El BUKI OYE a una PEQUEÑA SIN VISIÓN de 4 AÑOS CANTAR con el CORAZÓN PARTIDO… Su GESTO Te SANARÁ

Marco Antonio Solís caminaba por la plaza de los mariachis en Guadalajara esa tarde de domingo cuando escuchó una voz que lo hizo detenerse en seco. Una niña de 4 años cantaba Si no te hubieras ido con una pureza que le erizó la piel. La pequeña estaba sentada en un banquito de madera junto a su madre, quien vendía dulces caseros en una mesa improvisada.

Órale”, murmuró Marco Antonio, acercándose discretamente para escuchar mejor. La niña tenía los ojos cerrados, pero no por concentración. Se dio cuenta de que la pequeña había nacido sin visión. Sus manitas sostenían una lata de metal donde algunas monedas hacían un sonido melancólico cada vez que algún transe compadecía.

La madre, una mujer de 32 años con el cabello recogido en una cola de caballo, organizaba nerviosamente sus dulces de leche y cocadas. Marco Antonio notó que llevaba un reloj casio dorado en la muñeca izquierda y que constantemente miraba un papel arrugado que sacaba del bolsillo de su delantal floreado. “Canta muy bonito tu niña”, le dijo Marco Antonio a la señora, quien levantó la vista sorprendida.

Gracias, señor, se llama Mía. Desde chiquita le gusta cantar, respondió Carolina tratando de ocultar el lado izquierdo de su rostro. Marco Antonio alcanzó a ver una cicatriz que marcaba desde la 100 hasta la mejilla. La niña siguió cantando y Marco Antonio se quedó fascinado.

No solo conocía la letra perfectamente, sino que le daba una interpretación que muchos cantantes profesionales no lograban. Su vocecita se quebraba en las partes más emotivas, como si realmente hubiera vivido esa despedida. ¿Dónde aprendió esas canciones?, preguntó Marco Antonio genuinamente curioso. Carolina se sonrojó un poco. Pues desde bebé escuchaba sus canciones, señor.

No sé por qué, pero cuando llora o tiene pesadillas, solo se calma con la música de Marco Antonio Solís. Es como si la entendiera desde adentro. Marco Antonio sintió un escalofrío. La forma en que la niña cantaba era exactamente como él había imaginado esa canción cuando la compuso, con todo el dolor y la nostalgia que había puesto en cada nota.

¿Y usted también canta?, le preguntó a Carolina. No, señor. Ya no respondió rápidamente, volviendo a acomodar los dulces que ya estaban perfectamente organizados. Mía terminó la canción y giró la cabecita hacia donde estaban conversando. Mami, ya juntamos para las pastillas. Carolina se puso tensa y revisó nuevamente el papel arrugado.

Marco Antonio alcanzó a leer farmacia San Judas, 200 pesos. Límite, hoy 6 de la tarde. Todavía no, mi amor. Sigue cantando un ratito más, le dijo Carolina con una sonrisa forzada. Marco Antonio miró su reloj Rolex Submariner. Eran las 3:30 de la tarde. Después miró la lata de mía.

Había unas cuantas monedas de 5 y 10 pesos y algunos billetes de 20. No llegarían ni a 100 pesos. ¿Son medicinas para ella? Preguntó discretamente. Sí, señor. Para controlar las crisis si no las toma a tiempo. Carolina no terminó la frase, pero Marco Antonio entendió la gravedad. Mía comenzó a cantar otra canción, esta vez la venia bendita.

Y Marco Antonio sintió que el corazón se le encogía. La niña cantaba como si supiera exactamente qué significaba cada palabra, como si hubiera vivido cada experiencia que describía la letra. Válgame Dios, canta igualito que el buki comentó una señora que se había acercado a comprar dulces. El buki preguntó Mía dejando de cantar.

Así le dicen a Marco Antonio Solís, “Mi niña, el cantante de esas canciones que tanto te gustan”, le explicó Carolina. “A poco sí existe. Yo pensé que era como los cuentos que me lees”, dijo Mía con una sonrisa que iluminó toda la plaza. Marco Antonio sintió un nudo en la garganta, se acercó a la mesa y fingió interesarse por los dulces.

A como los cocaditos? A 5 pesos cada uno, señor. Están recién hechos esta mañana con coco fresco, respondió Carolina, notando que el hombre tenía una cadena de oro que se asomaba por el cuello de su camisa polo azul marino. “Me llevo 10”, dijo Marco Antonio sacando un billete de 200 pesos. “Señor, son nomás 50 pesos”, le aclaró Carolina. Quédese con el cambio.

Tu niña canta muy bonito insistió Marco Antonio. Carolina lo miró sorprendida y después miró el billete. Con eso ya tenían para una parte de las medicinas, pero todavía les faltaban 150 pesos. Muchísimas gracias, señor. Dios se lo pague, le dijo Carolina con lágrimas en los ojos. Mía empezó a cantar Tu carcel y Marco Antonio se quedó paralizado.

Era imposible que una niña de 4 años entendiera la profundidad de esa canción, pero ahí estaba cantándola con un sentimiento que le llegaba hasta el alma. Algo estaba prestes a cambiar todo. Marco Antonio no podía moverse de ahí. Cada vez que intentaba continuar su camino, la voz de Mía lo jalaba de regreso.

La niña seguía cantando ahora, antes de que te vayas. Y la gente comenzaba a formar un pequeño círculo alrededor de ellas. Oiga, señora, ¿su niña estudia música en algún lado?, preguntó una mujer mayor dejando unas monedas en la lata. No, señora, canta así desde chiquita. Nunca ha ido a clases ni nada”, respondió Carolina contando discretamente el dinero que habían juntado. Ya tenían 130 pesos.

Marco Antonio observó como Carolina se quitó un anillo sencillo de plata del dedo anular derecho y lo guardó en el bolsillo del delantal. Se dio cuenta de que estaba considerando empeñarlo para completar el dinero de las medicinas. “¿A qué hora cierra la farmacia?”, le preguntó Marco Antonio.

A las 6, señor, pero si no llego antes de las 5, van a dar las pastillas que apartaron para Mía a otra persona. Ya me dijeron que no pueden esperar más. Carolina se veía cada vez más preocupada. Mía terminó de cantar y se dirigió hacia donde estaba Marco Antonio como si pudiera verlo. Señor que compró muchos cocaditos. Le gustó como canté. Me gustó mucho, preciosa. Cantas igualito que Marco Antonio se detuvo.

No sabía si decirle la verdad. Igualito que quién, preguntó Mía con curiosidad. Igualito que Marco Antonio Solís, respondió finalmente. Mía se quedó callada un momento y después sonrió de una manera que le llegó directo al corazón. Mi padrino musical. Él me enseña canciones en mis sueños. Lo conoce. Carolina se puso nerviosa.

Mía, no digas esas cosas. El señor va a pensar que estás loca. Pero es cierto, mami. El señor de mis sueños es gordito, usa lentes y siempre está cantando. Me enseñó esa canción nueva que noás yo me sé. Marco Antonio se quedó helado. La descripción era exacta y además mencionó una canción nueva. Eso era imposible.

¿Qué canción nueva? Mía comenzó a tararear una melodía que Marco Antonio había compuesto apenas la semana pasada, pero que no había grabado ni tocado para nadie. Era una canción que ni siquiera había terminado de escribir. “No manches”, exclamó sin poder controlarse. Carolina lo miró extrañada por su reacción.

“¿Pasa algo malo, señor?” “No, no pasa nada. Es que esa melodía me suena conocida”, mintió Marco Antonio tratando de mantener la calma. En ese momento llegó un grupo de mariachis que habitualmente tocaban en la plaza. Uno de ellos, don Aurelio, de unos 60 años con bigote canoso, se acercó a escuchar a Mía. Órale, qué vozorro.

¿De dónde salió esta chamaquita? Es mi hija, señor, le gusta mucho cantar, respondió Carolina. Pues canta mejor que muchos que andan por ahí cobrando en los restaurantes. No ha pensado en meterla a clases de música. Carolina bajó la mirada. No tengo para eso, señor. Apenas y salimos para los gastos de la casa y sus medicinas. Don Aurelio notó la presencia de Marco Antonio y lo miró fijamente.

Sus ojos se fueron abriendo lentamente hasta que casi se le salieron. “Ustedes”, comenzó a decir, pero Marco Antonio le hizo una seña discreta para que no dijera nada. Soy Marco Antonio, mucho gusto, dijo simplemente sin mencionar su apellido. Pero don Aurelio ya no pudo contenerse. Sí, es Marco Antonio Solís. El buki está aquí en la plaza.

La reacción fue inmediata. Varias personas voltearon y comenzaron a acercarse. Marco Antonio se sintió mal porque sabía que eso podría arruinar el momento tan especial que estaban viviendo Carolina y Mía. ¿En serio?, preguntó Carolina incrédula, mirando a Marco Antonio como si fuera la primera vez que lo veía.

Mía se puso de pie de un salto y caminó directo hacia él, extendiendo sus manitas. Padrino musical, sabía que eras tú, por eso me enseñaste la canción nueva en mis sueños anoche. Marco Antonio se agachó y tomó las manitas de mí entre las suyas. Sintió una conexión inmediata, como si la conociera de toda la vida. Hola, mía.

Sí, soy yo. Carolina se quedó sin palabras, con la boca abierta, sin poder procesar lo que estaba pasando. ¿De verdad es usted, Marco Antonio Solís? Le preguntó con voz temblorosa. Sí, soy yo. Pero por favor, no hagan escándalo. Solo quería escuchar cantar a esta niña preciosa.

Más gente se fue acercando y Marco Antonio se dio cuenta de que la situación se estaba saliendo de control. Carolina se veía apenada y nerviosa, sin saber cómo comportarse. Señor Solís, perdón por la pena, no sabía que era usted. Si hubiera sabido, no se preocupe, Carolina, no tiene que tratarme diferente. Para mí usted es la mamá de esta niña maravillosa que canta con el alma.

Un pequeño tumulto se había formado y algunas personas comenzaron a sacar sus celulares. Marco Antonio sabía que tenía que hacer algo rápido para proteger a Carolina y Mía de la atención no deseada. ¿Saben qué? ¿Por qué no vamos a dar una vuelta y dejamos que la plaza se tranquilice un poco? Carolina dudó. Es que no puedo dejar mis dulces aquí solos, señor Solís.

Don Aurelio se acercó. Yo le cuido sus cosas, doña Carolina. Váyanse un ratito, aquí estaré. Carolina miró su reloj Casio. Eran las 4:15. Todavía tenían tiempo para las medicinas, pero seguía faltándole dinero. Él no tenía ni idea de lo que venía por delante. Marco Antonio caminaba por las calles empedradas del centro de Guadalajara junto a Carolina, quien cargaba a Mía en brazos. La niña había insistido en que la llevaran porque quería platicar mejor con su padrino musical.

No puedo creer que esté caminando con Marco Antonio Solís”, decía Carolina cada 2 minutos todavía en shock. “Mi mamá no me va a creer cuando se lo cuente. Dígame solo Marco Antonio, por favor. ¿Su mamá también escucha mis canciones?” Pues sí, pero mi mamá ya murió. Desde que nació Mía somos no más nosotras dos.

Carolina bajó la voz al decir esto último. Mía, que había estado callada, de repente habló. Padrino musical, ¿por qué estás triste? Marco Antonio se sorprendió. No sabía que sus emociones fueran tan evidentes para la niña. ¿Cómo sabes que estoy triste, preciosa? Tu voz cambió cuando mi mami dijo que mi abuelita ya no está.

Como cuando cantas si no te hubieras ido. También se te fue alguien importante Marco Antonio sintió un nudo en la garganta. La sensibilidad de esta niña era extraordinaria. Sí, Mía. También se me fue alguien muy importante. Carolina los llevó por una calle menos transitada hacia donde estaba la farmacia San Judas. Se detuvo frente al aparador y Marco Antonio vio las medicinas que necesitaba Mía, carbaceepina y ácido valproico. Anticonvulsivos caros.

¿Cada cuándo necesita las pastillas?, preguntó Marco Antonio. Cada día. Pero estas lean 15 días. Cuestan 200 pesos cada 15 días”, explicó Carolina. A veces vendo menos dulces y se me junta con otros gastos, por eso las tengo apartadas. Marco Antonio hizo cuentas mentales, 800 pesos al mes, solo en medicinas.

Carolina probablemente ganaba máximo 1500 pesos al mes vendiendo dulces. Era imposible que le alcanzara para todo. Y el papá de Mía, Carolina, se puso tensa. Se fue cuando supo que Mía iba a nacer sin visión. Dijo que no quería una hija defectuosa. Mía apretó más fuerte el cuello de su mamá.

Yo no soy defectuosa, ¿verdad, padrino musical? Claro que no, mi amor. Eres perfecta tal como eres. Solo que tus ojos están descansando para que tus oídos y tu corazón sean más fuertes. La respuesta de Marco Antonio hizo sonreír a Mía y Carolina se emocionó hasta las lágrimas. Caminaron un poco más hasta llegar a una tienda de instrumentos musicales llamada Música Hernández. Marco Antonio se detuvo frente al aparador.

¿Les gusta la música? le preguntó al dueño don Esteban, un señor de unos 50 años con lentes y bigote. Por supuesto, ¿en qué les puedo ayudar? Queremos ver algunos instrumentos para niños. Don Esteban los invitó a pasar. Carolina se sentía rara entrando a una tienda donde nunca podría comprar nada, pero Marco Antonio la tranquilizó.

¿Qué instrumentos conoces, Mía?, le preguntó Marco Antonio. Conozco la guitarra, el piano, los tambores, la trompeta, el violín y la armónica. Los he oído en mis sueños musicales. Don Esteban se quedó impresionado. Una niña de 4 años conoce todos esos instrumentos solo de oído. “Mía es muy especial”, dijo Carolina con orgullo.

Marco Antonio tomó una guitarra pequeña y comenzó a tocar suavemente. Mía inmediatamente reconoció la melodía. Es, ¿dónde estará mi primavera? Gritó emocionada. Don Esteban casi se cae de la sorpresa. ¿Usted es músico profesional? Algo así, respondió Marco Antonio con una sonrisa. Mí se acercó al piano y comenzó a tocar con un dedo las teclas, buscando las notas de la canción que Marco Antonio estaba tocando.

No tenía técnica, pero su oído era perfecto. “Órale, esta niña tiene oído absoluto”, dijo don Esteban. Eso es muy raro. Solo una persona de cada 10,000 nace con esa habilidad. Carolina no entendía muy bien qué significaba eso. ¿Es algo malo? Para nada. Es un regalo. Significa que puede identificar cualquier nota musical sin referencia. Es lo que tienen los grandes músicos.

Marco Antonio observó como Mia exploraba el teclado. Sus pequeños deditos buscaban instintivamente las armonías correctas. ¿Te gustaría tener un piano, Mía? Sí, pero cuestan mucho dinero y mi mami ya gasta mucho en mis pastillas. Carolina se sintió mal. Mía, no digas esas cosas. Pero es cierto, mami.

El otro día te oí llorar porque no te alcanzaba para mis medicinas y para comprar frijoles. El corazón de Carolina se partió. No sabía que Mía había escuchado eso. Marco Antonio miró los precios. Había teclados desde 500 pesos hasta varios miles. Señaló uno pequeño. Perfecto para una niña. ¿Cuánto cuesta ese? 800 pes. Es bueno para empezar.

Tiene sonidos básicos y se conecta a la corriente, explicó don Esteban. En ese momento, don Esteban miró más detenidamente a Marco Antonio y se le iluminó la cara. No puede ser. ¿Usted es Marco Antonio Solí? Marco Antonio suspiró. Ya no tenía caso negarlo. Sí, soy yo. Dios mío, mi esposa es superfan suya, tiene todos sus discos. ¿Puedo pedirle una foto? Claro, don Esteban, pero después sí, ahorita estoy ayudando a esta familia. Don Esteban sintió emocionado y siguió mostrándoles instrumentos.

Mía siguió tocando el teclado y Carolina se acercó a Marco Antonio. Señor Solís, perdón, pero ya se están haciendo las 5 y tengo que ir por las medicinas. Muchas gracias por traernos, pero ya nos tenemos que ir. Marco Antonio miró el reloj. Carolina tenía razón, pero él había tomado una decisión. Espéreme tantito, Carolina, se acercó a don Esteban.

Don Esteban, me llevo ese teclado y también quiero comprarle todos los dulces que le queden a la señora Carolina. Como dice Carolina no entendía lo que estaba pasando. ¿Cuántos dulces le quedan? Carolina hizo cuentas mentales, como 30 cocadas y 20 dulces de leche. Pero no entiendo. A 5 pesos cada uno son 250 pesos más el teclado son 1050 pesos.

Calculó Marco Antonio. ¿Me puede hacer un descuento, don Esteban? Por supuesto, le dejo todo en 1000 pesos parejos. Carolina se puso pálida. Señor Solís, no puede hacer eso. Es demasiado. Ya está decidido. Carolina. Marco Antonio pagó con billetes de 500 pesos que sacó de su cartera de piel color café.

Pero, ¿para qué quiere mis dulces? Para regalárselos a mis músicos. Les encantan los dulces caseros. Mía empezó a saltar de emoción cuando se dio cuenta de lo que había pasado. Padrino musical, ¿de verdad ese piano es mío? Sí, preciosa, para que practiques y aprendas más canciones. Don Esteban envolvió el teclado y le dio una bolsa a Carolina con todos sus dulces. Carolina tenía lágrimas en los ojos.

Señor Solís, no sé cómo pagarle esto. No me tiene que pagar nada. Solo quiero que Mía siga cantando. Salieron de la tienda y Carolina corrió hacia la farmacia. Llegó justo a tiempo, 5 minutos antes de las 5. “Vengo por las medicinas de Mía Hernández”, le dijo al farmacéutico. “Son 200 pesos.

” Carolina pagó exactamente con el dinero que habían juntado en la plaza, más lo que Marco Antonio le había dado por los dulces. La descubrimiento llegaría en breve. Carolina salió de la farmacia con las medicinas en una bolsita de plástico blanco, sintiendo un alivio enorme. Marco Antonio y Mía la esperaban afuera, la niña cargando su nuevo teclado con una sonrisa que no se le borraba de la cara. “¿Ya están las pastillas, mami?” “Sí, mi amor, ya las tenemos.

” Carolina abrazó a su hija y después miró a Marco Antonio. “Señor Solís, no sé cómo agradecerle todo lo que ha hecho por nosotras. Con que Mía siga cantando es suficiente, respondió Marco Antonio. ¿Dónde viven? Las acompañó a su casa. Carolina dudó un momento. Vivían en una colonia humilde y le daba pena que Marco Antonio viera sus condiciones, pero él había sido tan generoso que no podía negarse.

Vivimos en la colonia ferrocarril, como a 20 minutos de aquí caminando. ¿Qué les parece si tomamos un taxi? Pararon un taxi amarillo con verde y se subieron los tres. El taxista, un señor de unos 40 años con gorra de los Chivas, reconoció inmediatamente a Marco Antonio por el espejo retrovisor. Órale, usted no es el buuki.

Sí, soy yo, pero manejando con cuidado, eh, llevo una carga muy preciada. Marco Antonio señaló a Mía, quien se había quedado dormida en el regazo de Carolina. No manches, mi esposa no me va a creer. ¿Puedo pedirle que me cante algo cortito? Ahorita no, amigo. La niña está durmiendo, pero le firmo algo si quiere.

El taxista le pasó una tarjeta de presentación y Marco Antonio se la firmó. Durante el trayecto, Carolina le platicó a Marco Antonio sobre su vida. le contó que había sido mesera en un restaurante hasta que Mía cumplió 2 años, pero tuvo que dejar de trabajar cuando las crisis convulsivas de la niña se volvieron más frecuentes. El accidente de su cara fue por las crisis de Mía.

Carolina se tocó instintivamente la cicatriz. Sí, una vez le dio una crisis muy fuerte en la noche. Yo me levanté corriendo para auxiliarla, pero me tropecé con una mesa de vidrio. Me corté feo, pero lo que más me dolió fue no poder llegar rápido a ayudarla.

Marco Antonio sintió una admiración profunda por esta mujer que había sacrificado todo por su hija. Y desde entonces vende dulces. Sí. Mi abuela me enseñó la receta cuando era niña. Uso piloncillo, coco fresco y canela de cia que es más cara, pero sabe mejor. Los hago en la madrugada para que estén frescos cuando los vendo.

El taxi se detuvo frente a una casa pequeña de una planta pintada de azul claro, pero con la pintura descarapelada. Tenía una reja de metal y un pequeño jardincito al frente con algunas plantas de hierba buena. Aquí es”, dijo Carolina despertando suavemente a Mía. “¿Ya llegamos a mi casita?”, preguntó Mía aún medio dormida. “Sí, mi amor. Y tu padrino musical nos acompañó.” Marco Antonio pagó el taxi y los acompañó hasta la puerta.

Carolina buscó las llaves en su bolsa de tela bordada. “¿Quiere pasar a tomar algo?” “No tengo mucho que ofrecerle, pero sí tengo agua fresca de Jamaica.” Me encanta el agua de Jamaica”, respondió Marco Antonio. Entraron a la casa y Marco Antonio se impresionó por lo limpio y ordenado que estaba todo, a pesar de ser muy humilde.

Había una sala pequeñita con un sillón café de dos plazas y una mesa de centro de madera. En las paredes había fotos de mía, desde bebé, y algunas estampitas religiosas. “Siéntese, por favor, señor Solís. Ahorita le traigo el agua.

” Carolina fue a la cocina y Marco Antonio se quedó con Mía, quien inmediatamente conectó su teclado nuevo a la corriente. ¿Me enseñas a tocar, padrino musical? Claro que sí, preciosa. Marco Antonio se sentó en el piso junto a Mía y le enseñó a encontrar las teclas del dos central. Mía aprendía rapidísimo, como si ya supiera tocar, pero solo necesitara que alguien le recordara cómo hacerlo.

Carolina regresó con tres vasos de agua de jamaica bien fría y se sentó en el sillón para observarlos. Señor Solís, ¿puedo preguntarle algo personal? Claro, dígame. ¿Por qué decidió ayudarnos? No nos conocía de nada. Marco Antonio siguió tocando con Mía mientras respondía, “Porque cuando escuché cantar a Mía me recordó por qué empecé a hacer música. Ella canta con el corazón, sin pretensiones, solo porque le nace.

Eso es muy raro de encontrar. ¿Y tiene hijos, señor Solís?” Marco Antonio se puso serio. “Sí, tengo una hija, Marla Solís. Cuando era pequeña también le gustaba mucho la música. También canta como Mía.” No exactamente como Mía, pero sí cantaba mucho conmigo cuando era chiquita. Mía dejó de tocar y volteó hacia Marco Antonio.

¿Por qué te pusiste triste otra vez, padrino musical? Marco Antonio se sorprendió nuevamente de la sensibilidad de la niña. Porque mi hija ya creció y ya no cantamos juntos como antes. ¿Y por qué no le pides que cante contigo otra vez? La pregunta inocente de Mía le pegó directo al corazón. Era tan simple.

Pero Marco Antonio se daba cuenta de que había dejado que el orgullo y las diferencias se interpusieran en su relación con Marla. Tienes razón mía, a lo mejor sí debería pedírselo. Carolina se levantó y fue hacia un mueble pequeño donde tenía sus discos de Marco Antonio Solís. Sacó uno que estaba muy gastado de tanto uso.

Este es mi disco favorito, el Buy de 1996. Lo compré cuando tenía 15 años con mis primeros ahorros. Marco Antonio tomó el disco y vio que efectivamente estaba muy gastado, señal de que lo habían escuchado miles de veces. ¿Cuál es su canción favorita de ese disco? Más que tu amigo. Siempre me hacía soñar con encontrar a alguien que me quisiera así.

Marco Antonio sintió una conexión especial con Carolina. Era una mujer que había pasado por muchas dificultades, pero seguía teniendo esperanza y amor para dar. Y nunca la encontró. Carolina miró a Mia, quien seguía tocando el teclado. Pensé que la había encontrado con el papá de Mía, pero me equivoqué. Cuando supo que iba a nacer con problemas, se fue sin más. Ni siquiera esperó a conocerla.

Tu pérdida mía es un ángel. Sí, es mi ángel. Por eso hago todo lo que puedo por ella, aunque a veces no sea suficiente. Marco Antonio se dio cuenta de que ya eran casi las 6 de la tarde y pronto oscurecería. También sabía que tenía que regresar porque tenía compromisos, pero no quería que este momento mágico terminara. Carolina, ¿puedo preguntarle algo? Claro, dígame. ¿Usted sabe cantar? Carolina se sonrojó.

Pues cantaba cuando era más joven, pero ya no. ¿Por qué ya no? Carolina se tocó la cicatriz. Después del accidente me daba pena que la gente me viera. Y además, con tanto trabajo cuidando a Mía y vendiendo dulces, ya no tenía tiempo para esas cosas. Mía dejó de tocar. Mami sí sabe cantar muy bonito. A veces me canta para que me duerma, pero me dice que es nuestro secreto. Carolina se puso roja de la pena. Mía, no digas esas cosas.

¿Me cantaría algo?”, le pidió Marco Antonio. “Ay, no, me da mucha pena. Además, ya no tengo buena voz. Por favor, mami, cántale al padrino musical”, insistió Mía. Carolina dudó mucho, pero finalmente accedió. Comenzó a cantar suavemente La Venia bendita y Marco Antonio se quedó impresionado. Carolina tenía una voz hermosa, dulce y afinada, perfecta para las armonías.

Carolina tiene una voz preciosa. ¿Por qué no me dijo que cantaba tan bonito? ¿De verdad le gustó? Preguntó Carolina sin poder creer el cumplido. Me encantó. Tiene una voz que complementaría perfecta con la de Mía. En ese momento Mía comenzó a tocar en el teclado la melodía de la avenia bendita y Carolina, sin darse cuenta, empezó a tararear junto con ella. El momento decisivo se aproximaba.

Marco Antonio escuchaba fascinado mientras Carolina y Mía cantaban juntas por primera vez en mucho tiempo. La voz dulce de Carolina se mezclaba perfectamente con la angelical voz de Mía, creando una armonía que le puso la piel chinita. “Órale, cantan padrísimo juntas”, exclamó Marco Antonio cuando terminaron. “Siempre habían cantado así de bonito.

” Carolina se sonrojó. No, señor Solís, hace mucho que no cantábamos juntas, como dos años. ¿Y por qué dejaron de hacerlo? Porque después del accidente me daba pena que me vieran. Y pensé que era mejor que Mía no se acostumbrara a cantar conmigo por si algún día la dejaba mal. Mía dejó de tocar el teclado y se volteó hacia su mamá. Pero mami, a mí no me importa como te veas. Tu voz la más bonita del mundo.

Marco Antonio sintió que ese momento era perfecto para hacer algo especial. ¿Saben qué? Me gustaría que me acompañaran a un lugar muy especial. ¿A dónde, padrino musical?, preguntó Mía con curiosidad. A la plaza de los mariachis, pero no para vender dulces. Quiero que canten juntas para la gente. Carolina se puso nerviosa. Ay, no, qué pena.

No puedo cantar enfente de tanta gente. ¿Por qué no? porque van a ver mi cicatriz y van a pensar cosas feas. Marco Antonio se acercó a Carolina y la miró directamente a los ojos. Carolina, escúcheme bien. Esa cicatriz no define quién es usted. Lo que la define es el amor que le tiene a su hija, la fortaleza que ha tenido para sacar adelante a mía sola y el talento musical que tiene guardado en el corazón. ¿De verdad piensa eso? Se lo aseguro.

Además, la gente no va a estar viendo su cara. Van a estar escuchando la música más bonita que han oído en su vida. Mía se levantó del teclado y caminó hacia su mamá, tomándola de la mano. Mami, yo te ayudo. Si cantas conmigo, no te va a dar pena. Carolina miró a su hija y después a Marco Antonio. Se veía que estaba luchando internamente con sus miedos.

Y si canto mal y se me olvida la letra. Imposible. Acabo de escucharla cantar y lo hizo perfecto. Marco Antonio tuvo una idea. ¿Qué les parece si primero ensayamos aquí en su casa? Yo las acompaño con la guitarra y vemos qué tal suena. ¿Trajo guitarra?, preguntó Carolina. No, pero no tienen alguna por aquí.

Carolina se levantó y fue hacia el closet de su cuarto. Regresó con una guitarra acústica que se veía vieja pero bien cuidada. Esta era de mi papá. Murió cuando Mía tenía un año. Marco Antonio tomó la guitarra y la afinó. Era una guitarra y de los años 80 con un sonido cálido y profundo. Su papá tenía buen gusto para las guitarras.

Esta suena muy bonita. Él tocaba en las cantinas cuando era más joven. Siempre me decía que algún día me enseñaría, pero murió antes de poder hacerlo. ¿Cómo se llamaba? Roberto Hernández. Don Roberto le decían. Marco Antonio se quedó pensativo. Ese nombre le sonaba familiar, pero no podía ubicar de dónde. Roberto Hernández, que tocaba con los jalicienses. Carolina se sorprendió.

Sí, lo conoció. Claro que lo conocí. Don Roberto era muy buen guitarrista. Llegamos a tocar juntos varias veces en Garibaldi cuando yo estaba empezando. En serio, no puede ser. Su papá era un gran músico, tocaba la guitarra como los dioses. Ahora entiendo de dónde sacó usted el talento.

Carolina se emocionó hasta las lágrimas. Mi papá nunca me contó que había tocado con usted. Éramos chavos los dos. Yo tendría como 22 años y él como 40. Me enseñó muchos acordes que todavía uso en mis canciones. Mía estaba escuchando todo con atención. Mi abuelito era músico como tú, padrino musical. Sí, mía.

Tu abuelito era un gran músico y por eso tu mami y tú cantan tan bonito. Lo traen en la sangre. Marco Antonio empezó a tocar si no te hubieras ido en la guitarra de don Roberto. Y tanto Carolina como Mía se emocionaron mucho. Esta guitarra suena igual que cuando la tocaba mi papá, dijo Carolina con nostalgia.

Las guitarras buenas nunca pierden su sonido, solo necesitan que alguien las toque con cariño. Marco Antonio siguió tocando y les hizo seña a Carolina y Mía para que cantaran. Al principio Carolina se escuchaba tímida, pero conforme avanzó la canción fue ganando confianza. Cuando terminaron, Marco Antonio estaba emocionado. Eso fue hermoso.

¿Se dan cuenta de lo que acaban de hacer? ¿Qué hicimos? Preguntó Mía. Hicieron música de verdad, música que sale del corazón y llega al corazón. Carolina se veía más confiada. Se sintió muy bonito cantar otra vez y se escuchó muy bonito también. Ahora sí se animan a ir a la plaza. Carolina dudó. ¿De verdad cree que la gente va a querer escucharnos? Carolina, le aseguro que cuando la gente las escuche cantar juntas se van a quedar sin palabras.

Mía brincó de emoción. Sí, mami. Vamos a cantar en la plaza. Está bien, aceptó finalmente Carolina. Pero si me da mucha pena, nos regresamos. Sí, por supuesto. Usted pone las condiciones. Se prepararon para salir. Carolina se cambió de ropa, se puso una blusa azul cielo que le quedaba muy bonita y se recogió el pelo de manera que la cicatriz no se notara tanto. ¿Cómo me veo?, le preguntó a Marco Antonio.

Se ve usted muy hermosa, Carolina. Mía cargó su teclado y Carolina llevó la lata donde habían juntado las monedas en la mañana. ¿Para qué lleva la lata? Le preguntó Marco Antonio. Por si la gente quiere dar algo, aunque no sea para vender dulces, siempre viene bien una ayudita. Marco Antonio sonrió.

Carolina seguía haciendo práctica a pesar de todo. Salieron de la casa cuando ya empezaba a anochecer. Las luces de la ciudad se encendían y la plaza de los mariachis se llenaba de vida nocturna. ¿Están listas?, preguntó Marco Antonio. Sí, gritó Mía. Creo que sí, dijo Carolina, todavía con un poco de nervios.

Caminaron hacia la plaza y Marco Antonio sabía que lo que iba a pasar cambiaría la vida de Carolina y Mía para siempre, aunque de una manera muy diferente a como él había imaginado. Una sorpresa estaba por venir. Cuando llegaron a la plaza de los mariachis, ya había caído la noche y el ambiente estaba más animado. Los mariachis tocaban en diferentes rincones.

Las parejas paseaban tomadas de la mano y los vendedores ofrecían antojitos y bebidas. Don Aurelio, el mariachi, que había cuidado los dulces de Carolina en la tarde, se acercó corriendo cuando los vio llegar. Doña Carolina, qué bueno que regresó. Sus dulces se vendieron todos. Aquí tengo su dinero. Carolina se sorprendió. ¿Cómo que se vendieron todos? Pues sí.

Cuando la gente se enteró de que Marco Antonio Solís había comprado sus dulces, todo mundo quería probar los mismos dulces que comió el Buki. Se acabaron en una hora. Don Aurelio le dio a Carolina 300 pesos. Había vendido 60 dulces que le habían sobrado de la tarde. “No manches, nunca se había vendido tanto en un día”, dijo Carolina emocionada y sorprendida.

Marco Antonio sonrió. No había planeado eso, pero se alegraba de que hubiera pasado. ¿Veolina? La gente ya conoce la calidad de sus dulces. Mía estaba impaciente por empezar a cantar. Ya podemos cantar, padrino musical. Sí, preciosa. Vamos a buscar un buen lugar. Se dirigieron hacia el centro de la plaza donde había más espacio.

Marco Antonio cargó la guitarra de don Roberto y Carolina ayudó a Mía a conectar su teclado a una extensión que sacaron de un puesto cercano. ¿Con qué canción empezamos? Preguntó Marco Antonio. Con si no te hubieras ido, porque es la que mejor me sé, respondió Mía. Algunas personas se empezaron a acercar cuando se dieron cuenta de que Marco Antonio estaba ahí con la guitarra, pero esta vez él no era el protagonista. “Señoras y señores”, dijo Marco Antonio con voz fuerte para que todos escucharan.

“Esta noche tienen el privilegio de escuchar a dos artistas muy especiales, Mía y Carolina Hernández.” Carolina se puso nerviosa cuando vio que se había formado un círculo de gente alrededor de ellos. Marco Antonio, no sé si pueda, le susurró, si puedes, solo piensa en mía y en la música, yo las acompaño. Marco Antonio empezó a tocar los primeros acordes y Mía comenzó a cantar con su voz angelical, pero esta vez no estaba sola.

Carolina, después de unos segundos de duda, se unió a la canción Cantando la segunda voz. El efecto fue mágico. La combinación de la voz pura de Mía con la voz madura y dulce de Carolina creó una armonía que hizo que toda la plaza se quedara en silencio para escucharlas. Cuando terminaron la canción, el aplauso fue ensordecedor.

La gente gritaba, “¡Otra! ¡Ora! Y comenzaron a llover monedas y billetes en la lata de Mía. “Mami, lo logramos”, gritó Mía emocionada. Carolina tenía lágrimas en los ojos. se había dado cuenta de que la gente no estaba viendo su cicatriz, estaban escuchando su música. “¿Cómo se sienten?”, les preguntó Marco Antonio. “Me siento feliz”, respondió Mía. “Me siento viva”, dijo Carolina. “Hace años que no me sentí así.

” Cantaron tres canciones más. La venia bendita, donde estará mi primavera y más que tu amigo. Con cada canción el público se emocionaba. Más y más dinero aparecía en la lata. Durante más que tu amigo. Algo especial pasó. Carolina miró directamente a Marco Antonio mientras cantaba y él se dio cuenta de que ella estaba cantando con una emoción genuina.

No solo estaba interpretando la canción, la estaba sintiendo. Después de la última canción, el público siguió aplaudiendo por varios minutos. Mía y Carolina se abrazaron felices y emocionadas. Mami, cantamos como las artistas de verdad. Sí, mi amor, cantamos como nunca habíamos cantado. Marco Antonio se acercó a ellas. Eh, ¿se dan cuenta de lo que acaban de lograr? ¿Qué logramos?, preguntó Carolina.

Lograron hacer que toda esta plaza se olvidara de sus problemas por un rato. Eso solo lo pueden hacer los verdaderos artistas. Una señora mayor se acercó a Carolina. Niña, cantas muy bonito. ¿Dónde dan sus shows? Carolina no supo que responder. Pues aquí en la plaza, señora, vienen todos los domingos. Carolina miró a Marco Antonio, quien le hizo una seña de que respondiera lo que sintiera.

No sé, señora, hoy es la primera vez que cantamos aquí. Pues espero que regresen. Hace mucho que no escuchaba música tan bonita. Otras personas se acercaron a felicitarlas y a preguntarles lo mismo. Carolina se daba cuenta de que la gente realmente había disfrutado su música. Cuando finalmente se dispersó la multitud, contaron el dinero de la lata.

Habían juntado 450 pesos en esa hora de música. No puedo creerlo dijo Carolina. En un día junté más dinero que en toda una semana vendiendo dulces y se divirtieron haciéndolo, agregó Marco Antonio. Sí, fue muy divertido, ¿verdad, Mía? Superdivtido. ¿Podemos hacerlo otra vez mañana? Carolina se rió. Mañana es lunes, mi amor. Tienes que descansar.

Marco Antonio se dio cuenta de que era hora de despedirse. Ya eran casi las 9 de la noche y sabía que Carolina tenía que regresar a casa con Mía. Creo que es hora de que estas dos artistas vayan a descansar. Sí, ya es tarde. Aceptó Carolina. Señor Solís, no sé cómo agradecerle todo lo que hizo por nosotras hoy. No me agradezca nada, Carolina.

Ustedes me dieron el mejor regalo que me podían dar. ¿Cuál regalo? Me recordaron porque amo la música. Me recordaron que la música verdadera no se trata de fama ni dinero, sino de conectar corazones. Mía se acercó a Marco Antonio y lo abrazó. Gracias, padrino musical. Hoy fue el mejor día de mi vida. Para mí también fue un día muy especial Mía.

Carolina también se acercó y le dio un abrazo a Marco Antonio. Gracias por ayudarnos a encontrar nuestra música otra vez. Marco Antonio sintió que ese abrazo lo llenaba más que todos los aplausos que había recibido en su carrera. Los acompañó hasta la parada de autobuses y se despidió de ellas mientras subían al camión que las llevaría de regreso a su casa.

“Adiós, padrino musical”, gritó Mía desde la ventana del autobús. “Adiós mía, sigue cantando”, le gritó de vuelta Marco Antonio. Mientras el autobús se alejaba, Marco Antonio se quedó parado en la plaza, sintiendo que algo había cambiado en él. También sabía que este día no solo había cambiado la vida de Carolina y mía, sino también la suya. Todo cambiaría en los próximos minutos.

Marco Antonio regresó a su hotel esa noche con una sensación que no había experimentado en años. se sentó en la orilla de la cama y tomó su celular iPhone 12 Pro Max, color azul pacífico. Marcó un número que tenía guardado como Marla, hija. El teléfono sonó tres veces antes de que contestaran.

Papá, ¿todo está bien? Es muy tarde. Hola, Marla. Sí, todo está bien. Solo quería platicar contigo. Platicar, papá. Son casi las 10 de la noche. ¿Pasó algo? Marco Antonio se quedó callado un momento. No sabía muy bien cómo empezar. Hoy conocí a una niña que me hizo pensar mucho en ti. Una niña? Sí, una niña de 4 años que canta mis canciones como si las hubiera vivido. Me hizo recordar cuando tú eras chiquita y cantábamos juntos en el piano.

Marla se quedó callada del otro lado de la línea. Papá, hace años que no hablamos de eso. Lo sé, mija, y me arrepiento. ¿Te acuerdas de Casas de cartón? La cantábamos juntos cuando tenías 5 años. Claro que me acuerdo. Era nuestra canción favorita. ¿Crees que crees que algún día podríamos volver a cantar juntos? Marla suspiró suavemente.

Papá, ya no soy una niña. Tengo mi propia carrera, mis propios proyectos. Lo sé, mija. No te estoy pidiendo que dejes todo. Solo te estoy pidiendo una oportunidad de reconectarnos a través de la música. ¿Qué te pasó hoy, papá? Suenas diferente. Marco Antonio se levantó y se acercó a la ventana del hotel. podía ver las luces de Guadalajara brillando en la distancia.

Hoy me di cuenta de que he estado tan ocupado siendo el buuki, que se me olvidó ser papá. Y también me di cuenta de que la música más bonita que he escuchado en años viene de una mamá y su hija que cantan con el corazón. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Tiene que ver con nosotros, Marla, con lo que perdimos y lo que todavía podemos recuperar.

Marla se quedó pensativa. Papá, mañana voy a estar en la ciudad de México grabando. Si quieres puedes venir al estudio, podemos platicar mejor. En serio, ¿me invitas a tu estudio? Sí, papá. Hace tiempo que no platicamos como debe ser. Marco Antonio sintió que el corazón se le llenaba de esperanza. Ahí estaré, mi hija. Te amo. Yo también te amo, papá.

Colgó el teléfono y se acostó en la cama con una sonrisa. Mañana tendría la oportunidad de reconstruir su relación con su hija gracias a las enseñanzas de una niña ciega de 4 años. Mientras tanto, en la colonia Ferrocarril, Carolina estaba acostando a Mía en su camita individual con sábanas de flores amarillas. Mami, hoy de verdad pasó todo eso? Sí, mi amor, todo pasó de verdad.

El padrino musical va a regresar. Carolina se sentó en la orilla de la cama y acarició el cabello de Mía. No sé, mi amor. Marco Antonio es una persona muy importante y muy ocupada. A lo mejor fue solo por hoy, pero me prometió que iba a seguir siendo mi padrino musical. Sí, te lo prometió, mi amor. Pero a veces las personas importantes no pueden cumplir todas sus promesas. Mía se quedó pensativa.

Mami, ¿te gustó cantar hoy? Me encantó. mía. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz. ¿Y por qué no cantábamos antes? Carolina suspiró. Era una pregunta difícil de responder porque tenía miedo, mi amor, miedo de que la gente me viera feo por mi cicatriz. Pero hoy no tuviste miedo.

Sí, tuve miedo al principio, pero cuando te escuché cantar y vi lo feliz que estabas, se me olvidó el miedo. Mía sonríó. A mí me gusta cuando cantas conmigo, mami. Tu voz hace que me sienta segura. Carolina se emocionó hasta las lágrimas. De verdad. Sí, como cuando era bebé y me cantabas para dormirme. Pero ahora puedo cantar contigo. Carolina le dio un beso en la frente a Mía.

Mañana vamos a practicar más canciones en tu teclado nuevo, ¿te parece? Sí. Y a lo mejor podemos regresar a la plaza el próximo domingo. A lo mejor, mi amor. Ahora duérmete. Carolina apagó la luz y se fue a su cuarto. Se sentó frente al espejo de su tocador y se miró fijamente. Por primera vez en dos años no se enfocó en la cicatriz.

se enfocó en sus ojos que brillaban con una luz que había perdido desde hacía mucho tiempo. Tomó la guitarra de su papá y tocó suavemente los acordes de Más que tu amigo. Cantó en voz baja para no despertar a mía, pero cantó con todo el corazón. Al día siguiente, lunes por la mañana, Carolina se levantó más temprano que de costumbre. Tenía energía y ganas de hacer cosas.

Preparó el desayuno para mía. y después se puso a hacer dulces con más entusiasmo que nunca. “¿Por qué estás tan contenta, mami?”, preguntó Mía mientras desayunaba sus huevos revueltos. Porque ayer fue un día muy especial, mi amor, y creo que van a venir más días especiales.

¿Crees que el padrino musical venga a visitarnos otra vez? No sé, Mía, pero aunque no venga, nosotras ya aprendimos que podemos cantar juntas y hacer feliz a la gente. Mía sonrió y siguió desayunando. Carolina se dio cuenta de que su hija estaba más segura de sí misma desde el día anterior. A las 10 de la mañana sonó el timbre de la casa. Carolina fue a abrir pensando que era la señora de la tienda que a veces le compraba dulces para revender.

Abrió la puerta y se quedó sin palabras. Era Marco Antonio Solís, pero esta vez vestido más casual con jeans azul oscuro y una camisa blanca de algodón. Buenos días, Carolina. ¿Cómo amanecieron? Señor Solís, no puedo creerlo. ¿Qué hace aquí? Vengo a cumplir una promesa que le hice a mía. ¿Qué promesa? Le prometí que iba a seguir siendo su padrino musical.

Y los padrinos musicales visitan a sus aijadas. Mía escuchó la voz de Marco Antonio desde la cocina y corrió hacia la puerta. Padrino musical, regresaste. Marco Antonio se agachó para quedar a la altura de Mía y la abrazó. Por supuesto que regresé, preciosa. Te dije que iba a ser tu padrino musical para siempre. Para siempre de verdad.

Para siempre de verdad. Carolina invitó a Marco Antonio a pasar y le ofreció café de olla con canela. Señor Solís, no tenía que venir. Sé que debe tener muchas cosas importantes que hacer. Carolina, lo que hicimos ayer fue lo más importante que he hecho en mucho tiempo. Y quiero que sepan que no fue solo por un día. Marco Antonio sacó una bolsita de papel de su bolsillo. Mía, esto es para ti.

Era un silvato pequeño de plata con grabados musicales. ¿Para qué es? Es un silvato mágico. Cuando lo toques y pienses en mí, yo voy a saber que me necesitas y voy a encontrar la manera de estar cerca de ustedes. Mía tomó el silvato y lo tocó. Sonó hermoso como una pequeña flauta. ¿De verdad es mágico? Por supuesto, pero solo funciona para las niñas que cantan con el corazón.

Carolina estaba emocionada, pero también preocupada. Señor Solís, usted es muy generoso, pero no queremos que se sienta obligado a Carolina, la interrumpió Marco Antonio. Ayer ustedes me dieron algo que yo había perdido. Me recordaron por qué me dedico a la música. Ahora yo quiero darles algo a ustedes.

¿Qué cosa? Quiero darles la oportunidad de que su música llegue a más gente. El inesperado estaba aconteciendo. Marco Antonio se sentó en el sillón de la sala y miró seriamente a Carolina y Mía. Tengo una propuesta para ustedes, pero quiero que me escuchen completa antes de responder. Carolina se puso nerviosa. Díganos, señor Solís, yo tengo un amigo que se llama don Felipe. Él es dueño de tres restaurantes aquí en Guadalajara.

El rincón tapatío, la cocina de la abuela y sabores jalicienses. Todos tienen ambiente familiar y les gusta tener música en vivo los fines de semana. Mía estaba escuchando atentamente tocando su silvato mágico. Le platiqué de ustedes si quiere conocerlas.

Si les gusta como cantan, les puede ofrecer cantar los viernes y sábados por las noches. No es algo muy grande, pero sí les pagaría bien y tendrían un público fijo. Carolina se quedó callada procesando la información. En restaurantes de verdad. Sí, Carolina, en restaurantes de verdad, con familias que van a cenar y que les encanta escuchar buena música mientras comen.

Pero, señor Solís, yo nunca he cantado profesionalmente. No sé si sepa cómo comportarme o qué canciones cantar. Por eso estoy aquí. Si ustedes quieren, yo las puedo ayudar a prepararse. Les puedo enseñar canciones nuevas, cómo manejar los nervios, cómo conectar con el público. Mía dejó de tocar el silvato.

Eso quiere decir que vamos a ser cantantes como tú, padrino musical. No exactamente como yo, mía. Ustedes van a ser cantantes como ustedes, con su propio estilo y su propia magia. Carolina se levantó y caminó hacia la ventana. Marco Antonio podía ver que estaba luchando internamente. Señor Solís, me da mucho miedo.

¿Y si no le gustamos a la gente? ¿Y si nos va mal? Carolina, ayer vi como la gente reaccionó cuando las escuchó cantar. Vi sus caras, vi sus ojos. La gente no solo les gustó, se emocionaron de verdad, pero ayer fue diferente. Era en la plaza, la gente no pagó entrada. En un restaurante es distinto. La gente espera algo profesional. Marco Antonio se levantó y se acercó a Carolina.

¿Sabe cuál es la diferencia entre un cantante profesional y un cantante amateur? ¿Cuál? El cantante profesional le canta a la gente para hacerla feliz. El cantante amateur canta para hacerse feliz a sí mismo. Ustedes ayer cantaron para hacer feliz a la gente. Eso es lo más profesional que existe. Mía se acercó a su mamá.

Mami, ¿te acuerdas de lo que me dijiste ayer? Que cuando cantábamos juntas te sentías viva. Carolina miró a su hija y después a Marco Antonio. Sí, mi amor, me acuerdo. ¿No quieres sentirte viva más seguido? La pregunta inocente de Mía le llegó directo al corazón a Carolina. Sí, quiero, mi amor. Si quiero sentirme viva más seguido.

Entonces, vamos a cantar en los restaurantes. Carolina se rió a pesar de sus nervios. Así de fácil. Así de fácil, mami. Marco Antonio sonríó. Mía tiene razón. A veces las decisiones más importantes de la vida son las más fáciles de tomar. Carolina respiró profundo. Está bien, lo vamos a intentar.

Sí, gritó Mía saltando de emoción, pero con una condición, agregó Carolina. ¿Cuál? Si vemos que Mía se cansa mucho o que no le gusta, lo dejamos inmediatamente. Por supuesto, la salud y la felicidad de Mía son lo más importante. Marco Antonio sacó su teléfono. Le voy a hablar a don Felipe para que nos veamos hoy mismo. ¿Les parece? Hoy tan rápido, Carolina.

Cuando las oportunidades buenas llegan, hay que tomarlas rápido. Marco Antonio marcó el número de don Felipe. Felipe, habla, Marco Antonio. ¿Cómo estás, hermano? Muy bien. Muy bien. Oye, ¿te acuerdas de las cantantes de las que te platiqué? Sí, la mamá y la niña pueden venir hoy a conocerte. Perfecto. A las 2 de la tarde en el Rincón Tapatío. Excelente.

Ahí nos vemos. colgó el teléfono. Listo, hoy a las 2 de la tarde vamos a conocer a don Felipe. Carolina se puso nerviosa otra vez. Son las 11. Solo tengo 3 horas para prepararme. Carolina, usted no necesita prepararse, solo necesita ser usted misma.

Pero tengo que ver qué me voy a poner, cómo me voy a peinar, qué canciones vamos a cantar. Marco Antonio se ríó. Tranquila, yo las ayudo. Primero vamos a escoger tres canciones fáciles que ustedes ya se sepan bien. Después vamos a practicarlas una vez para que se sientan seguras. Y finalmente usted se va a poner la misma ropa que usó ayer en la plaza, porque ayer se veía hermosa.

Carolina se calmó un poco. ¿De verdad cree que todo va a salir bien? Carolina, le voy a decir algo. Yo he cantado en los lugares más importantes del mundo. He estado en escenarios enormes frente a miles de personas. Pero ayer, cuando las vi cantar en la plaza, sentí la misma emoción que sentí la primera vez que me subí a un escenario.

En serio, en serio, ustedes tienen algo especial, algo que no se puede enseñar ni comprar. Tienen corazón. Mía se subió al sillón junto a Marco Antonio, padrino musical. ¿Tú vas a venir con nosotras a conocer al señor Felipe? Por supuesto, preciosa. Voy a estar ahí para presentarlas y para apoyarlas en todo lo que necesiten.

¿Y si al señor Felipe no le gustamos? Imposible, mía. Al señor Felipe le van a encantar. Carolina se sentó del otro lado de Marco Antonio. Señor Solís, ¿por qué está haciendo todo esto por nosotras? Marco Antonio se quedó pensativo un momento. ¿Sabe que ayer en la noche hablé con mi hija? En serio. Sí. Hace años que no teníamos una conversación de verdad, pero después de pasar el día con ustedes me di cuenta de que había perdido algo muy importante, la conexión familiar a través de la música.

¿Y cómo le fue? Muy bien. Hoy voy a ir a verla a la Ciudad de México. Vamos a intentar hacer música juntos otra vez. Carolina sonrió. Me da mucho gusto, señor Solís. Ve ustedes ya me dieron el regalo más grande que me podían dar. Ahora yo quiero regresarles algo. Mía tocó su silvato mágico. ¿Sabes qué, padrino musical? Creo que tu silvato sí es mágico.

¿Por qué? Porque desde que lo toqué todo se está volviendo más bonito. Marco Antonio abrazó a Mía y después miró a Carolina. ¿Están listas para cambiar sus vidas? Creo que sí”, respondió Carolina con una sonrisa nerviosa pero esperanzada. La transformación comenzaba agora.

A las 2 de la tarde en punto, Marco Antonio, Carolina y Mía llegaron al restaurante El Rincón Tapatío. Era un lugar acogedor con paredes de adobe, vigas de madera en el techo y mesas con manteles a cuadros rojos y blancos. Olía aposole, mole y tortillas recién hechas. Don Felipe Morales, un hombre de 55 años con bigote gris y delantal de chef, salió a recibirlos personalmente.

Marco Antonio, hermano, ¿cómo estás? Se dieron un abrazo fuerte de amigos de toda la vida. Muy bien, Felipe. Te presento a Carolina y a Mía Hernández. Don Felipe se agachó para quedar a la altura de Mía. Mucho gusto, señorita mía. Marco Antonio me platicó que cantas muy bonito. Mucho gusto, señor Felipe.

Sí, me gusta cantar, especialmente las canciones de mi padrino musical. Don Felipe sonrió al escuchar que Mía le decía padrino musical a Marco Antonio. Y usted es, Carolina. Marco Antonio me dijo que tiene una voz preciosa. Carolina se puso nerviosa. Mucho gusto, señor Felipe. Marco Antonio exagera, pero sí me gusta cantar. Pásense, por favor.

Les preparé una mesa especial para que podamos platicar y después si quieren nos dejan escuchar algo. Los llevó a una mesa junto a una tarima pequeña donde había un micrófono y un amplificador. El restaurante estaba casi vacío porque era lunes por la tarde. Solo había dos mesas ocupadas con familias comiendo tranquilamente.

Les ofrezco de tomar, por favor. Son mis invitados. Yo quiero orchata, dijo mía. Agua de Jamaica, por favor, pidió Carolina. Ah, una cerveza corona bien fría, pidió Marco Antonio. Don Felipe regresó con las bebidas y se sentó con ellos. Marco Antonio me platicó que ayer cantaron en la plaza de los mariachis y que la gente quedó encantada.

Sí, señor Felipe, fue la primera vez que cantamos juntas en público, explicó Carolina. ¿Cómo se sintieron? Superb, respondió Mia emocionada. La gente nos aplaudió mucho y nos dieron dinero porque les gustó como cantamos. Don Felipe se ríó. Me gusta su honestidad, señorita mía. ¿Y qué canciones cantaron? Carolina le contó sobre las cuatro canciones que habían interpretado.

Don Felipe escuchaba atentamente haciendo preguntas sobre cómo se habían sentido, cómo había reaccionado el público, qué canciones conocían. ¿Saben qué? Me gustaría mucho escucharlas cantar. ¿Se animan? Carolina se puso nerviosa otra vez. Ahorita aquí. Sí, solo para mí y para Marco Antonio, para que vea cómo suenan en un espacio cerrado. Mía se levantó de inmediato. Sí. ¿Dónde está el piano? Don Felipe señaló hacia la tarima.

No hay piano, pero sí hay un teclado como el tuyo. Marco Antonio, ¿tú las acompañas con la guitarra? Por supuesto. Marco Antonio tomó una guitarra que estaba colgada en la pared y la afinó. Carolina y Mía se subieron a la pequeña tarima. ¿Con cuál empezamos?, preguntó Marco Antonio.

Con si no te hubieras ido, respondió Carolina, ya más segura. Comenzaron a cantar y el efecto fue inmediato. Las dos familias que estaban comiendo dejaron de hablar para escuchar. Don Felipe se quedó con la boca abierta. La voz de Mía sonaba aún más angelical con el micrófono y la voz de Carolina se escuchaba dulce y profesional. La armonía que hacían juntas era perfecta.

Cuando terminaron, las familias aplaudieron espontáneamente. “Una más, una más!”, gritó un niño de una de las mesas. Don Felipe estaba emocionado. No, increíble, absolutamente increíble. Cantaron la venia bendita y después Más que tu amigo. Con cada canción, don Felipe se convencía más de que había encontrado algo especial.

Cuando terminaron, se bajaron de la tarima y don Felipe las abrazó. Señoras, ustedes tienen un talento extraordinario. Me encantaría que cantaran en mis restaurantes. Carolina no podía creer lo que estaba escuchando. En serio, señor Felipe, en serio. Les propongo lo siguiente. Los viernes y sábados por la noche de 8 a 10, 2 horas de música con descansos cuando ustedes quieran.

Les pago 1,000 pesos por noche, más propinas. Carolina hizo cuentas mentales. 2000 pesos por fin de semana eran 8000 pesos al mes, más de lo que ganaba vendiendo dulces. ¿Y qué tendríamos que hacer exactamente? Lo mismo que acaban de hacer, cantar canciones que la gente conozca y que ustedes se sepan bien. Nada complicado.

La gente viene a cenar en familia y les encanta escuchar música bonita mientras comen. Mía estaba emocionada. Podemos, mami. Carolina miró a Marco Antonio, quien le hizo una seña de aprobación. Señor Felipe, ¿podemos empezar la próxima semana? Por supuesto, el viernes que viene las espero aquí a las 8 en punto. Don Felipe sacó un contrato sencillo que ya tenía preparado. Aquí están las condiciones por escrito.

Léanlo con calma y si están de acuerdo lo firmamos. Carolina leyó el contrato. Era justo y claro. Además tenía una cláusula que decía que podían cancelar en cualquier momento si no se sentían cómodas. Me parece bien, dijo Carolina firmando el papel. Don Felipe también firmó y después sacó un sobre.

Como anticipo de buena fe, aquí tienen 500 pesos. Carolina no podía creer lo que estaba pasando. Señor Felipe, muchas gracias por esta oportunidad. A mí me van a ayudar más ustedes que yo a ustedes. Música como la suya es difícil de encontrar. Salieron del restaurante y Marco Antonio las invitó a comer tacos en un puesto callejero para celebrar.

¿Se dan cuenta de lo que acaba de pasar? Les preguntó Marco Antonio mientras comían tacos al pastor. “Todavía no lo puedo creer”, dijo Carolina. “Hace dos días yo vendía dulces en la plaza y hoy firmé un contrato para cantar en restaurantes.” ¿Y cómo se siente? Me siento, me siento como si hubiera despertado de un sueño muy largo.

Mía estaba concentrada comiendo su taco de pollo, pero de repente levantó la cabecita. Padrino musical, ¿tú vas a estar ahí cuando cantemos en el restaurante? El viernes que viene sí voy a estar. Quiero asegurarme de que todo salga perfecto. Después ustedes ya van a poder solas. Y después, ¿qué va a pasar? Marco Antonio sonrió. Después van a ver que pueden hacer cosas que nunca imaginaron que podían hacer.

Carolina miró a Marco Antonio con gratitud. Señor Solís, usted cambió nuestras vidas. No, Carolina, ustedes cambiaron sus propias vidas. Yo solo les ayudé a darse cuenta de lo que ya tenían adentro. Terminaron de comer y Marco Antonio las acompañó a su casa. En la puerta se despidió de ellas.

Nos vemos el viernes a las 7:30 en el restaurante. ¿Están listas? Sí! Gritaron Carolina y Mía al mismo tiempo. Perfecto. Y recuerden, lo único que tienen que hacer es ser ustedes mismas. Marco Antonio se subió a su camioneta GMC Sierra Color Blanca y se despidió con la mano. Adiós, padrino musical, gritó Mía. Adiós, mis cantantes favoritas. Mientras la camioneta se alejaba, Carolina abrazó a Mía.

¿Estás feliz, mi amor? Superfeliz, mami. ¿Y tú? Yo también estoy superfeliz. Entraron a la casa y Carolina se dio cuenta de que todo se veía diferente. Era la misma casa humilde de siempre, pero ahora se sentía llena de esperanza y posibilidades. El final sorprendente llegaba.

Viernes por la noche, 7:30 en punto, Carolina y Mía llegaron al restaurante El Rincón Tapatío, vestidas con sus mejores ropas. Carolina llevaba un vestido azul marino, sencillo, pero elegante, y Mía un vestido blanco con flores bordadas que le había regalado su abuela antes de morir. Marco Antonio ya las esperaba en la entrada, vestido con camisa negra y pantalón de vestir gris.

Mis artistas favoritas, ¿cómo se sienten? Nerviosas, pero emocionadas, respondió Carolina. Yo no estoy nerviosa, estoy superemocionada, gritó Mía. Don Felipe salió a recibirlas. Bienvenidas. El restaurante está lleno. Todo mundo está esperando conocer a las nuevas cantantes.

Carolina se asomó por la puerta y vio que efectivamente todas las mesas estaban ocupadas. Familias con niños, parejas de novios, grupos de amigos, como 50 personas en total. Ay de Dios mío, es mucha gente. Carolina, le dijo Marco Antonio. Acuérdese de lo que le dije. No piense en la cantidad de gente. Piense en hacer feliz a una persona a la vez. Se subieron a la tarima y Marco Antonio tomó el micrófono.

Buenas noches, señoras y señores. Esta noche tienen el privilegio de escuchar por primera vez en este restaurante a dos artistas muy especiales, Carolina y Mía Hernández. Démosles una calurosa bienvenida. El aplauso fue fuerte y cálido. Carolina sintió que los nervios se le calmaban un poco. Gracias, dijo Carolina al micrófono.

Somos Carolina y Mía y esta noche queremos compartir con ustedes nuestra música. Empezaron con si no te hubieras ido. Y desde las primeras notas, el restaurante entero se quedó en silencio para escuchar. La gente dejó de comer, dejó de platicar y se concentró completamente en la música.

La voz de Mía llenó todo el espacio con su pureza angelical y la voz de Carolina la acompañó con una dulzura que llegaba directo al corazón. Cuando terminaron, el aplauso fue ensordecedor. La gente se puso de pie y algunas personas tenían lágrimas en los ojos. “Una más! Una más!”, gritaba todo el restaurante. Cantaron ocho canciones en total. La venia bendita más que tu amigo.

¿Dónde estará mi primavera? ¿Tu cárcel? Antes de que te vayas, casas de cartón. Y terminaron con el problema. Con cada canción, la conexión con el público se hacía más fuerte. Las familias cantaban junto con ellas. Los niños aplaudían emocionados y los adultos se veían transportados a sus propios recuerdos. Durante el descanso de media hora, la gente se acercaba a felicitarlas. Señorita, cantan precioso.

¿Dónde más se presentan? ¿Van a sacar un disco? ¿Vienen cada viernes? Carolina estaba abrumada, pero feliz. Nunca había recibido tantos cumplidos en toda su vida. Don Felipe se acercó durante el descanso. Señoras, esto está siendo increíble. La gente está pidiendo reservaciones para los próximos viernes y tengo una sorpresa para ustedes. ¿Qué sorpresa?, preguntó Carolina. Mis otros dos restaurantes también las quieren.

¿Qué les parece si cantaran los jueves en la cocina de la abuela y los domingos en Sabores Jalisienses? Mismo pago, mismas condiciones. Carolina se quedó sin palabras. Eso significaría 3,000 pesos por semana, 12,000 pes al mes. Señor Felipe, eso es demasiado generoso. No es generosidad, señora Carolina, es negocio.

Ustedes traen felicidad. Yo vendo más comida. Todos ganamos. Mía jaló la falda de su mamá. Mami, eso quiere decir que vamos a cantar más días. Sí, mi amor. Vamos a cantar más días. Qué padre, me gusta cantar con mucha gente. Regresaron a la tarima para la segunda parte del show.

Marco Antonio notó que Carolina ya no se veía nerviosa, se veía segura, confiada, como una verdadera artista. Durante casas de cartón pasó algo mágico. Una señora mayor en una de las mesas comenzó a llorar silenciosamente. Su esposo la abrazó y él también se emocionó. Carolina vio la escena y sin dejar de cantar se acercó a la mesa y le cantó directamente a la pareja.

La señora le tomó la mano a Carolina y le susurró, “¡Gracias!” Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Cuando terminó el show, la pareja se acercó a Carolina. “Señorita, mi esposa y yo llevamos 45 años de casados. Esa canción la bailamos el día de nuestra boda. Hace años que no nos emocionábamos tanto con una canción. Muchísimas gracias por decirnos eso”, respondió Carolina, también emocionada.

“¿Van a venir el próximo viernes?” “Sí, señora, vamos a venir cada viernes. Aquí estaremos nosotros también.” La pareja se fue y Carolina se dio cuenta de algo importante. No solo estaban cantando, estaban creando momentos especiales para la gente. Marco Antonio se acercó cuando ya se había ido la mayor parte del público. “¿Cómo se sintieron, padrísimo?”, gritó Mía. La gente cantó conmigo.

Me sentí como nunca me había sentido en mi vida”, dijo Carolina. Como si hubiera encontrado para lo que nací. Don Felipe llegó con un sobre, 1000 pesos, como acordamos, más 200 pesos de propinas que juntó la gente. Carolina tomó el sobre sin poder creer que le estuvieran pagando por hacer algo que le daba tanta felicidad. Señor Felipe, muchas gracias.

Nos vemos el próximo viernes. Nos vemos. Y piénsenle a lo de mis otros restaurantes. Sí, salieron del restaurante y Marco Antonio las acompañó hasta la parada del autobús. Bueno, mis queridas artistas, creo que mi trabajo aquí ya está terminado. Carolina lo miró con tristeza. Se va a ir. Tengo que regresar a mis compromisos, Carolina.

Pero ustedes ya no me necesitan. Ya saben que pueden hacer esto solas. Mía se abrazó de Marco Antonio. Ya no vas a ser mi padrino musical. Siempre voy a ser tu padrino musical mía, pero ahora tú y tu mami son artistas de verdad. Van a tener su propia carrera, sus propios fans, sus propias aventuras.

Pero, ¿nos vas a venir a ver cantar? Por supuesto. Y cada vez que toque el silvato mágico y piense en mí, yo voy a saber cómo les está yendo. Llegó el autobús y Carolina y Mía se subieron. Desde la ventana, Mía tocó su silvato mágico. Adiós, padrino musical. Gracias por ayudarnos a encontrar nuestra música.

Adiós, mis cantantes favoritas. Sigan cantando con el corazón. El autobús se alejó y Marco Antonio se quedó parado en la parada, viendo cómo desaparecían las luces rojas en la distancia. Sacó su teléfono y marcó el número de Marla. Hija, habla, papá. ¿Todavía estás en el estudio? Perfecto. Voy para allá. Sí, tengo muchas ganas de cantar contigo. Yo también te amo, mija.

Seis meses después, Carolina y Mía se habían convertido en las cantantes más queridas de Guadalajara. Cantaban en los tres restaurantes de don Felipe y habían empezado a recibir invitaciones para eventos privados y fiestas familiares. Carolina había logrado ahorrar lo suficiente para rentar una casa más grande en una colonia mejor.

mía tomaba clases de piano los martes y jueves y había aprendido a leer partituras en Brail. Un domingo por la tarde estaban cantando en sabores jalicienses cuando Carolina vio una figura familiar en una mesa del fondo. Era Marco Antonio, pero no venía solo.

Lo acompañaba una mujer joven de unos 30 años con guitarra en mano. Cuando terminaron su set, Marco Antonio se acercó con la joven. “Carolina, mía, les presento a mi hija Marla. Padrino musical”, gritó Mía corriendo a abrazarlo. “Hola, preciosa, ¿cómo has estado?” Superb. Ahora ya sé tocar piano y mami me está enseñando a hacer armonías nuevas. Marla se acercó a Carolina. “Mucho gusto, Carolina. Mi papá no para de hablar de ustedes.

Me dijo que ustedes les recordaron lo que es la música de verdad. Mucho gusto, Marla. Su papá cambió nuestras vidas.” Marco Antonio sonríó. “¿Saben qué? Marla y yo estamos trabajando en un proyecto nuevo, un disco de duetos, padre e hija. Y ella tuvo una idea. ¿Qué idea?, preguntó Carolina. Marla habló.

Queremos grabar una canción con ustedes, los cuatro juntos. Una canción sobre familias, sobre música, sobre encontrar tu lugar en el mundo. Mía saltó de emoción. Sí, quiero cantar con Marla y con mi padrino musical. Carolina no podía creer lo que estaba escuchando. En serio, una grabación profesional. En serio, confirmó Marco Antonio.

Pero solo si ustedes quieren y solo porque creemos que quedará hermosa. Carolina miró a Mía, que tenía los ojos brillando de emoción. Después miró a Marco Antonio y Marla que la veían con expectativa. “Creo que sí queremos”, dijo finalmente Carolina. “Perfecto!”, gritó Marla. va a ser la canción más bonita que hayamos grabado.

Esa noche, después de que Marco Antonio y Marla se fueron, Carolina acostó a Mía y se sentó en la orilla de la cama. Mía, ¿te acuerdas de hace 6 meses cuando vendíamos dulces en la plaza? Sí, mami. ¿Por qué? ¿Te acuerdas de lo tristes que estábamos? Yo no estaba triste, mami. Yo tenía mi música adentro, pero tú sí estabas triste. Carolina se emocionó. Tienes razón, mi amor.

Yo sí estaba triste, pero ahora ya no. ¿Y sabes por qué ya no estás triste? ¿Por qué? Porque encontraste tu música que tenías guardada y ahora cantamos juntas todos los días. Carolina le dio un beso en la frente a mía. ¿Sabes qué es lo más bonito de todo esto? Qué que no importa lo que pase mañana o el próximo año o cuando seas grande, siempre vamos a tener nuestra música. Mía sonríó.

Y siempre vamos a tener a nuestro padrino musical, aunque esté lejos. Siempre, mi amor. Carolina apagó la luz y salió del cuarto. Se sentó en la sala de su nueva casa y miró por la ventana las luces de Guadalajara. Tomó la guitarra de su papá, que ahora tenía un lugar especial en la sala, y tocó suavemente, “Si no te hubieras ido.” Pero esta vez no la cantó con tristeza, la cantó con gratitud.

Gratitud por el día que una niña ciega de 4 años decidió cantar en una plaza. Gratitud por el hombre que se detuvo a escuchar. Gratitud por el valor de cantar, aunque diera miedo. Y gratitud por descubrir que a veces los milagros más grandes vienen disfrazados de encuentros casuales en una tarde de domingo.

Al otro lado de la ciudad, Marco Antonio estaba en su hotel terminando de escribir en su diario. Hoy fui a ver a Carolina y Mía. Han crecido tanto como artistas y como personas. Mía sigue siendo esa niña angelical que canta con el corazón, pero ahora tiene la confianza de una verdadera performer. Carolina se ha convertido en una mujer segura de sí misma, que ya no esconde su cicatriz porque sabe que su belleza verdadera está en su voz y en su corazón de madre. Lo más bonito es que Marla y yo vamos a grabar con ellas. Mi hija me dijo que quiere conocer el secreto de

cómo hacer música que llegue al alma y yo le dije que el secreto está en cantar con la verdad. Carolina y Mía me enseñaron algo que había olvidado, que la música más poderosa no es la que te hace famoso, sino la que te hace recordar quién eres de verdad. Mañana regreso a la Ciudad de México, pero llevo conmigo la lección más importante de mi carrera, que ser padrino musical significa enseñar música.

sino ayudar a que la música que ya vive en el corazón de las personas encuentre la manera de salir. Gracias Carolina y Mía, por recordarme por qué me enamoré de la música. Su padrino musical para siempre, Marco Antonio Solís. Y en una casa pequeña pero llena de amor en la colonia Ferrocarril, una niña de 4 años se quedó dormida abrazando un silvato de plata, soñando con las próximas canciones que cantaría junto a su mamá, sabiendo que su padrino musical siempre estaría cerca, aunque fuera solo en sus sueños musicales. Ay, mi querida comadre, esta historia de Carolina y la pequeñita mía

me llegó hasta lo más profundo del corazón. Ver como esta mamá luchadora vendía dulcecitos en la plaza para conseguir las medicinas de su hijita cieguita y cómo la niña cantaba con esa vocecita de ángel pidiendo ayudita del cielo. Válgame Dios. me recordó a todas nosotras que hemos batallado por sacar adelante a nuestros hijos.

Cuando el buki escuchó cantar a Mía con ese corazón partido cantando, “Si no te hubiera sido como si fuera una personita grande, se me enchinari los ojos. Y es que así somos las madres mexicanas, ¿verdad? Hacemos lo que sea por nuestros chamacos, aunque tengamos que vender hasta el último dulce de leche que hagamos con nuestras propias manitas.

Lo más bonito fue ver cómo Carolina encontró su voz otra vez, cómo dejó de esconder esa cicatriz que llevaba en el alma y en la cara. Porque todas tenemos nuestras cicatrices, comadre, pero cuando cantamos con el corazón se nos olvida todo lo demás. Y esa niñita mía, con su silvato mágico y su fe tan grande nos enseña que los milagros sí existen cuando menos los esperamos.

Si esta historia te tocó el corazón tanto como a mí, déjame tu comentario contándome qué fue lo que más te gustó. Da like si te emocionaste como yo. Suscríbete para más historias que nos llegan al alma y compártela con tus comadres porque estas historias necesitan llegar a más corazones. Que Dios bendiga y proteja a tu familia y que nunca nos falte la música en el corazón. M.

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