circular. Y en el fondo, el bikini rojo floral de Amanda. A su lado, una camiseta blanca y un collar de perlas falsas. No había sido un accidente. Alguien había cavado ese agujero. Alguien había enterrado sus ropas deliberadamente.
El caso se reabrió con una violencia inesperada. La Fiscalía regresó con equipos forenses. El ADN en el bikini confirmó la conexión con Amanda. Un testigo clave, un técnico de antenas, añadió un detalle que había omitido en 2017: vio a la pareja hablando con un tercer hombre. Un sujeto con mochila y gorra, que parecía estar esperándolos.
Esta nueva línea apuntó a un nombre encontrado en los registros hospitalarios de la época. Hugo Martínez Sánchez, 36 años, alias “El Sombra”, un ermitaño que vivía en la sierra, atendido el 18 de enero de 2017 por arañazos. Dijo haberse caído. Se convirtió en el principal sospechoso, un fantasma que también había desaparecido.
Entonces, el bosque comenzó a hablar.
En enero de 2023, la Fiscalía recibió una carta anónima. Una sola frase: “Ella corrió primero”.
En marzo, un excursionista encontró una cabaña improvisada. Dentro, un cuaderno mojado con otra frase: “El silencio es más leve que la sangre”.
Las pistas siguieron apareciendo, dejadas como migas de pan macabras. Un colgante con otro papel: “Lucas intentó, pero ella no quiso volver”. Y una última nota bajo una piedra: “Ella me vio”.
La narrativa era clara: Amanda corrió. Lucas se quedó. Hubo un testigo.
El misterio dio un vuelco en julio de 2023. Unos pescadores encontraron un cuerpo en un arroyo que bajaba de la montaña. El ADN confirmó que era Lucas Hernández. El descubrimiento final fue el más escalofriante. En el bolsillo de su pantalón, protegido en plástico, había un último trozo de papel. La misma caligrafía que las otras notas.
“Yo me quedé, pero ella no volvió”.
El hallazgo de Lucas cerró una parte de la historia, pero abrió la más importante: ¿Dónde estaba Amanda y quién era el autor de las notas? La Fiscalía centró todos sus recursos en encontrar a Hugo “El Sombra”. La búsqueda se extendió a los estados vecinos de Nayarit y Sinaloa, siguiendo rumores de un ermitaño que coincidía con su descripción.
Finalmente, en febrero de 2024, casi siete años después de la desaparición, lo encontraron.
Hugo Martínez fue localizado viviendo en una choza improvisada en la sierra, cerca de San Blas, Nayarit. Estaba demacrado, enfermo y solo. Al verse rodeado por los agentes, no opuso resistencia.
Su confesión, grabada durante horas, fue la pieza final.
Hugo relató que ese día de enero de 2017, él estaba en su territorio en el Cerro de la Sombra cuando se topó con la pareja. Admitió que les pidió comida y dinero, quizás de forma demasiado agresiva. Amanda, asustada por su apariencia, entró en pánico. “Ella corrió primero”, confesó Hugo, repitiendo su propia nota.
Él la siguió, gritándole que se detuviera, lo que solo la asustó más. En su huida desesperada por un sendero que no conocía, Amanda resbaló en el borde de un barranco. “Ella me vio”, susurró Hugo a los detectives, “me vio justo antes de caer”. Amanda cayó en una grieta profunda e inaccesible.
Hugo, conmocionado, regresó a donde estaba Lucas. Le contó lo que pasó, que Amanda había caído. Lucas, fuera de sí por el dolor y la rabia, lo culpó y se abalanzó sobre él. “Lucas intentó”, dijo Hugo, explicando la nota. Forcejearon. En la pelea, Hugo empujó a Lucas, quien cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza fatalmente contra una roca.
Presa del pánico, Hugo arrastró el cuerpo de Lucas y lo arrojó al arroyo, esperando que la corriente se lo llevara. Luego, recogió las pertenencias que Amanda había soltado al correr (su mochila con el bikini y el collar) y las enterró, como un ritual para esconder lo que había presenciado.
El resto de los años, consumido por la culpa, vivió como un fantasma, dejando ese rastro de notas crípticas, una confesión fragmentada que no podía guardar para sí mismo. La última nota, la encontrada en el bolsillo de Lucas, la escribió Hugo y se la metió antes de deshacerse del cuerpo: “Yo me quedé, pero ella no volvió”. Era su forma de cerrar la historia.
Siguiendo las indicaciones de Hugo, un equipo especializado de Protección Civil, usando equipo de rapel, descendió a la grieta que él señaló. A más de 30 metros de profundidad, encontraron los restos óseos de Amanda Gutiérrez.
El caso estaba cerrado. Hugo Martínez Sánchez fue arrestado y murió en prisión preventiva meses después debido a una enfermedad terminal. Las familias de Amanda y Lucas, aunque destrozadas, finalmente tuvieron la respuesta que buscaron durante siete largos años. El Cerro de la Sombra había devuelto a sus muertos y, con ellos, la trágica verdad.