El verano de 2009 debía ser inolvidable para cuatro amigos recién graduados de secundaria: Jenna Coleman, Megan Porter, Evan Hollis y Leah Jacobs. Unidos por años de amistad, decidieron celebrar su nuevo comienzo con un viaje a Yellowstone, un lugar que prometía paisajes grandiosos, noches de estrellas y aventuras compartidas antes de separarse para la universidad. Pero lo que comenzó como una despedida llena de ilusión se transformó en una de las desapariciones más desconcertantes de la historia reciente de Estados Unidos.
El 18 de julio, los jóvenes se internaron fuera de los senderos marcados, atraídos por la promesa de explorar zonas menos transitadas. Varios excursionistas los vieron por última vez cerca del Ferry Falls Trailhead, riendo y disfrutando de la libertad. Pero nunca regresaron al campamento. Cuando cayó la noche, la preocupación se transformó en alarma. Lo que siguió fue una búsqueda titánica: helicópteros, perros rastreadores, voluntarios y equipos de rescate que peinaron la vasta inmensidad de Yellowstone sin hallar una sola pista clara.
El caso captó la atención nacional. Los medios alimentaban teorías que iban desde ataques de osos hasta secuestros perpetrados por cultos secretos. El FBI se unió a la investigación, pero con el tiempo los recursos se agotaron y la investigación se enfrió. Para las familias comenzó un calvario interminable: habitaciones intactas, aniversarios marcados por lágrimas, vigilias en el parque y un dolor que se resistía a desaparecer.
Durante trece años, el misterio permaneció intacto. Hasta que, en la primavera de 2022, un trabajador de mantenimiento descubrió algo inquietante cerca de un géiser inactivo en la zona de Obsidian Creek: una mochila desgastada, cubierta de hojas y tierra.
Dentro había un carnet estudiantil a nombre de Jenna, un cuaderno parcialmente quemado, un compás roto y un medallón de plata con las iniciales LJ. Era la primera prueba tangible en más de una década.
El hallazgo reactivó la investigación bajo la dirección del teniente Tyler Monroe, un especialista en casos sin resolver. Con nuevas tecnologías forenses, el equipo analizó el diario y logró recuperar fragmentos de escritos que revelaban la creciente desorientación del grupo y la extraña presencia de alguien más. Una pista olvidada en el expediente original emergió: un guardabosques había visto a los adolescentes hablando con un hombre desconocido aquel día. Su nombre: Benjamin Cross.
Cross era un supervivencialista con un historial de acampadas ilegales en parques nacionales. En 2009 vivía en una cabaña clandestina dentro de Yellowstone, precisamente en la misma zona donde apareció la mochila. Testimonios lo describían como alguien carismático pero perturbador, obsesionado con rituales esotéricos. Monroe decidió interrogarlo.
En un principio, Cross negó cualquier relación con la desaparición. Pero ante la evidencia y, sobre todo, al ver el medallón de Leah, su resistencia se quebró. Llorando, confesó haber atraído a los jóvenes con la promesa de mostrarles un “sitio sagrado”. Los llevó a un respiradero volcánico que expulsaba gases tóxicos y los obligó a participar en un supuesto “ritual de purificación”. Jenna, Megan y Evan murieron rápidamente al inhalar los vapores. Leah intentó escapar, pero terminó perdiéndose en la inmensidad del parque. Su cuerpo fue hallado meses después, víctima de la intemperie.
Cross, en pánico, intentó borrar sus huellas quemando el diario y abandonando la mochila lejos del lugar de los hechos para despistar a los investigadores. Pero la ciencia, los nuevos análisis y su propia confesión terminaron por acorralarlo.
El juicio de Benjamin Cross atrajo de nuevo a periodistas de todo el país. Mientras la defensa alegaba que las muertes fueron un accidente, la fiscalía presentó un caso demoledor: pruebas forenses, testimonios, el cuaderno restaurado y los informes geológicos que confirmaban la presencia de gases letales en el lugar señalado. Finalmente, Cross fue declarado culpable de la muerte de los cuatro jóvenes.
Para las familias, la sentencia significó un cierre doloroso pero necesario. Después de más de una década de incertidumbre, por fin supieron lo que había ocurrido en aquel fatídico verano. El parque volvió a recuperar su silencio, pero el recuerdo de Jenna, Megan, Evan y Leah sigue vivo como advertencia de que incluso en los paisajes más bellos pueden esconderse los secretos más oscuros.