Primer Acto: El Ancla Rota
El aire frío del atardecer en Riverside vibraba con una electricidad distinta. La marea de gente en el centro comercial era un muro denso, imposible de descifrar. El ruido era una capa gruesa: villancicos, el rodar de carritos, el murmullo intermitente de miles de conversaciones. Las luces doradas de las boutiques infantiles del tercer nivel lo hacían brillar, un santuario donde, supuestamente, nada malo podía ocurrir.
Pero en medio de ese esplendor, una imagen se impuso.
Melissa Hart avanzaba. La mujer iba envuelta en un abrigo de piel color crema, sobre una falda ajustada hasta el suelo. El rostro, maquillado en exceso, era una máscara de rigidez, tan fría que cualquiera a su paso sentía el malestar. Su mano se cerraba con dureza sobre la muñeca de Lila, una niña de no más de seis años, arrastrándola para igualar su paso rápido.
Lila, con un abrigo rosa que le quedaba un poco grande, aferraba una muñeca gastada contra su costado izquierdo. La muñeca derecha, aprisionada por Melissa, estaba encarnada, al rojo vivo. Sus pequeñas piernas se esforzaban por seguir, cada paso era pesado, como si arrastrara una carga invisible. Tenía la mirada fija en el suelo, el rostro pálido, los labios apretados. Miedo.
—¿En serio? ¿Otra vez lo has tirado? —la reprimenda afilada de Melissa cortó la música, un ruido que raspó los nervios.
La sección infantil se quedó en silencio por un instante. Una pareja se sobresaltó. Un grupo de adolescentes que reían se detuvo, sus ojos curiosos sobre madre e hija. Melissa se agachó para recoger una bolsa de papel que había caído. Se incorporó con un relámpago en los ojos, mirando a Lila como si la niña hubiese arruinado el mundo entero.
Antes de que nadie reaccionara, Melissa la agarró por la muñeca y tiró. Tan fuerte, que Lila se fue de lado, tropezó, y se estrelló contra el borde de una alfombra.
El ruido sordo de su rodilla contra el piso resonó. Silencio absoluto.
Ethan Cole, un hombre de cincuenta y tantos, de porte tranquilo y ojos vivos, estaba frente a un escaparate de relojes. La voz alta lo había hecho levantar la vista. Vio a Lila ser arrastrada como un objeto inanimado. Vio la muñeca que abrazaba, como su último ancla. Vio la dureza en el rostro de Melissa, sin una pizca de la paciencia que se espera para un niño.
Un recuerdo fugaz: su propia nieta en Boston, corriendo hacia él, el golpeteo de sus pequeñas zapatillas en el piso de madera. Suspiró. “No es mi asunto”, pensó, y comenzó a darse la vuelta. Los padres a veces pierden los estribos.
Pero mientras Melissa jalaba a Lila hacia las escaleras mecánicas, algo se rompió.
La niña tropezó de nuevo. Su cuerpo diminuto se lanzó hacia adelante, la rodilla golpeó el suelo con un clac espeluznante, y se deslizó hacia la barandilla metálica. El impacto ahogó todo sonido.
Ethan se quedó helado.
Vio claramente cómo Lila se agarraba la rodilla, pero se levantó al instante. No lloró. No emitió un sonido. Solo apretó más la muñeca contra su pecho, como suprimiendo cada emoción. Melissa, sin detenerse, la levantó del brazo, diciendo algo que hizo fruncir el ceño a varios transeúntes. Una joven madre que llevaba a su bebé en brazos se dio la vuelta, ocultando a su hijo.
Ethan se quedó clavado al borde de las escaleras. Aquella imagen ahora le hacía imposible ignorar. Las siguió hasta que desaparecieron por el pasillo que llevaba a los niveles inferiores del estacionamiento. Su corazón dio un vuelco extraño, agudo.
Sacó su teléfono, activando la cámara. “Quizás es solo una corazonada, pero ¿por qué siento que acabo de ver algo fundamentalmente incorrecto?”
Segundo Acto: El Escondite en la Sombra
Los niveles inferiores del estacionamiento eran dramáticamente más oscuros. Luces de neón, de un blanco azulado pálido, bañaban las escasas filas de vehículos.
Melissa se detuvo junto a un SUV negro y brillante. Abrió la puerta trasera y, casi, empujó a Lila dentro. La niña se acomodó en el asiento, abrazando la muñeca, su rostro vuelto hacia el cristal.
Ethan se colocó lo suficientemente lejos para no ser notado, pero lo bastante cerca para documentar la escena. Levantó el teléfono. Capturó una foto, luego otra. El golpe seco de la puerta al cerrarse resonó con fuerza en el hormigón.
En ese instante fugaz, Lila miró hacia afuera. Sus ojos se encontraron con los de Ethan. Una mirada que era miedo y, al mismo tiempo, una súplica desesperada por una esperanza tenue. No saludó, no dijo nada, pero la desesperación cruda en su mirada dejó a Ethan paralizado.
Melissa se deslizó en el asiento del conductor y encendió el motor. Las luces traseras rojas brillaron, iluminando la pared detrás. El SUV rodó lentamente, sobre los parches de agua en el suelo. Ethan dio un paso instintivamente. Luego se contuvo. Vio el vehículo desaparecer en la esquina de la rampa de salida.
El estacionamiento se hizo vasto, frío y extrañamente silencioso.
Abrió el teléfono. Apareció la fotografía. Lila, en el vehículo, el rostro pequeño oscurecido por las sombras, sus ojos asustados mirando directamente hacia él. Una imagen que le dejó el pecho repentinamente lleno de piedras.
Tanto tiempo se quedó mirando que olvidó dónde estaba parado en el garaje subterráneo. Un limpiador que empujaba un carrito de herramientas pasó a su lado, asintiendo cortésmente. Ethan devolvió un saludo superficial.
Permaneció allí un buen rato, inmóvil. El teléfono seguía en su mano, la pantalla brillando en el vacío. La foto de Lila, mirando a través del cristal, permanecía. Un recordatorio ineludible. Finalmente, suspiró, retrocedió y se apoyó suavemente contra el pilar de concreto.
Tercer Acto: El Anuncio de Medianoche
La noche cayó sobre la ciudad como una manta pesada. Las luces en el apartamento de Ethan seguían encendidas, a pesar de que el reloj se acercaba a la medianoche. Estaba sentado en un sofá gris, el televisor encendido, pero las imágenes se desdibujaban. Cada sonido en la habitación —el zumbido del aire acondicionado, la música amortiguada de la pantalla— se sentía lejano, sin importancia. Lo único nítido era el rostro de Lila en la fotografía.
Ethan desbloqueó el teléfono, deslizando el dedo por las imágenes. En una, estaba acurrucada en el asiento trasero. En otra, miraba fijamente por la ventana. Esa mirada se le pegó.
Por primera vez en meses, sintió una ansiedad sorda, profunda. Se llevó la mano a la frente, reclinándose en los cojines. “Quizás estoy exagerando”, se dijo. Pero la sensación se negaba a desaparecer.
Abrió la aplicación de contactos de la policía de la ciudad. Envió todas las fotos y la descripción del incidente en Riverside. Veinte minutos después, llegó una respuesta: “Motivos insuficientes para confirmar mala conducta. Si tiene pruebas adicionales, por favor, envíelas.”
Ethan dejó el teléfono sobre la mesa. Un frustrante sentimiento de impotencia lo invadió. Se quedó mirando el techo, respirando profundamente. Finalmente, se puso de pie, tomó su chaqueta y las llaves. Salió.
La cafetería 24 horas debajo de su edificio seguía abierta.
Julian Moore estaba sentado en un rincón apartado, una taza de café humeante frente a él. El hombre, de unos cuarenta años, había sido un reportero de investigación muy agudo, pero ahora escribía piezas más ligeras, más analíticas. A pesar del cambio, sus ojos aún conservaban la intensidad de alguien acostumbrado a desenterrar verdades.
—Hace tiempo que no te veía tan preocupado —dijo Julian mientras Ethan se sentaba—. ¿Qué te hizo llamarme en medio de la noche?
Ethan abrió su teléfono y le mostró a su amigo las imágenes de Lila en el garaje de Riverside. Julian las examinó, deteniéndose en la foto de los ojos de la niña mirando directamente hacia afuera.
—Deberías estar seguro de dejar esto en manos de las autoridades —dijo Julian.
Pero cuando dejó el teléfono, su expresión se tornó seria.
—Sin embargo, algo se siente realmente mal. —Lo sé. Puede que me equivoque, pero por alguna razón, el pensamiento de esa niña sigue royéndome.
Julian se quedó en silencio un momento.
—Entonces, verificamos. Como mínimo, necesitamos saber que está a salvo.
Cuarto Acto: La Verdad Oculta
A la mañana siguiente, condujeron hasta Riverside. Kevin, el joven guardia de seguridad, reconoció a Ethan cuando este le explicó la necesidad de ver las grabaciones de seguridad. Kevin echó un vistazo a su alrededor, luego los guio a la pequeña oficina detrás del pasillo de seguridad.
—Recuerdo a esa mujer claramente —dijo Kevin, iniciando sesión en el sistema—. Hizo que todo el tercer nivel la mirara.
Aparecieron las imágenes de la cámara. Melissa arrastrando a Lila entre la multitud, luego corriendo hacia la escalera mecánica. Kevin señaló la pantalla.
—Su vehículo salió del garaje unos cinco minutos después de que bajaron al sótano.
Julian frunció el ceño. —¿Matrícula?
Kevin hizo zoom en una esquina del fotograma, leyendo la secuencia de números. Julian la transcribió de inmediato.
—Gracias, joven —dijo Ethan.
Kevin asintió, pero cuando se giraron para irse, añadió: —Señor, esa niña se veía realmente asustada ese día. Yo… lamento no haberme sentido lo suficientemente valiente para intervenir.
Ethan se dio la vuelta. —Hiciste más de lo que la mayoría de la gente haría. Gracias a ti, tenemos algo que perseguir.
Kevin esbozó una pequeña sonrisa, pero sus ojos aún tenían una sombra de tristeza.
Julian consultó la matrícula en cuanto salieron del centro comercial. En minutos, encontró la información.
—Propietaria del vehículo: Melissa Hart. Dirección: Finca suburbana de Westlake.
Ethan tomó el papel que Julian le ofreció, frunciendo el ceño. —Hart. He oído ese nombre antes.
—Correcto. Tutora legal de la menor, Lila Hart. Padre biológico, Edward Hart, fallecido hace ocho meses. —Julian continuó, abriendo su teléfono y bajando en sus notas—. ¿Recuerdas la disputa de propiedad de hace dos años? Edward era un socio de negocios, Victor Gray. Hubo rumores de desacuerdos intensos justo antes de que Edward muriera.
El nombre Victor dejó un sabor amargo en la boca de Ethan. Se había cruzado con él un par de veces. Siempre irradiaba un aura fría y calculadora.
—¿Crees que esto está conectado? —preguntó Ethan, inseguro. —Julian. —respondió—: No lo sé. Pero definitivamente huele mal.
Mientras tanto, en la finca de Westlake, Lila estaba sentada en una silla grande en un vasto estudio. Delante de ella, una pila de documentos gruesos, llenos de texto que no podía comprender. Melissa estaba directamente detrás, con los brazos cruzados, mirando intensamente a la niña.
—Firma aquí —colocó la pluma sobre el papel—. Date prisa.
La mano de Lila temblaba. Apretó la pluma, pero no pudo trazar una marca. Se mordió el labio, luchando por no llorar.
—Sin firma, no hay cena. —Melissa se inclinó, casi presionando a la niña.
Lila tragó saliva. Su mano colocó débilmente la pluma sobre el papel. En la esquina de la habitación, Eleanor, la anciana ama de llaves, echó un vistazo rápido, luego inclinó la cabeza para seguir puliendo una mesa, intentando desesperadamente que su corazón acelerado no se escuchara. Quería intervenir, pero se mantuvo en silencio. Melissa ya había despedido a tres amas de llaves por solo sugerir que moderara su comportamiento con la niña.
Cuando Melissa se fue, con una mirada de satisfacción, Eleanor se acercó en silencio. Se apoyó en la puerta para comprobar que no hubiera peligro. Luego sacó una pequeña galleta del bolsillo de su delantal y se la deslizó en la mano a Lila.
—Escóndela, cariño —susurró.
Lila asintió, aferrando la galleta como si fuera un tesoro invaluable.
Esa noche, Ethan regresó a su apartamento. Julian le había enviado copias de viejos archivos de la compañía de Edward, documentos guardados cuando Victor había tomado el control. Varias transacciones inconclusas. Ethan hojeó las páginas, sintiendo una creciente opresión en el pecho mientras leía.
Una sección de activos indicaba claramente: Heredero legal: Lila Hart.
Los activos eran lo suficientemente importantes como para que cualquiera pudiera codiciar el control. Ethan miró la foto de Lila que había puesto en su escritorio: una frágil niña de seis años, y todo lo que estaba sucediendo giraba a su alrededor.
—¿Cuál es tu siguiente movimiento? —llamó Julian.
Ethan miró la foto. Luego los documentos. Luego la foto de nuevo.
—No puedo abandonar a esa niña —dijo lentamente—. Simplemente no puedo.
Se levantó, se puso la chaqueta y cogió las llaves. Su sombra se alargó sobre el cristal mientras las luces de la ciudad se reflejaban en su salón.
Quinto Acto: Tormenta y Confrontación
La lluvia había comenzado al anochecer, pero se intensificó hasta convertirse en un aguacero pesado hacia la medianoche, azotando la superficie de la carretera como si quisiera borrar toda evidencia. Los faros de Ethan cortaban la oscuridad en dos haces parpadeantes, reflejándose en los charcos que se extendían por la calle que conducía a la finca de Westlake. Los limpiaparabrisas no cesaban, pero a duras penas lograban despejar su campo de visión.
Al acercarse a las rejas de la finca Hart, Ethan redujo la velocidad. Las rejas de hierro macizo se alzaban oscuras contra el cielo empapado por la lluvia. Una luz dorada y tenue se derramaba desde el patio interior. Los árboles circundantes se agitaban inquietos con el viento frío, creando una atmósfera opresiva, como si la casa escondiera algo siniestro.
Julian estacionó su vehículo enfrente, donde una gran arboleda ofrecía un camuflaje natural. Activó su radio, su voz baja pero urgente.
—Veo la luz de la sala encendida. El vehículo de Victor está estacionado cerca de la entrada del garaje.
Ethan revisó su espejo retrovisor, asintió y respondió: —Cubriré el área de la puerta principal. Tú vigila el flanco derecho por si hay entradas o salidas.
Ambos hombres eligieron puntos de observación oscuros, lo suficiente para observar la fachada de la finca sin ser detectados. La lluvia seguía cayendo, haciendo que el aire fuera incómodamente frío y húmedo, pero mantuvieron los ojos fijos en la casa.
Dentro, en la vasta sala de la Mansión Hart, Melissa estaba frente a Victor. Tenía los brazos cruzados, los labios apretados por la tensión. Victor, un hombre de unos 40 años, elegantemente vestido con el cabello meticulosamente engominado, estaba de pie cerca de la ventana, hablando lenta y bruscamente.
Colocó un dosier sobre la mesa de café de cristal, deslizándolo hacia Melissa.
—Tan pronto como la niña firme, me encargo del resto. —Fácil para ti decirlo —replicó Melissa, evitando su mirada—. Ya he hecho suficiente. Lila… es demasiado pequeña. Cada vez que la hago firmar algo, tiembla.
Victor se acercó. Su mirada era tan fría que Melissa dio un paso atrás instintivamente.
—Quieres conservar esta casa, ¿verdad? Quieres que este estilo de vida cómodo continúe. Entonces, haz que se firmen los papeles. Una vez hecho, te transferiré una parte significativa del patrimonio de Edward.
Ella se mordió el labio, dudando. —¿Y si me niego? —Victor inclinó la cabeza—. Entonces, todo se desvanece. Sabes que puedo hacer que eso suceda.
Melissa apretó los puños. Odiaba tener que obedecer, pero el terror de perderlo todo la hizo detenerse.
Arriba, Lila estaba acurrucada en su pequeña habitación. La lluvia golpeaba el cristal de la ventana, trazando largas vetas, mezcladas con la tenue luz del patio inferior. Abrazó su vieja muñeca contra su pecho, apoyando la cabeza contra la pared. Los ruidos sordos de abajo —la discusión, los pasos— la hacían temblar intermitentemente.
La puerta del dormitorio se abrió. Eleanor asomó suavemente la cabeza, con los ojos llenos de preocupación. —¿Estás bien? —susurró.
Lila no respondió, solo negó con la cabeza. —No dejes que te vean despierta —advirtió Eleanor, cerrando rápidamente la puerta, como temiendo ser descubierta.
Afuera de la finca, Ethan activó su cámara. Grabando desde lejos. Aunque el cristal distorsionaba la imagen, aún podía distinguir a Victor, de pie cerca de la ventana. Estaba en una llamada telefónica, de espaldas al patio.
La voz de Julian crepitó en la radio. —¿Puedes captar algo?
Ethan se concentró. El sonido de la lluvia casi lo ahogaba, pero captó unas pocas palabras amortiguadas cuando la ventana se abrió un poco por el viento.
—Casi listo. La niña no será un problema por mucho tiempo.
El pecho de Ethan se tensó. El viento frío azotó la lluvia contra su rostro, pero no se movió.
—Podríamos avisar a la policía —dijo Julian rápidamente—. Eso es una amenaza clara. —Todavía no es suficiente —respondió Ethan—. Necesitamos algo innegable.
Apretó la cámara. No sabía exactamente lo que estaba buscando, pero una fuerte intuición le decía que Lila estaba en verdadero peligro.
De repente, un fuerte trueno. En el mismo instante, las luces de la mansión parpadearon varias veces. Luego, se apagaron por completo. La casa entera se sumió en la negrura.
—¿Fallo eléctrico? —preguntó Julian. —Esta es nuestra oportunidad —respondió Ethan, saliendo de su escondite. —Espera, llama a la policía —llamó Julian con urgencia.
Pero era demasiado tarde. Ethan ya se movía rápidamente hacia la puerta principal. La lluvia golpeaba su chaqueta, el agua corría por su rostro, pero no prestó atención. Desde dentro de la casa, oyó un golpe contra el suelo, seguido de un pequeño ruido ahogado. Un grito sofocado. El sonido de una niña. Lila.
Ethan aceleró, subiendo los escalones del porche. Puso la mano en el pomo frío y húmedo.
Dentro, la linterna de Victor se encendió inesperadamente, barriendo la sala de estar antes de posarse en la escalera. El lugar exacto donde Lila acababa de desaparecer del haz de luz.
Ethan apretó el pomo de la puerta. Sabía que si entraba, todo cambiaría irrevocablemente.
La lluvia se intensificó, golpeando el toldo de la mansión como miles de pequeños guijarros. Ethan se pegó a la pared, fuera de la línea de visión de las ventanas tenuemente iluminadas. Dentro, la puerta que Victor acababa de cerrar a su espalda seguía temblando ligeramente, reflejando la tensión interior. A través de la gran ventana de la sala, vio a Victor y Melissa frente a frente, sus sombras altas y cortas estirándose y distorsionándose sobre el pulido suelo de madera.
Victor colocó la carpeta gruesa sobre la mesa de cristal, abriendo páginas y señalando hacia la escalera.
En el rellano de la planta baja, Lila se acurrucó detrás de la barandilla de madera, su pequeña mano agarrando el pasamanos. Su cabello estaba húmedo y pegado a su cara por el viento que había entrado por la ventana abierta de su habitación. Incluso desde la distancia, Ethan podía ver su postura ligeramente encorvada, aprensiva pero tratando de permanecer oculta.
Melissa tomó la pluma que Victor le ofreció, pero sus manos temblaban incontrolablemente. Sus labios se crispaban, como si intentara racionalizar algo, pero no se atrevía a hablar en voz alta. Victor se inclinó, susurrándole algo al oído. Cada palabra que pronunciaba hacía que el rostro de Melissa se pusiera progresivamente más pálido.
Finalmente, ella arrojó la pluma sobre la mesa, dándose la vuelta con una mirada de devastación. El clic afilado de sus tacones resonó con firmeza en el suelo, antes de desvanecerse detrás de la puerta de la cocina.
Arriba, Lila se estremeció con el sonido de la puerta al cerrarse. Se retiró a su habitación, cerrando la puerta, pero el viento de la ventana abierta agitó las cortinas. Su muñeca cayó del borde de la cama al suelo. Se agachó para recuperarla, envolviéndola con ambos brazos. Luego, instintivamente, miró hacia afuera.
El haz de la linterna de Ethan, mientras cambiaba de posición de repente, se reflejó brevemente en sus ojos. Lila parpadeó, deteniéndose, como si hubiera reconocido algo familiar en medio del caos de la negrura total.
En el patio, Ethan seguía grabando. Cada vez que hacía zoom hacia la ventana del segundo piso, vislumbraba a Lila, como un pájaro pequeño y perdido en una jaula oscurecida.
La voz de Julian llegó por la radio. —Alerta. Veo al hombre del garaje. Acaba de salir.
Ethan no tuvo tiempo de responder. Mason, el hombre del garaje, apareció bajo las luces del patio. Llevaba una gorra de béisbol y una chaqueta oscura empapada por la lluvia. Su rostro estaba intensamente concentrado, sus ojos escaneando el césped como un depredador que olfatea el peligro. Se agachó, sus dedos trazando el pavimento de cemento mojado. Una huella.
Ethan retrocedió lentamente, escondiéndose detrás de una gran maceta. El olor a tierra húmeda mezclado con la lluvia impregnó el aire, haciendo que su respiración fuera agitada.
Mason comenzó a seguir la huella, sus pasos lentos pero deliberados. La transmisión de radio de Julian era una urgencia susurrada.
—Ethan, se está acercando a tu posición.
Ethan se pegó a la pared. Cada latido de su corazón se sentía como un martillo golpeando sus costillas. Mason avanzó unos pasos más, el haz de su linterna barriendo con precisión el lugar donde Ethan había estado parado.
Pero justo entonces, un fuerte trueno. Mason se quedó paralizado.
Desde el coche de Julian, la bocina sonó de repente. Tres toques cortos, uno largo. Una distracción.
Mason se dio la vuelta inmediatamente, gritando mientras corría hacia los escalones del patio, indicando a dos guardias más que revisaran la puerta.
Ethan no perdió tiempo. Se movió hacia la parte trasera de la mansión, donde la entrada de la cocina estaba oscurecida. Su mano rozó el acero inoxidable frío del pomo. La puerta no estaba cerrada con llave. Empujó suavemente. El sonido de la bisagra fue mínimo, pero suficiente para hacerle contener la respiración.
Dentro, Melissa estaba cerca del bar, sirviéndose licor rápidamente. El vaso en su mano temblaba tan violentamente que el líquido se derramó por el borde. La luz del mueble del licor se reflejó en su rostro, un rostro que había perdido su compostura altiva inicial. Levantó el vaso a sus labios, pero su mano tembló tanto que el contenido salpicó el suelo. Miró su reflejo: cabello despeinado, ojos enrojecidos, labios temblorosos. Había creído que tenía el control de esta vida, pero ahora todo se sentía como si se le estuviera escapando de las manos, pieza por pieza.
Ethan se deslizó dentro, quedando quieto junto al gran refrigerador. Observó a Melissa por un momento, luego dirigió su atención a los documentos dispersos en la encimera de piedra en el centro de la cocina. Papeles, contratos, poderes, informes de división de activos, todos con el nombre de Lila Hart. Sacó una pequeña cámara de su bolsillo, fotografiando cada página. El flash estaba apagado, pero la tenue luz de la pantalla fue suficiente para revelar la nota final: Una vez que el tutor firme en nombre de la menor, el proyecto transfiere inmediatamente el control.
Ethan bajó la cámara, apretando los labios. Este asunto era mucho más complicado de lo que había pensado inicialmente.
Pasos resonando en el pasillo fuera de la cocina lo sobresaltaron. Apagó su luz, retrocediendo rápidamente a la sombra entre dos armarios de cocina, oculto detrás del fregadero grande. Melissa, ajena, seguía apoyada en la encimera. Su voz era ahogada, como si hablara consigo misma.
—¿Por qué yo? ¿Por qué me pasó esto a mí?
Dejó el vaso, agarrándose la cabeza. La abrumadora angustia y el miedo la hicieron temblar, como si tuviera frío.
Arriba, Lila seguía escondida en el armario. Podía oír los pasos pesados de Mason retumbando en la escalera. Lentos, constantes, a la espera. La puerta del dormitorio se abrió de golpe. El haz de la linterna barrió la habitación. El escritorio de estudio, los ositos de peluche, las estanterías, la cama cubierta con una manta azul. La luz se detuvo en la ventana abierta. La cortina revoloteaba suavemente, como una bandera húmeda. Mason se acercó, cerró la ventana firmemente. Luego se giró para escanear la habitación de nuevo. Levantó la mano a la oreja, murmurando en la radio de su chaqueta.
Justo cuando Mason estaba a punto de girarse hacia el armario, donde Lila contenía la respiración sin atreverse a moverse, la bocina del coche de Julian volvió a sonar. Mason maldijo, retrocediendo. Cerró la puerta del dormitorio de golpe y se apresuró a bajar las escaleras.
Lila seguía abrazando su muñeca, temblando. Una lágrima cayó sobre la mano de la muñeca, pero ella no emitió ningún sonido audible.
Ethan oyó el sonido de la puerta principal al abrirse de golpe. La lluvia afuera golpeaba el cristal de la ventana, pero no podía enmascarar el ruido que Victor acababa de crear.
Ethan estaba oculto detrás de la pared que dividía la cocina y el pasillo, con la espalda pegada a los azulejos fríos. Se asomó por el estrecho hueco entre dos unidades de cocina. Victor entró en la sala de estar, el rostro tenso. Su abrigo estaba húmedo, las gotas de lluvia golpeaban el suelo, creando manchas oscuras. Sostenía una linterna en una mano y la carpeta que acababa de arrebatar de la mesa de la sala en la otra. El haz de la linterna se movió en círculo, barriendo cada esquina, cada sombra, como si buscara algo.
Entonces, la luz se detuvo. Brilló directamente por el pasillo que conducía a la cocina, y Victor comenzó a avanzar. Un paso a la vez. El sonido de sus zapatos en el suelo de madera le dijo a Ethan que le quedaban pocos segundos para esconderse o enfrentarse a él.
Victor se detuvo en la puerta de la cocina. Barrió el haz de la linterna por la habitación. La luz fría rozó la encimera de piedra, iluminando el vaso de vino roto que aún rodaba ligeramente debido al suelo irregular. Los pequeños fragmentos de cristal reflejaban la luz como chispas nerviosas y dispersas. Al no encontrar a nadie, Victor frunció el ceño. Luego se giró hacia el patio trasero, caminando con una alerta intensificada.
Solo cuando sus pasos se alejaron, Ethan se movió. Pegado a la pared, se deslizó silenciosamente fuera de la cocina. Se movió por el pasillo oscuro, siguiendo las sombras alargadas de los muebles sobre el suelo de baldosas. El sonido de la lluvia golpeando el cristal de la ventana de la sala era como un latido de tambor desde el exterior, haciendo que el tiempo se sintiera anormalmente rápido.
Inhaló profundamente, tratando de mantener la calma. Pero cada ráfaga de viento silbando por los aleros hacía que su cuerpo se tensara.
Arriba, Lila seguía escondida en el armario. Enterró la cara entre las rodillas, sus pequeños hombros temblando. La voz de Mason resonó claramente por el pasillo: —Los papeles deben estar terminados esta noche. Él quiere que todo concluya antes del amanecer.
El sonido agudo de los talones de Mason paseando de un lado a otro la hizo acurrucarse aún más. Apretó la muñeca contra su pecho, luchando por sofocar cualquier sonido de angustia. Nadie en esa casa estaba de su lado, excepto Eleanor. Y ahora, solo podía esperar que el ama de llaves todavía estuviera cerca.
Abajo, Melissa estaba sentada inmóvil en la mesa del comedor. El contrato con el nombre de Lila estaba abierto ante ella. Sus ojos miraban fijamente el texto, pero su mente revivía los eventos de ocho meses atrás. La noche en que la ambulancia se llevó el cuerpo de su esposo. Desde ese momento, todo en su vida se había descontrolado. Victor la había acorralado. Las amenazas, las reuniones clandestinas en salas de conferencias oscuras, las cenas obligatorias con gente que detestaba.
Intentó alcanzar la copa de vino, pero su mano tembló tan violentamente que el líquido se derramó sobre la mesa. El vaso que había roto antes seguía en el suelo, un testimonio de su fracaso en mantener la compostura.
Ethan oyó el timbre suave de un teléfono celular en la sala de estar. Se agachó, recogiendo una tarjeta de presentación que alguien había dejado caer sobre la superficie ligeramente húmeda. Las palabras estaban claramente impresas: Grey Investment Group. Victor Grey.
Ethan examinó la tarjeta por unos segundos. Era la pieza final que confirmaba la intuición que había llevado desde la tarde anterior. Apretó el puño, guardando la tarjeta en el bolsillo de su chaqueta.
La radio en su bolsillo vibró suavemente. La voz de Julian: —La policía tiene las coordenadas. Dicen que necesitan más evidencia de peligro inminente antes de desplegar el equipo de intervención. Ethan, necesitas asegurar algo innegable.
Ethan miró alrededor de la sala de estar oscura. Luego respondió concisamente: —Lo conseguiré.
Al levantarse, se encontró cara a cara con Mason en el pasillo. En el momento en que sus ojos se encontraron, ninguno habló. El silencio era tenso, como un alambre demasiado apretado. Mason bajó el haz de su linterna, preguntando secamente: —¿Quién eres?
Ethan no se inmutó. Dio medio paso hacia adelante, manteniendo la calma absoluta. —Fui llamado para revisar el sistema eléctrico. El No. 5 reportó una sobrecarga. Vine a ver la caja de fusibles.
La respuesta era plausible, ya que el corte de energía había sumido a toda la casa en la oscuridad. Pero los ojos de Mason seguían siendo afilados. Estaba a punto de decir algo más cuando la voz de Victor llegó desde la sala de estar: —Déjalo revisar.
Victor salió, limpiándose la lluvia de su abrigo. Cuando vio claramente el rostro de Ethan bajo la tenue luz que se filtraba del patio, sus labios se tensaron ligeramente. No era un reconocimiento completo, pero algo le hizo examinar a Ethan más de cerca de lo normal. Sin embargo, en lugar de preguntar, simplemente se dirigió a Mason.
—Ve a revisar la parte trasera de la casa.
Mason asintió y se fue. Victor se dio la vuelta, sin decir nada más, pero Ethan sabía que la última mirada que le dio Victor no era la de un hombre que dejaría pasar las cosas fácilmente.
Una vez que ambos hombres salieron del pasillo, Ethan reanudó rápidamente la grabación. Activó la cámara, barriendo la pila de documentos que Victor había dejado. El contrato que Melissa aún no había firmado. La transferencia de derechos de explotación. La clasificación…