EL ENIGMA DE GUADALUPE QUE SALIÓ A LA LUZ 32 AÑOS DESPUÉS
UNA DESAPARICIÓN QUE QUEDÓ EN LA NIEBLA
En el año 1976, un grupo de nueve peregrinos desapareció en los alrededores del cerro del Tepeyac, en Guadalupe, Ciudad de México. Liderados por el devoto Herminio Salazar Castañeda, salieron un 11 de diciembre para realizar una caminata de vigilia hasta la Basílica, como cada año. Sin embargo, esa noche jamás regresaron.
A pesar de los esfuerzos iniciales por parte de las autoridades y voluntarios, nunca se encontró rastro alguno del grupo. No había señales de violencia, no había testigos, no había cuerpos. La comunidad quedó marcada por el misterio, y con el paso de los años, el caso se desvaneció en el olvido.
EL CASO FUE CERRADO SIN RESPUESTAS
Tras meses de búsqueda infructuosa, la fiscalía archivó el caso en 1977, alegando falta de pruebas para continuar. Las familias de los peregrinos, profundamente religiosas, mantuvieron la esperanza por años, convencidas de que algún día obtendrían respuestas.
La prensa de la época apenas cubrió el caso durante unos días, y rápidamente el silencio reemplazó cualquier intento de esclarecimiento. La hipótesis más extendida fue la de un posible extravío en el bosque, aunque muchos la consideraban poco creíble debido a la experiencia de Herminio y otros miembros del grupo en ese tipo de recorridos.
UNA OBRA DE CONSTRUCCIÓN CAMBIA TODO
En agosto de 2008, 32 años después, una empresa comenzó a trabajar en la remodelación de una antigua propiedad abandonada a pocas cuadras del centro histórico de Guadalupe. Durante la demolición parcial de uno de los muros interiores del sótano, los obreros descubrieron algo inesperado: detrás del muro falso, había una sala murada, sellada completamente desde adentro.
Al ingresar, lo que encontraron dejó sin palabras al equipo. El espacio, de unos 20 metros cuadrados, contenía restos de objetos religiosos, colchonetas deterioradas, envases de alimentos antiguos, una Biblia marcada con nombres y, lo más estremecedor, restos óseos humanos.
SE CONFIRMA LA RELACIÓN CON EL GRUPO DE 1976
Las autoridades acudieron de inmediato al lugar. La Fiscalía General de Justicia del Estado ordenó un operativo forense completo. Las primeras pruebas de ADN, cotejadas con muestras ofrecidas por familiares de los desaparecidos décadas atrás, arrojaron resultados impactantes: al menos cinco de los nueve cuerpos hallados correspondían con miembros del grupo de peregrinos desaparecidos en 1976.
Además, las escrituras halladas en la Biblia y algunas notas manuscritas con fechas de diciembre de 1976 permitieron reconstruir parte de lo sucedido en esa sala sellada. Se confirmaba que el grupo había estado allí por voluntad o fuerza, aunque aún no estaba claro el motivo ni cómo llegaron a ese lugar.
MISTERIO Y HORROR DENTRO DE CUATRO PAREDES
Los documentos encontrados sugerían que el grupo había buscado refugio de algo o alguien. En una de las notas escritas por Herminio Salazar Castañeda, se leía: “No podemos salir. Afuera es peor. Aquí resistiremos lo que haga falta”. Esta frase enigmática abrió la puerta a múltiples interpretaciones.
Las autoridades no encontraron señales de violencia evidente dentro de la sala, pero sí una atmósfera de encierro prolongado. No había ventanas, ni fuentes de ventilación adecuadas. Se especula que la falta de oxígeno y alimentos provocó la muerte del grupo semanas después de quedar encerrados.
UNA CONSTRUCCIÓN CON HISTORIA TURBIA
El inmueble donde fue hallada la sala murada había sido propiedad, durante los años 70, de una familia con fuertes vínculos religiosos y políticos en la zona. Aunque no existen registros directos que los vinculen con los desaparecidos, varios vecinos aseguraron que durante años la casa fue “intocable” y custodiada por personas armadas.
En los años 90, el edificio quedó abandonado tras la muerte del último propietario. Nadie ingresó al sótano hasta el inicio de las obras en 2008.
LAS FAMILIAS, CONMOCIONADAS
Las familias de los peregrinos recibieron la noticia con una mezcla de dolor, incredulidad y alivio. Después de 32 años de incertidumbre, al menos parte de la verdad salió a la luz.
Rosa María Salazar, sobrina de Herminio, declaró a la prensa: “Toda mi vida crecí escuchando que mi tío era un loco o que se había perdido como un irresponsable. Hoy sabemos que algo terrible le pasó y que no fue su culpa”.
UNA INVESTIGACIÓN REABIERTA
Ante la magnitud del hallazgo, la fiscalía reabrió el caso como “presunto encierro ilegal con resultado fatal”, una figura penal que permite indagar sin necesidad de pruebas de violencia directa. Se espera que nuevos estudios forenses y testimonios de la época permitan esclarecer si el grupo fue retenido contra su voluntad o si se refugiaron allí por decisión propia debido a una amenaza desconocida.
Las autoridades también investigan por qué nunca se inspeccionó el inmueble en 1976, a pesar de estar ubicado cerca del lugar de la desaparición.
EL IMPACTO EN LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD
La Arquidiócesis de México emitió un comunicado lamentando profundamente los hechos y comprometiéndose a colaborar con la justicia. Sin embargo, evitó comentar sobre su conocimiento previo del caso, lo que generó críticas de sectores sociales.
Organizaciones de derechos humanos han pedido que se revisen otros casos de desapariciones no resueltas ocurridas en la misma década, por si pudieran estar relacionados.
UNA HISTORIA QUE NO HA TERMINADO
Aunque el hallazgo de la sala murada arroja luz sobre el paradero de los peregrinos, aún quedan muchas preguntas sin respuesta: ¿cómo llegaron hasta allí?, ¿quién los encerró?, ¿qué ocurrió exactamente durante esos días?, ¿y por qué nadie los buscó en ese lugar?
La historia del grupo perdido en Guadalupe se convierte ahora en una advertencia sobre los peligros del olvido, de los silencios institucionales y de las historias que, por más increíbles que parezcan, merecen ser contadas hasta el final.