El misterio sin fin de Daniel Whitaker y Melissa Hayes: la pareja que desapareció en las Montañas Rocosas y volvió a la luz con un solo hueso diez años después

El 19 de julio de 2013, un viernes cualquiera en Denver, Colorado, Daniel Whitaker y su novia Melissa Hayes empacaron su coche con mochilas, bastones de senderismo y una cámara. Él, un técnico en software de 28 años con pasión por la fotografía; ella, estudiante de posgrado de 26 años que trabajaba en una librería. Eran descritos por sus amigos como aventureros, pero prudentes. Ese día, salieron rumbo a las Montañas Rocosas con la intención de vivir un fin de semana de naturaleza, risas y aire fresco. Nadie imaginaba que sería el último viaje que harían juntos.

La pareja se hospedó en un modesto motel en Estes Park y, al amanecer del sábado 20 de julio, partió hacia un sendero popular en el Parque Nacional de las Montañas Rocosas. Otros excursionistas los vieron: Melissa ajustando su mochila, Daniel cargando su trípode con la cámara al cuello. Nada fuera de lo normal. Incluso tomaron fotos que más tarde serían recuperadas: ambos sonrientes en una cresta montañosa, abrazados bajo un cielo azul radiante.

A las 4:12 de la tarde, Melissa envió un mensaje de texto a su compañera de cuarto en Denver: “Llegamos a la cumbre, ya bajamos. Nos vemos mañana”. Fue la última vez que alguien supo de ellos.

Cuando el domingo terminó y no regresaron, las alarmas comenzaron a sonar. El lunes, Daniel no se presentó al trabajo y Melissa no asistió a su seminario universitario. Sus teléfonos estaban apagados. Sus familiares, preocupados, encontraron su apartamento vacío, el gato sin alimentar y el correo intacto. Fue entonces cuando se encendieron las alertas oficiales.

El coche de Daniel apareció estacionado en el punto de inicio del sendero. Dentro había ropa, una nevera portátil, protector solar y la novela favorita de Melissa. Nada indicaba que hubieran regresado al vehículo. El parque se llenó de rangers, helicópteros, perros rastreadores y voluntarios que recorrieron cada rincón. La búsqueda se convirtió en una de las más grandes de aquel verano, pero no hubo rastro. Ni una prenda, ni una huella, ni una señal. Era como si la montaña se los hubiera tragado.

Durante semanas, más de 150 voluntarios exploraron barrancos, lagos y cuevas. Nada. Los medios bautizaron el caso como “la pareja perdida de las Rocosas”. Teorías circulaban sin parar: accidente, ataque de un animal, tormenta mortal, incluso un crimen. Pero la ausencia de pruebas era más aterradora que cualquier hipótesis.

La investigación se prolongó hasta agosto de 2013. El sheriff, con voz seca, admitió en una rueda de prensa: “No podemos descartar un acto criminal”. Ese comentario encendió aún más las especulaciones. Sin embargo, la búsqueda oficial terminó, dejando tras de sí solo incertidumbre y familias destrozadas.

Los años pasaron. Sus seres queridos se negaron a rendirse. Claire, hermana de Daniel, creó un grupo en Facebook para mantener vivo el caso. El padre de Melissa pasó horas estudiando mapas topográficos y recorriendo senderos cada verano, convencido de que su hija seguía allí, esperando ser encontrada.

Pero las Rocosas guardaron silencio durante una década. Hasta mayo de 2023.

Un voluntario que nunca dejó de buscar regresó a una zona olvidada, un barranco profundo y casi inaccesible. Allí, entre raíces y tierra húmeda, vio algo blanco sobresaliendo. Creyó que era una rama. Era un hueso. Una vértebra humana.

La noticia conmocionó al país. Las pruebas de ADN confirmaron lo impensable: pertenecía a Daniel Whitaker. Después de diez años, la montaña había devuelto un fragmento mínimo, un testimonio silencioso del destino del joven.

Sin embargo, la respuesta llegó incompleta. Melissa seguía desaparecida. Solo Daniel había aparecido, y no su cuerpo entero, apenas una vértebra. ¿Qué había ocurrido realmente aquel día?

Las autoridades reabrieron el caso. Forenses analizaron el hueso, erosionado y marcado por el paso del tiempo. No había señales claras de violencia, pero tampoco de accidente. ¿Un deslizamiento, una caída en un barranco, el ataque de un animal? ¿O algo mucho más oscuro?

El lugar donde apareció el hueso estaba a varios kilómetros del sendero principal, en una pendiente tan empinada que pocos se atreverían a descender. ¿Cómo llegó Daniel hasta allí? ¿Por qué después de diez años no apareció nada más: ni ropa, ni equipo, ni otros restos?

La familia recibió la noticia con emociones encontradas. Claire, la hermana de Daniel, declaró: “Durante 10 años suplicamos respuestas y ahora tenemos solo una parte de él. No es cierre, son más preguntas”. El padre de Melissa fue más contundente: “Dicen que fue un accidente. Yo no lo creo. No hasta que la encuentren a ella”.

Nuevas búsquedas se organizaron en la zona, pero fueron inútiles. El bosque permaneció obstinado. Como si solo hubiera querido entregar ese pequeño fragmento y nada más.

La historia volvió a ocupar titulares nacionales, y con ella regresaron las teorías: ¿accidente trágico? ¿crimen oculto? ¿una desaparición imposible de explicar? Nadie lo sabe. Lo único cierto es que la montaña devolvió parte de Daniel, pero mantuvo a Melissa en el misterio.

Hoy, más de una década después, su historia sigue siendo una advertencia en las Rocosas: la naturaleza es majestuosa, pero implacable. Senderistas recuerdan a la pareja que sonrió en la cima, envió un último mensaje y nunca volvió. En el sendero donde quedó estacionado su coche, visitantes dejan piedras apiladas, fotografías y notas que dicen “Nunca olvidados”.

El caso de Daniel Whitaker y Melissa Hayes sigue abierto, aunque las pistas son pocas y el tiempo no perdona. La montaña habló una vez, con un hueso escondido bajo la tierra. ¿Lo hará de nuevo? Nadie lo sabe. Lo que permanece es el eco de una pregunta que aún no tiene respuesta: ¿qué les pasó realmente en julio de 2013?

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