EL HORROR EN LA SIERRA: ¿CÓMO UN TURISTA DE LA CAPITAL DESAPARECIÓ EN LAS MONTAÑAS DE CHIAPAS PARA QUE SU TRÁGICO DESTINO FUERA REVELADO UN AÑO DESPUÉS EN EL INTERIOR DE UN SINIESTRO MOLINO INDUSTRIAL ABANDONADO?

En una luminosa mañana de otoño, el 14 de octubre de 2014, Ricardo Salas, un ingeniero en sistemas de 34 años originario de Guadalajara, emprendió un viaje hacia las profundidades de la Sierra Madre de Chiapas.

Ricardo buscaba evadir el estrés de la vida citadina, llevando consigo su equipo de campamento, mochila y una cámara profesional.

Su meta era fotografiar el imponente paisaje natural y, específicamente, documentar las ruinas de un antiguo aserradero maderero, abandonado hace décadas en las faldas de la montaña.

La última comunicación que tuvo fue con su hermana Elena, a quien prometió volver a casa el domingo por la noche, sin saber que su viaje se convertiría en uno de los misterios más desgarradores de la región.

Cuando Ricardo no regresó a Guadalajara, se activaron las alertas. Días después de la denuncia, las autoridades locales de Tuxtla Gutiérrez iniciaron una intensa búsqueda, descubriendo el vehículo sedán del ingeniero estacionado en un sendero de terracería, a pocos kilómetros del aserradero.

Las llaves estaban puestas, las puertas cerradas y todas sus pertenencias, desde la casa de campaña hasta su saco de dormir, permanecían intactas en la cajuela. Era una escena desconcertante para los equipos de rescate: parecía que Ricardo simplemente se había desvanecido en el aire al descender del coche.

Durante semanas, brigadas de búsqueda, apoyadas por elementos de Protección Civil y voluntarios, peinaron cientos de kilómetros cuadrados de densa selva y montaña. Revisaron cada cañada, río seco y edificio en ruinas, pero no encontraron ninguna pista.

El caso de Ricardo Salas quedó sumido en la incertidumbre, clasificado como desaparecido. La familia no se rindió, manteniendo viva la esperanza incluso después de que las lluvias y el frío de la temporada invernal cubrieran la sierra.

Sin embargo, al llegar la primavera de 2015, el expediente parecía condenado al olvido, un número más en la dolorosa lista de personas que se pierden en el vasto territorio nacional.

El giro más macabro y trascendente ocurrió en julio de 2015. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales ordenó la demolición de las estructuras inestables del aserradero abandonado, considerado un foco de peligro ambiental.

El equipo de demolición se encontró con un gigantesco molino industrial, una pesada máquina utilizada antiguamente para triturar troncos y residuos. El 23 de julio, el capataz, intentando abrir la carcasa oxidada del molino para evaluar su desalojo, se topó con un olor nauseabundo y viciado.

Al usar su linterna, observó entre el aserrín, las hojas y el metal, algo que no encajaba: vestigios humanos y fragmentos óseos mezclados de manera indescifrable con los desechos de la madera.

Inmediatamente, la noticia llegó a la Fiscalía General del Estado. Peritos forenses acudieron al lugar y el contenido del siniestro molino fue cuidadosamente extraído y trasladado. El riguroso análisis genético y antropológico confirmó los peores presentimientos de la familia Salas: los restos pertenecían a Ricardo.

La carpeta de investigación por desaparición se reabrió de golpe, transformándose en un incidente violento de alto impacto. Las autoridades ministeriales, bajo el mando del Comandante Ramiro Torres, determinaron que el fallecimiento de Ricardo había ocurrido un año antes, coincidiendo con su último paradero conocido.

La investigación se centró en los pocos habitantes y extrabajadores que aún vivían cerca de la zona abandonada. El nombre de Héctor Rivas, de 58 años, un hombre conocido en la región como “El Tuerto”, antiguo guardia del aserradero y ahora residente solitario, destacó rápidamente.

El Comandante Torres descubrió que Rivas tenía un pasado oscuro: había cumplido condena por un altercado fatal años atrás. Durante un cateo en el precario refugio de Rivas, se descubrió una bota de senderismo que no era suya y un cuchillo de monte.

Las pruebas de la Fiscalía fueron concluyentes: la bota era de Ricardo y el cuchillo contenía trazas de material biológico del ingeniero.

Al ser confrontado con la evidencia irrefutable, Rivas finalmente confesó la verdad a las autoridades. Su motivo era la paranoia: utilizaba una sección oculta del aserradero para cultivar marihuana y temía que Ricardo, al tomar fotografías, fuera en realidad un informante.

Tras encarar al joven y mientras este intentaba llamar por ayuda, Rivas perdió la razón y lo impactó con una barra de metal, provocando el repentino cese de su vida. Desesperado por ocultar su acción, Rivas encendió un viejo motor diésel, puso en marcha el gigantesco molino industrial y utilizó la máquina para deshacerse de los restos.

Finalmente, condujo el sedán de la víctima lejos para desorientar a los rescatistas. La brutalidad de esta tragedia, causada por la codicia y el miedo de un hombre, resolvió el caso de Ricardo Salas, dejando a la sociedad mexicana consternada por la escalofriante forma en que fue revelado su destino final.

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