La mañana del 7 de noviembre de 2008 amaneció helada en Montana. Frente a las imponentes montañas Bitterroot, Diane Carver esperaba con un termo de café entre las manos, observando el horizonte. Sus cuatro hijos —Wyatt, Nolan, Levi y Tucker— se habían internado en el bosque para su tradicional cacería familiar. Era un ritual que compartían desde niños, un lazo inquebrantable entre hermanos. Prometieron regresar antes del anochecer.

Pero el sol se ocultó detrás de los picos nevados, y los Carver no volvieron. Diane esperó hasta la medianoche. Las llamadas a sus teléfonos fueron directo al buzón. Al amanecer, condujo hasta el punto de partida del sendero. Allí estaba la camioneta azul, intacta, con las llaves aún en el contacto.

El ranger Cole Ramsay, veterano de incontables rescates, supo al instante que algo no encajaba. Los hermanos Carver eran cazadores expertos, nacidos y criados en aquellas montañas. Conocían los riesgos del terreno, sabían orientarse, y jamás se aventuraban sin equipo.

La búsqueda comenzó al amanecer siguiente. Helicópteros, perros rastreadores, voluntarios y guardabosques se desplegaron en kilómetros de bosque. Ni una huella, ni un trozo de ropa, ni un cartucho vacío. Solo silencio.

Tres días después, apareció un trozo de tela naranja, el color de sus chalecos de caza. Parecía haber estado allí mucho más tiempo que unas horas. Luego, nada más. Con el paso de las semanas, la búsqueda se redujo. Los Carver se convirtieron en un mito local, una de esas historias que se cuentan en los bares de Missoula con una mezcla de tristeza y superstición.

Diane, sin embargo, se negó a rendirse. Alquiló una cabaña cerca del bosque y pasó los inviernos recorriendo senderos helados, llamando los nombres de sus hijos al viento.

Durante cinco años, las montañas guardaron silencio. Hasta que, un día de octubre de 2013, un hombre apareció tambaleándose por una carretera forestal, descalzo, con el rostro cubierto de barba y los pies ensangrentados. Murmuraba un solo nombre: “Wyatt”.

Era Wyatt Carver, el mayor de los hermanos.

Cuando lo ingresaron en el hospital de Missoula, su estado físico era deplorable: deshidratado, con cicatrices viejas en la espalda y los ojos llenos de un terror indescriptible. Apenas podía hablar.

Entre sus delirios, repetía una frase:

“La cueva… no podíamos salir. Ellos no lo lograron.”

La historia de Wyatt despertó más preguntas que respuestas. Aseguraba que no habían estado solos en el bosque. Que alguien más los vigilaba.

Ranger Ramsay reabrió la investigación. Siguiendo el punto donde Wyatt fue hallado, los equipos localizaron una zona remota conocida como Widow’s Draw, un cañón profundo y casi inaccesible. Allí encontraron una pista inquietante: una bala calibre .308, igual a las que usaban los Carver, y un arañazo en la roca, como si algo pesado hubiese sido arrastrado.

Poco después, descubrieron una cueva oculta tras una cortina de enredaderas. Dentro, hallaron una manta cubierta de sangre seca y una inscripción tallada en la pared:

“WC 2008”

Era la firma de Wyatt. Las pruebas confirmaron su ADN en la sangre… pero había un segundo tipo, desconocido.

Cuando le mostraron las fotos, Wyatt se alteró violentamente. Murmuró algo sobre “el hombre en la oscuridad”.

A partir de entonces, la investigación dejó de ser una búsqueda de desaparecidos y se convirtió en una investigación criminal.

Los rastros de sangre y una hebra de cabello hallada en un visor de rifle condujeron a un nombre: Silus “Red” Boon, un cazador furtivo con antecedentes por caza ilegal en la zona. Había vivido en el bosque durante años, con fama de violento y paranoico.

Los archivos del Servicio Forestal mostraban que Boon había sido visto por última vez en 2008, cerca de Widow’s Draw, con un campamento ilegal. Poco después, desapareció.

El hallazgo más terrible llegó días después. En una fosa poco profunda, bajo un lecho de hojas, se encontraron los restos de Nolan Carver. Su cráneo presentaba una fractura limpia: un golpe certero.

Una semana después, otro hallazgo: Levi, identificado por el reloj que su madre le había regalado. Su cuerpo tenía heridas de cuchillo.

A partir de los fragmentos que Wyatt pudo recordar, el rompecabezas comenzó a tomar forma.

Los hermanos habían tropezado con el campamento de Boon. Había trampas, pieles, rifles, todo fruto de la caza furtiva. Boon, convencido de que los Carver lo denunciarían, los atacó. Nolan cayó primero, golpeado con una piedra. Levi intentó defenderlo y fue apuñalado.

Wyatt y Tucker, el menor, fueron atados. Boon les ofreció un trato: su silencio a cambio de sus vidas. Pero solo cumplió a medias. Se llevó a Tucker con él y dejó a Wyatt encerrado en la cueva, herido, con la advertencia de que lo mataría si hablaba.

Durante años, Wyatt sobrevivió escondido entre el bosque, alimentándose de restos, demasiado aterrado para regresar.

La confesión desató una cacería humana. Las autoridades siguieron el rastro de Boon hasta Wyoming y luego Oregón, donde fue visto trabajando como trampero. En una cabaña abandonada, hallaron un mapa con Widow’s Draw marcado en rojo y una foto espeluznante: Boon posando con un joven cuyo físico coincidía con Tucker Carver.

La imagen estaba fechada en 2012.

¿Había sobrevivido Tucker? Nadie lo sabía.

Un operativo conjunto de los Rangers y la TBI localizó una cabaña cerca del río Rogue en Oregón. Dentro, había trampas oxidadas, armas y restos de ropa humana. Boon había desaparecido, pero los forenses hallaron huellas recientes y una colilla de cigarrillo con ADN coincidente con el desconocido de la cueva.

La caza de Silus Boon continúa hasta hoy.

Wyatt vive retirado, lejos de Montana, bajo atención médica. Jamás volvió a pisar el bosque. Su madre, Diane, murió en 2019 sin saber si su hijo menor seguía con vida.

El caso de los hermanos Carver se convirtió en una de las desapariciones más impactantes de la historia reciente de Montana: un relato de hermandad, horror y supervivencia, donde el verdadero depredador no era la montaña… sino el hombre escondido dentro de ella.