El 3 de agosto de 2007 parecía un día cualquiera en las Great Smoky Mountains, Carolina del Norte. El cielo estaba despejado, el aire fresco y cientos de turistas disfrutaban de los senderos que conducen al famoso mirador Clingman’s Dome. Entre ellos, dos adolescentes de 15 años, Hailey Roberts y su mejor amiga, Brooklyn James. Nadie podía imaginar que esa excursión marcaría el inicio de uno de los casos más extraños y escalofriantes en la historia reciente de Estados Unidos.
La desaparición sin rastro
Hailey y Brooklyn salieron temprano esa mañana con mochilas ligeras, teléfonos cargados y una promesa a sus padres: regresarían antes del mediodía. Nunca volvieron. A la 1:30 p. m., los teléfonos dejaron de contestar y para las 3:00 quedaron completamente fuera de servicio. A las 5:00 de la tarde, la familia denunció la desaparición.
Lo que siguió fue una operación de búsqueda sin precedentes. Decenas de guardabosques, perros rastreadores, helicópteros con cámaras térmicas y voluntarios recorrieron más de 20 millas cuadradas de terreno montañoso. No encontraron nada. Ni mochilas, ni ropa, ni huellas, ni restos. Simplemente habían desaparecido.
El FBI se unió pronto a la investigación. Se barajaron hipótesis de secuestro, accidente, incluso fuga. Pero las pruebas no aparecían. Tras diez días de búsqueda infructuosa, el caso fue archivado como “sin resolver”. Durante una década, el misterio permaneció intacto.
El hallazgo imposible
En 2017, arqueólogos que excavaban un campamento de comerciantes del siglo XIX en el bosque nacional Nantahala hicieron un descubrimiento aterrador. Entre clavos oxidados y fragmentos de cerámica apareció una vértebra humana atravesada por una flecha de hierro forjada hacia 1850.
El hueso parecía demasiado reciente para un yacimiento tan antiguo. El análisis de ADN confirmó lo impensable: pertenecía a Hailey Roberts. El caso se reabrió inmediatamente. ¿Cómo podía una adolescente del siglo XXI haber sido asesinada con un arma de la Guerra Civil?
La noticia conmocionó al país. Se reiniciaron búsquedas, se investigaron grupos de recreacionistas históricos, coleccionistas de armas antiguas y comunidades aisladas. Nada.
La aparición del “hombre salvaje”
Dos años más tarde, en 2019, un cazador local informó haber visto en el bosque a un hombre descalzo, vestido con harapos, armado con un arco y una lanza. Su aspecto era salvaje, con barba enmarañada y ojos desorbitados. No habló, solo gruñó y lo amenazó.
Las autoridades organizaron una operación táctica. Encontraron la cabaña de este misterioso habitante en ruinas. Dentro hallaron utensilios primitivos, trampas de caza y, lo más perturbador, restos vinculados directamente a las adolescentes desaparecidas: un trozo de falda escolar de Brooklyn, mechones de su cabello y dibujos rituales en las paredes representando dos figuras femeninas. En el sótano, una mano humana momificada colgaba del techo.
El hombre detrás del horror
El detenido fue identificado como Dennis Hendricks, un joven desaparecido en 1996 tras huir de un centro de acogida. Durante 23 años vivió completamente aislado en los Apalaches, desarrollando esquizofrenia severa y un estilo de vida primitivo.
Según las investigaciones, Hailey y Brooklyn se desviaron del sendero y encontraron su escondite. Hendricks, atrapado en un mundo delirante, interpretó sus risas como una amenaza. Disparó a Hailey con una flecha improvisada hecha con una punta antigua encontrada en el bosque y secuestró a Brooklyn. Lo demás solo puede reconstruirse con fragmentos de evidencia, pero las pruebas halladas en su cabaña son suficientes para comprender la magnitud del horror.
Una tragedia fuera del tiempo
El caso de Hailey y Brooklyn sigue estremeciendo por lo imposible de sus elementos: una flecha del siglo XIX atravesando un hueso del siglo XXI, un hombre que vivió dos décadas fuera de la sociedad, un bosque que guardó silencio durante diez años.
Más allá de los titulares, lo ocurrido es un recordatorio brutal de que incluso en un mundo moderno, existen rincones donde la lógica se rompe y la barbarie puede resurgir desde las sombras. Para las familias, el hallazgo trajo dolor y, al mismo tiempo, el principio de un cierre que esperaron por más de una década.
La historia de estas dos chicas ya no es solo una leyenda local de los Apalaches. Es una advertencia de lo imprevisible, una cicatriz en la memoria colectiva y uno de los misterios más inquietantes de la criminología contemporánea.