El “fantasma del glaciar Grenell”: la aterradora verdad detrás de décadas de desapariciones en el Parque Nacional Glacier

En agosto de 2016, Melissa Fischer, de 32 años, y su prometido Grant, de 38, iniciaron lo que parecía ser una aventura soñada en el Parque Nacional Glacier, en Montana. Eran excursionistas experimentados, conocían los riesgos de la montaña y habían planificado cuidadosamente su ruta hacia el glaciar Grenell, uno de los senderos más populares y seguros del parque. Antes de salir, como dicta el protocolo, se registraron en la estación de guardabosques, informando que regresarían en dos días. La última imagen que se tiene de ellos fue tomada por otros turistas en un mirador: sonrientes, felices, con el imponente glaciar de fondo. Nada hacía presagiar lo que ocurriría después.

Dos días más tarde, no habían vuelto. Su coche seguía en el estacionamiento. Alarmados, familiares y amigos dieron aviso. Comenzó entonces una búsqueda masiva: guardabosques, voluntarios, perros rastreadores y helicópteros recorrieron cada rincón del parque. No hallaron ni una huella, ni una prenda, ni el más mínimo rastro. La pareja había desaparecido como si la tierra los hubiera tragado. Durante meses, circularon teorías: ¿un accidente en una grieta? ¿un ataque de animales? ¿un crimen? Nada pudo confirmarse. Finalmente, la investigación se suspendió y Melissa y Grant fueron declarados oficialmente desaparecidos.

Pasaron siete años. En el verano de 2023, el calor extremo derritió los glaciares de Montana a un ritmo sin precedentes. Fue entonces cuando un grupo de guardabosques, en una patrulla rutinaria cerca del glaciar Grenell, vio un reflejo metálico en el hielo. Al acercarse, quedaron horrorizados: dos cuerpos humanos, congelados cara a cara, esposados con grilletes militares. Eran Melissa y Grant Fischer.

La recuperación de los cuerpos fue delicada. Estaban sorprendentemente bien preservados gracias a las bajas temperaturas. Sus ropas estaban cuidadosamente dobladas junto a ellos, un detalle tan perturbador como inexplicable. Los forenses descubrieron que habían muerto aproximadamente una semana antes de ser colocados en el glaciar, lo que sugería que alguien había ocultado sus cadáveres a propósito.

Junto a ellos había dos mochilas. Una pertenecía a Grant. La otra era mucho más antigua: contenía documentos de David Roach, un geólogo aficionado que había desaparecido en esa misma zona en 1998. Nadie volvió a verlo y su caso quedó archivado entre tantos otros misterios de los parques nacionales.

La clave estaba en el diario de Roach, hallado dentro de la mochila. En sus páginas, el geólogo relataba descubrimientos geológicos rutinarios… hasta que comenzó a escribir sobre una sensación inquietante: alguien lo observaba. Luego describió marcas extrañas en los árboles, símbolos tallados que lo guiaron hasta una cueva oculta. Dentro, encontró señales de vida humana reciente y el mismo símbolo grabado en la pared: un círculo atravesado por tres líneas. Su última anotación, hecha apresuradamente, fue aún más perturbadora: “Lo vi. No es un turista. Tiene porte militar. Patrulla como si este lugar le perteneciera. Me iré al amanecer. No quiero arriesgarme.” Ese fue el último rastro de David Roach.

La conexión se volvió más siniestra cuando los investigadores revisaron las ropas de Melissa y Grant. En el cuello de la chaqueta de él y en el puño de la camisa de ella había bordados diminutos del mismo símbolo descrito por Roach. Todo apuntaba a un único responsable que había actuado con el mismo patrón a lo largo de décadas.

Tras meses de indagaciones, los investigadores localizaron la cueva mencionada en el diario. Oculta tras rocas y vegetación, en su interior hallaron un refugio rudimentario, sorprendentemente organizado. Allí, sobre una cama improvisada, yacía el cuerpo momificado de un hombre. Entre sus pertenencias había esposas militares, provisiones antiguas y, sobre todo, una placa identificatoria: Elias Thorne.

Thorne había sido un soldado de fuerzas especiales entrenado en operaciones árticas, declarado desertor en 1989. Desde entonces, había desaparecido. Su diario, encontrado en la cueva, reveló la mente de un hombre que se había convertido en ermitaño y guardián autoproclamado del parque. En sus escritos describía su odio hacia los turistas, a quienes consideraba intrusos que contaminaban la pureza de la montaña. En su visión delirante, él era el protector de ese “sagrado territorio”.

Los investigadores creen que David Roach fue su primera víctima: lo descubrió por accidente y Thorne lo asesinó, arrojando su cuerpo a una grieta y guardando su mochila como trofeo. Años después, Melissa y Grant fueron elegidos como símbolos de aquello que él despreciaba: la vida moderna, el amor, la alegría. Thorne los mató con métodos silenciosos, probablemente por estrangulación, conservó sus cuerpos hasta iniciar una macabra “purificación” y luego los depositó en el glaciar, esposados frente a frente como parte de un ritual.

Los símbolos bordados en sus ropas eran su marca personal, su manera de integrarlos en su “reino”. Las últimas anotaciones de Thorne, fechadas tres años antes del hallazgo, hablaban de su cuerpo debilitado y de cómo pronto sería reclamado por la montaña. Murió solo en su guarida, consumido por su locura.

El caso fue cerrado oficialmente. El llamado “fantasma del glaciar Grenell” no era una leyenda, sino un hombre roto por la guerra y el aislamiento, que convirtió un paraíso natural en un escenario de horror ritual. Melissa y Grant, como David Roach antes que ellos, fueron víctimas de un guardián imaginario que defendía con sangre un territorio que nunca le perteneció.

Lo que parecía un misterio inexplicable resultó ser la historia de un exsoldado convertido en asesino, cuya locura permaneció oculta bajo el hielo durante décadas. Hoy, el recuerdo de las víctimas y la trágica verdad descubierta sirven como un recordatorio sombrío de los secretos que aún pueden esconder las montañas.

Related Posts

Our Privacy policy

https://tw.goc5.com - © 2025 News