Mara y el secreto de la montaña: cuando la naturaleza guarda sus propios misterios

Mara siempre había sentido que las montañas eran su hogar, pero esa mañana algo en el aire le hizo detenerse. El viento traía un sonido extraño, pesado y desesperado, un ruido que no había escuchado en años. Su instinto le decía que algo estaba mal. Al acercarse a un claro, notó las ramas rotas colgando como costillas partidas, señalando hacia el bosque más profundo, como si alguien o algo quisiera advertirle que no siguiera adelante. Pero Mara nunca había escuchado advertencias.

Allí, junto a un roble antiguo, vio la forma. Al principio pensó que era un hombre: hombros anchos, torso enorme, extremidades colgando de manera antinatural. Pero pronto notó el pelaje oscuro, más negro que la sombra, y las cuerdas que lo ataban al tronco, cortando profundamente sus muñecas y tobillos. Mara contuvo la respiración. Frente a ella había un Bigfoot. Nunca creyó realmente en las leyendas, pero los mitos de la montaña tenían su propia verdad, y Mara lo sabía.

El ser levantó apenas la cabeza. Sus ojos reflejaban cansancio, dolor y algo profundamente humano. Mara dio un paso más, y en lugar de miedo, sintió ira. Alguien había hecho esto: alguien había atado a una criatura viva al árbol y la había dejado para morir. La montaña parecía herida, como si compartiera su indignación.

Un gruñido bajo y resonante surgió del pecho de la criatura, más advertencia que amenaza. Mara levantó la mano, abierta, y susurró: “Tranquilo… no te haré daño.” La criatura la observó mientras la nieve caía suavemente, derritiéndose en su calor residual. Las marcas de las cuerdas eran profundas, y el pegamento vegetal aplicado en su chaqueta mostraba una intencionalidad casi ritual. Mara supo entonces que esto no era obra de cazadores comunes.

Cortó cuidadosamente la primera cuerda con su cuchillo de mango de hueso, murmurando palabras de calma. La criatura tensó los músculos, anticipando dolor, pero pronto la cuerda cedió. Repetió el proceso con las otras dos, observando cómo el ser colapsaba débilmente, confiando en ella. La nieve seguía cayendo, y la montaña parecía contener la respiración con cada movimiento de Mara.

Finalmente, liberada, la criatura respiraba con dificultad, pero sus ojos estaban fijos en Mara, llenos de reconocimiento y algo parecido a gratitud. Mara le dio agua, limpió sus heridas y colocó su propio abrigo sobre sus hombros, sintiendo que estaba ayudando a algo que el mundo no debía ver.

La paz duró poco. Un crujido en la distancia la puso en alerta. Mara supo inmediatamente que no era un sonido natural: pasos deliberados, calculados. La criatura se tensó, y Mara se colocó entre él y la amenaza. Un hombre apareció en la luz del fuego, rostro oculto bajo una capucha. La tensión llenó el aire.

“Esa cosa debía morir aquí”, dijo el hombre con calma inquietante.

“Hoy no”, respondió Mara, firme. Su protección era absoluta. El hombre estudió la escena, suspiró y desapareció entre los árboles, dejando a Mara y a la criatura solos nuevamente. Mara comprendió que salvarlo era solo el comienzo. Lo que había hecho rompía todas las leyes no escritas de la montaña, pero no podía retroceder.

La noche se espesaba en la montaña. Mara se quedó junto al fuego, observando a la criatura mientras respiraba con dificultad. Cada aliento parecía un esfuerzo enorme, pero también un acto de confianza. Por primera vez en años, Mara sintió que no estaba sola en la oscuridad, aunque la presencia frente a ella no era humana.

La nieve caía con suavidad, cubriendo el suelo de un manto blanco, mientras el bosque entero parecía contener la respiración. Mara sabía que no podían quedarse allí mucho tiempo. Alguien había intentado matar a la criatura, y podía volver. Cada sombra entre los árboles la ponía en alerta, y su cuchillo, aunque pequeño, era su única línea de defensa.

El ser, aunque enorme y poderoso, era vulnerable. Sus heridas sangraban ligeramente, y el hielo se pegaba a su pelaje húmedo. Mara lo tocó suavemente, murmurando palabras que solo ella escuchaba. Su conexión con la montaña y sus criaturas le daba una calma extraña, casi sobrenatural. Sabía cómo moverse entre los árboles, cómo leer las señales del bosque, cómo anticipar peligros. Pero nunca había enfrentado algo como esto.

El hombre de antes no había desaparecido del todo. Mara podía sentir su presencia, como un filo invisible rozando la periferia de la noche. Decidió que debían moverse antes del amanecer. Con cuidado, ayudó a la criatura a levantarse. Su tamaño era abrumador, pero la fuerza de Mara y su determinación fueron suficientes para guiarlo a través del bosque. Cada paso era un riesgo; cada rama podía delatar su posición.

Mientras avanzaban, Mara recordó los viejos caminos que había aprendido cuando niña. Senderos ocultos, trochas apenas visibles, zonas donde solo alguien que conociera la montaña podía pasar sin dejar rastro. Con cada metro que se internaban, Mara sentía que la montaña misma los protegía, como si reconociera la justicia de su acción.

Finalmente, llegaron a un claro seguro, donde los árboles eran densos y el suelo estaba cubierto de maleza espesa. Mara ayudó a la criatura a recostarse, cubriéndolo con mantas improvisadas de su mochila y ramas secas. Encendió un pequeño fuego, suficiente para calentarlo, pero no tanto como para delatar su posición.

Mientras observaba la criatura descansar, Mara entendió algo fundamental: no se trataba solo de salvarlo. Había un equilibrio más profundo en juego. La montaña, las criaturas, incluso los humanos que se atrevían a intervenir, estaban conectados por reglas invisibles, leyes que rara vez se quebraban sin consecuencias. Y ahora, Mara había roto una.

El viento traía sonidos lejanos: ramas quebrándose, pasos suaves, quizás de animales, quizás de humanos. Mara apretó su cuchillo y se sentó junto a la criatura, decidida a protegerlo a toda costa. Sabía que la verdadera prueba no había comenzado todavía. La montaña había mostrado su misterio, y ahora la responsabilidad recaía sobre ella.

Con cada hora que pasaba, Mara sentía que algo más grande se movía en la oscuridad. La criatura, aunque débil, parecía entender su presencia, confiando en ella de un modo que ningún animal salvaje lo haría. Mara comprendió que estaba ante algo que desafiaba toda lógica: un ser que era parte leyenda, parte realidad, y completamente vulnerable a la crueldad humana.

Y mientras la noche avanzaba, Mara juró que no permitiría que nadie volviera a hacerle daño. El bosque la observaba, silencioso y expectante. La montaña había dado su primera prueba, y ella la había pasado. Pero la verdadera historia apenas comenzaba.

El amanecer llegó con un frío cortante y una niebla densa que cubría cada árbol, cada roca, cada sendero. Mara permanecía junto a la criatura, vigilante, consciente de que el hombre que la había dejado atada podía regresar en cualquier momento. La montaña estaba silenciosa, pero el aire vibraba con una tensión palpable.

La criatura, aunque aún débil, se incorporó lentamente. Sus ojos seguían a Mara con un entendimiento casi humano. Mara sintió una mezcla de alivio y preocupación: sabía que no podía confiar completamente en su fuerza, pero tampoco podía dejar que huyera sin vigilancia. Cada sonido en la niebla la hacía tensarse, cada sombra parecía un posible enemigo.

Horas después, un crujido familiar hizo que Mara se congelara. El hombre apareció nuevamente entre los árboles, esta vez más cerca, avanzando con cautela, su rostro aún oculto bajo la capucha. Sus movimientos eran precisos, calculados; alguien que conocía la montaña tan bien como Mara misma. La criatura gruñó bajo su respiración, levantándose apenas, como si entendiera el peligro que se acercaba.

“Creí que aprenderías la lección”, dijo el hombre con una voz fría, que parecía resonar con la propia montaña. “Ese ser no es tuyo para proteger”.

Mara se colocó frente a él, cuchillo en mano, pero no con intención de atacar. Su postura era clara: ningún daño sería permitido. “No es tu derecho decidirlo. No hoy”, respondió. Su voz temblaba solo ligeramente, pero había una firmeza que el hombre no esperaba.

Por un instante, todo se mantuvo en un silencio absoluto. El viento cesó, la niebla se espesó, y la montaña parecía contener la respiración. Luego, como si evaluara la determinación de Mara, el hombre dio un paso atrás, sus ojos estudiando la escena, el fuego, la criatura. Finalmente, soltó un suspiro y retrocedió hacia los árboles, murmurando algo ininteligible antes de desaparecer entre la neblina.

Mara exhaló lentamente, liberando la tensión acumulada. La criatura la miró, y por primera vez desde su encuentro, sus ojos reflejaron algo más que miedo: confianza, reconocimiento, un vínculo silencioso nacido del peligro compartido. Mara acarició su pelaje, sintiendo la calidez que quedaba bajo la nieve.

Sabía que no podían quedarse allí por mucho tiempo. La montaña era vasta, y el hombre podría regresar. Con cuidado, guió a la criatura hacia un sendero oculto, uno que solo alguien con años de experiencia conocía. Cada paso era un acto de sigilo, cada movimiento medido, mientras la niebla ocultaba su avance. Mara sentía que la montaña misma los ayudaba, cubriendo sus rastros y protegiéndolos de ojos indeseados.

Horas más tarde, llegaron a un claro seguro, lejos de cualquier sendero común. Mara encendió un pequeño fuego y preparó refugio para ambos. La criatura, ahora más relajada, se recostó junto al calor, y Mara, cansada pero alerta, observó cómo la vida regresaba lentamente a su cuerpo herido.

En ese momento, Mara comprendió algo profundo: la verdadera fuerza de la montaña no estaba en sus árboles, ni en sus cumbres, sino en los secretos que protegía, en las criaturas que escondía y en las decisiones que exigía de quienes se atrevían a caminar por sus senderos.

Salvar a la criatura no había sido solo un acto de compasión; había sido una elección que la transformaría para siempre. La montaña había hablado, y Mara había escuchado. Entre la niebla y los árboles antiguos, comenzó un vínculo silencioso, un pacto no escrito: ella protegería lo salvaje, y lo salvaje, en retorno, confiaría en ella.

Y mientras la nieve continuaba cayendo suavemente sobre el bosque, Mara supo que aquel encuentro no era el final, sino el comienzo de algo que cambiaría su vida y su percepción del mundo para siempre. La montaña había revelado su misterio, y Mara estaba lista para enfrentarlo.

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