El Horror Oculto en el Templo Olvidado: La Historia de David y Xóchitl, Encontrados en Ataúdes Tres Años Después de Desaparecer en Yucatán

México es una nación tejida de contrastes: desde el pulso indomable de Monterrey hasta la serenidad casi mística de la península de Yucatán. Esta tierra, bendecida con playas de ensueño, selvas exhuberantes y los vestigios de la grandiosa civilización Maya, es un refugio para quienes buscan la conexión pura con la historia y la naturaleza.

Sin embargo, fue precisamente en este santuario donde una joven pareja, David y Xóchitl Ellison, se encontró con una verdad mucho más oscura y aterradora que cualquier leyenda antigua, demostrando que a veces, lo más peligroso no es lo que acecha en la maleza, sino lo que anida en el alma humana.

El caso de los Ellison, que mantuvo a todo el país en vilo durante tres largos y agonizantes años, se convirtió en un escalofriante recordatorio de cuán frágil es la barrera que separa la fe profunda y la locura homicida.

La Promesa Rota en Las Coloradas
Yucatán, en la primavera de 2003, era la estampa perfecta de tranquilidad y encanto colonial. Los caminos tranquilos, el olor a salitre y el ritmo pausado de la vida.

A este idílico escenario llegaron David (28) y Xóchitl Ellison (26) el 29 de marzo. Provenían de Monterrey, donde ambos prosperaban en el sector tecnológico: David, un analista de sistemas de cabello oscuro y rizado, y Xóchitl, una diseñadora web con una sonrisa radiante.

Su viaje no era una simple vacación; era una escapada para celebrar su reciente compromiso. Querían saborear la quietud de la selva y las playas, estar a solas, antes de sumergirse en el torbellino de planificar una boda.

Se alojaron en la modesta posada “Vista al Mar”, cerca del pintoresco pueblo de Las Coloradas. La dueña, Dolores Parker, los recordaba más tarde como una pareja “encantadora y enamorada”.

Xóchitl le preguntó a Dolores por rutas poco transitadas para visitar ruinas Mayas y cenotes (pozos naturales de agua) ocultos en la selva. Dolores les recomendó el sendero que dirigía hacia la zona de Ek Balam, una ruta que, aunque concurrida por su riqueza histórica, tenía desvíos hacia estructuras menos exploradas.

La mañana del 30 de marzo se despidieron tras un desayuno tradicional de huevos rancheros en el puesto local. Su última imagen conocida es la que capturó un guardia de seguridad rural:

saludando desde el aparcamiento, David con una gran mochila verde y Xóchitl con una roja más pequeña. Desaparecieron entre la densa vegetación alrededor de las 10 de la mañana, convencidos de que regresarían al atardecer.

Pero la llamada prometida a los padres de Xóchitl esa noche nunca se produjo. La preocupación inicial se transformó rápidamente en pánico cuando, el 31 de marzo, David no se presentó a trabajar.

Al mediodía del 1 de abril, los padres de ambas familias contactaron a la policía de Yucatán. El caso, inicialmente clasificado como búsqueda de turistas extraviados, pronto se convirtió en algo mucho más inquietante.

El Frío Misterio de la Mochila Roja
El sheriff del condado, Roy Henderson, un hombre con porte militar y una reputación de resolver casos difíciles en el entorno rural, se hizo cargo del caso.

Los primeros días de búsqueda fueron un esfuerzo masivo y desesperado. El 2 de abril, la primera y única pista tangible se encontró en el aparcamiento: el Nissan Tsuru plateado de la pareja, cerrado, intacto, esperando.

Pero fue el 3 de abril, a un kilómetro del coche, donde el misterio tomó un giro sombrío. Los buscadores encontraron la mochila roja de Xóchitl al pie de un gran árbol de Ceiba, ligeramente cubierta por hojas caídas. Lo más extraño no fue lo que había dentro (ropa, botiquín, barras de granola), sino cómo había sido dispuesta.

La mochila no parecía haber sido arrojada en una lucha o perdida en una caída; estaba cuidadosamente colocada. No había rastros de forcejeo ni ramas rotas. La pareja no se había perdido; algo, o alguien, se los había llevado.

La policía exploró todas las avenidas: un accidente, un ataque de la delincuencia organizada que operaba en la zona (un temor siempre presente en México), o incluso la posibilidad de que la pareja hubiera huido voluntariamente.

Todos los círculos sociales y financieros fueron investigados, pero no había rastro de deudas, enemigos o conflictos.

Las búsquedas se prolongaron durante meses, utilizando tecnología de punta y peinando cada metro cuadrado. Los padres de David y Xóchitl, consumidos por la incertidumbre, dedicaron sus vidas a la búsqueda, imprimiendo volantes y contratando detectives privados.

Yucatán se cubrió con un manto de miedo. El sheriff Henderson se jubiló en 2004 con el caso como su mayor derrota, un fantasma que lo perseguía, seguro de que “la respuesta está en esa selva, pero no pudimos verla.” Oficialmente, el caso quedó en suspenso.

La Revelación en el Templo Olvidado
La verdad, sin embargo, no estaba en los senderos que la policía recorrió, sino en un lugar que había sido tragado por la vegetación.

El 23 de junio de 2006, una mañana clara, un grupo de cuatro guardaparques del Servicio de Conservación de Yucatán realizaba una inspección de rutina en una zona remota.

A unos ocho kilómetros del sendero principal, oculto por un muro de raíces y enredaderas, se toparon con un pequeño templo Maya de piedra caliza, abandonado y casi en ruinas.

Jason Cole, el más joven del grupo, fue el primero en entrar. El aire era denso y olía a moho. Lo que vio junto al desvencijado altar de piedra lo paralizó: dos ataúdes de madera sencillos, uno al lado del otro, esperando, silenciosos.

El sheriff Douglas Carter llegó con su equipo forense. Con cautela, abrieron el primer ataúd. Dentro, un esqueleto. Aunque la ropa estaba parcialmente descompuesta, los fragmentos de vaqueros azules y una chaqueta roja coincidían con las descripciones de David Ellison.

En el segundo ataúd, otro esqueleto, vestido con vaqueros oscuros y una camiseta verde, coincidiendo con Xóchitl.

La escena era grotesca. Los cuerpos no habían sido arrojados; habían sido cuidadosamente vestidos y dispuestos en los ataúdes de pino. La Dra. Susan Lang, la experta médica, confirmó que los restos llevaban allí al menos tres años. El análisis de ADN confirmaría la identidad: David y Xóchitl Ellison habían sido encontrados.

El Diario del Fanático Solitario
La primera autopsia reveló que David había sufrido una fractura en el cráneo por un golpe contundente. Xóchitl no tenía signos de muerte violenta en los huesos. La pregunta se convirtió en: ¿quién había orquestado este macabro entierro?

Las huellas dactilares, borrosas pero reconstruibles, encontradas en los ataúdes condujeron a un nombre: Chester Hales, 59 años, un ermitaño con antecedentes de fanatismo religioso, incluso una condena en los años 80 por agredir a una mujer a la que acusó de “brujería”.

Un cazador local ayudó a la policía a localizar la cabaña de Hales, una choza solitaria a unos cinco kilómetros del templo abandonado. El 27 de junio, la policía lo detuvo. Hales salió con la mirada perdida, intentando desesperadamente sacarse los ojos antes de ser sometido.

El hallazgo crucial dentro de la cabaña fue un cuaderno gastado con cubierta de cuero: el diario de Chester Hales. La lectura de sus páginas se convirtió en la confesión de un hombre enajenado. Hales creía que el templo Maya abandonado era un lugar sagrado que los turistas habían profanado.

Sus anotaciones del 30 de marzo de 2003 lo revelaron todo: “Hoy dos personas han profanado este lugar. Se rieron y tocaron el altar con sus manos sucias. El Señor me dijo: ‘Deben ser purificados’.” Hales los siguió, golpeó a David y capturó a Xóchitl. Los retuvo durante varios días, leyéndoles pasajes bíblicos distorsionados.

David murió por la lesión cerebral. Xóchitl, en un intento de huida, fue estrangulada. Para Hales, el asesinato fue un acto de misericordia, un “entierro digno” para salvar sus almas antes del juicio final.

El Cierre en el Tribunal
El juicio contra Chester Hales comenzó en noviembre de 2006. El tribunal se abarrotó de periodistas y de los padres de David y Xóchitl, quienes finalmente enfrentaban la horrible verdad.

La defensa intentó basar su argumentación en la demencia de Hales, presentando al psiquiatra que testificó sobre su esquizofrenia paranoide. Sin embargo, la fiscalía fue contundente:

Hales fue lo suficientemente consciente como para ocultar los cuerpos, fabricar ataúdes y evadir la detección durante tres años. No era solo un demente, sino un asesino deliberado.

El 7 de diciembre de 2006, el jurado dictó su veredicto de culpabilidad por dos cargos de asesinato en primer grado, secuestro y profanación de restos mortales. Hales fue condenado a dos cadenas perpetuas sin derecho a libertad condicional.

Para las familias, la sentencia fue un doloroso y largamente esperado cierre. En el funeral de sus hijos en Monterrey, Linda Foster, con la foto de su hija en las manos, resumió el final de su calvario: “Por fin podemos dejarlos ir.

Tres años viviendo en la incertidumbre. Ahora sabemos la verdad. Es una verdad horrible, pero es un cierre.” El caso de David y Xóchitl Ellison quedará en la memoria de México como un eco escalofriante de la jungla yucateca, un recordatorio de que la fe, cuando se tuerce por la locura y el aislamiento, puede llevar a una oscuridad inmensurable.

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