En septiembre de 2014, la familia Bennett, conformada por John (42 años), su esposa Eileen (39 años) y su hija Abby (10 años), emprendió lo que parecía una tranquila excursión de fin de semana en el Big Creek Trail, dentro del Parque Nacional de las Great Smoky Mountains. Preparados y con experiencia en senderismo, enviaron un último mensaje desde el río asegurando que todo estaba bien. Después de eso, desaparecieron sin dejar rastro alguno.
Durante los días siguientes, familiares y autoridades realizaron una intensa búsqueda. Rangers, voluntarios y la Guardia Nacional peinaron cada rincón del bosque, desde la entrada del sendero hasta el supuesto campamento de la familia. Los perros rastreadores perdieron el rastro tras solo unos kilómetros, como si los Bennett se hubieran evaporado. No había señales de lucha, pertenencias abandonadas ni indicios de un accidente. Cada hipótesis parecía colapsar frente a la misteriosa desaparición.
Los días se convirtieron en semanas, luego en meses, y finalmente la familia fue oficialmente declarada como desaparecida. Para sus seres queridos, especialmente para Sarah, hermana de Eileen, la incertidumbre se volvió un peso insoportable. Durante nueve años, la familia Bennett existió en un limbo, sin vida ni muerte, mientras el misterio se convertía en leyenda local.
Todo cambió en mayo de 2023, cuando una tormenta de fuerza huracanada azotó la región. La naturaleza reveló su secreto más macabro: un antiguo roble se derrumbó en un área remota de Mount Sterling, dejando al descubierto un hueco bajo sus raíces que escondía los restos de la familia.
Los cuerpos habían sido colocados meticulosamente, doblados de manera casi ritual y sin pertenencias de valor. Las lesiones en la nuca de cada uno de los Bennett indicaban un ataque con un objeto contundente, preciso y deliberado, descartando cualquier accidente natural.
El hallazgo transformó el caso de desaparecidos en una investigación de triple asesinato. Las autoridades del estado de Tennessee, junto con la policía local y los Rangers del Parque Nacional, formaron un equipo especial para reconstruir los hechos. Los indicios apuntaban a un asesino metódico: alguien que conocía el bosque y podía moverse sin dejar huellas durante años.
Al revisar casos similares en todo el país, los investigadores encontraron un patrón aterrador. Cuatro años después de la desaparición de los Bennett, Mark Renshaw, un estudiante de 22 años, desapareció durante un viaje en solitario en el Bosque Nacional de Gford Pincho, en Washington. Su cuerpo fue hallado un año después, oculto bajo piedras y ramas, y presentaba la misma lesión en la nuca: un golpe único, preciso y letal. Su equipo también había desaparecido, replicando el patrón del asesino de Tennessee.
El trabajo conjunto entre Tennessee y Washington llevó a la creación de un perfil psicológico del atacante. Se trataba de un hombre nómada, experto en supervivencia y senderismo, capaz de moverse sin ser detectado, que mataba de manera meticulosa para apropiarse del equipo de sus víctimas.
Sin embargo, la pieza más crítica del rompecabezas fue un video de vigilancia en una tienda de segunda mano, donde se observaba a un hombre vendiendo el equipo de Mark Renshaw. A partir de esa imagen, los investigadores lograron identificarlo: Randall Clark, de 58 años, un vagabundo sin historial criminal serio, pero con la capacidad de desaparecer en cualquier lugar.
Clark fue arrestado en una biblioteca pública en Montana, donde había pasado semanas leyendo periódicos y navegando discretamente por internet. Su captura fue silenciosa y sin resistencia; su confesión fue directa, casi mecánica, describiendo sus asesinatos con una frialdad escalofriante. Explicó cómo elegía víctimas que consideraba “invitadas no deseadas” en su territorio natural, cómo estudiaba sus hábitos y atacaba cuando estaban más vulnerables, usando piedras que llevaba consigo desde el río.
Finalmente, Randall Clark fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. La desaparición de los Bennett fue resuelta, pero el alivio fue mínimo frente a la brutal realidad: la tragedia fue obra de un hombre ordinario, invisible y frío, cuya naturaleza era más peligrosa que cualquier animal o elemento del bosque. Su historia se convirtió en un recordatorio aterrador de que, a veces, el depredador más letal es aquel que camina entre nosotros sin ser detectado.