
Hay lugares en este mundo que se sienten fuera del tiempo, y el Lago Espejismo, en lo alto de las Montañas Rocosas de Colorado, es uno de ellos. Es un tazón de granito lleno de agua tan clara y fría que duele mirarla. En verano, es un paraíso para los excursionistas. En invierno, es un desierto blanco, un lugar de belleza austera y peligro mortal. El viento que barre su superficie helada no susurra; aúlla. Y durante veintiún años, pareció aullar los nombres de Liam Reynolds y Chloe Anderson.
En febrero de 2003, la pareja desapareció de su orilla helada. Se desvanecieron en medio de una tormenta de nieve, dejando atrás solo un camión estacionado y un silencio que duró dos décadas. La historia se convirtió en una leyenda local, un cuento con moraleja para los campistas invernales. Se asumió que el lago se los había tragado, o que la ventisca los había enterrado.
Durante 21 años, el lago guardó su secreto.
Hasta el 4 de enero de 2024.
Silas Croft, un hombre de setenta años cuyo rostro era un mapa de arrugas curtidas por el viento, conocía este lago mejor que su propia casa. Llevaba cincuenta años pescando en el hielo. Pero este invierno era diferente. Había sido extrañamente seco, y un período de frío ártico había congelado el lago con una claridad cristalina, casi como un vidrio negro, antes de que llegaran las grandes nieves.
Silas estaba en una cala poco profunda en el extremo norte del lago, un lugar que la mayoría de los pescadores evitaban por ser rocoso y poco profundo. Mientras perforaba su primer agujero, algo le llamó la atención. Un destello de color, a unos diez pies de distancia, visible bajo el hielo casi transparente.
No era una roca. No era un pez. Era rojo. Un rojo antinatural.
Con el corazón latiéndole con una extraña aprensión, Silas caminó con cuidado y comenzó a perforar un segundo agujero, directamente sobre el objeto. El agua helada brotó. Se arrodilló, metió la mano en el agua que le quemaba la piel y agarró la tela. Tiró.
El hielo y el lodo del fondo lucharon contra él. Pero después de varios minutos de forcejeo, algo se liberó. Con un último tirón que lo dejó sin aliento, sacó una mochila de senderismo, cubierta de limo y medio congelada. Era un modelo antiguo, un Kelty rojo de una época pasada.
Se quedó mirándola, el viento aullando a su alrededor. Reconoció la mochila. Recordaba la desaparición. Todo el mundo la recordaba.
Temblando, pero no solo por el frío, Silas sacó su teléfono satelital y marcó el número de la oficina del Sheriff.
“Aquí Silas Croft. Estoy en Espejismo”, dijo, su voz áspera. “Creo… creo que acabo de encontrar a los chicos desaparecidos”.
En 2003, Liam Reynolds, de 24 años, y Chloe Anderson, de 23, eran el futuro. Él era un brillante estudiante de posgrado en geología, un hombre que leía las rocas como otros leían los libros. Ella era una enfermera de urgencias recién titulada, una mujer con una risa fácil y una calma que contrarrestaba la energía nerviosa de él. Estaban enamorados de una manera que hacía que todos a su alrededor se sintieran un poco más cálidos. Y compartían un amor feroz por la naturaleza salvaje.
Esta caminata invernal era su gran aventura antes de “sentar cabeza”. Liam iba a defender su tesis; Chloe iba a empezar un nuevo trabajo en Denver. Este fin de semana era solo para ellos.
“¿Estás segura de que esto es seguro, Chlo?”, le había preguntado su hermana menor, Sarah, por teléfono la noche antes de que se fueran.
Se escuchó la risa de Chloe. “¡Por favor, Sarah! Liam tiene todo planeado hasta el último gramo de comida. Es una roca. ¡Es un geólogo! ¿Qué podría salir mal? Te llamaré el lunes cuando volvamos a la civilización”.
Esa fue la última vez que Sarah escuchó su voz.
El viernes 14 de febrero de 2003, estacionaron su camioneta Ford Ranger azul en el comienzo del sendero nevado. El pronóstico era perfecto: frío, pero despejado y sin viento.
Hicieron una caminata de tres millas hasta la orilla del lago, establecieron su campamento y, presumiblemente, pasaron un día perfecto.
Lo que no vieron venir fue la tormenta “bomba” que bajó desde el Ártico, un monstruo meteorológico que no estaba en ningún pronóstico. A las 3:00 a.m. del sábado, un guardabosques en una estación a veinte millas de distancia registró vientos de 80 millas por hora y una caída de temperatura de 40 grados en menos de una hora.
El lago no fue golpeado por una tormenta de nieve; fue asaltado por un “whiteout” (ceguera blanca) instantáneo.
Cuando no regresaron el lunes, Sarah dio la alarma.
La búsqueda fue masiva, pero inútil. El Sheriff Brody, un hombre más joven en ese entonces, dirigió los equipos. Encontraron el Ford Ranger, completamente cubierto de nieve. Pero no encontraron nada más.
Los equipos K-9 siguieron un rastro desde el camión hasta la orilla del lago, y luego, nada. El viento había barrido el hielo, borrando cualquier huella.
Se exploraron todas las teorías.
- Cayeron a través del hielo: Los buzos de rescate perforaron el hielo cerca de donde los perros perdieron el rastro. El lago tenía 200 pies de profundidad allí. No encontraron nada, ni señales de hielo roto.
- Se perdieron en la tormenta: La teoría más probable. En una ceguera blanca, desorientados, se alejaron del campamento y murieron congelados a pocos metros de su refugio, enterrados bajo diez pies de nieve.
- Ataque animal: Un puma. Pero no había sangre, ni señales de lucha.
Después de dos semanas, la búsqueda se suspendió. La nieve de primavera que se derritió no reveló nada. El verano no trajo respuestas. Liam y Chloe se habían convertido en fantasmas, parte de la leyenda del Lago Espejismo.
Para el mundo, la vida continuó. Para Sarah, la hermana de Chloe, el mundo se detuvo.
Durante veintiún años, Sarah vivió en el purgatorio del “no saber”. ¿Sufrieron? ¿Fue rápido? ¿Estaban asustados? La falta de un final, de un cuerpo que llorar, la carcomía. Cada febrero, conducía hasta el comienzo del sendero y dejaba una flor en el parabrisas de un coche cualquiera, un pequeño tributo a la hermana que se había evaporado en el aire helado.
El Sheriff Brody se acercaba a la jubilación. El caso de “Los Chicos de Espejismo” era el único caso de persona desaparecida que nunca había resuelto. Se había convertido en una mancha en su carrera, una pregunta persistente en el fondo de su mente.
Cuando recibió la llamada de Silas, sintió que el pasado y el presente chocaban.
Brody y dos ayudantes tomaron la moto de nieve y llegaron a la cala en cuarenta minutos. Silas estaba sentado en su cubeta, inmóvil, vigilando la mochila como si fuera una bomba.
“Es de ellos, Sheriff”, dijo Silas, su voz áspera. “Nadie más ha desaparecido aquí. Es de ellos”.
Brody se arrodilló. La mochila estaba congelada. La lona roja estaba desgarrada en un lugar, pero por lo demás intacta. Con cuidado, abrieron la cremallera principal. El sonido fue como el de un hueso rompiéndose en el silencio.
Dentro había un desastre empapado y congelado: un calcetín de lana, una cuerda de nylon, un cuchillo de supervivencia en su funda.
Y luego, el ayudante más joven, con un guante, sacó dos objetos.
El primero era una billetera de cuero, tan rígida como una tabla. Brody la abrió con dificultad. Dentro, detrás de una licencia de conducir de Colorado descolorida pero legible, estaba el rostro sonriente de Liam Reynolds.
“Dios mío”, susurró Brody. “Después de todo este tiempo”.
El segundo objeto era una bolsa Ziploc. Dentro de la bolsa, que el agua había violado hacía mucho tiempo, había una pequeña caja de plástico amarilla y negra.
Una cámara desechable Kodak.
Brody sintió que se le erizaba el vello de la nuca.
Llevaron la mochila de vuelta al laboratorio del condado como si fuera la reliquia de un santo. La noticia se mantuvo en secreto. Brody hizo una llamada, la más difícil de su carrera, a Sarah, que ahora tenía 42 años. Le dijo simplemente: “Hemos encontrado algo. No se haga ilusiones, pero… hemos encontrado la mochila”.
Sarah condujo desde Denver en medio de una tormenta de nieve, con las manos aferradas al volante, sin saber si rezar por la esperanza o por la desesperación.
Toda la investigación se centró en la cámara. Era una posibilidad remota. Veintiún años sumergida en agua helada.
El laboratorio forense de Colorado trabajó en ella durante semanas. Desarmaron la cámara en un cuarto oscuro. El rollo de película estaba pegado, el celuloide dañado por el agua y las bacterias. Pero el frío extremo había inhibido parte de la descomposición.
Con una paciencia de cirujano, lograron separar y tratar químicamente el negativo. De las 24 exposiciones, solo 14 eran recuperables. Y 12 de ellas cambiarían todo lo que sabían sobre la desaparición de Liam y Chloe.
El Sheriff Brody y Sarah se sentaron juntos en una sala de conferencias estéril, mirando una pantalla de computadora mientras el técnico, un joven que ni siquiera estaba vivo cuando desaparecieron, cargaba las imágenes.
“Las primeras ocho fotos”, dijo el técnico en voz baja, “son lo que esperarías”.
Aparecieron en la pantalla. Eran granulosas, los colores de los 90/2000 desvaídos. Liam sosteniendo una pequeña trucha de lago, sonriendo de oreja a oreja. Chloe haciendo un ángel de nieve en el hielo. Una foto borrosa de sus botas junto a la tienda (una North Face roja). Una hermosa toma del atardecer sobre el lago, el hielo volviéndose de color púrpura. Eran felices. Estaban vivos.
Sarah sollozó en silencio, viendo el rostro de su hermana por primera vez en dos décadas.
“Aquí es donde se pone… extraño”, dijo el técnico.
Foto 9: Tomada desde el interior de la tienda. La solapa estaba abierta. Afuera, ya no estaba despejado. Era una pared de blanco arremolinado. La tormenta había llegado.
Foto 10: Oscuridad. El flash había rebotado en algo. “Creemos que la tienda se derrumbó sobre ellos por el viento”, dijo el técnico.
Foto 11: Esta imagen hizo que Sarah jadeara. Era el rostro de Chloe, iluminado solo por el flash, sus ojos desorbitados por el terror. No miraba a la cámara. Miraba algo justo por encima del hombro de Liam.
Foto 12: Caos. La foto estaba inclinada. Mostraba la lona roja de la tienda, pero había sido rasgada. No por el viento. Era un corte limpio, como hecho por un cuchillo.
“Sheriff”, dijo Sarah, su voz temblando. “Liam y Chloe no se habrían separado. Si la tienda se rompió, se habrían refugiado juntos”.
“Siga poniendo las fotos”, dijo Brody, su rostro sombrío.
Foto 13: La toma era del exterior. Borrosa. Liam debió haberla tomado mientras corría. Solo se veían árboles y nieve.
Foto 14: La última foto.
La imagen que congeló la sangre en la habitación.
La cámara estaba en el suelo, en la nieve, apuntando hacia arriba. Debió habérsele caído a Liam. En el centro de la imagen, recortada contra el cielo gris de la tormenta, había una figura.
Estaba de pie, inmóvil.
No era un oso. No era un puma.
Era alta. Anormalmente alta. Y delgada. Estaba cubierta de lo que parecían ser… ¿harapos? ¿O era piel? Estaba demasiado lejos para distinguirlo con claridad. Uno de sus brazos era desproporcionadamente largo. Y estaba mirando… mirando directamente a la cámara.
“¿Qué es eso?”, susurró Sarah. “¿Es… es una persona? ¿Otro campista?”.
Brody no dijo nada. Solo miró la forma. La forma que no debería estar allí.
La mochila de Liam no fue encontrada en el lago. Fue encontrada en la cala poco profunda, a cien metros de donde habían acampado, congelada en el lodo cerca de la orilla.
La historia se reescribió en un instante.
Liam y Chloe no se perdieron en la tormenta. No cayeron por el hielo.
Huyeron.
Huyeron de su tienda destrozada, en medio de una ventisca, perseguidos por… algo.
Liam, el geólogo lógico, debió haber corrido hacia la cala rocosa, buscando un lugar para esconderse, mientras Chloe corría en otra dirección. O tal vez ya estaba…
La mochila, pesada por el equipo, debió habérsele caído. Se deslizó por el banco nevado y cayó al agua helada de la cala, donde se hundió en el lodo, un secreto perfectamente preservado durante 21 años.
El descubrimiento del pescador no había traído un cierre. Había abierto una puerta a una pesadilla que nadie podía haber imaginado.
La noticia se filtró. La “Cosa del Lago Espejismo” se convirtió en la comidilla de los podcasts de crímenes reales y los foros de criptozoología.
Para el Sheriff Brody, fue el comienzo de una nueva búsqueda. No estaba buscando a dos excursionistas perdidos. Estaba buscando sus cuerpos. Y estaba buscando a un asesino.
“No me importa lo que la gente diga que es”, dijo Brody en su conferencia de prensa final, con el rostro endurecido. “Lo que esa foto muestra es una tercera parte en la montaña. Una tercera parte que los acechó y los persiguió en una tormenta. No fue el lago lo que los mató. Fue la cosa que los obligó a huir hacia él”.
El caso de Liam y Chloe está reabierto. La hermana de Sarah finalmente tiene una respuesta, pero es una respuesta que no da paz. Su hermana y su prometido no murieron a causa de la naturaleza indiferente. Murieron aterrorizados, huyendo de un horror desconocido en la oscuridad helada. El Lago Espejismo ha devuelto su secreto, y es un secreto que grita.