En los vastos paisajes de Grand Teton, un parque nacional que suele inspirar paz y asombro, la naturaleza también escondía un secreto oscuro. Lo que parecía un paraíso para excursionistas se convirtió en el escenario de dos misteriosas desapariciones, separadas por más de tres décadas, pero unidas por un hallazgo que dejó a todos helados.
En agosto de 2018, Thomas Winter, un programador de 32 años y amante de las caminatas solitarias, emprendió una ruta en el sur del parque. No era un novato: llevaba su equipo, su GPS y había seguido cada regla de seguridad. Los primeros días avanzó según lo planeado, hasta que su señal desapareció. Cuando no regresó en la fecha prevista, comenzó una búsqueda masiva.
Lo inquietante apareció tres días después: su tienda estaba perfectamente armada, con su saco de dormir cerrado y sus pertenencias intactas. Todo indicaba que había salido un momento y volvería enseguida. Pero su mochila, con comida, agua y equipo esencial, había desaparecido. Para un experto como él, eso era imposible de ignorar. Tras semanas de búsqueda, Thomas parecía haberse desvanecido en la nada.
El caso quedó sin respuesta hasta 2022, cuando un grupo de geólogos encontró un esqueleto en una cantera de arcilla del parque. No era un hallazgo arqueológico, sino los restos de Thomas. Su familia recibió la confirmación por ADN, cerrando años de angustia, aunque la noticia traía consigo otra revelación devastadora: Thomas había sido asesinado. Un golpe en la parte trasera de la cabeza evidenció que no fue un accidente, sino un ataque deliberado.
Lo más perturbador fue lo que encontraron junto a su cuerpo. En su brazo derecho estaba envuelto un suéter de mujer, propio de los años 80, y en su bolsillo, una llave de motel que había dejado de existir hacía tres décadas. La prenda no le pertenecía y su hermana lo confirmó de inmediato. Los análisis revelaron algo aún más inquietante: el suéter contenía dos perfiles genéticos, el de Thomas y el de una mujer. Esa mujer era Susan Marshall.
Susan había desaparecido en 1987, con solo 24 años, durante un viaje solitario al mismo parque. Al igual que Thomas, había dejado su coche estacionado al inicio de una ruta y nunca regresó. La búsqueda en ese entonces fue inútil: ni rastro de su cuerpo ni de sus pertenencias. Su nombre quedó como leyenda local, una de esas historias que los guardabosques contaban a los turistas.
La conexión entre los dos casos quedó sellada cuando el ADN extraído del suéter coincidió al 100% con muestras preservadas de Susan. Tres décadas después, las piezas encajaban de manera siniestra: alguien había guardado parte de sus pertenencias y las había dejado junto al cadáver de Thomas.
La investigación dio un giro inesperado cuando una mujer de Colorado, al revisar las pertenencias de su difunto padre, Robert Peterson, encontró un bolso, un carnet y un diario con el nombre de Susan Marshall. Peterson, ingeniero geólogo retirado, era un apasionado de las caminatas y coleccionaba piedras y objetos de sus excursiones. Había estado en Grand Teton tanto en 1987 como en 2018, las mismas fechas en que Susan y Thomas desaparecieron.
El diario de Susan no revelaba nada alarmante: hablaba de paisajes, del clima y de su ruta planeada. Su última entrada, el día de su desaparición, reflejaba tranquilidad, no miedo. Sin embargo, tener esos objetos en el sótano de Peterson resultó imposible de explicar sin vincularlo a los crímenes.
La teoría final de los investigadores fue clara. En 1987, Peterson habría atacado a Susan en un área remota del parque, ocultando su cuerpo tan bien que jamás fue hallado. Como trofeos, guardó sus pertenencias por décadas. En 2018, cuando Thomas exploraba esa misma zona, encontró accidentalmente el suéter, quizá consciente de que era evidencia de algo extraño. Lo recogió, pero en ese instante, Peterson —ya un hombre mayor— lo habría visto. Para proteger su secreto, lo siguió hasta su campamento y lo atacó, matándolo de un golpe certero. Luego ocultó su cuerpo en la cantera de arcilla.
La macabra coincidencia de fechas y lugares eliminaba cualquier duda: Peterson estaba en el parque en ambas desapariciones. Pero la justicia llegó tarde. Murió en 2019 de un infarto, llevándose la confesión a la tumba. Sin embargo, las pruebas halladas en su sótano lo convirtieron en el principal y único sospechoso.
El caso de Thomas Winter se cerró oficialmente como homicidio, con Peterson señalado como autor. En cuanto a Susan Marshall, su cuerpo nunca apareció, y su expediente sigue siendo técnicamente un “caso frío”.
Así, dos historias que parecían aisladas se entrelazaron gracias a una prenda olvidada en la tierra y a la obsesión silenciosa de un hombre. Las montañas del Grand Teton, que parecían haberlo guardado todo, terminaron revelando lo que Peterson intentó esconder por más de tres décadas.