El chelo de una niña desaparecida y el oscuro secreto que ocultaba durante 15 años

Colonia Roma, Ciudad de México, 1975. En un escenario bañado por la luz del atardecer, una joven de 12 años, Sofía Benítez, llenaba el aire con la melodía de su chelo, su música, una mezcla de gracia y pasión que cautivaba a todos los presentes. Era una estrella en ascenso, con una vida llena de promesas, un futuro brillante. Luego, en la recepción del concierto de primavera, su vida, y la de sus padres, se desvaneció en el aire. La niña desapareció, sin dejar rastro, como si una de las notas de su chelo se hubiera esfumado para siempre.

Quince años después, Ricardo y Julia Benítez, los padres de Sofía, se preparaban para comenzar un nuevo capítulo. Desafiando el dolor, y dejando atrás los fantasmas de su pasado, estaban a punto de mudarse a Cuernavaca, en busca de un nuevo comienzo. El ático, un santuario de polvo y recuerdos, era el último bastión de su pasado. Mientras empacaban, un chelo viejo, el primero que le compraron a Sofía, yacía en una esquina, un recordatorio doloroso de lo que habían perdido. Ricardo, al levantar el instrumento, escuchó un ruido peculiar. Un traqueteo. Un sonido que lo llevó a un viaje inesperado hacia el pasado. Al romper el chelo, el corazón de Julia se aceleró. Dentro del compartimento, encontró tres sobres. Tres sobres que contenían un secreto que su hija, de 12 años, les había ocultado.

Dentro de los sobres, encontraron cartas de amor. Poemas de admiración, escritos con una caligrafía elegante, detallando la belleza de su música, el alma que le ponía a cada nota. Pero no había firma. No había un nombre. Una caja de Pandora, sellada por el tiempo, pero abierta por el destino. Con la esperanza, y la inquietud de que el admirador secreto de su hija fuera el responsable de su desaparición, Julia contactó al detective Carlos Dávila. Sin embargo, su escepticismo fue inmediato. “Los adolescentes esconden cartas de amor todo el tiempo”, le dijo, desestimando la nueva pista.

Pero Julia no se rindió. Impulsada por la tenacidad, por la fuerza de una madre que se niega a aceptar la derrota, decidió continuar la búsqueda. Mientras conducía hacia la estación de policía, los recuerdos de su hija la invadieron. El camino la llevó a la Academia de Música de la Colonia Roma, el lugar donde su hija pasaba horas practicando su arte. La música, una vez más, la llamó. Al entrar, se encontró con Gregorio Herrera, el antiguo profesor de música de su hija, un hombre que parecía haber envejecido, pero cuyas facciones permanecían intactas.

El reencuentro fue agridulce. Al escuchar la historia de las cartas de su hija, Gregorio se mostró reacio. “No recuerdo a Sofía siendo cercana a ningún niño en particular”, le dijo, eludiendo la mirada de Julia. Justo cuando la esperanza se desvanecía, un encuentro con una joven estudiante, Grace W. Hart, le dio a Julia la llave para una nueva pista. Al salir de la academia, Julia vio al padre de Grace arrojar un sobre de la escuela a la basura, lo cual Julia recuperó impulsivamente. La curiosidad, una vez más, la llevó a actuar. Dentro, una tarjeta de progreso con un sello. Un sello. Una rosa entrelazada con un corazón. El mismo símbolo, pero con un diseño diferente, encontrado en las cartas de su hija. Julia sintió un escalofrío.

La coincidencia, o el destino, puso a Grace y a Julia en el mismo camino. En un parque solitario, Grace, tocando su chelo, le confesó a Julia la presión que sentía, la decepción de su padre por no ascender de nivel, la humillación que sentía. También le reveló los “talleres privados” de Gregorio, la forma de ascender en el mundo musical. Con la promesa de una vida mejor, Grace decidió asistir a una de las clases privadas de Gregorio, una decisión que Julia sintió que debía investigar.

Conduciendo al estudio de Gregorio, Julia se dio cuenta de que no era un estudio, sino su residencia. Una casa impresionante. Al tocar el timbre, la música se detuvo abruptamente. Al abrir la puerta, Gregorio se sorprendió de ver a las dos juntas. El aire, una vez más, se volvió tenso. Los ojos de Julia se detuvieron en la casa, en el piano y el chelo. El mismo chelo, las mismas notas, el mismo ritmo, la misma música. Era la pieza favorita de su hija, tocada con las mismas notas improvisadas que Sofía solía utilizar.

La coincidencia era demasiado fuerte para ser ignorada. El sello, la música, la mentira de Gregorio sobre su vuelo, el control que ejercía sobre sus estudiantes. Julia estaba a punto de encontrar las respuestas a las preguntas que la habían atormentado durante 15 años. Pero, en el camino, ¿qué otro secreto la esperaba? ¿Qué otras verdades oscuras saldrían a la luz?

El chelo de Sofía, el objeto que la unía al pasado, se convirtió en la llave para abrir la puerta de un misterio sin resolver. Un misterio que había permanecido en las sombras durante años, pero que ahora, gracias a la tenacidad de una madre, se preparaba para ser revelado.

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