Caso impactante: El crimen del autor estuvo oculto durante un año en una trituradora oxidada

El otoño de 2014, con sus colores ocres y el aire fresco de la montaña, parecía el escenario perfecto para una escapada tranquila. Para Kevin Marshall, un programador de 34 años de Eugene, Oregón, no había nada más relajante que sumergirse en la naturaleza. Solía ir de excursión y tomar fotografías para desconectar del mundo, una costumbre que se había intensificado tras su reciente divorcio. El 14 de octubre de 2014, partió hacia las montañas Cascade, un viaje planeado al detalle: equipo de montaña en el maletero de su sedán azul, suministros para tres días y, por supuesto, su cámara. Su destino era una antigua serrería abandonada en el Bosque Nacional Willamette, un lugar remoto y olvidado, perfecto para su proyecto fotográfico personal. Kevin era un excursionista experimentado y meticuloso, siempre preparado para cualquier eventualidad. Su hermana, Melanie, en Portland, esperaba con ansias su llamada de regreso el domingo por la noche. La llamada nunca llegó.

 

La desaparición en el aire

 

El lunes por la mañana, la preocupación de Melanie se convirtió en pánico cuando se enteró de que Kevin no se había presentado a trabajar. El martes 17 de octubre, ya en casa de su hermana, la joven presentó la denuncia de desaparición ante la policía, proporcionando la descripción del coche y la última ruta conocida. La búsqueda oficial, que se inició el miércoles, se enfrentó a un desafío: la falta de un rastro claro. A pesar de la lluvia y las condiciones difíciles, un equipo de seis agentes revisó exhaustivamente carreteras y senderos en un radio de 15 kilómetros. La tarde del miércoles, la suerte pareció sonreírles: el sedán azul de Kevin fue encontrado a unos 4 kilómetros de la serrería abandonada, en el arcén de un estrecho camino de tierra. Pero la escena no tenía sentido. El coche estaba cerrado, con las llaves en el contacto, y todo el equipo de acampada de Kevin, incluyendo la tienda de campaña y el saco de dormir, estaba intacto en el maletero. Era como si el excursionista se hubiera bajado del coche y se hubiera desvanecido en el aire. No había señales de lucha, ni daños, nada que indicara un problema. Simplemente, Kevin no estaba allí.

Con el paso de los días, la búsqueda se intensificó. Más de 20 voluntarios de un equipo local de búsqueda y rescate se unieron a la operación, peinando cada rincón del bosque. Los perros rastreadores siguieron el rastro de Kevin, pero se perdió a 100 metros de la carretera. A pesar de los esfuerzos, que cubrieron más de 100 kilómetros cuadrados de bosque, la búsqueda oficial fue suspendida el 5 de noviembre. Kevin Marshall se unió a la categoría de los “desaparecidos”, un expediente sin resolver.

 

Un rayo de esperanza y el invierno que lo apagó

 

Pero la esperanza no se desvaneció. Melanie, con una determinación inquebrantable, continuó la búsqueda por su cuenta. Cada fin de semana, acompañada de amigos y voluntarios, volvía al bosque. Colgó carteles con la foto de su hermano en cada pueblo y gasolinera cercana, y los lugareños se comprometieron a informar cualquier dato. Sin embargo, no hubo noticias útiles. El invierno de 2014-2015 cubrió el bosque con una gruesa capa de nieve, haciendo imposible la búsqueda. Melanie mantuvo un contacto regular con la policía, pero el caso seguía estancado. Las autoridades barajaban la posibilidad de que Kevin se hubiera caído en un barranco profundo o se hubiera perdido, pero sin un cuerpo, eran solo conjeturas.

La primavera de 2015 trajo consigo un nuevo intento de hallar la verdad. Grupos de voluntarios regresaron a la zona, ahora libre de nieve, en busca de alguna pista. Pero, al igual que la vez anterior, no encontraron nada. El caso de Kevin Marshall parecía destinado a ser uno de esos misterios que persisten en la memoria de las personas, una historia de un hombre que se desvaneció sin dejar rastro en el vasto y salvaje paisaje de Oregón. Nadie podía imaginar que la respuesta a ese enigma no se encontraba oculta en la inmensidad del bosque, sino en un lugar que había sido revisado superficialmente.

 

Un hallazgo espeluznante

 

En el verano de 2015, el propietario del terreno de la antigua serrería decidió demoler las estructuras en ruinas, que se habían convertido en un peligro. Contrató a un equipo de trabajadores, y el 23 de julio, el capataz Dave Collins y su equipo comenzaron la demolición. El edificio principal del aserradero, con sus viejas vigas y tablas de madera, se estaba desmontando. La mayor parte de la maquinaria había sido vendida hace años, pero algunas estructuras pesadas aún permanecían, como un enorme tambor triturador industrial de unos tres metros de altura, oxidado y atascado. Los trabajadores planearon cortarlo con un soplete.

Un trabajador, Tom Richardson, intentó abrir la tapa superior de la trituradora para inspeccionar los mecanismos internos. Tras un gran esfuerzo con una palanca y un mazo, la tapa cedió, liberando un hedor nauseabundo. Richardson iluminó el interior con su linterna y, entre aserrín, hojas y otros desechos, vio algo blanco que no correspondía con el entorno. A medida que se acercaba, la verdad se reveló: eran huesos, huesos humanos mezclados con residuos de madera. Richardson llamó inmediatamente a su capataz, quien, al ver los restos, ordenó a todos que se alejaran y contactó a la policía. La escena se convirtió en una investigación criminal. Los expertos forenses extrajeron el contenido de la trituradora y lo enviaron a un laboratorio para su análisis. La inspección inicial reveló que los restos llevaban allí mucho tiempo y que los huesos habían sido parcialmente destrozados por las cuchillas metálicas. Entre los fragmentos, se encontraron pedazos de tela vaquera, botones, restos de zapatillas deportivas y piezas metálicas de una mochila.

 

La resolución del misterio y un giro siniestro

 

Tras dos semanas de minucioso trabajo forense, se reconstruyó el esqueleto. El análisis genético confirmó el peor de los miedos: los restos pertenecían a Kevin Marshall. La noticia conmocionó a Melanie. Después de más de seis meses de esperanza, la verdad era un trago amargo. El caso de Kevin Marshall se reabrió, pero esta vez, bajo una nueva categoría: homicidio.

El detective Robert Hill, ahora a cargo del caso, se enfrentó a un nuevo misterio. ¿Cómo había acabado un senderista dentro de una trituradora industrial en un aserradero abandonado? La investigación se centró en buscar respuestas donde nadie había buscado antes. Los expertos determinaron que la muerte de Kevin ocurrió en el otoño de 2014, lo que coincidía con la fecha de su desaparición. Esto apuntaba a un asesinato justo después de su llegada. El detective Hill entrevistó a todos los trabajadores de la demolición y a los residentes locales, sin éxito. Nadie había visto a Kevin ni notado actividad sospechosa cerca de la serrería.

Sin embargo, en su profunda investigación, el detective Hill encontró a alguien que se ajustaba al perfil: Harry Coleman, un exvigilante de la serrería. Coleman, de 58 años, vivía en una casita cerca del lugar y vigilaba extraoficialmente la propiedad. Pero lo que realmente llamó la atención del detective fue su pasado: Coleman había cumplido una condena por homicidio involuntario en 1987, por el asesinato de una vecina.

 

La confesión y el fin de un plan macabro

 

El 8 de agosto de 2015, el detective Hill y dos agentes se presentaron en la casa de Coleman para interrogarlo. El hombre, de apariencia demacrada y con tatuajes carcelarios en las manos, se mostró evasivo y nervioso. Sus declaraciones sobre su paradero en la fecha de la desaparición de Kevin eran contradictorias. La inspección de su propiedad reveló un hallazgo crucial: una bota de montaña de cuero y un cuchillo de caza con manchas oscuras en el mango. Coleman no pudo explicar la presencia de estos objetos y sus versiones cambiaron constantemente.

Una semana después, los resultados forenses confirmaron lo que el detective Hill sospechaba. El análisis genético demostró que las manchas en el cuchillo pertenecían a Kevin Marshall. La bota también fue identificada como suya. Las partículas de polvo de madera y virutas metálicas en la suela coincidían con el equipo industrial de la serrería. Con la evidencia en mano, el detective Hill obtuvo una orden de arresto. Coleman fue detenido sin oponer resistencia.

En la comisaría, y tras consultar con su abogado, Coleman confesó. El 14 de octubre de 2014, Kevin Marshall, un inocente fotógrafo, llegó a la serrería y, sin saberlo, se encontró con un hombre paranoico y peligroso. Coleman, que tenía una plantación de marihuana y armas ilegales en la propiedad, confundió a Kevin con un informante. Una discusión rápida se intensificó, y Coleman, en un ataque de pánico, golpeó a Kevin en la cabeza con un trozo de metal. Al darse cuenta de lo que había hecho, decidió deshacerse del cuerpo de la manera más brutal y definitiva. Arrastró el cuerpo de Kevin hasta el tambor triturador, encendió un generador diésel que aún funcionaba y, usando las poleas y cuerdas, subió el cuerpo hasta la escotilla de carga. El cuerpo de Kevin Marshall fue triturado, desintegrando toda la evidencia de su paso. Coleman quemó las pertenencias de Kevin, cortó su ropa y la esparció por el bosque. Dejó el coche lejos para que la búsqueda se concentrara en el lugar equivocado, un plan que funcionó a la perfección.

La historia de la desaparición de Kevin Marshall terminó con la confesión de su asesino. Un año de búsqueda infructuosa, la desesperación de su familia y la crueldad de un hombre paranoico se juntaron en un desenlace trágico. Las autoridades locales colocaron una pequeña placa conmemorativa en el lugar de la antigua serrería, un recordatorio de un joven cuya vida se truncó por un encuentro fortuito en los bosques de Oregón. El caso de Kevin Marshall es un testimonio de cómo un acto de violencia sin sentido puede cambiar para siempre el destino de una persona y el dolor de sus seres queridos. La justicia, finalmente, llegó, pero la pérdida de una vida inocente es un recuerdo que la comunidad nunca olvidará.

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