Un escalador desapareció en las Montañas de Colorado: 3 meses después, un dron lo encontró todavía colgando del borde de un acantilado.

En marzo de 2017, Derek Pullman, un escalador experimentado de 37 años, llegó al pequeño y remoto pueblo de Granite Falls, Colorado, un lugar conocido por los escaladores como la puerta de entrada a algunos de los ascensos más difíciles de las Montañas Rocosas del sur. La historia de Derek no era la de un aventurero casual; era un hombre que había dedicado más de una década de su vida a escalar montañas en tres continentes, desde las paredes de granito de Yosemite hasta los picos cubiertos de hielo de Patagonia. Su vida se medía en altura, en rutas conquistadas, en la precisión de cada agarre y la claridad que encontraba solo en el riesgo. Pero Mount Silverton tenía un significado particular. Lo había intentado dos veces antes, y ambas veces la montaña lo había rechazado. El clima, el viento, la nieve: siempre había un obstáculo insuperable. Esta vez, sin embargo, estaba decidido. Esta vez creía que podía terminar lo que había comenzado.

Al llegar al Alpine Rest Lodge, un pequeño hospedaje familiar en el borde del pueblo, Derek arrastró dos grandes bolsas, una con equipo de escalada meticulosamente organizado y otra con comida, combustible y suministros de emergencia. Patricia Langford, la dueña del lugar, lo recordó como alguien concentrado, con una mirada que parecía mirar más allá de lo visible, como si ya hubiera dejado atrás el mundo de los que se quedaban en tierra firme. Habló con ella sobre las condiciones de la carretera hacia el sendero y preguntó si la estación de guardabosques estaba abierta. Patricia le advirtió sobre las bajas temperaturas que se esperaban en la cima, pero él asintió con calma, confiado, como quien ha estado en peores condiciones muchas veces antes.

Esa misma tarde, Derek llamó a su novia, Jennifer Hail, quien vivía con él en Boulder. Según registros telefónicos, la llamada duró 11 minutos. Jennifer recordó que él sonaba tranquilo, seguro, confiado en su planificación. Le explicó que comenzaría la escalada al amanecer del día siguiente y que esperaba llegar a la cima al tercer día. Prometió enviar un mensaje a través de su mensajero satelital una vez alcanzara la cresta. Jennifer le pidió que tuviera cuidado, y él rió, asegurándole que siempre lo hacía. Esas palabras, simples y comunes, se convertirían en un recuerdo preciado para ella.

Antes del amanecer del 12 de marzo, Derek partió del lodge. Patricia lo vio salir a eso de las 5:00 a.m., mientras el cielo aún estaba oscuro y el escarcha cubría el parabrisas de su camioneta blanca. Se dirigió hacia el norte, por la Highway 62, hasta el camino de acceso que conducía a la base del Monte Silverton. Más tarde, su vehículo fue encontrado estacionado, intacto y cerrado, en el punto de partida. En el tablero, una nota escrita a mano detallaba su ruta planeada, el tiempo estimado y la información de contacto de Jennifer, un gesto típico de un escalador experimentado que entiende los riesgos pero no se obsesiona con ellos.

Derek comenzó la caminata de aproximación alrededor de las 6:30 a.m. El sendero era empinado, lleno de rocas sueltas y rodeado por un bosque denso de pinos antes de abrirse a un campo de rocas que se extendía hacia los acantilados inferiores de la montaña. Según su itinerario, planeaba llegar al campamento base temprano en la tarde, descansar y comenzar la escalada técnica al día siguiente. El clima estaba perfecto: frío, despejado y con vientos ligeros, ideal para un escalador que buscaba controlar cada movimiento en la roca y el hielo.

El primer día transcurrió según lo planeado. La evidencia de su paso quedó marcada en la nieve: un área aplanada donde probablemente había instalado su tienda, unas marcas de crampones en el hielo y un envase de combustible vacío, medio enterrado en la nieve. Cada detalle confirmaba que había avanzado hasta allí, que su preparación y experiencia le habían permitido superar el terreno inicial sin problemas. Sin embargo, después de ese punto, todo se volvió silencioso. No hubo mensajes de Derek el 12 ni el 13 de marzo. El tiempo pasaba, y el silencio comenzaba a preocupar a Jennifer.

El 14 de marzo por la noche, Jennifer intentó comunicarse con él sin éxito. La señal de su teléfono celular era inexistente en las alturas de Silverton, y el mensajero satelital no mostraba actualizaciones. Con el corazón acelerado y una sensación de urgencia creciente, contactó al Departamento del Sheriff de Granite Falls a primera hora del 15 de marzo y presentó un informe de persona desaparecida. El oficial Leonard Cross tomó nota, consciente de que Derek era un escalador experimentado, equipado y con conocimiento de la montaña. Sabía que la falta de comunicación no era inusual en el backcountry, pero la preocupación estaba justificada.

Al mediodía, un guardabosques confirmó que la camioneta de Derek seguía en el mismo lugar, sin señales de haber sido tocada. Ante esta situación, el sheriff Raymond Baxter decidió iniciar una búsqueda preliminar. Baxter conocía bien la norte de Silverton: un lugar donde incluso los escaladores más fuertes podían encontrarse en peligro. La pared era una mezcla traicionera de granito y hielo, con grietas, repisas y chimeneas que requerían habilidades técnicas avanzadas para navegar.

El 16 de marzo, un equipo pequeño compuesto por voluntarios y personal del rescate del condado alcanzó el área de campamento base. Encontraron evidencia del paso de alguien: nieve aplastada que indicaba una tienda, huellas de crampones y un envase de combustible vacío. Cada señal confirmaba que Derek había alcanzado esa zona. Pero más allá, la pista desaparecía. La pared norte se elevaba más de 1,200 pies, imponente y aparentemente infranqueable desde abajo. Los equipos observaron con binoculares, pero no detectaron ningún movimiento ni indicios de presencia humana. La roca, oscura y cubierta de nieve, parecía absorber cualquier rastro de vida que hubiera existido allí.

Durante la semana siguiente, la búsqueda se intensificó. Llegaron más voluntarios, incluyendo miembros del Rocky Mountain Rescue Group, especializados en rescates de alta montaña. Algunos conocían personalmente a Derek y habían escalado con él. La operación se dividió: un grupo inspeccionó los acantilados inferiores, revisando grietas y rocas, mientras otro intentó ascender parcialmente para obtener mejores vistas. Sin embargo, las condiciones empeoraron. Las nubes y el viento redujeron la visibilidad y las temperaturas nocturnas descendieron a 15° bajo cero. El 22 de marzo, después de casi una semana de búsqueda, la operación fue suspendida temporalmente por peligro de avalanchas y clima extremo.

El sheriff Baxter anunció la pausa en la búsqueda durante una conferencia de prensa en el Centro Comunitario de Granite Falls, asegurando que la búsqueda no se daba por terminada y que se reanudaría tan pronto las condiciones lo permitieran. Jennifer, sentada al fondo, observaba el mapa de la montaña con la mirada fija, intentando adivinar dónde podría estar Derek. Abril llegó con un falso adelanto de primavera. La nieve de los valles comenzó a derretirse, pero los picos permanecían atrapados en invierno. Las búsquedas se reanudaron en abril, pero sin encontrar nuevos rastros: ni ropa, ni equipo, ni huellas. Era como si Derek hubiera desaparecido dentro de la roca.

Las teorías sobre su destino comenzaron a circular. Algunos creían que había caído y que su cuerpo estaba cubierto por nieve o escondido en una grieta. Otros especulaban que podría haber alcanzado la cima y descendido por otra ruta, extraviándose en el camino. Algunos pocos, sin fundamento, sugirieron que podría haber elegido desaparecer. Pero quienes lo conocían, especialmente Jennifer, descartaron de inmediato esa idea. Derek no huía de nada; estaba persiguiendo un objetivo, un momento de perfección que solo la montaña podía ofrecer.

Mientras los meses avanzaban, la historia comenzaba a desvanecerse de los medios locales. Los voluntarios regresaban a sus vidas, y la estación de guardabosques archivaba los informes. Jennifer, sin embargo, no se movió. Se instaló en Granite Falls, alquilando un cuarto pequeño sobre una ferretería. Imprimió folletos con la foto de Derek y los pegó en gasolineras, puntos de senderismo y tiendas locales. Caminaba por los senderos, aunque no era escaladora, observando cada acantilado con unos binoculares de segunda mano. La gente del pueblo comenzó a reconocerla: la mujer en chaqueta gris que nunca dejaba de mirar hacia arriba.

Mientras el calor de la primavera comenzaba a derretir la nieve en los valles, los picos altos de Mount Silverton permanecían implacables, cubiertos por un manto de hielo y nieve que parecía inmutable. Jennifer Hail no podía abandonar la montaña; su vida había quedado suspendida en aquel lugar donde Derek había desaparecido. Cada día recorría los senderos, observando con binoculares cada grieta, cada repisa, buscando algún rastro de él, aunque sabía que era casi imposible que alguien sobreviviera tanto tiempo en esas condiciones. Sin embargo, su esperanza se mantenía viva, tenue pero persistente.

Fue durante uno de esos días de vigilancia silenciosa que Jennifer comenzó a considerar el uso de tecnología para explorar los lugares inaccesibles de la pared norte. Había leído en artículos de rescates previos cómo los drones habían permitido encontrar personas en terrenos imposibles para el ojo humano. La idea no le abandonó. Se presentó ante el Sheriff Baxter con cautela, consciente de que el departamento no contaba con fondos para drones de alta calidad. Sin embargo, Baxter, con la resignación de quien ha visto demasiadas tragedias en la montaña, no la detuvo. Le dijo que si podía encontrar a alguien con la experiencia y el equipo necesario, la apoyaría. Jennifer se lanzó a la búsqueda, enviando mensajes en foros de escalada, contactando a empresas de tecnología y a pilotos aficionados. La mayoría ignoró sus solicitudes, pero en la primera semana de junio, recibió un mensaje de Aaron Vest, un videógrafo freelance de Denver con experiencia en filmaciones aéreas de alta montaña. Tenía un dron capaz de volar en condiciones de viento y frío y ofreció su ayuda sin pedir dinero, solo las coordenadas y detalles de la ruta de Derek.

El 18 de junio de 2017, tres meses después de la desaparición de Derek, Aaron llegó a Granite Falls. Jennifer lo recibió al amanecer en el punto de partida del sendero. La montaña estaba envuelta en una neblina ligera, y el aire era frío y silencioso. Aaron examinó los mapas que Jennifer le había mostrado, escuchó atentamente la descripción de la ruta norte y comenzó a planificar el vuelo del dron. La estrategia era meticulosa: cubrir el área sección por sección, grabar cada detalle y revisar cuidadosamente la filmación para detectar cualquier anomalía. Jennifer observaba con el corazón en un hilo, consciente de que cada momento podía traer esperanza o devastación.

Aaron ensambló el dron, un dispositivo robusto con cuatro rotores y una cámara montada en un gimbal que podía girar en casi cualquier dirección. Explicó que cada batería tenía aproximadamente 25 minutos de vuelo, tal vez menos si el viento aumentaba. Jennifer sentía cómo la tensión crecía mientras Aaron levantaba el dron del suelo. El zumbido agudo se mezclaba con el silencio de la montaña. Lentamente, el dron ascendió, superando los pinos y aproximándose a la pared. La imagen en la pantalla mostraba cada grieta y sombra de la roca con nitidez asombrosa.

La primera pasada fue infructuosa; solo se veía piedra, hielo y árboles dispersos. Aaron aterrizó, cambió la batería y comenzó la siguiente pasada, elevándose más alto y enfocándose en un sistema de repisas prominente que coincidía con la ruta planificada por Derek. Jennifer observaba la pantalla, conteniendo la respiración. A medida que el dron se acercaba a una sección donde la pared se volvía más vertical y cubierta de hielo, el sol comenzó a proyectar sombras largas sobre la roca. Aaron realizó varios vuelos más, cubriendo gradualmente la mitad superior de la pared norte.

Al revisar las imágenes en su computadora portátil, Aaron notó algo inusual. Cerca de la tercera parte superior de la pared, entre dos salientes, había una sombra más oscura que las demás. Podía ser una simple irregularidad en la roca, pero decidieron investigarlo más a fondo. Aaron voló el dron directamente hacia la zona señalada, maniobrando con cuidado mientras el viento hacía que el dispositivo vacilara. Al acercarse, la imagen comenzó a clarificarse y, por un instante, Jennifer no pudo creer lo que veía: sobre una estrecha repisa, a más de 800 pies sobre el valle, había una figura humana.

El cuerpo estaba sentado, con la espalda apoyada en la roca, la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado. La ropa estaba desgarrada y descolorida por los meses de exposición al sol y al viento. Una pierna estaba extendida de manera extraña, la otra doblada, y un arnés de escalada aún sujetaba al cuerpo a un anclaje que había sido colocado antes. La cuerda que alguna vez lo había asegurado estaba cortada o desgastada a media altura. Jennifer emitió un sonido entre el sollozo y el asombro, cubrió su rostro con las manos y miró hacia otro lado, incapaz de enfrentar la realidad de que Derek había estado allí todo ese tiempo, visible pero inaccesible.

Aaron rodeó lentamente el dron alrededor de la repisa, capturando imágenes desde varios ángulos. La repisa medía apenas cuatro pies de ancho y seis de largo, un estrecho refugio en medio de una pared aparentemente infinita. No había manera de llegar hasta allí sin equipo técnico, y descender sin asistencia sería igualmente imposible. Jennifer apenas podía respirar mientras las imágenes mostraban a Derek, el hombre que había conocido y amado, suspendido entre la tierra y el cielo, un testigo silencioso de la línea delgada que separa la ambición de la tragedia.

Después de registrar suficiente material, Aaron aterrizó el dron y apagó los controles. Jennifer permaneció sentada en el suelo, abrazando sus rodillas, mientras el frío comenzaba a calar en sus huesos. Aaron se acercó y le habló con voz suave, ofreciendo su condolencia sin necesidad de palabras adicionales; ambos entendían la magnitud de lo que acababan de presenciar. Jennifer, entre lágrimas, asintió, apenas capaz de agradecerle mientras procesaba la escena que había esperado y temido durante meses.

Poco después, el sheriff Baxter llegó acompañado de dos oficiales y Troy Whitman, un escalador experimentado que había participado en las búsquedas iniciales. Aaron les mostró las imágenes, lentamente y con detalle, asegurándose de que cada punto fuera visible. Baxter observó en silencio, apretando la mandíbula. Al finalizar la revisión, pidió confirmación de las coordenadas exactas. Aaron proporcionó un GPS preciso: la repisa estaba en la sección noreste de la pared, aproximadamente a dos tercios de la altura total, un área parcialmente oculta desde los puntos accesibles en la búsqueda desde el suelo.

Troy analizó el terreno en las imágenes y confirmó que el acceso era posible pero extremadamente complicado. Sería necesario un descenso técnico desde arriba o un ascenso controlado desde abajo, con un equipo de escaladores experimentados y condiciones climáticas favorables. Baxter preguntó cuánto tiempo tomaría organizar la operación; Troy estimó dos días para reunir al equipo y preparar el equipo necesario. Baxter asintió y aseguró a Jennifer que harían todo lo posible por recuperar el cuerpo de Derek.

La operación de recuperación comenzó el 21 de junio de 2017. Seis voluntarios del Rocky Mountain Rescue Group, equipados con cuerdas, anclajes, poleas y un camilla especialmente diseñada para evacuaciones verticales, comenzaron el ascenso al amanecer. El plan era establecer un anclaje seguro por encima de la repisa y descender a uno o dos miembros para evaluar la situación y preparar la extracción del cuerpo. El líder del equipo, Vincent Taber, de 42 años, contaba con más de veinte años de experiencia en rescates de montaña. Sabía que esta operación sería difícil, no solo por el terreno, sino por el peso emocional que cada uno llevaba consigo.

El ascenso fue lento y meticuloso. Cada anclaje era probado, cada movimiento cuidadosamente calculado. El aire estaba impregnado del olor a roca húmeda y polvo, y el frío mordía la piel expuesta. Después de varias horas, Vincent y Rachel Cove, una rescatista experimentada y ligera, alcanzaron un punto 50 pies por encima de la repisa. Establecieron un anclaje seguro y prepararon las cuerdas para el descenso. Rachel, encargada de realizar el contacto directo con Derek, comenzó su descenso.

Cuando llegó a la repisa, vio a Derek sentado como lo había mostrado el dron. Su cuerpo estaba rígido, la piel oscurecida por el sol y el viento, la ropa desgarrada, el arnés aún sujeto a la roca y la cuerda cortada. No había signos de trauma reciente; parecía haber muerto por exposición y agotamiento. Rachel lo colocó cuidadosamente en la camilla, cubriéndolo con una manta térmica no para calor, sino por respeto y dignidad, y notó pequeños detalles: sus manos rasgadas, los dedos ligeramente curvados, sus botas aún atadas, una cámara con la lente rota, tal vez conteniendo los últimos recuerdos de Derek.

La operación de subida de la camilla tomó más de tres horas. Cada maniobra debía calcularse para evitar colisiones con salientes y grietas. Finalmente, con un esfuerzo conjunto, Derek fue elevado hasta un lugar seguro donde los demás miembros del equipo pudieron asistir en el descenso final hacia el valle.

El descenso final desde la repisa fue lento y meticuloso, una danza entre precisión técnica y respeto profundo por la vida que se había perdido. Cada movimiento era calculado; cada nudo y anclaje revisado varias veces. Los rescatistas del Rocky Mountain Rescue Group se movían con coordinación silenciosa, conscientes de que un error podría ser fatal para ellos mismos o para la delicada carga que llevaban. La montaña parecía observarlos, silenciosa, con la misma indiferencia con la que había mantenido a Derek cautivo durante tres meses.

Mientras la camilla descendía, Jennifer permanecía en la base, arropada por su chaqueta, los dedos entumecidos por el frío, observando cada maniobra a través de binoculares que se habían convertido en una extensión de su mirada y su esperanza. Cada metro que descendía la camilla, su corazón se encogía y al mismo tiempo se aliviaba. Por fin, después de horas de trabajo tenso y extenuante, los rescatistas lograron colocar la camilla en un terreno más estable, donde los vehículos de apoyo podían acceder. Jennifer corrió hacia ellos, cada paso un recordatorio de la montaña que había robado a su amado, pero también un pequeño triunfo frente al dolor y la incertidumbre que la habían acompañado durante semanas.

Vincent Taber y Rachel Cove salieron primero de la pared, con la camilla asegurada y lista para el transporte. Jennifer se acercó lentamente, conteniendo las lágrimas, sintiendo un peso indescriptible en el pecho. Derek estaba allí, finalmente accesible, pero no vivo. Su rostro, aunque erosionado por el sol y el viento, conservaba la calma que lo había caracterizado siempre. Rachel retiró con cuidado la cámara que Derek había llevado durante su escalada. La lente estaba rota, pero la memoria interna podría contener los últimos momentos de su vida: fragmentos de su viaje final, imágenes de la montaña que lo había atrapado, y quizá algún instante de claridad, un último contacto con la cumbre que tanto había deseado.

Jennifer no lo tocó de inmediato. Se quedó unos segundos a su lado, respirando el aire frío y denso, absorbida por la presencia silenciosa de Derek. La montaña había guardado su cuerpo, y ahora lo devolvía a quienes lo habían buscado incansablemente. Hubo un respeto tácito entre todos los presentes: palabras mínimas, gestos medidos. La tragedia de Derek estaba presente, pero también el alivio de poner fin a la espera interminable.

Mientras los rescatistas preparaban la camilla para el transporte hacia el valle, Jennifer se acercó a Baxter. El sheriff, que había visto demasiadas tragedias en la montaña, habló en voz baja. Le explicó que, aunque Derek había muerto, la operación había sido un éxito técnico: habían recuperado su cuerpo de manera segura y, más importante, con dignidad. Jennifer asintió, sus ojos húmedos y brillantes, reconociendo la verdad dolorosa que Baxter articulaba con calma y compasión.

Una vez en el valle, Derek fue colocado en un vehículo preparado para transportar cuerpos desde la montaña. Jennifer lo acompañó en silencio, mientras los rescatistas regresaban, exhaustos, cubiertos de polvo y sudor, con la satisfacción silenciosa de haber completado una misión imposible. El trayecto hacia Granite Falls fue breve en distancia, pero interminable en tiempo emocional. Jennifer sostenía la mano de Derek a través de la manta térmica, como si pudiera transmitirle algo, aunque sabía que no había palabras capaces de hacerlo.

Al llegar al pueblo, los residentes se reunieron discretamente para ofrecer respeto y condolencias. Granite Falls, pequeña y conocida por ser un refugio para escaladores serios, entendía el peso de la tragedia que había ocurrido en su espalda montañosa. Patricia Langford, dueña del Alpine Rest Lodge, llegó a la escena, llevando consigo un silencio cargado de emociones. Había visto partir a Derek aquel marzo, confiado y determinado, y ahora lo veía regresar de una manera que nadie hubiera deseado. Jennifer se apoyó en ella, permitiéndose llorar por primera vez desde que Derek desapareció.

El entierro de Derek fue sencillo pero lleno de significado. Se realizó en un pequeño cementerio de Boulder, su ciudad natal, rodeado de familiares, amigos cercanos y algunos miembros del grupo de rescate que habían participado en la recuperación. No hubo discursos largos ni flores en exceso; solo silencio, respeto y la presencia de aquellos que entendían que Derek había vivido y muerto según las reglas de la montaña que amaba. Jennifer colocó la cámara de Derek en su tumba, como un recordatorio de su última aventura y del hombre que había sido, con valentía, pasión y determinación hasta el final.

En los días posteriores, Jennifer se encontró revisando cada detalle de las imágenes recuperadas de la cámara de Derek. Había fragmentos de su ascenso, momentos en los que la montaña mostraba su belleza y su peligro, y un par de tomas donde Derek parecía mirar directamente hacia la cámara, con una mezcla de determinación y asombro ante la inmensidad que lo rodeaba. Cada imagen era un recuerdo tangible de su experiencia, de su vida y del instante final que ahora ella podía comprender mejor.

La comunidad de Granite Falls también se transformó. La historia de Derek Pullman se convirtió en un recordatorio silencioso de los riesgos que implica la montaña, pero también de la dedicación y la pasión de aquellos que la habitan y la aman. Las charlas en el lodge y en el centro comunitario comenzaron a incluir consejos de seguridad, importancia de la comunicación y el uso de tecnología para rescates en terrenos difíciles. La desaparición y recuperación de Derek se convirtió en un caso de estudio para rescatistas de todo el país, una lección de planificación, perseverancia y respeto por la naturaleza.

Jennifer, aunque devastada, decidió quedarse en Granite Falls por un tiempo. Alquilar un pequeño apartamento cerca de Main Street le permitió continuar visitando la montaña, no con la intención de buscar a Derek, sino de mantener viva su memoria. Cada amanecer que contemplaba desde los acantilados bajos de la ciudad, cada tarde observando la pared norte de Silverton, era un momento de conexión silenciosa con él. En cada sombra, cada grieta y cada repisa, encontraba un fragmento de la persona que había amado y que la montaña había reclamado temporalmente.

Con el tiempo, Jennifer también comenzó a involucrarse en grupos de rescate, compartiendo su experiencia y ayudando a otros a prepararse para la montaña. Su historia personal se convirtió en un catalizador para la seguridad y la conciencia, una manera de transformar su dolor en algo positivo. A través de conferencias, talleres y charlas comunitarias, enseñaba la importancia de la preparación, la perseverancia y, sobre todo, el respeto por la montaña.

El recuerdo de Derek permanecía vivo en la comunidad, en las historias contadas en sus cafés y senderos, y sobre todo en Jennifer, quien continuaba mirando la pared norte de Mount Silverton con una mezcla de tristeza, amor y orgullo. La montaña, que había sido escenario de su desaparición, ahora también era testigo de la resiliencia y la memoria de quienes quedaban.

Aunque nunca se podría borrar la tragedia de aquellos tres meses, el cierre que proporcionó la recuperación del cuerpo permitió a Jennifer y a quienes amaban a Derek comenzar a sanar. Cada paso que daba por el valle y cada vuelo del dron que ayudaba en rescates futuros eran un homenaje silencioso a su valentía y pasión. La historia de Derek Pullman se convirtió en un recordatorio eterno de que, a veces, la línea entre la ambición y la tragedia es fina, pero el amor, la memoria y la dedicación pueden persistir mucho más allá de los límites de la montaña.

Finalmente, Jennifer comprendió que, aunque Derek ya no estuviera físicamente presente, su espíritu seguiría escalando cada repisa, enfrentando cada pared y encontrando la claridad que él siempre había buscado. La montaña lo había reclamado, sí, pero también había dejado un legado: una lección de vida, coraje y amor que permanecería en Granite Falls, en la memoria de quienes lo conocieron y en cada corazón dispuesto a mirar hacia arriba, hacia lo imposible, y encontrar allí algo valioso.

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