En octubre de 1993, Scott y Lauren Garner, una pareja treintañera de Georgia, emprendieron una aventura que soñaban desde hacía tiempo: recorrer en canoa los canales salvajes del Big Cypress National Preserve, uno de los rincones más inhóspitos y fascinantes de Florida. Con experiencia como excursionistas, un equipo de primera y hasta un GPS —tecnología rara y cara en esa época—, se lanzaron a una semana de exploración. Lo que nadie imaginaba era que aquella travesía se convertiría en una de las desapariciones más enigmáticas de la década.
Durante los primeros días todo parecía ir bien. Lauren llamó a su hermana para confirmar que disfrutaban del viaje. Esa sería la última vez que su familia escucharía su voz. El 28 de octubre, el GPS registró una única señal, no de emergencia, en un sector pantanoso conocido como Alligator Hook. Era un laberinto de manglares y ciénagas donde incluso cazadores expertos evitaban adentrarse. Después de ese punto, silencio absoluto.
Pasaron los días y la pareja no regresó. Sus familias alertaron a las autoridades y comenzó un operativo masivo: helicópteros, embarcaciones, perros rastreadores y decenas de voluntarios recorrieron miles de hectáreas. El hallazgo de la canoa volcada y algunos objetos personales encendió la esperanza, pero los indicios eran confusos. No había corrientes fuertes ni señales de ataque animal. A pesar de los esfuerzos, nunca se encontraron los cuerpos ni rastro alguno de sus pertenencias más importantes.
La hipótesis oficial terminó siendo que los Garner habían perecido ahogados y que los caimanes habían devorado los restos. Sin embargo, los expertos no estaban convencidos: en ataques de este tipo siempre quedan fragmentos, ropas o huesos. En este caso no había nada. Tras semanas de búsqueda, el caso se archivó y la pareja fue declarada desaparecida. Para las familias comenzó un calvario de incertidumbre que duró 12 largos años.
Todo cambió en marzo de 2005. Dos cazadores de caimanes navegaban en un rincón remoto del Big Cypress cuando notaron algo extraño: el techo podrido de una vieja cabaña flotante asomaba entre raíces y lodo. Intrigados, se acercaron. Debajo, ocultos bajo capas de lona y bloques de césped pantanoso, aparecieron dos esqueletos atados y entrelazados. Uno de los cráneos presentaba un golpe letal de hacha. El pantano, después de más de una década, había devuelto su secreto.
La policía del condado de Collier intervino de inmediato. Forenses y buzos trabajaron con extremo cuidado para recuperar los restos y desmontar la cabaña pieza por pieza. Los esqueletos mostraban señales claras: habían sido atados y asesinados. Pronto llegó la confirmación científica: gracias a pruebas de ADN, se comprobó que los cuerpos pertenecían a Scott y Lauren Garner. El misterio ya no era una desaparición, sino un doble homicidio.
El detective Frank Miller, veterano de la unidad de homicidios, tomó las riendas de la investigación. Todas las pistas apuntaban a la cabaña: ¿quién la había construido?, ¿a quién pertenecía? Varios viejos cazadores recordaron que, a finales de los 80 y principios de los 90, un furtivo solitario instalaba allí su refugio. Era un hombre violento, territorial y temido: Bryce Coleman.
Coleman tenía antecedentes por caza ilegal, posesión de armas y, lo más alarmante, una condena por agresión brutal a otro cazador. Testigos lo describían como un hombre que defendía “su” pantano con ira desmedida. La gran revelación llegó cuando los forenses encontraron algo impensado: bajo un parche de resina endurecida en una tabla de la cabaña, había quedado intacta una huella dactilar. Tras 12 años sumergida, estaba perfectamente preservada. El sistema nacional la identificó sin margen de error: pertenecía a Bryce Coleman.
Con esa prueba, el perfil de violencia y su presencia comprobada en el área en 1993, los investigadores decidieron actuar. Encontraron en su cobertizo varios hachas, una de las cuales coincidía en forma con la herida en el cráneo de Scott Garner. Era el momento de detenerlo.
El arresto ocurrió al amanecer en su destartalada casa en Everglade City. A pesar de su fama de agresivo, Coleman se rindió sin resistencia. En el interrogatorio se mostró evasivo hasta que el detective Miller le puso frente a las pruebas: la huella, las fotos de los Garner, los restos encontrados. Acorralado, terminó confesando.
Relató cómo aquella tarde de octubre de 1993 había cazado un venado ilegalmente en su cabaña. Cuando vio llegar la canoa con los turistas, comprendió que lo habían descubierto. Temió que lo denunciaran y perdiera su libertad. Fingió amabilidad, los invitó a tierra y, cuando Scott se inclinó sobre un mapa, lo golpeó mortalmente con un hacha. Luego redujo a Lauren, la ató y acabó con su vida. Después, ocultó los cuerpos bajo la cabaña, convencido de que el pantano los tragaría para siempre.
El pantano calló durante más de una década, pero la verdad terminó emergiendo. Bryce Coleman fue acusado de doble homicidio y condenado a cadena perpetua.
El caso de los Garner pasó de ser una leyenda contada entre excursionistas a un ejemplo aterrador de cómo la naturaleza puede ocultar crímenes, pero también de cómo la ciencia y la persistencia logran hacer hablar incluso al silencio más espeso. Para las familias, la incertidumbre terminó con la certeza más dolorosa, pero también con justicia.
Doce años después, el pantano devolvió a Scott y Lauren, y con ellos, la verdad que parecía perdida.