Extendí la mano hacia el sobre sellado, pero monsieur Lambert me detuvo con un gesto firme.
— «Eleonora», dijo con su voz grave, «este documento es la última voluntad de tu tía Vivienne. Ella previó… esta visita.»
Mi mirada se endureció. Mis padres, aquellos que me habían dejado atrás sin una sola palabra, ya no podían sostener su sonrisa falsa. Mi madre retorcía las manos, mi padre carraspeaba, intentando mantener un aire de control que se desmoronaba por segundos.
Rompí el sobre con los dedos temblorosos. El papel desprendía un leve aroma a lavanda, tan propio de Vivienne. Su caligrafía, elegante y precisa, me resultaba como una voz desde el más allá. «Eleonora, si lees estas palabras, significa que yo ya no estoy. Te dejo mi herencia no por obligación de sangre, sino porque has demostrado ser fuerte, honesta y digna. Debes saber que tus padres volverán ahora, como siempre: demasiado tarde y con las manos extendidas. No les debes nada. Todo lo que dejo es solamente tuyo. Me aseguré de blindar los documentos. No tienen ningún derecho sobre ti ni sobre tus bienes. Recuerda: la verdadera familia es la que elegimos, no la que nos abandona. Con cariño, Vivienne.»
Las lágrimas me nublaron la vista. No había llorado en el funeral, pero ahora, frente a mis padres, cada palabra de Vivienne se me clavaba en el alma como una daga.
— «¡Esto… esto no tiene validez!», gritó mi padre, intentando arrancar la carta de mis manos. Monsieur Lambert levantó una carpeta gruesa y habló con calma.
— «Señor Martín, todos los documentos están notariados y archivados. Vivienne sabía exactamente lo que hacía. Ustedes no tienen derecho alguno: ni sobre la herencia, ni sobre su hija mayor de edad.»
Mi madre se llevó las manos al rostro y dejó escapar un sollozo fingido.
— «Eleonora, nos equivocamos, sí, pero lo hicimos por tu bien… La vida era demasiado dura entonces. Queríamos darte una oportunidad mejor…»
Una risa amarga escapó de mi garganta.
— «¿Por mi bien?», repetí con la voz quebrada por la rabia. «¿Por mi bien me dejaron sola, con una mujer a la que apenas conocía? Años enteros los esperé. Cada cumpleaños, cada Navidad, cada noche, soñaba con su regreso. Y ahora, después de quince años, entran aquí, con sonrisas falsas y reclamando ser mis tutores?»
El silencio pesó en la sala.
Monsieur Lambert asintió con gravedad.
— «Eleonora tiene razón. Pero Vivienne pensó también en esto. Les dejó un segundo sobre. Solo para ustedes.»
Sacó de la carpeta otro sobre, con sus nombres escritos con la misma caligrafía firme. Mis padres lo arrancaron con avidez. Del interior cayó una sola hoja. Mi padre la recogió y leyó en voz alta, con la voz temblorosa: «Para quienes eligieron abandonar: todo lo que han perdido es consecuencia de sus propias decisiones. Dejaron atrás a una niña. Yo la crié, yo la hice fuerte. Ella no les debe nada. Si han venido por dinero, márchense. Si han venido por perdón, no lo merecen. No soy yo quien los juzgará, sino su propia conciencia.»
El silencio se hizo insoportable.
Mi madre rompió en llanto, pero dentro de mí no quedaba ni rastro de compasión. En ese instante entendí lo que Vivienne realmente me había legado: no solo una fortuna, sino mi libertad.
— «Vámonos», murmuró mi padre al fin, con un hilo de voz apagado. Se pusieron los abrigos sin atreverse a mirarme. La puerta se cerró de golpe tras ellos, dejando tras de sí un vacío denso.
Me desplomé en la silla, apretando la carta de Vivienne contra mi pecho. Sentía cómo las cadenas del pasado se rompían una a una. Yo era la heredera, no solo de sus bienes, sino también de su fuerza, de su disciplina y de sus lecciones.
Monsieur Lambert me apoyó una mano en el hombro.
— «Eleonora, ahora comienza tu verdadera vida. Tienes los recursos, tienes la libertad y tienes la sabiduría que ella te dejó. El resto depende solo de ti.»
Cerré los ojos y respiré hondo. Dentro de mí ya no había miedo, solo determinación. La casa de Vivienne, su empresa, su legado… todo estaba ahora en mis manos.
Y por primera vez en muchos años, sonreí de verdad.