La Mansión del Silencio: El Despertar de Ihan (ACTO II)

[ACTO II]

La noche se cernió sobre la mansión. Negra. Profunda. Clara no podía dormir. El cuaderno con sus notas, las etiquetas de los frascos, el rostro de Ihan lleno de una vitalidad recuperada, todo giraba en su mente. Tenía que actuar. Esa noche. No había otra opción.

A la mañana siguiente, Olivia se marchó temprano para “asuntos importantes”. Una oportunidad. Clara sintió una punzada de adrenalina. Bajó a la cocina y preparó un desayuno que Ihan devoró con ganas. Sus mejillas tenían un leve sonrojo. Sus ojos brillaban.

—Señorita Clara, ¿podemos ir al jardín hoy? —preguntó Ihan, su voz era más fuerte. —Sí, cariño. Hoy el viento no te enfermará.

Lo ayudó a vestirse. Cada movimiento era una victoria. Bajaron las escaleras. El mármol frío ya no parecía tan imponente. Al llegar al jardín, Ihan se detuvo. Sus ojos se abrieron, asombrados.

—Es… es hermoso.

El sol iluminaba las rosas que trepaban por la pared, el césped verde y el viejo columpio, que ahora, bajo la luz del día, parecía menos abandonado. Ihan corrió, tambaleándose un poco, hacia el columpio. Clara lo empujó suavemente. La risa de Ihan, clara y libre, llenó el aire. Era música. Clara cerró los ojos, disfrutando el sonido. Era la primera vez que la mansión Miller escuchaba una risa así.

Mientras Ihan se columpiaba, Clara inspeccionó el terreno. Necesitaba un punto de salida. Los muros eran altos. La reja de hierro, infranqueable. Pero al final del jardín, más allá de unos arbustos crecidos, divisó una pequeña puerta de madera que parecía dar a la parte trasera de la propiedad. Estaba vieja, oxidada, casi escondida. Podría funcionar.

Regresaron a la casa. La hora se acercaba. Clara sentía la presión en el pecho. Necesitaba contactar a alguien. A la policía. Pero no podía confiar en que le creerían sin pruebas. Necesitaba las pastillas. Necesitaba los frascos.

Mientras Ihan dibujaba, Clara se excusó. Subió corriendo a la habitación. Sacó la caja de madera de debajo de la cama. En el fondo, escondido bajo los frascos vacíos, encontró algo que la heló: una fotografía. Era una mujer sonriendo. Joven. Radiante. Con un parecido asombroso a Ihan.

Al reverso, una inscripción: “Sarah y Ihan. Mi mayor alegría. 2012”.

Sarah. El nombre resonó. La madre de Ihan. La que había muerto. Pero su sonrisa en la foto era tan llena de vida… ¿Qué había pasado realmente? Un nuevo escalofrío. La trama era más oscura de lo que había imaginado.

Clara guardó la foto con los frascos. Tenía que salir de allí. Lo sabía. Por Ihan. Por Sarah.

La tarde avanzaba. Los nervios de Clara estaban a flor de piel. Oyó un coche. Demasiado pronto. El corazón le dio un brinco. Olivia. Subió a la habitación de Ihan.

—Cariño, ¿podrías hacer un favor a la señorita Clara? —Sí. —Necesito que te escondas en el armario. Es un juego. ¿Quieres jugar?

Los ojos de Ihan se abrieron, llenos de curiosidad y un atisbo de miedo. —¿Por qué? —Solo un ratito. Es una sorpresa.

Ihan, aunque dubitativo, asintió y se metió al armario. Clara cerró la puerta. Apenas había pasado un minuto cuando la puerta principal se abrió con un estruendo.

—¡Clara! —La voz de Olivia, cortante, resonó por la casa.

Clara bajó. Olivia estaba en el salón, con un vestido de cóctel y el cabello más perfecto que nunca. Pero sus ojos… sus ojos eran fríos como cuchillos.

—¿Dónde está Ihan? —Arriba, descansando. Le di su medicina. —¿Toda? —Sí, señora.

Olivia se acercó, su mirada escudriñando el rostro de Clara. El aire se hizo espeso. Clara podía sentir el pulso martilleando en sus sienes.

—¿No le parece que Ihan ha estado… demasiado despierto estos días? —Es la frescura del mar, señora. Le hace bien.

Olivia sonrió. Una sonrisa sin calidez. —Quizás. O quizás eres tú, señorita Reyes, quien le está dando demasiada “frescura”.

Se detuvo a un metro de Clara. El silencio era insoportable. —He recibido una llamada del médico de Ihan. Ha notado una… discrepancia en los informes de su medicación. Dijo que los análisis muestran niveles erráticos.

El mundo de Clara se detuvo. Sus manos se aferraron al cuaderno, que aún tenía el peso de las pruebas.

—No sé de qué habla, señora. Yo he seguido sus instrucciones al pie de la letra. —¿De verdad? —Olivia extendió una mano. En ella, una jeringuilla con una aguja fina—. Dime, ¿sabes lo que es esto, Clara? Es un tranquilizante potente. Lo suficiente para dejar a Ihan dormido por días. O… para algo más.

Clara retrocedió un paso. Sus ojos no se despegaban de la jeringuilla. —¿Qué…? —Ihan es un niño frágil. Demasiado sensible. Necesita una mano firme. Alguien que se asegure de que no se altere.

Olivia dio otro paso, acorralando a Clara. Su voz bajó, un susurro venenoso.

—Y tú, señorita Clara, estás alterando mi plan. Mi perfecto plan.

De repente, un ruido. Un golpe débil desde la parte de arriba. Ihan. Clara lo miró aterrorizada. Olivia se tensó. Su cabeza giró hacia la escalera.

—¿Qué fue eso? —Nada —dijo Clara, su voz temblaba ligeramente—. El viento.

Olivia frunció el ceño. Sus ojos regresaron a Clara, llenos de una furia contenida. —No intentes engañarme. Te he estado observando. Tus preguntas. Tu mirada. Sé lo que has estado haciendo.

Con un movimiento rápido, Olivia agarró el brazo de Clara. La jeringuilla se acercó.

Tú no vas a arruinar esto.

El pánico se apoderó de Clara. Pero en ese momento, recordó a Ihan. Su risa en el jardín. Su pequeña mano en la suya. La promesa. No puedo detenerme ahora.

Con una fuerza que no sabía que tenía, Clara se soltó. Empujó a Olivia. La jeringuilla cayó al suelo con un tintineo. Clara corrió hacia la puerta trasera del jardín, la que había visto antes.

—¡Ihan! —gritó Clara, desesperada. —¡No te atrevas! —vociferó Olivia, corriendo tras ella, sus tacones resonando como disparos.

Clara abrió la puerta con un empujón. Estaba oxidada, pero cedió. Salió al pequeño callejón trasero. Olivia estaba justo detrás. Pero Clara era más rápida. Corrió por el callejón, buscando una salida a la calle principal.

Detrás de ella, Olivia gritaba, su voz llena de rabia. —¡No irás muy lejos! ¡Nadie te creerá!

Clara corrió sin mirar atrás. El viento. El mar. La niebla. Todo se mezclaba con sus lágrimas y el terror. Sabía que Ihan estaba en peligro. Pero también sabía que ahora tenía las pruebas. Y el nombre. Sarah.

Llegó a la calle principal, exhausta, jadeando. Vio un coche de policía patrullando.

—¡Ayuda! —gritó, agitando los brazos.

El coche se detuvo. Dos oficiales la miraron, sorprendidos. Clara apenas podía hablar.

—¡Hay un niño en esa casa! ¡Lo están drogando! ¡Tienen que ayudarlo!

La miraron con escepticismo. Su cabello despeinado, su ropa desordenada.

—Señorita, cálmese. ¿De qué está hablando? —La mansión Miller. Olivia Miller. Ella… ella drogó a su hijastro. Tengo pruebas.

Mientras hablaba, sacó los frascos de su bolso. Las etiquetas, las dosis, la foto de Sarah. Los oficiales las miraron. La seriedad en sus rostros cambió.

Uno de ellos asintió. —Vamos a ver qué está pasando.

Clara se aferró a la esperanza. Mientras el coche de policía se dirigía hacia la mansión, ella miró por la ventana, hacia la casa que ahora parecía más una prisión que nunca.

—Aguanta, Ihan —susurró—. Vamos a sacarte de aquí.

[FIN DEL SEGUNDO ACTO]

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